domingo, 12 de diciembre de 2021

Río

Salgo de tocar todas las noches en el Maravillas de madrugada. Después del cuarto pase. Las noches solitarias.

Voy a tomar café siempre al mismo bar de trastienda. A esas horas no hay nadie o casi nadie y Madrid parece un tren a punto de partir hacia el norte. 

Dos insomnes. Una mujer de mediana edad, con heridas en el alma escritas a fuego en el rostro. Todas las heridas. Me mira de soslayo, una tímida sonrisa. Esquiva. Una niña y un columpio en una playa de invierno. Hace mucho tiempo que no sonríe.

Juntos subimos a su humilde cuarto, casi vacío. No hay ninguna esperanza en ese amor de café. Nada más que belleza y una ternura infinita sin sonidos de palabras como puñales de hoja hambrienta. 

Ella no habla, no dice nada. Por esta noche no habrá soledad. Mañana será otro día. Mañana, tal vez. No me mentirás en la primera claridad de temas pendientes. No te prometeré nada. No habrá porvenir.

Yo, con mi montón de desengaños, igual que vos vivo sin luz. Pero tus ojos claros. En un azul de frío, tan lejos.

Un río seco. Un camposanto. Un lecho ancho como el mar. Playas sin botellas, sin cartas de amor desesperadas.

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