Esta noche dormí como Dios. Un sueño pesado, profundo. Tuve sueños muy vívidos, llenos de colores y sabores. Estábamos en las costas orientales de África. Debía ser Kenia -tuve muchos alumnos keniatas en tiempos. Gente educadísima y encantadora- o Mozambique. Sí. Debíamos estar muy cerca de la antiga Lourenço Marques, la metrópoli colonial.
Llegábamos de noche. El hotel se abría al mar y la habitación tenía un balcón de piedra dispuesto en semicírculo. Al estilo de las construcciones del sur de Galicia.
Había una botella de champagne esperándonos. Siempre viajo con mis tandas de Troilo y Fiorentino cargadas en el teléfono pero esta noche nada de tango... pedimos en recepción que pusieran standards suaves de Frank Sinatra y de Ella Fitzgerald... ese ángel. Esa voz de seda.
Bailamos a la luz de la luna durante horas, como flotando sobre el suelo. Tu rostro rozaba delicadamente mi hombro. Tu perfume... el tacto de tu piel, la herida de tu boca. Tu abrazo calmaba la tristeza, borraba la amargura. Quien no ha visto la luna rielar sobre el Índico no sabe lo que es el don de la ebriedad.
Cenamos muy tarde. En realidad, toda la noche. Nos montaron una mesa en el balcón. Un camarero portugués se hizo amigo nuestro... "yo me ocupo de todo. Vosotros a lo vuestro". Meu Deus do Céu...
Eso. A lo nuestro. A ver cómo sigue el sueño. Estoy deseando irme a dormir pero ya.
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