En el mes de agosto de 1939, hace ahora 78 años, el mundo se
sorprendía ante un pacto de no agresión firmado por dos potencias que se
odiaban a muerte. Se trataba del pacto germano-soviético que suscribieron
Hitler y Stalin, enemigos irreconciliables. Al primero, el pacto le otorgaba
carta blanca para invadir Polonia y, al segundo, le compraba tiempo para
reorganizar sus propias tropas, descabezadas por las salvajes purgas de los
años 30.
La izquierda de todo el mundo, vertebrada en torno a los
partidos comunistas de Occidente, guardó un espeso silencio ante este tratado. De
un día para otro, la crítica feroz de la Alemania nazi, que ya había aprobado
las leyes de Nüremberg y se había anexionado Austria, Checoslovaquia y diversos
territorios en disputa, desapareció del ideario de los partidos progresistas
como por arte de magia. Había que seguir los dictados de Moscú.
Hoy, agosto de 2017, la izquierda calla ante lo que
sucede en Venezuela.
¿Qué significa ser de izquierdas? ¿Se puede permanecer en
silencio ante los continuos atropellos a los derechos humanos denunciados,
entre otros organismos, por la ONU o la propia Amnistía Internacional? ¿Resulta
admisible cambiar continuamente las reglas del juego democrático cuando los
resultados son adversos? ¿En nombre de qué ideales pueden tolerarse presos
políticos en el año 2017? ¿La estrepitosa caída del bloque soviético no enseñó
nada sobre lo que significan los regímenes totalitarios de partido único y
economía estatalizada?
Venezuela se desangra. Su economía es un desastre sin
paliativos. La población soporta a diario la carencia de suministros básicos y
de medicinas. Asimismo, el nivel de violencia cotidiana genera tal cantidad de
muertes al año que sitúan al país en niveles de guerra civil.
¿Ser de izquierdas supone permanecer callado cuando los que
cometen crímenes son los tuyos? Entonces estamos dando por bueno el mantra de
la mafia. “Sí, es cierto, son unos hijos de puta… pero son NUESTROS HIJOS DE
PUTA”.
No. No se puede ser tan cínico. Se supone que la izquierda
tiene un componente ético del cual carece la derecha, una preocupación por los
más débiles, por aquellos que no le interesan a nadie.
Hoy en día no resulta tan sencillo cometer atrocidades y que
queden impunes. No es la misma situación que se dio en los años 40 en los
campos de concentración. Existe Internet y los teléfonos móviles. La reciente
primavera árabe dio buena muestra de lo que significan los modernos medios de
comunicación en manos de una población enardecida. Cuando vemos en los medios
de todo el mundo a patrullas de motoristas golpeando salvajemente a muchachos
que difícilmente superan los 20 años, que no parecen ser “miembros de la
oligarquía”, no hacen falta más explicaciones. Eso no puede ser. Y punto.
Nunca he entendido aquello de "mis muertos son distintos de los tuyos". Es obvio que la Alemania nazi provocó los sufrimientos de la Segunda Guerra mundial pero, ¿hacía falta bombardear Dresde cuando no era un objetivo militar? Cien mil muertos de un lado se parecen terriblemente a cien mil muertos en el otro bando.
Dejando a un lado la talla intelectual del supuesto conductor de esta ¿revolución
popular? que no admite comparación alguna con personajes como Robespierre,
Lenin o el propio Fidel, ¿qué pretende el régimen bolivariano? ¿Crear una Corea
del Norte en América del Sur?
Los partidos comunistas de Europa se desmarcaron de los
dictados de Moscú creando la vía del eurocomunismo, apostando por respetar el
juego democrático. En ese orden de cosas, Santiago Carrillo participó en la
transición democrática y posibilitó alcanzar pactos con las fuerzas vencedoras
de la Guerra Civil española.
Venezuela es un país maravilloso, de arraigada tradición
democrática. En los años posteriores a la Segunda Guerra arribaron europeos de todas las nacionalidades (italianos, españoles y portugueses, principalmente, pero también alemanes, checos, holandeses, polacos, judíos de distintas naciones, etc.). Durante los años 70 y 80, llegaron perseguidos de las dictaduras del Cono Sur, aquellas que hicieron conocer el término desaparecido en el mundo entero. Todos ellos fueron recibidos con
los brazos abiertos y se incorporaron a la vida académica, cultural y económica
del país.
Es imposible cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo,
porque es grotesco. Ningún intelectual de izquierdas –bien alimentado y
acostumbrado a las garantías democráticas– podría adaptarse a vivir allí.
Porque, entre otras cosas, en un régimen de partido único hay que cerrar la
boca permanentemente. No hay voces críticas, porque acaban en el gulag.
Hay que cerrar la boca como cuando Hitler y Stalin
decidieron darse un abrazo.
¿Se puede ser intelectual y no ser crítico? Eso no es un intelectual, sino un genuflexo paniaguado.
La izquierda no puede ser esto. La izquierda no le revienta la
cabeza a los pibes universitarios. Eso no es izquierda. Es simplemente una
dictadura más.
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