Los azares y mayo me han devuelto al barrio. La vieja Prosperidad... Todo sigue más o menos en su sitio. López de Hoyos, Clara del Rey, Juan Bautista de Toledo. Hasta quedan algunas casas humildes y bajas de la posguerra. El olor a fritanga, los bocatas de chorizo. Los muchachos fumando y bebiendo cañas, deseando quemar la vida cuanto antes. El Claret, donde quedábamos a jugar al fútbol "después de la peli del sábado". La iglesia a la que íbamos a ver cantar a las niñas (no había otro medio de hacernos ir... Merche Medina, la recuerdo como si la viera). Las calles que recorrimos tantas veces. Los cielos rojos de invierno. La pintada "Vota comunista", señal de que estábamos en otro mundo. A salvo de militares que solo sabían ser militares cuando tenían que enfrentarse a chavales desarmados. Ahí sí que derrochaban testosterona. En las Malvinas fue algo distinto...
Cuándo nos dimos cuenta de que no había forma de regresar a casa. Uno a uno los seres queridos iban desapareciendo. Cartas que tardaban una eternidad en cruzar el mar. La sensación de no pertenecer, de que, hicieras lo que hicieras nunca serías uno de ellos. Cuándo aprendí a hablar como un español... a lo largo de estos años me ha tocado escuchar ciertos comentarios, en fin.
Cuando uno se va de su país ya no es de ningún sitio. Los que se quedaron no te reconocen, dicen que cambiaste, que te hiciste más duro, más frío. Sobrevivir lejos de los míos. Entonces cuál es mi sitio. Mi lugar es estar siempre de viaje.
Si regreso a mis calles siempre pienso en todos. Los abuelos, el tío Santiago, Manuel, Pedro Gaeta, los pibes del barrio. Mi hermano que se fue a los 17. Ellos siguen estando igual que cuando los vi por última vez. Sonríen y son eternamente jóvenes, mirando la vida de frente.
El reflejo en las vidrieras ha cambiado. Los espejos me devuelven mi imagen algo cansada.
Tal vez porque antaño soñé mucho. Día y noche.
jueves, 28 de mayo de 2020
miércoles, 27 de mayo de 2020
Vuelta al cole
Llevo toda la mañana escribiendo sobre un episodio que sucedió en mi colegio, la Escuela número 4 Coronel Mayor Álvarez Thomas, en las calles Terrada y Nueva York. Cerca de Nazca y Av. Salvador María del Carril en la bellísima ciudad de Santa María del Buen Ayre.
En 2009 vino a buscarme mi hermano Raúl a Ezeiza -mi otra mitad en NAUM Project- y nos fuimos directos a comer pizza. Cada vez que estamos juntos volvemos a tener 15 años. Es automático. Y no podemos decir más de tres palabras sin cagarnos de risa. Es una sobredosis de Boludol en vena. En cuanto nos vemos nos convertimos en Boludos Alegres, Inc. Raúl largó el laburo para estar conmigo y me dijo ¿qué hacemos? Vamos al colegio...!
Llegamos. Era finales de febrero y hacía un calor asesino. La directora nos recibió y le hizo mucha gracia que un tipo baje del avión viniendo de Madrid, recorriendo océanos de tiempo y lo primero que se le ocurra es ir a su colegio de primaria. Se moría del amor.
Era un minonazo vestida de milonguera en pleno verano porteño y no me quitaba la vista de encima. Tenía JUSTO esos zapatos de Prada que me producen catalepsia y una minifalda escandalosamente corta y ceñida. Cómo ha avanzado la educación pública porteña...! Por qué el destino siempre me obsequia con situaciones en las que debo preservar mi honor y mi virtud ante mujeres infartantes que son legión. Debe haber un mensaje oculto en todo esto pero no alcanzo a descifrarlo.
Tuve que pararle el carro y recordarle que era un alumno de Séptimo A. Un alumno aventajado, pero un niño con toda la vida por delante. Ojito.
