sábado, 1 de agosto de 2009

Estampida

Como cada año, los días postreros de julio suponen el comienzo de la gran estampida. Con crisis y todo los españoles no perdonan las vacaciones. Fundamentalmente, marchan a destinos de sol y playa que, gracias a las monstruosas aglomeraciones, recuerdan a las visiones del infierno representadas en los cuadros de El Bosco.

Madrid se queda semivacía y se transforma en la ciudad ideal, sin tráfico, sin gente y sin tener que hacer colas para todo. Los museos de la milla de oro se tornan especialmente apetecibles.
En agosto los días empiezan a ser algo más cortos y el calor sahariano afloja ligeramente. Las noches son para los amigos.
España hace un paréntesis y olvida por unos días las malas noticias que esperan, inexorablemente, a la vuelta: despidos, malos datos macroeconómicos, diálogo de sordos entre los agentes sociales... y un largo etcétera. La vieja piel de toro tiene una serie de problemas estructurales que no se arreglan con paños calientes. Pero ese es otro cantar.
Verano en el hemisferio norte.
Las parejas pasan tiempo juntos y suelen ser víctimas de un ataque de horror: ¿y éste/a quién es? se preguntan mirando a su partenair/e en la cola del atestado chiringuito en donde aguarda una paella estándar reseca. El socarrat de la paella -mmmm.... ñam, ñam- se transforma en un símbolo del desgaste, el sordo desgaste al que te someten los trabajos y los días. Se nos pasó el arroz, se nos gastó el amor de tanto usarlo...
En septiembre, divorcios y separaciones a granel. Ahí nos vimos... como dicen los mexicanos. Que te vaya bonito. Espérame en el cielo. En fin... soldado que huye sirve para otra guerra.

Como ya deja entrever un cartel visto estos días en un comercio de Madrid:

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