miércoles, 6 de octubre de 2010
La patria no se hizo sola
Hoy se publica en el periódico español "El País" un artículo firmado por John Carlin, periodista inglés que vivió 10 años en Argentina y Carlos Pierini, psicoanalista argentino que vive en Baires.
El artículo se centra en el análisis del maradonismo, una suerte de enfermedad patria que hunde sus raíces en el pensamiento mágico y en la creencia de que la Argentina es una tierra directamente elegida por Dios, un pueblo elegido (¿puede haber dos...? ¿Qué ocurriría en el caso de un judío ortodoxo argentino? ¿Sería una especie de elegido "premium"?).
Del dolor de comprobar la terrible cuesta abajo en apenas cien años de un país con todos los naipes para dar de comer a su gente y brillar con fuerza (apenas 40 millones de personas en un territorio plagado de bendiciones naturales que multiplica por 5,5 la superficie de España), tratar de comprender qué clase de dirigentes engendra y de algo más preocupante: tratar de dilucidar de dónde surge la necesidad acuciante de vivir como Maqroll el gaviero, el personaje de Álvaro Mutis que inventa la realidad de forma permanente.
En el pasado siglo, los nombres destacados de la Argentina estuvieron en boca de medio mundo: Piazzolla, Cortázar, Borges, Arlt, Gardel, y un largo etcétera. ¿Dónde se tuerce el camino de forma trágica? Una clase media diezmada, una población empobrecida. Ricos atrincherados: cuanto más altos son los muros de sus countries, mayor probabilidad de que los estén esperando a la salida. Mucha bronca siempre a punto de estallar. Como si el suelo de Buenos Aires estuviera electrificado las veinticuatro horas del día. Probablemente, la respuesta tenga mucho que ver con los factores omnipresentes en la sociedad argentina desde 1930.
En su libro "Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850" -cuya edición al español traduje hace más de quince años, cuando vivía en las montañas con un señor muy pequeño llamado Iván que me sonreía a todas horas, así traduce cualquiera...- John Lynch hace un brillante análisis de la figura del Caudillo y su extraña simbiosis con el pueblo, una constante en el imaginario colectivo de los pueblos iberoamericanos. La necesidad de un padre protector, omnipresente y omnisciente. Un elemento inestable y altamente corrosivo. Presencias poderosas que mantienen al pueblo en un permanente estado de sumisión mental.
El artículo es polémico, agrio y hace sangre. Un punto de partida para discutir largo y tendido. A Maradona alguien debería decirle que a fin de cuentas, es humano. Qué le vamos a hacer... Que debería hablar siempre con los pies, porque cada vez que abre la boca mete la pata hasta el fondo. Alguien capaz de hacer que un pueblo como el español, que por razones históricas y de sangre adora al pueblo argentino -porque entre otras cosas siente que afectivamente Argentina es una parte de España- deseara con todas sus fuerzas que Alemania pusiera en su sitio al "señor 10", lo que efectivamente ocurrió.
Al analizar la sociedad mexicana en "El laberinto de la soledad", Octavio Paz no deja títere con cabeza. Diseccionar el ser nacional es un ejercicio doloroso, pero terriblemente necesario. El hambre que pasan los pibes es real y el culpable está dentro de las fronteras argentinas. No viene del más allá.
Ahí va. Sin anestesia. Oíd mortales (a ver si los problemas van a estar grabados en el comienzo del himno nacional...)
"Se dice con frecuencia que la solución a los problemas del África subsahariana es la educación; que los recursos naturales abundan y que si sólo se pudiera proporcionar un buen nivel educativo a la gente el continente despegaría. No necesariamente. Miren el caso de Argentina. Todos los recursos naturales que quieran, una bajísima densidad de población y, a lo largo de la mayor parte del siglo XX, índices escolares que no han tenido nada que envidiar a Europa occidental. Pero hoy, en un país que hace 100 años era uno de los 10 más ricos del mundo, la tercera parte de los recién nacidos están condenados a crecer en la pobreza, si es que logran crecer. Ocho niños menores de cinco años mueren al día debido a la desnutrición en un país que debería ser, como hace tiempo fue, el granero del mundo. Semejante aberración florece en un contexto político en el que a lo largo de más de medio siglo juntas militares han alternado el poder con Gobiernos populistas, corruptos o incompetentes. El actual Gobierno peronista de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (como el anterior, de su marido Néstor Kirchner) es más afín al de Hugo Chávez en Venezuela o al de Daniel Ortega en Nicaragua que a los Gobiernos pragmáticos y serios de Brasil, Chile o el vecino Uruguay donde, por cierto, hoy se consume más carne per cápita que en Argentina. ¿Dónde ha quedado la famosa Justicia Social proclamada hasta el cansancio por el peronismo que ha gobernado la mayor parte del período democrático instaurado en 1983? ¿Cuál es el problema?