Mis maestros ya se habían jubilado. El director -que era un poco rígido pero que me quería mucho- había fallecido. No quedaba nadie... la señorita Olga, Di Giovambattista, la profesora Inga...
Me llevó a visitar todas las clases. Aquí aprendí a leer con la Srta. Antonia, aquí el Sr. Caggiano me enseñó a amar la literatura. ¡Epa! ¡¡¡¡San Martín está igual!!!! exclamé al ver el busto de bronce cerca del salón de actos. Se nos habían unido varias profesoras y se morían de risa con mis boludeces. Una de ellas no paraba de hacerme preguntas sobre España y me miraba fijo tipo "sacame de acá, pibe, llevame al otro lado del mar. Haceme tuya".
Mirá, te digo que si las profesoras argentinas no aprenden a comportarse no vuelvo más a mi colegio. Qué cosa. Esto de las feromonas en exceso me tiene repodrido che...
En 2009 vino a buscarme mi hermano Raúl a Ezeiza -mi otra mitad en NAUM Project- y nos fuimos directos a comer pizza. Cada vez que estamos juntos volvemos a tener 15 años. Es automático. Y no podemos decir más de tres palabras sin cagarnos de risa. Es una sobredosis de Boludol en vena. En cuanto nos vemos nos convertimos en Boludos Alegres, Inc. Raúl largó el laburo para estar conmigo y me dijo ¿qué hacemos? Vamos al colegio...!
Llegamos. Era finales de febrero y hacía un calor asesino. La directora nos recibió y le hizo mucha gracia que un tipo baje del avión viniendo de Madrid, recorriendo océanos de tiempo y lo primero que se le ocurra es ir a su colegio de primaria. Se moría del amor.
Era un minonazo vestida de milonguera en pleno verano porteño y no me quitaba la vista de encima. Tenía JUSTO esos zapatos de Prada que me producen catalepsia y una minifalda escandalosamente corta y ceñida. Cómo ha avanzado la educación pública porteña...! Por qué el destino siempre me obsequia con situaciones en las que debo preservar mi honor y mi virtud ante mujeres infartantes que son legión. Debe haber un mensaje oculto en todo esto pero no alcanzo a descifrarlo.
Tuve que pararle el carro y recordarle que era un alumno de Séptimo A. Un alumno aventajado, pero un niño con toda la vida por delante. Ojito.
Mis maestros ya se habían jubilado. El director -que era un poco rígido pero que me quería mucho- había fallecido. No quedaba nadie... la señorita Olga, Di Giovambattista, la profesora Inga...
Me llevó a visitar todas las clases. Aquí aprendí a leer con la Srta. Antonia, aquí el Sr. Caggiano me enseñó a amar la literatura. ¡Epa! ¡¡¡¡San Martín está igual!!!! exclamé al ver el busto de bronce cerca del salón de actos. Se nos habían unido varias profesoras y se morían de risa con mis boludeces. Una de ellas no paraba de hacerme preguntas sobre España y me miraba fijo tipo "sacame de acá, pibe, llevame al otro lado del mar. Haceme tuya".
Mirá, te digo que si las profesoras argentinas no aprenden a comportarse no vuelvo más a mi colegio. Qué cosa. Esto de las feromonas en exceso me tiene repodrido che...
martes, 26 de mayo de 2020
Lo que te mata
Una de las ironías de la vida más dificiles de asumir es que aquello que te mata no es lo que no sabes, sino lo que CREES que sabes pero resulta no ser así. Not even close! Dios tiene un sentido del humor muy especial. Canela fina.
En mis años mozos fui editor -fugazmente- en una de las principales revistas "esotéricas" de España. Vendíamos 125 mil ejemplares por mes. Publicando cosas absurdas. El resto de los periodistas se reían de mí porque decían que mis artículos intentaban "tener sentido".
