La noticia apareció ayer, de sopetón, a la hora de la comida en España. Ando estos días ocupado en otros menesteres y apenas leo la prensa.
Hace muy poco, en este mismo blog, comenzamos con Raúl Minsburg -y con otros amigos- un diálogo desde las dos orillas sobre el populismo, el peronismo, el matrimonio K, los otros, Clarín y el presente y futuro de Latinoamérica. Con la intención de ir hacia adelante, obviamente.
Si la desaparición de una sola persona da al traste con todo un proyecto político se reforzaría la tesis del papá omnisciente, del caudillo infalible que presuntamente necesitamos para avanzar. Algo propio de culturas atrasadas.
No obstante -nunca me gustaron los K, su estilo, su forma de hablar, su intención de perpetuarse en el poder, etc.- me considero una persona de izquierda. Aunque a estas alturas no sé bien qué es eso. Supongo que la simple duda -otros lo tienen todo muy clarito- es un punto a nuestro favor. Pero la diferencia existe y da para discutir largo y tendido. No es lo mismo Rubalcaba que Soraya Sáenz de Santamaría. No es lo mismo. Pero eso es para otro día.
Cuando se critica a la izquierda es para que mejore, para que no pierda el rumbo, para que no se extravíe definitivamente siendo títere de los mercados. Todos sabemos dónde están las fuerzas negras.
Ayer murió -a los 60 años de edad- el hombre que estabilizó la República Argentina después de la peor crisis de su historia. Algún mérito tendrá, aunque sólo fuera por eso.
Voy a publicar una nota de alguien cuyo trabajo respeto: Mempo Giardinelli, hablando sobre el particular. Comparto muchos de sus puntos de vista.
En la tierra que me vio nacer, plena de gente cargada de emoción, de talento y de bondad, la revolución se sigue haciendo en bicicleta. A ver si compramos algunos burros y logramos que los soretes desaparezcan definitivamente del mapa.
Néstor y lo que viene
Por Mempo Giardinelli
Escribo esto en caliente, en la misma mañana de la muerte anunciada de
Néstor Kirchner, y ojalá me equivoque. Pero siento dolor y miedo, y
necesito expresarlo.
Pienso que estos días van a ser feísimos, con un carnaval de
hipocresía en el Congreso, ya van a ver. Los muertos políticos van a
estar ahí con sus jetas impertérritas. Los resucitados de gobiernos
anteriores. Los lameculos profesionales que ahora se dicen
"disidentes". Los frívolos y los garcas que a diario dibujan Rudi y
Dany. Todos ellos y ellas. Caras de plástico, de hierro fundido, de
caca endurecida. Aplaudidos secretamente por los que ya están
emitiendo mailes de alegría feroz.
Los veremos en la tele, los veo ya en este mediodía soleado que aquí
en el Chaco, al menos, resplandece como para una mejor causa.
Nunca fui kirchnerista. Nunca vi a Néstor en persona, jamás estuve en
un mismo lugar con él. Ni siquiera lo voté en 2003. Y se lo dije la
única vez que me llamó por teléfono para pedirme que aceptara ser
embajador argentino en Cuba.
Siempre dije y escribí que no me gustaba su estilo medio cachafaz, esa
informalidad provocadora que lo caracterizaba. Su manera tan peronista
de hacer política juntando agua clara y aceite usado y viscoso.
Pero lo fui respetando a medida que, con un poder que no tenía, tomaba
velozmente medidas que la Argentina necesitaba y casi todos veníamos
pidiendo a gritos. Y que enumero ahora, porque en el futuro inmediato
me parece que tendremos que subrayar estos recuentos para marcar
diferencias.
Fue él, o su gobierno, y ahora el de Cristina:
—El que cambió la política pública de Derechos Humanos en la
Argentina. Nada menos. Ahora algunos dicen que estar "hartos" del
asunto, como otros criticaron siempre que era una política más
declarativa que otra cosa. Pero Néstor lo hizo: lo empezó y fue
consecuente. Y así se ganó el respeto de millones.
—El que cambió la Corte Suprema de Justicia, y no importa si después
la Corte no ha sabido cambiar a la justicia argentina.
—El que abrió los archivos de los servicios secretos y con ello
reorientó el juicio por los atentados sufridos por la comunidad judía
en los '90.
