miércoles, 17 de noviembre de 2010

Vagabundos perezosos


Ayer cumplí años. ¿Cuántos? Qué importa... Too many years. Gracias a todos los que llamaron o enviaron felicitaciones a ambos lados del charco: me hicieron sentir muy bien en un día jodido.

Una de las pocas certezas que se reafirma en cada nuevo cumpleaños es que todo pende de un delgadisimo hilo. Nuestro supuesto equilibrio yendo a trabajar todos los días, aguantando situaciones insoportables, tráfico nauseabundo, horas rellenas de nada. La pareja, ese supuesto puerto seguro que cuando estalla puede provocar reacciones en cadena que habrían sorprendido al mismísimo Einstein. Puede que analizando su impacto hubiera desentrañado todas las paradojas de la física cuántica. Él, que mantuvo hasta seis relaciones sentimentales en paralelo. Procesamiento en serie, procesamiento en paralelo. Los objetos materiales de los que nos rodeamos para disfrazar la angustia vital, las convenciones sociales que huelen a mendacidad, el miedo cerval a lo que sale del corazón aunque duela. La escena final de "La gata sobre el tejado de zinc caliente", el núcleo argumental de "American Beauty".

A Diógenes le costaría hoy Dios y ayuda encontrar individuos sinceros, pero si en este frío y lluvioso noviembre se diera un paseo por la zona de la Puerta del Sol puede que se topase con dos vagabundos que han hecho de la sinceridad su bandera. Han decidido bajarse de esta noria infecta, enarbolar la enseña pirata, dejar de pagar impuestos y vivir al día sin la promesa de un mañana que cuando llega los bancos han quebrado y, pobres, hay que echarles una mano.

No piden para su prole o por Jesucristo y María Santísima. No. Los autodenominados Vagabundos Perezosos piden para sus vicios y para tirar para adelante, más o menos como todos los que aún no hemos cruzado esa delgada línea gris. El que crea que eso no va con él es como el que cree que está a salvo de los desengaños o de los golpes de Dios.

Pero no piden de cualquier manera. The Lazy Beggers (suena fenomenal como banda de rock sureño) piden a la antigua usanza y también piden por Internet mediante pagos con PayPal. Sin nostalgias por la ¿vida? que dejaron atrás. Son los cibermendigos.

Esta noche a última hora europea -porque nací en el Lejano Sur- de mi cuarenta y seis cumpleaños mi hijo pequeño me llamó por teléfono saltándose la ley del hielo y por fin pude oír su voz. Me hablaba desde su habitación, preparado para dormir, rodeado de sus juguetes y sus libros. ¡Feliz cumpleaños papá! Estaba bien, con esa capacidad intacta que tienen los niños para destilar alegría en medio del vacío. En eso consiste la magia. Son las 7:16 del día siguiente. Aún no he pegado ojo. El día se resiste a amanecer y sigue lloviendo. A última hora recibí el mejor regalo de la jornada. Estoy deshidratado. Hora de hacerle una visita a Johnnie, Johnnie Walker. Va por ti.

Me quedé pensando en cuántos seres humanos se quiebran definitivamente y no encuentran el camino de regreso a casa. A veces no hay ni siquiera casa a la que volver. La última escena de "El nadador" con Burt Lancaster. Live with that.

Basta de penas. Alegría, alegría, que ahí vienen los vagabundos perezosos, que van por el mundo con salero y marcialidad. Se tienen a ellos mismos y a sus fantásticos perros Whisky y Resaca. ¿A qué más? En sus propias palabras, bienvenidos al puto siglo XXI. Continuemos trabajando para cubrir las pérdidas de los bancos y garantizar los sueldos de sus consejeros delegados. ¡Los pobres tienen muchos gastos!

Puede parecer ridículo preguntarle a un vagabundo si tiene alguna manera de probar que se licenció en la Universidad de Kent (Reino Unido) o que trabajó para el Deutsche Bank, pero el rigor periodístico obliga; otra cosa es que un vagabundo pueda satisfacer una petición de ese tipo. "¿Documentos? Se quedaron en otra vida", dice Lyndon Owen, galés de 37 años, informático en el pasado; en el presente, trotamundos sin hogar.