Aquello duró poco pero me divertí muchísimo entrevistando a toda clase de marcianos. Literal. Incluso fui a hacer una nota a una señora gallega que estaba convencida de que su hijo era marciano. Yo lo vi y le di la razón de inmediato. Ese tipo no era de por aquí. Ni siquiera podía decirse que fuera gallego.
Mi jefe era un pesado. Era argentino y me daba la vara con que había que ahorrar. Yo trabajaba part-time y el resto del tiempo tocaba en Madrid o alrededores. Muchas noches seguía de largo e iba a la oficina sin dormir. Para hablar con extraterrestres mi estado mental bastaba. El jefe me decía: "tengo un plan. Todo está calculado. Ahorro dos millones de pesetas por año y cuando regrese a Argentina me retiraré a los 50. No tendré que volver a trabajar nunca". Para lograrlo se privaba de todo. No iba de copas. No salía de vacaciones. Evitaba la compañía femenina. Decía que las mujeres eran un vicio caro.
Por fin logró juntar un capital. Regresó a Buenos Aires. La Reina del Plata. Tres meses antes del corralito.
Recuerdo que lo entrevistaron en El País cuando se armó el quilombo. El titular era algo así como "en este país hay la mayor cantidad de hijos de puta por metro cuadrado" y otras lindezas. Creo que después le dio un ataque al corazón y hasta ahí llegó.
No existe el 'después'. Es una estafa, un engañabobos. Fugate conmigo, piba. Largá todo. Voy a buscarte esta misma noche. Hoy. Sos mayor de edad me dijiste... ¿no? Bueno, está bien. No importa. Me hago pasar por tu tío. El tío pródigo.
En cualquier caso, si vas a regresar más temprano de la oficina, avisa. Hazme caso.
En mis años mozos fui editor -fugazmente- en una de las principales revistas "esotéricas" de España. Vendíamos 125 mil ejemplares por mes. Publicando cosas absurdas. El resto de los periodistas se reían de mí porque decían que mis artículos intentaban "tener sentido".
Aquello duró poco pero me divertí muchísimo entrevistando a toda clase de marcianos. Literal. Incluso fui a hacer una nota a una señora gallega que estaba convencida de que su hijo era marciano. Yo lo vi y le di la razón de inmediato. Ese tipo no era de por aquí. Ni siquiera podía decirse que fuera gallego.
Mi jefe era un pesado. Era argentino y me daba la vara con que había que ahorrar. Yo trabajaba part-time y el resto del tiempo tocaba en Madrid o alrededores. Muchas noches seguía de largo e iba a la oficina sin dormir. Para hablar con extraterrestres mi estado mental bastaba. El jefe me decía: "tengo un plan. Todo está calculado. Ahorro dos millones de pesetas por año y cuando regrese a Argentina me retiraré a los 50. No tendré que volver a trabajar nunca". Para lograrlo se privaba de todo. No iba de copas. No salía de vacaciones. Evitaba la compañía femenina. Decía que las mujeres eran un vicio caro.
Por fin logró juntar un capital. Regresó a Buenos Aires. La Reina del Plata. Tres meses antes del corralito.
Recuerdo que lo entrevistaron en El País cuando se armó el quilombo. El titular era algo así como "en este país hay la mayor cantidad de hijos de puta por metro cuadrado" y otras lindezas. Creo que después le dio un ataque al corazón y hasta ahí llegó.
No existe el 'después'. Es una estafa, un engañabobos. Fugate conmigo, piba. Largá todo. Voy a buscarte esta misma noche. Hoy. Sos mayor de edad me dijiste... ¿no? Bueno, está bien. No importa. Me hago pasar por tu tío. El tío pródigo.
En cualquier caso, si vas a regresar más temprano de la oficina, avisa. Hazme caso.
