Líbreme el cielo de poner en duda la autenticidad de semejante aseveración. Pero, ¿acaso no es menos cierto que el fecalismo también campea a sus anchas en el otrora Mare Nostrum, cuna de la civilización que, de seguir por este camino, pronto le quitará la exclusividad al Mar Muerto? ¿Y qué decir de las monstruosas aglomeraciones en los arenales misturados en turbio contubernio con toda clase de sustancias orgánicas e inorgánicas, plásticos, colillas, tampax, pañales? Sugiero incorporar restos de hospital a las playas, ya que es lo único que uno podría echar de menos si se pusiera a catalogar aquello.
¿Podemos engullir paellas en la alegre compañía de hooligangs tatuados hasta en los párpados por un precio cerrado de 8,75 euros y estar completamente seguros de que la materia fecal no se oculta tras los diminutos cangrejos de piscifactoría y las chirlas de Lidl?
¿Acaso la definición de materia fecal no debería extenderse a ciertos bípedos implumes que se empeñan en venir año tras año a la Piel de Toro, páramo de Quijotes, tierra de conejos y hacen todo aquello que jamás se les ocurriría hacer en sus tristes, grises y patéticos países?
En las etapas evolutivas del ser humano se ha producido un paso de "lo sucio" a "lo limpio". Eso nos ha permitido alargar considerablemente la esperanza de vida. Todo iba bien hasta que apareció el turismo de masas. Una horda de borrachos, amorfos y vociferantes seres capaces de colapsar las redes de aguas negras. Las de la paciencia y las de la mera convivencia.
El turismo de masas es al descubrimiento del viaje lo que Juego de Tontos a la historia de la literatura.
En buena hora España se ha convertido en un destino turístico de todo a 100. Nuestro país vale para bastante más que esta vocación, este destino fecal. Y fatal a fe mía...!
El País se equivoca. Intoxica al pueblo español. Los mojitos de la playa no son el principal nido de bacterias fecales.
Que también.
¿Apetece un mojito...? (Foto © Augusto Khágate)
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