El Ayuntamiento de Madrid tiene un censo de mendigos donde seguramente no aparezcan los Lazy Beggers, un galés y un español que se conocieron en las Cuevas del Sacromonte (Granada) en 2001 y bautizaron con ese nombre inglés -Vagabundos Vagos- su amistad y su insólita empresa: rodar por la península Ibérica pidiendo dinero en la calle con la franqueza como técnica de mercadotecnia.

"Para cerveza. Para vino. Para whisky. Para la resaca". Lyndon Owen y su compañero, José Manuel Calvo García, canario de 55 años, mendigan desde hace una semana en la sombría calle del Carmen, a pocos metros de la plaza de Callao, detrás de una línea frontal de carteles donde exponen sus necesidades y resaltan su virtud: "Por lo menos, sincero".

Cuando pasa un peatón y les echa unas monedas menudas, su respuesta rompe con los clásicos de la mendicidad. En vez de un señor/señora dios le bendiga, dicen gracias, visite nuestra página web. Owen y Calvo tienen un sitio propio en Internet (www.lazybeggers.com) y un perfil en la red social Facebook: "Welcome to the 21st fucking century", ponen en su presentación. Bienvenidos al, digamos, maldito, siglo XXI.

Su iniciativa digital les ha hecho llamativos para los periódicos (han aparecido en The Guardian, Der Spiegel y Clarín, entre otros), pero no les ha dado dinero. En su web, diseñada por el galés, disponen de un sistema electrónico PayPal para recibir limosnas que no da mucho de sí. "Lo pusimos hace cuatro años y hemos sacado poco más de 1.000 euros", cuenta Calvo. "No nos ha dado ni para pagarnos las sesiones de Internet en los locutorios".

Realmente se sacan los cuartos en la calle. Unos 40 euros al día, que es lo que les cuesta vivir a los dos. Cuentan que cierto día, en un suceso paranormal, un joven a paso ligero les dejó un billete de 500 euros, sin mediar palabra (vaya a saber si se trataba del hijo de algún constructor con mala consciencia).

El lecho de los Lazy Beggars cuando paran en Madrid (un par de veces al año) son los respiraderos superficiales del aparcamiento subterráneo de la plaza de las Descalzas. A menos de 100 metros está la plaza de Santo Domingo, uno de los tres lugares de la capital donde se puede coger Internet al aire libre, por gracia municipal. Y ahí tienen un locutorio boliviano en el que compran sus litronas de cerveza y les dejan cargar su ordenador de segunda mano.

En este pequeño perímetro en torno a la plaza de Callao duermen, piden, beben, comen, enchufan su computadora. Calvo, licenciado en Psicología, fontanero y técnico en instalación de placas solares, según sus palabras, afirma que su vagancia les impide moverse por otras zonas de la ciudad. "Y eso que en la calle de Fuencarral se consiguen muchos porros de limosna", anota.

Dice el censo que en el distrito centro de Madrid, donde han recalado estos vagabundos después de andar unos meses por el Algarve (Portugal), hay más de 100 mendigos. Owen y Calvo conocen a algunos, pero no intiman con ellos; su filosofía de vagabundeo no es la del cartón de vino y los líos callejeros.

Los Lazy Beggars aseguran que beben con moderación y toman pocas drogas. Pasaron sus baches químicos, el galés con la coca, el canario con el crack, pero antes de echarse a la calle, cuando trabajaban y hacían dinero. "Ahora somos felices y no lo necesitamos", dice Calvo.

Los dos afirman que decidieron ser vagabundos por su cuenta, que no hubo causas de verdadera necesidad. Owen dejó atrás una novia y una hija. Calvo, una esposa y dos hijos. Han perdido contacto con ellos. Los han sustituido por un amigo, dos páginas web, un par de perros (Whisky y Resaca) y la libertad de hacer el ganso en la acera que más les plazca.

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