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lunes, 25 de mayo de 2020
Adonde sea
Hace exactamente cuatro años estaba en un aeropuerto de América del Sur, llegué hasta el mostrador de Aerolíneas y pronuncié una frase que solo había oído en las películas: dame un billete para el primer vuelo que salga. "¿Adónde?" preguntó un joven de unos 35... "Adonde sea, lo importante es que salga cuanto antes..."
Le hizo tanta gracia mi cara de desesperación que terminó tomándose un café conmigo. Me contó que quería ser escritor, así que supuse que iba a sonsacarme datos para sus propias historias. El pibe me pareció tan amable -gestionó un vuelo urgente a Buenos Aires y me puso en primera sin cobrarme nada- que no pude negarme.
—Vos venís escapando de una mina —me dijo.
—Claro, salamín, si no por qué iba a querer salir en el primer vuelo a cualquier parte...
—Pero contame... qué pasó... —entonces le narré Las mil y una noches.
—Ahhhh... ¡pero a esa mina la conozco! —terminó por decirme. —¡Fui una vez a comprarle un mueble de segunda mano que estaba sospechosamente barato e insistió en que mi esposa se quedara en la puerta...! ¡¡Casi me devora!! Tuvo que venir a rescatarme Marcela. Se armó un despelote...
En nuestra mesa se hizo la noche. Nos miramos como dos hermanos antes de desembarcar en Normandía. Solos, en el incómodo silencio de los hombres que van a la batalla. Camaradas de armas.
—Loco... estás a tiempo... venite conmigo a Buenos Aires. La ley de los grandes números. Ahí no podrá encontrarnos.
Le hizo tanta gracia mi cara de desesperación que terminó tomándose un café conmigo. Me contó que quería ser escritor, así que supuse que iba a sonsacarme datos para sus propias historias. El pibe me pareció tan amable -gestionó un vuelo urgente a Buenos Aires y me puso en primera sin cobrarme nada- que no pude negarme.
—Vos venís escapando de una mina —me dijo.
—Claro, salamín, si no por qué iba a querer salir en el primer vuelo a cualquier parte...
—Pero contame... qué pasó... —entonces le narré Las mil y una noches.
—Ahhhh... ¡pero a esa mina la conozco! —terminó por decirme. —¡Fui una vez a comprarle un mueble de segunda mano que estaba sospechosamente barato e insistió en que mi esposa se quedara en la puerta...! ¡¡Casi me devora!! Tuvo que venir a rescatarme Marcela. Se armó un despelote...
En nuestra mesa se hizo la noche. Nos miramos como dos hermanos antes de desembarcar en Normandía. Solos, en el incómodo silencio de los hombres que van a la batalla. Camaradas de armas.
—Loco... estás a tiempo... venite conmigo a Buenos Aires. La ley de los grandes números. Ahí no podrá encontrarnos.
domingo, 24 de mayo de 2020
El optimista patológico
Como soy de natural optimista siempre he tenido un enfoque positivo sobre el arte y la vida en general. Si a la gente le gusta lo que hago, ideal de la muerte. Todo son parabienes, abrazos y besos maravillosos. ¿Dinero? Bueno...¡quién lo necesita! Alguna morena habrá que me invite a desayunar. La hora de la comida... ya la resolveré. El truco para ser artista es tener quince amigos. El número máximo de veces que un amigo te puede invitar a comer por mes sin que te mande a freír puñetas es dos. Está todo calculado.
En cambio, si lo que hago resulta un fracaso absoluto e incuestionable y el público, horrorizado y escandalizado a partes iguales, decide tirarme toda clase de hortalizas, ya se sabe, tomates, pimientos, pepinos, cebollas, ajos, pan duro... pues ya tengo ingredientes para el salmorejo de esa semana.
Sea como sea, de hambre no me muero. Y tan alta vida espero...
En cambio, si lo que hago resulta un fracaso absoluto e incuestionable y el público, horrorizado y escandalizado a partes iguales, decide tirarme toda clase de hortalizas, ya se sabe, tomates, pimientos, pepinos, cebollas, ajos, pan duro... pues ya tengo ingredientes para el salmorejo de esa semana.
