martes, 16 de febrero de 2010

La dignidad de los parados

La profesión del futuro es, sin lugar a dudas, ser parado. No hay que preocuparse por la demanda: se incrementará de forma exponencial. En España, la población está comprobando de forma dura cómo un castillo de naipes puede derrumbarse en cuestión de meses, incluso semanas.

Si comparamos la cobertura social de los parados en Europa con la que existe en América Latina, podríamos concluir que el colectivo de gente sin empleo de la Vieja Dama goza de múltiples privilegios. Pero hay algo que siempre me ha llamado la atención y es la cuestión de la dignidad de los parados. Me explico.

Hace algunos años anduve viajando por Alemania, Bélgica y Holanda por razones sentimentales que no vienen al caso. Aprendiendo idiomas por ósmosis. Tal vez Zapatero podría hacer lo mismo. Hablando con mis amigos de allí, sobre todo con un colectivo de gente bien interesante de la bella ciudad de Antwerpen (la vieja Amberes de la época de los temidos tercios), descubrí un nuevo enfoque sobre el tema del paro, que luego comprobé no era específico de aquel grupo de jóvenes flamencos, sino que también vi actitudes parecidas en ciudadanos alemanes y holandeses.

Además de trabajar como posesos, levantándose a horas en las que aún no están puestas las calles, consideraban que cobrar el paro era una especie de deshonra. Sí, tal cual. Pensaban que, siendo jóvenes y pudiendo trabajar en mil cosas, ir a una oficina del paro y cobrar un dinero que otros pudieran necesitar más era injustificable. Eso es lo que yo llamo "comportamiento ético", más o menos lo que hacen los Kirchner en la Argentina. Aunque Bélgica es una frontera muy difusa, comprendí sin más lecciones de historia cuáles eran las diferencias entre la herencia católica y la protestante.

Lo nuestro se parece más al chiste que me contó José Luis Pacheco el otro día:

Entra Jesús en un bar de Jerusalén -de incógnito, como si pudiera...- y pide una cerveza. En la barra hay un alemán, un francés y un español. El alemán lo reconoce de inmediato.

-Tú eres Jesús el Nazareno...
-Shhhh... que estoy tranquilamente tomándome una cerveza. No quiero que nadie sepa que estoy aquí. Es una visita privada.
-Pero Señor, ya que te he encontrado, ¿podrías curarme el brazo? Tengo un dolor que me está matando...
-Bueno, está bien, hermano. A ver ese brazo.
Se acerca al alemán, le impone las manos y queda curado al instante.

El francés oye la conversación y hace lo propio.

-Señor... ¿podríais curar mi lumbalgia? No aguanto el dolor... No puedo ir a trabajar...
-Vale. Está bien, hermano... Acércate.
Y lo sana de inmediato.

Queda el español tomando 14 cervezas y unos cuantos pinchos.

Jesús se acerca y le dice:
-Sólo quedas tú, hermano. No quiero irme sin ocuparme de ti. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? ¿Cómo puedo ayudarte...?
El español pega un salto hacia atrás.
-¡Ehhhhh! ¡Quieto parao! ¡A mí no me toques que ESTOY DE BAJA!

Como iba diciendo, los amigos que conocí en los confines del antiguo Imperio Romano consideraban que cobrar el paro pudiendo trabajar era un deshonor. Bien. Aquí tenemos más de cuatro millones and counting.

¿Qué ocurre con la dignidad de una persona que está meses y meses cobrando un subsidio? Obviamente, generalizar es un error, pero muchas personas se hunden psicológicamente, empiezan a pensar que son inútiles y prescindibles, y terminan por naufragar como individuos. Es como estar casado un puñado de años y volverse gordo, muy gordo (sobre todo gordo y vago mental, acostumbrado a un montón de rutinas injustificables). Divórciate e intenta volver al "mercado". Luego me cuentas.

La esencia del ser humano es el movimiento y si nos quedamos quietos nos caemos de la bicicleta. Cuando Nadal o cualquier deportista de élite tiene que parar tres meses por un problema físico queda en un estado más que complicado: le cuesta horrores volver a situarse en el Olimpo o no lo logra nunca más. Hay una frase de Nadal, a quien admiro hasta el infinito, que me llama poderosamente la atención. Cuando está de bajón y lucha por volver -el pibe tiene un cerebro privilegiado- suele decir: "Hoy en la pista he tenido buenas sensaciones". Él mismo se autocalifica. Es un verdadero crack.