—El que recuperó el control público del Correo, de Aguas, de Aerolíneas.
—El que impulsó y logró la nulidad de las leyes que impedían conocer
la verdad y castigar a los culpables del genocidio.
—El que cambió nuestra política exterior terminando con las
claudicantes relaciones carnales y otras payasadas.
—El que dispuso una consecuente y progresista política educativa como
no tuvimos por décadas, y el que cambió la infame Ley Federal de
Educación menemista por la actual, que es democrática e inclusiva.
—El que empezó a cambiar la política hacia los maestros y los
jubilados, que por muchos años fueron los dos sectores salarialmente
más atrasados del país.
—El que cambió radicalmente la política de Defensa, de manera que
ahora este país empieza a tener unas Fuerzas Armadas diferentes,
democráticas y sometidas al poder político por primera vez en su
historia.
—El que inició una gestión plural en la Cultura, que ahora abarca todo
el país y no sólo la Ciudad de Buenos Aires.
—El que comenzó la primera reforma fiscal en décadas, a la que todavía
le falta mucho pero hoy permite recaudaciones récord.
—El que renegoció la deuda externa y terminó con la estúpida dictadura
del FMI. Y por primera vez maneja el Banco Central con una política
nacional y con record de divisas.
—El que liquidó el infame negocio de las AFJP y recuperó para el
Estado la previsión social.
—El que con la nueva Ley de Medios empezó a limitar el poder absoluto
de la dictadura periodística privada que todavía distorsiona la cabeza
de millones de compatriotas.
—El que impulsó la Ley de matrimonio igualitario y mantiene una
política antidiscriminatoria como jamás tuvimos.
—El que viene gestionando un crecimiento económico de los más altos
del mundo, con recuperación industrial evidente, estabilidad de casi
una década y disminución del desempleo. Y va por más, porque se acerca
la nueva legislación de entidades bancarias, que terminará un día de
estos con las herencias de Martínez de Hoz y de Cavallo.
Néstor lo hizo. Junto a Cristina, que lo sigue haciendo. Con
innumerables errores, desde ya. Con metidas de pata, corruptelas y
turbiedades varias y algunas muy irritantes, funcionarios
impresentables, cierta belicosidad inútil y lo que se quiera
reprocharles, todo eso que a muchos como yo nos dificulta declararnos
kirchneristas, o nos lo impide.
Pero sólo los miserables olvidan que la corrupción en la Argentina es
connatural desde que la reinventaron los mil veces malditos dictadores
y el riojano ídem.
De manera que sin justificarle ni un centavo mal habido a nadie, en
esta hora hay que recordarle a la nación toda que nadie, pero nadie, y
ningún presidente desde por lo menos Juan Perón entre el 46 y el 55,
produjo tantos y tan profundos cambios positivos en y para la vida
nacional.
A ver si alguien puede decir lo contrario.
De manera que menudos méritos los de este flaco bizco, desfachatado,
contradictorio y de caminar ladeado, como el de los pingüinos.
Sí, escribo esto adolorido y con miedo, en esta jodida mañana de sol,
y desolado también, como millones de argentinos, un poco por este
hombre que Estela de Carlotto acaba de definir como "indispensable" y
otro poco por nosotros, por nuestro amado y pobrecito país.
Y redoblo mi ruego de que Cristina se cuide, y la cuidemos. Se nos
viene encima un año tremendo, con las jaurías sedientas y capaces de
cualquier cosa por recuperar el miserable poder que tuvieron y
perdieron gracias a quienes ellos llamaron despreciativamente "Los K"
y nosotros, los argentinos de a pie, los ciudadanos y ciudadanas que
no comemos masitas envenenadas por la prensa y la tele del sistema
mediático privado, probablemente y en adelante los recordaremos como
"Néstor y Cristina, los que cambiaron la Argentina".
Descanse en paz, Néstor Kirchner, con todos sus errores, defectos y
miserias si las tuvo, pero sobre todo con sus enormes aciertos. Y
aguante Cristina. Que no está sola.
Y los demás, nosotros, a apechugar. ¿O acaso hemos hecho otra cosa en
nuestras vidas y en este país?
jueves, 28 de octubre de 2010
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