Sea como sea, de hambre no me muero. Y tan alta vida espero...
sábado, 23 de mayo de 2020
Sudestada
Un hombre joven escapa hacia el fin del mundo en una carrera
enloquecida. Huye de un destino escrito, huye de sí mismo. Su padre sale en su
busca pero siempre llega tarde. Viedma, Puerto Madryn, Comodoro Rivadavia,
Puerto San Julián, Río Gallegos. Él brilla como una moneda nueva, es más rápido
que el viento.
Años de soledades. Insomnios. No quiero ver a nadie. Silencios.
Bariloche, lagos como espejos. Cordilleras. Alguien le avisa de que su padre está agonizando en un hospital de Buenos Aires. ¿Te acordás que me prometiste que no ibas a dejarme morir en un hospital? Fue una tarde en Monte Hermoso, caminando por la playa. Los dos solos, el atardecer perfecto. Vos ibas y venías al mar saltando las olas. Me abrazabas envuelto en sal. Entonces teníamos toda la vida por delante. Entonces no hacíamos más que reír juntos. La alegría es un compuesto simple.
Un tren de medianoche cruza la pampa. Tierras desoladas y espíritus de indios. Lamentos. Frío en el alma. Solo con sus recuerdos. El viaje que hicimos a Tandil. Te dejé manejar el camión. Vos estabas tan feliz... imitabas mis movimientos al volante y yo me moría de risa. Había que entregar un cargamento de cueros. Yo estaba orgulloso. Iba con mi hijo, el más grande, el más fuerte. Llegamos a la estancia. Nos recibió el patrón. Le caímos bien de inmediato, vos tenías esa virtud tan rara de caerle bien a todo el mundo. Nos invitó a un asado y estuvimos hablando de bueyes perdidos hasta el amanecer, meta vino y guitarreada con los peones.
A la vuelta vos me dijiste "sos el mejor padre del mundo" y me regalaste una sonrisa que aún me dura. Hay golpes en la vida tan fuertes. Como del rayo. Son los heraldos negros. El arte de seguir viviendo.
No vengas. No vuelvas a Buenos Aires. No vas a llegar a tiempo. Es mejor así. Dejame dormir. Despertame cuando se haya acabado septiembre.
Años de soledades. Insomnios. No quiero ver a nadie. Silencios.
Bariloche, lagos como espejos. Cordilleras. Alguien le avisa de que su padre está agonizando en un hospital de Buenos Aires. ¿Te acordás que me prometiste que no ibas a dejarme morir en un hospital? Fue una tarde en Monte Hermoso, caminando por la playa. Los dos solos, el atardecer perfecto. Vos ibas y venías al mar saltando las olas. Me abrazabas envuelto en sal. Entonces teníamos toda la vida por delante. Entonces no hacíamos más que reír juntos. La alegría es un compuesto simple.
Un tren de medianoche cruza la pampa. Tierras desoladas y espíritus de indios. Lamentos. Frío en el alma. Solo con sus recuerdos. El viaje que hicimos a Tandil. Te dejé manejar el camión. Vos estabas tan feliz... imitabas mis movimientos al volante y yo me moría de risa. Había que entregar un cargamento de cueros. Yo estaba orgulloso. Iba con mi hijo, el más grande, el más fuerte. Llegamos a la estancia. Nos recibió el patrón. Le caímos bien de inmediato, vos tenías esa virtud tan rara de caerle bien a todo el mundo. Nos invitó a un asado y estuvimos hablando de bueyes perdidos hasta el amanecer, meta vino y guitarreada con los peones.
A la vuelta vos me dijiste "sos el mejor padre del mundo" y me regalaste una sonrisa que aún me dura. Hay golpes en la vida tan fuertes. Como del rayo. Son los heraldos negros. El arte de seguir viviendo.