¿No sería posible implementar una clase de subsidio en el que la persona no fuera al dique seco? Todos sabemos cómo funciona el INEM. Así no. Habría que diseñar una especie de formación activa obligatoria, un vivero de creación de microempresas poniendo al alcance del parado todas las herramientas y los recursos necesarios para volver a la rueda productiva cuanto antes. Un sistema de reciclaje sólido y permanentemente actualizado. Resumiendo, ¿no tendría más sentido que el Estado pagara por hacer y crear? No digo que sea el caso universal, pero después de una temporada prolongada en el paro muchas personas quedan anímicamente muy mal. A un buen número le resulta imposible volver al ruedo. En la excelente Los lunes al sol se plantea la cuestión con una mirada inteligente -y muy escéptica, lúcidamente escéptica. Vale la pena verla y analizar el comportamiento de los personajes.

El pasado fin de semana la prensa planteaba la posibilidad de abrir un debate sobre los funcionarios y su puesto de trabajo para toda la vida. En un mundo donde NADA es para toda la vida. Ni el matrimonio, ni los amigos, ni tu trabajo, nada. ¿Qué sentido tiene? ¿La consecución de un puesto para toda la vida no es una llamada a vegetar plácidamente? Pude observarlo en Cuba. Los trabajos por cuenta del Estado -o sea, todos- son absurdos (como los sueldos que pagan).

Nunca se me olvidará una escena que presencié en el malecón. Estaba dando unas clases en la antigua Casa de España, en la llamada casa de las Cariátides, que más tarde fue intervenida por el gobierno cubano. Por la mañana me iba caminando todo el malecón en dirección a La Habana Vieja. Procuraba ir por la acera de los listos, aunque hacía tanto calor como en la de los bobos. De repente, un gigantesco camión azul -de procedencia norteamericana o canadiense- con más de medio millón de kilómetros a cuestas se detuvo en medio de la calle. Se detuvo a morir. En la parte frontal tenía un cartel minúsculo que ponía Ministerio de Industria. El motor empezó a echar humo. Al rato, se bajó un negro de unos dos metros con un caño de dimensiones considerables. Abrió el motor y empezó a darle golpes con el caño como si estuviera exorcizando a su suegra.

-El poder de Cristo te lo manda... El poder de Cristo te lo manda...

El cartel estaba incompleto. Tendría que incluir la palabra Innovación.

La prensa de esta semana también recogía un dato esclarecedor: el cuarenta por ciento de los parados prácticamente no tiene ninguna esperanza de encontrar empleo. El cuarenta por ciento. Ahí es nada.

Generar esperanza no es fácil. Preparar a la población para los retos que plantea nuestra sociedad, tampoco. Ahí tenemos a nuestro presidente, que no habla inglés y sin embargo ha llegado a presidir el país. Dando ejemplo.

Tal vez ha llegado la hora de abrir un amplio debate, sin prejuicios. Deberíamos aprovechar esta crisis para replantearlo todo. Los gobiernos deben procurar la felicidad de sus ciudadanos -qué inocente que soy- no que vayan tirando como puedan (la única institución que lo ha conseguido en todo el Sistema Solar es la SGAE, donde Amón-Ra Bautista ha logrado la felicidad total para sus esclavos mediante la lobotomía y el terror al despido). Las siglas de la SGAE están equivocadas. Se trata de SGEA, Sociedad General de Estómagos Agradecidos.

Tal como está concebido el sistema (te descuento un dinero mientras trabajas y luego te lo devuelvo previo sablazo, como hace la SGAE cuando recauda en nombre de los artistas: los artistas deberían recaudar el dinero directamente, sin necesidad de alimentar payasos encorbatados) no funciona. Fabrica frustración y fomenta la sensación de estar fuera del mundo.

Hay que buscar inspiración en mis amigos de Amberes. Hay que recuperar la dignidad de los parados. Y si no, por lo menos hay que procurar no toparse con Jesús en los bares.

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