sábado, 23 de mayo de 2020

Sudestada

Un hombre joven escapa hacia el fin del mundo en una carrera enloquecida. Huye de un destino escrito, huye de sí mismo. Su padre sale en su busca pero siempre llega tarde. Viedma, Puerto Madryn, Comodoro Rivadavia, Puerto San Julián, Río Gallegos. Él brilla como una moneda nueva, es más rápido que el viento.

Años de soledades. Insomnios. No quiero ver a nadie. Silencios.

Bariloche, lagos como espejos. Cordilleras. Alguien le avisa de que su padre está agonizando en un hospital de Buenos Aires. ¿Te acordás que me prometiste que no ibas a dejarme morir en un hospital? Fue una tarde en Monte Hermoso, caminando por la playa. Los dos solos, el atardecer perfecto. Vos ibas y venías al mar saltando las olas. Me abrazabas envuelto en sal. Entonces teníamos toda la vida por delante. Entonces no hacíamos más que reír juntos. La alegría es un compuesto simple.

Un tren de medianoche cruza la pampa. Tierras desoladas y espíritus de indios. Lamentos. Frío en el alma. Solo con sus recuerdos. El viaje que hicimos a Tandil. Te dejé manejar el camión. Vos estabas tan feliz... imitabas mis movimientos al volante y yo me moría de risa. Había que entregar un cargamento de cueros. Yo estaba orgulloso. Iba con mi hijo, el más grande, el más fuerte. Llegamos a la estancia. Nos recibió el patrón. Le caímos bien de inmediato, vos tenías esa virtud tan rara de caerle bien a todo el mundo. Nos invitó a un asado y estuvimos hablando de bueyes perdidos hasta el amanecer, meta vino y guitarreada con los peones.

A la vuelta vos me dijiste "sos el mejor padre del mundo" y me regalaste una sonrisa que aún me dura. Hay golpes en la vida tan fuertes. Como del rayo. Son los heraldos negros. El arte de seguir viviendo.

No vengas. No vuelvas a Buenos Aires. No vas a llegar a tiempo. Es mejor así. Dejame dormir. Despertame cuando se haya acabado septiembre.

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