No vengas. No vuelvas a Buenos Aires. No vas a llegar a tiempo. Es mejor así. Dejame dormir. Despertame cuando se haya acabado septiembre.
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martes, 19 de mayo de 2020
Intensidades
A decir verdad he tenido la enorme fortuna de haber conocido amantes maravillosas que me han amado y a las que yo he amado con locura. Entre nosotros las cartas, las palabras, siempre tuvieron un protagonismo central. Y las cartas que guardo como oro en paño son un prodigio de ternura y entrega sin límites. He conocido gente incapaz de entregar el corazón, cómo no, pero esas ni siquiera alcanzaron la categoría de historias. Fueron simples barcos que se cruzan en la noche. Incluso a ellas les guardo afecto. Mis queridas maestras en el arte antiguo de amar.
Creo firmemente que la palabra es lo único sagrado que hay en nosotros. Las palabras determinan lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Dios es lenguaje. Y en el lenguaje están las claves del Universo.
He tenido la fortuna de oír mi nombre pronunciado con mil acentos, mil formas de dar el cariño. Incluso algunas mujeres insistían en llamarme Ariel, mi segundo nombre. León de Dios. Creaban otra personalidad que también está en mí y me transportaban a los días de mi primera infancia, cuando mi querido abuelo Lázaro me llamaba así.
Nadie puede ser mejor que sus palabras. Nadie puede ir más allá de sus silencios. La vida y la muerte son un tren nocturno que no se detiene. El número de veces que dirás una palabra de cariño a otro ser humano ha sido cuidadosamente pesado, medido. No podrás superar el límite. ¿Cuántas veces volverás a decirlas? ¿Veinte, cincuenta quizá...? ¿Cuántas veces alguien te hará sentir amado, deseado? Antes de entrar en la larga noche.
Pero fue Ingrid Bergman quien, al ser escandinava -esa equilibrada mezcla de lava y hielo-, escribió la carta de amor perfecta en términos de economía de medios y eficacia en el resultado. Siendo una mujer casada le escribió lo siguiente a un hombre casado al que no conocía personalmente, en los conservadores 50 del siglo pasado. La actriz sueca vio la obra de Roberto Rossellini y le envió las siguientes líneas:
"Querido Sr. Rossellini: He visto sus cintas 'Roma, ciudad abierta' y 'Paisá' y las he disfrutado mucho. Si usted necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, que no entiende mucho de francés y que en italiano sólo puede decir 'ti amo', estoy lista para viajar y hacer un filme con usted".
Lo demás es historia. Os deseo la mayor de las intensidades.
Creo firmemente que la palabra es lo único sagrado que hay en nosotros. Las palabras determinan lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Dios es lenguaje. Y en el lenguaje están las claves del Universo.
He tenido la fortuna de oír mi nombre pronunciado con mil acentos, mil formas de dar el cariño. Incluso algunas mujeres insistían en llamarme Ariel, mi segundo nombre. León de Dios. Creaban otra personalidad que también está en mí y me transportaban a los días de mi primera infancia, cuando mi querido abuelo Lázaro me llamaba así.
Nadie puede ser mejor que sus palabras. Nadie puede ir más allá de sus silencios. La vida y la muerte son un tren nocturno que no se detiene. El número de veces que dirás una palabra de cariño a otro ser humano ha sido cuidadosamente pesado, medido. No podrás superar el límite. ¿Cuántas veces volverás a decirlas? ¿Veinte, cincuenta quizá...? ¿Cuántas veces alguien te hará sentir amado, deseado? Antes de entrar en la larga noche.
Pero fue Ingrid Bergman quien, al ser escandinava -esa equilibrada mezcla de lava y hielo-, escribió la carta de amor perfecta en términos de economía de medios y eficacia en el resultado. Siendo una mujer casada le escribió lo siguiente a un hombre casado al que no conocía personalmente, en los conservadores 50 del siglo pasado. La actriz sueca vio la obra de Roberto Rossellini y le envió las siguientes líneas:
"Querido Sr. Rossellini: He visto sus cintas 'Roma, ciudad abierta' y 'Paisá' y las he disfrutado mucho. Si usted necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, que no entiende mucho de francés y que en italiano sólo puede decir 'ti amo', estoy lista para viajar y hacer un filme con usted".