El punto de partida es la negación de la realidad. Este es el terreno en el que opera Maradona.
El problema es Diego Maradona. O, para ser más precisos, lo encarna, como símbolo, Maradona, el "Diez", "el Dios Argentino", el ídolo nacional por goleada. La idolatría a los líderes redentores, el culto a la viveza y (su hermano gemelo) el desprecio por la ética del trabajo, el narcisismo, la fe en las soluciones mágicas, el impulso a exculparse achacando los males a otros, el fantochismo son características que no definen a todos los argentinos, pero que Maradona representa en caricatura payasesca y que la mayoría de la población, aquella misma incapaz de perder la fe en el peronismo, aplaude no con risas sino con perversa seriedad. El punto de partida es la negación de la realidad. Este es el terreno en el que opera Maradona y en el que su legión de devotos se adentra -como por ejemplo los 20.000 que fueron al aeropuerto de Ezeiza para darle las gracias tras la desastrosa actuación en el Mundial de Sudáfrica- para adorarle.
Esos mismos que disfrutaban como locos con las grotescas actitudes y dichos del ídolo -"¡que la chupen!"- fueron en manada a vitorearlo al llegar a Buenos Aires después de la goleada de 4-0 que Alemania le propinó, expulsando a su selección del Mundial. Presos de la nostalgia, no olvidan nunca que "ÉL" hizo el famoso gol con la "mano de Dios"; o sea que su mano y la mano de Dios son la misma mano. "EL" es uno con "DIOS". La manada entonces, mientras grita para adentro, "¡Si estamos unidos a Dios Maradona compartiremos toda su gloria!", grita para afuera: Maradooooooona, Maradooooooona. Y no olvidemos el dicho nacional, al mismo tiempo jocoso y lleno de convicción, "¡Dios es argentino!".
Diego Maradona fue un monumental jugador de fútbol. Pero la fama justificada no da títulos, ni derechos, ni conocimientos para opinar con absoluta certeza acerca de casi todo y al mismo tiempo desautorizar a todo aquel que no esté de acuerdo con sus ideas. En Argentina, mientras avergonzaba a algunos, hacía gritar de entusiasmo a muchos más. Creían, orgullosos, que unidos al "ídolo" todo el mundo "se la chupaba". En realidad el que se ha chupado todo, desde alcohol hasta cocaína, ha sido Maradona. Nadie lo acusa ni lo maltrata por su triste enfermedad. Solo se trata de señalar su soberbia desconsiderada, de carácter profundamente narcisista, base de sus penosas afecciones del alma, metáfora de la patología crónica de un país.
Hace 15 días Maradona dio su primera entrevista desde la debacle de Sudáfrica. El ex director técnico de la selección argentina, al que se le oyó diciendo minutos antes de aquel partido que su equipo iba a dar una lección de fútbol a los alemanes, no ofreció ni análisis, ni explicación por la derrota, salvo decir que el portero alemán estuvo "muy seguro" y después del 2-0 "nos vinimos abajo". Con un poco de suerte (la magia de la suerte lo abandonó, ¿el otro Dios estaba en su contra?) el partido se hubiera ganado. Culpa por el desastre no aceptó ninguna.
En cuanto a la victoria argentina 4-1 el mes pasado contra el campeón del mundo, España, bajo el mando de un nuevo seleccionador, confesó que prefirió no ver el partido. Claro. Porque ver aquel partido hubiera significado chocarse con la realidad y arriesgar salir del autoengaño enfermizo que le permitió afirmar en la misma entrevista que -avalado por el ex presidente Néstor Kirchner, que en una reunión la semana pasada le "felicitó" por el Mundial- él seguía siendo el candidato idóneo para dirigir la selección. "Daría la vida", dijo, "daría un brazo" por recuperar el puesto.
