martes, 9 de febrero de 2010

Valdez. Cinco

Por la mañana tampoco se acordaba dónde había conocido a Nora o de si la había conocido siquiera. Era lo de menos: ella le gustaba. Y había caído como del cielo, sin los aburridos preludios de salir y conocerse. Directo al grano.►♫ Derecho viejo.

Fueron a desayunar a un bar del barrio. Ella pidió café solo con tostadas y él un submarino con medias lunas. El mozo se lo quedó mirando...


-Ya sé que no queda muy macho esto del submarino... pero ¿qué querés...? Me gusta desde que era purrete.

Valdez no se daba cuenta, pero hablaba con un lenguaje en desuso, mezclando palabras del lunfardo cotidiano con cosas que oía en los tangos y expresiones de su propia invención. Se encontraba bien escuchando tangos: el tango era real. Era lo único real. El resto se lo llevó la marea.

Buenos Aires por la matina es una ciudad húmeda. La gente va de un lado al otro, muy industriosa. Todos tienen mucha, mucha prisa. El tráfico es infernal y se presta a toda clase de insultos, peleas, encontronazos. Probablemente, la ciudad ocupa un puesto muy importante en el ranking de conductores desagradables. Cuando ven a un tipo atravesar un paso de cebra consideran que se trata de un blanco en el que hacer diana. Si el pobre peatón logra sobrevivir, no es extraño que desde el bólido asesino le griten hijodeunagranputa mientras sus ocupantes se cagan de risa. En cualquier caso, las peleas suelen quedarse en enfrentamientos verbales y no pasan a mayores. Con la mitad de la mitad, en el DF o en cualquier ciudad de los Estados Unidos aquello acabaría a tiro limpio.


Sin querer, los dos se encaminaron hacia Palermo Viejo. Los cafés, las calles más tranquilas, el ritmo diverso. Entraron en un boliche de la Plaza Cortázar y se quedaron un buen rato. Ella pidió un Fernet Branca y le contó que había estado dando tumbos de aquí para allá. Vivió un tiempo con un médico sádico, después anduvo de ciudad en ciudad y regresó a Buenos Aires donde vivió en una comuna de ocupas y, finalmente, se dedicó a vagabundear. Los vagabundos rioplatenses están jodidos. En cualquier ciudad es complicado vivir en la calle. En Buenos Aires, y más siendo una mina, te jugás el cuello todos los días. Tus propios compañeros de infierno se encargarán de reventarte a patadas. El porteño es cruel con la gente que no tiene un mango. El porteño es cruel y ya está.


Al caer la noche fueron a cenar a un boliche de Almagro. Se sentían bien juntos. Nora era morocha, con la piel canela y los muy labios sensuales. El rostro era aún firme y su dentadura se había convertido en un escudo.

Cuando llevaban una media hora en el restaurante entraron tres tipos armados a cara descubierta. En el local había unas treinta personas.

-A ver hijos de una gran puta, quédense donde están y pongan las manos donde pueda verlas- gritó el que parecía estar al mando. Debía tener poco más de veinte años. Los otros dos eran aún más jóvenes. Puede que por debajo de los dieciocho. Iban drogados hasta las cejas y daban la impresión de utilizar sustancias para dopar caballos. Kilos de paco como mínimo.

Valdez agarró instintivamente la mano de Nora y se quedó en el molde valorando las posibilidades de la situación. Los pibes parecían de esos a los que todo les importa tres carajos. La cárcel no era peor que sus vidas. Morir joven era una necesidad. Además, conocían perfectamente el código penal.

Uno de los empleados se acercó al “jefe” con la intención de parlamentar.

-Señor, este es un restaurante familiar. Hay niños cenando y…

Antes de que pudiera terminar la frase uno de los escoltas le apuntó con su revólver y le disparó a bocajarro en pleno rostro, no una sino dos veces. El cuerpo cayó pesadamente a un costado y la sangre manchó varias mesas. Se hizo un silencio sepulcral.

-¡Manga de pelotudos…! Les dije que se queden donde están. Saquen las carteras y vayan poniendo encima de la mesa todos los chiches: relojes, teléfonos, encendedores, ¡todo! Y no se hagan los vivos que acá hay mucha guita.

Para que tomaran en serio lo que acababa de decir, el tipo agarró a un individuo con pinta de funcionario que estaba sentado en una mesa cercana, lo levantó en peso como poseído por una fuerza diabólica y le pegó un culatazo que lo tiró al suelo. La mina que estaba con él entró en barrena y se puso a gritar.

-¡Callate boluda!- le gritó uno de los pendejos armados. –¡Te callás ahora mismo o te reviento!

La amenaza surtió efecto. Los más jóvenes empezaron a recorrer las mesas y fueron juntando las billeteras de los comensales. Todo se hacía compulsivamente, utilizando una violencia innecesaria. En el local no había gente de guita, más bien eran clase media, matrimonios muy jóvenes, alguna que otra pareja en franco adulterio sin demasiada esperanza, laburantes…

En cinco minutos ya estaba todo el pescado vendido.

-A ver, vos y vos, vengan para acá. Sí vos, pelotuda, ¿no me oís…?- dijo el líder señalando a dos minas jóvenes que acababan de dejar sus escasas joyas sobre la mesa.

-Vengan que nos vamos a dar un paseo- sentenció uno de sus acólitos.

Salieron con las dos pibas, se metieron en un coche y salieron quemando ruedas como alma que lleva el diablo.

La gente empezó a recomponerse. Valdez le preguntó a Nora cómo estaba.

-Bien, estoy bien… no te preocupés- le dijo. Nora era dura.

La policía llegó a los veinte minutos y tomó declaración a los testigos.

Al día siguiente se enteraron por la televisión de que las dos pibas que se habían llevado como rehenes aparecieron en una zanja de Villa Justicia y Libertad. Estaban desnudas de cintura para abajo, las habían violado y les habían pegado sendos tiros en la nuca. De los ladrones no había ni rastro. Lleva el caso la Fiscalía de Instrucción Treinta y Tres. Investiga la Comisaría Seis.

Valdez. Uno
Valdez. Dos
Valdez. Tres
Valdez. Cuatro

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