Lo demás es historia. Os deseo la mayor de las intensidades.
sábado, 2 de mayo de 2020
Vuelta al tren
A la altura de Alcalá se monta una pareja. Se sientan a escasos metros de donde estoy, con la guitarra y la bolsa de los pertrechos de guerra. Regreso a casa después de cantar en Madrid. Contento de haber visto los rostros iluminados de gente muy querida. Canté a escasos metros de donde Manuel triunfó, cerca de la línea del frente. No pasarán!
El pasaje está medio somnoliento. Comienza octubre. Domingo norte. Oigo hablar a los recién llegados. Colombianos. Ese castellano tan redondo, tan sabroso. ¿Paisas...?
—Usted hace que mis días no tengan final, que quiera aprender a volar —dice él.
Ella lo mira y lo besa.
No deben tener más de treinta años y sin embargo ambos muestran marcas indelebles de haber sufrido desde que comenzó su tiempo.
Observo los hombros de él. Lleva la cárcel tatuada: un cierto peso, una leve inclinación de los omóplatos, la presión de noches sin sueño. Eso no se va nunca. Se queda ahí.
El rostro de ella tiene mucha calle. Las cicatrices están por dentro. Son más sutiles, más profundas.
—La sonrisa de usted, sus manos me dan ganas de vivir. No quiero otra cosa. Lo pienso a todas horas —dice ella y vuelve a besarlo como si el sol fuera a enfriarse.
En el vagón se ha hecho un silencio de templo. Todas las miradas, los rostros de los pasajeros confluyen en los que viajan suspendidos.
Están solos. Nunca tuvieron nada suyo. Tampoco les hace falta. Conocen el secreto mejor guardado desde que el mundo es mundo. El gesto, la palabra precisa.
Nos contemplamos todos, asombrados de estar vivos. El aire es más dulce y el tren quiere ir al mar. Las palabras le regalan densidad al tiempo.
Ella pondrá dos piedras de futura mirada. Sí. Ella tiene vida en su interior. Está cargada de vida.
El pasaje está medio somnoliento. Comienza octubre. Domingo norte. Oigo hablar a los recién llegados. Colombianos. Ese castellano tan redondo, tan sabroso. ¿Paisas...?
—Usted hace que mis días no tengan final, que quiera aprender a volar —dice él.
Ella lo mira y lo besa.
No deben tener más de treinta años y sin embargo ambos muestran marcas indelebles de haber sufrido desde que comenzó su tiempo.
Observo los hombros de él. Lleva la cárcel tatuada: un cierto peso, una leve inclinación de los omóplatos, la presión de noches sin sueño. Eso no se va nunca. Se queda ahí.
El rostro de ella tiene mucha calle. Las cicatrices están por dentro. Son más sutiles, más profundas.
—La sonrisa de usted, sus manos me dan ganas de vivir. No quiero otra cosa. Lo pienso a todas horas —dice ella y vuelve a besarlo como si el sol fuera a enfriarse.
En el vagón se ha hecho un silencio de templo. Todas las miradas, los rostros de los pasajeros confluyen en los que viajan suspendidos.
Están solos. Nunca tuvieron nada suyo. Tampoco les hace falta. Conocen el secreto mejor guardado desde que el mundo es mundo. El gesto, la palabra precisa.
Nos contemplamos todos, asombrados de estar vivos. El aire es más dulce y el tren quiere ir al mar. Las palabras le regalan densidad al tiempo.
Ella pondrá dos piedras de futura mirada. Sí. Ella tiene vida en su interior. Está cargada de vida.
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