Día gris, para variar, en España cañí. Cumplo a rajatabla el acuerdo de divorcio. Mi destino se rije por horarios refrendados, debidamente abonados, compulsados, sellados y lacrados por la autoridad competente. Sobrevivo entre partituras y actos suplidos, minutas, devengos, locomoción, correos, copias, transportes, medidas provisionales, medidas cautelares, juicios verbales, derechos, provisiones de fondos, desglose de poderes, testimonios, petición de alimentos, procuradores, abogados, letrados.
Un día como hoy de hace siete años volaron los trenes de Atocha. Los primeros en llamar, al minuto, fueron Joseba desde Bilbao y Mario desde Alemania. Esas cosas no se olvidan. Sabían que solía subir a esos trenes. Pudo haberme tocado sin más.
Indirectamente, los fundamentalistas islámicos le dieron la puntilla a ETA, ya que después de semejante bestialidad, poner petardos en gasolineras resultaba escasamente terrorífico. Ya no basta con asesinar a sangre fría a una, dos o quince personas, cosa en la que ETA tiene varios masters. No. Para ser terrorista cum laude hay que llevarse por delante a más de 200 y dejar secuelas imborrables en varios miles de una tacada, en caso contrario el público se levanta de la butaca. Eso es terrorismo. Qué será lo próximo que se les ocurrirá a estas brillantes mentes. Una central nuclear, bombas químicas, virus letales.
El terrorista, un gran triunfo de la evolución.
En los alrededores de la estación de Atocha, ya de por sí sombríos, de aluvión, de paso, despersonalizados, inquietantes, con sabor a cuartel de noche, a comedor de oficina, a cola del paro, se suma la presencia invisible de espíritus torturados. Si se afina el oído se les oye gritar por las noches. Se detuvo antes de tiempo el reloj para cientos de almas. Familias borradas del mapa. Muertes inútiles.
viernes, 11 de marzo de 2011
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