El fracaso de Maradona en el Mundial fue el espejo del fracaso de Argentina como país. Por un lado, una falta de rigor y humildad en la planificación; por otro, un derroche de los recursos disponibles. Talento sobraba, salvo que por amiguismo, ceguera, populismo patriotero o sencilla idiotez Maradona decidió no convocar a la mitad de los mejores; no solo no explotó los recursos que tenía, no los quiso ni ver. El nuevo seleccionador, Sergio Batista, puso en el campo contra España a cuatro jugadores básicos que Maradona ni siquiera había convocado para Sudáfrica y lo que se vio fue un equipo sólido que hubiera sabido competir contra Alemania, como contra cualquiera en el Mundial. Es decir, el sentido común existe en Argentina; solo que demasiadas veces, obliterado por la luz maradoniana, brilla por su ausencia.
En el sistema maradoniano solamente brilla la ilusión. Dentro de este sistema de pensamiento las cosas terminan no teniendo ni pies ni cabeza. Resultado: fracaso en la vida y arrastrando en el fracaso, en este caso, a la selección argentina, pero también se puede arrastrar a toda una nación. Recorriendo la historia del siglo XX sabemos la potencia destructiva de la ilusión cuando no es contrabalanceada por la realidad terrenal, nunca tan agradable ella como los espejismos de la ficción.
Cuando llevados por la fantasía se eligen directores técnicos o presidentes o sistemas de características populistas, autoritarios y antidemocráticos, con pocos pies sobre la tierra, el resultado inevitable es el fracaso. Un director técnico que no tiene ni ha tenido capacidad para manejar su vida, que además no es director técnico (por preparación) y por lo tanto al titularse así toma las características de un impostor, tuvo como resultado el descalabro de la selección argentina. Puede ocurrir nuevamente algo similar con la Argentina misma si los directores técnicos, léase la pareja que lleva siete años en el poder, siguen el camino compulsivamente repetitivo de la tergiversación permanente de la realidad. El endiosamiento de seres Ídolos-Dioses a los que no se debe criticar, como a Perón, Evita, Maradona, Cristina Fernández o Néstor Kirchner, intocables seres sin errores, lleva al fracaso reiterativo y doloroso que arrastra a millones de argentinos al sufrimiento. El granero del mundo se va convirtiendo en un país lleno además de granos de pústulas creadas por el sistema: fracaso, pobreza, desnutrición, inseguridad, criminalidad, destrucción de las instituciones, ataque permanente a la prensa opositora, ataque a la ley, destrucción de la educación (eso también) y llegamos entonces a que la fantasía de ser un pueblo "protegido" por los Dioses cae en una triste y ridícula realidad.
Las sociedades propensas a alimentar estas ilusiones, caen en la seducción hipnótica de líderes de estas características. Son sociedades cerradas, como dice Karl Popper, con un fuerte carácter autoritario, convicciones inamovibles y preponderancia al pensamiento mágico. En estos casos el horizonte de expectativas está absolutamente distorsionado por las ilusiones y las consecuencias se traducen en un sinnúmero de fracasos compulsivamente repetitivos. Decía Albert Einstein que la locura era repetir lo mismo una y otra vez, esperando diferentes resultados. Eso es lo que propone Maradona al reafirmar su derecho a dirigir la selección de fútbol. Al apoyar su estrambótica candidatura, los Kirchner, eso sí, están siendo consecuentes. Ellos también piden, pese al fracaso mundialista de su gestión, como el de los regímenes peronistas que los precedieron, que se prolongue su dinastía en las elecciones generales del año que viene. Es probable que lo consigan. Sería la victoria del pensamiento mágico maradoniano, sobre el que el sol de la bandera argentina nunca se pone".
John Carlin, periodista, vivió 10 años en Argentina; Carlos Pierini trabaja como médico psicoanalista en Buenos Aires.
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2 comentarios:
Lúcido el articulo que citas -no lo leí- y lúcido el tuyo, gracias Martin.
Más allá de Maradona, que jamás me interesó ni me sentí identificado con él, veo en este artículo una mirada muy parcial, muy embuído de la mirada de la llamada "prensa opositora". Va este otro artículo que tiene otra mirada
http://seminario485.blogspot.com/2010/09/manuel-rivas-gracias-argentina.html
No nos quedemos con una sola...
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