jueves, 10 de agosto de 2017

Una república hermana se desangra

En el mes de agosto de 1939, hace ahora 78 años, el mundo se sorprendía ante un pacto de no agresión firmado por dos potencias que se odiaban a muerte. Se trataba del pacto germano-soviético que suscribieron Hitler y Stalin, enemigos irreconciliables. Al primero, el pacto le otorgaba carta blanca para invadir Polonia y, al segundo, le compraba tiempo para reorganizar sus propias tropas, descabezadas por las salvajes purgas de los años 30.
La izquierda de todo el mundo, vertebrada en torno a los partidos comunistas de Occidente, guardó un espeso silencio ante este tratado. De un día para otro, la crítica feroz de la Alemania nazi, que ya había aprobado las leyes de Nüremberg y se había anexionado Austria, Checoslovaquia y diversos territorios en disputa, desapareció del ideario de los partidos progresistas como por arte de magia. Había que seguir los dictados de Moscú.
Hoy, agosto de 2017, la izquierda calla ante lo que sucede en Venezuela.
¿Qué significa ser de izquierdas? ¿Se puede permanecer en silencio ante los continuos atropellos a los derechos humanos denunciados, entre otros organismos, por la ONU o la propia Amnistía Internacional? ¿Resulta admisible cambiar continuamente las reglas del juego democrático cuando los resultados son adversos? ¿En nombre de qué ideales pueden tolerarse presos políticos en el año 2017? ¿La estrepitosa caída del bloque soviético no enseñó nada sobre lo que significan los regímenes totalitarios de partido único y economía estatalizada?
Venezuela se desangra. Su economía es un desastre sin paliativos. La población soporta a diario la carencia de suministros básicos y de medicinas. Asimismo, el nivel de violencia cotidiana genera tal cantidad de muertes al año que sitúan al país en niveles de guerra civil.
¿Ser de izquierdas supone permanecer callado cuando los que cometen crímenes son los tuyos? Entonces estamos dando por bueno el mantra de la mafia. “Sí, es cierto, son unos hijos de puta… pero son NUESTROS HIJOS DE PUTA”.
No. No se puede ser tan cínico. Se supone que la izquierda tiene un componente ético del cual carece la derecha, una preocupación por los más débiles, por aquellos que no le interesan a nadie.
Hoy en día no resulta tan sencillo cometer atrocidades y que queden impunes. No es la misma situación que se dio en los años 40 en los campos de concentración. Existe Internet y los teléfonos móviles. La reciente primavera árabe dio buena muestra de lo que significan los modernos medios de comunicación en manos de una población enardecida. Cuando vemos en los medios de todo el mundo a patrullas de motoristas golpeando salvajemente a muchachos que difícilmente superan los 20 años, que no parecen ser “miembros de la oligarquía”, no hacen falta más explicaciones. Eso no puede ser. Y punto.
Nunca he entendido aquello de "mis muertos son distintos de los tuyos". Es obvio que la Alemania nazi provocó los sufrimientos de la Segunda Guerra mundial pero, ¿hacía falta bombardear Dresde cuando no era un objetivo militar? Cien mil muertos de un lado se parecen terriblemente a cien mil muertos en el otro bando.
Dejando a un lado la talla intelectual del supuesto conductor de esta ¿revolución popular? que no admite comparación alguna con personajes como Robespierre, Lenin o el propio Fidel, ¿qué pretende el régimen bolivariano? ¿Crear una Corea del Norte en América del Sur?
Los partidos comunistas de Europa se desmarcaron de los dictados de Moscú creando la vía del eurocomunismo, apostando por respetar el juego democrático. En ese orden de cosas, Santiago Carrillo participó en la transición democrática y posibilitó alcanzar pactos con las fuerzas vencedoras de la Guerra Civil española.
Venezuela es un país maravilloso, de arraigada tradición democrática. En los años posteriores a la Segunda Guerra  arribaron europeos de todas las nacionalidades (italianos, españoles y portugueses, principalmente, pero también alemanes, checos, holandeses, polacos, judíos de distintas naciones, etc.). Durante los años 70 y 80, llegaron perseguidos de las dictaduras del Cono Sur, aquellas que hicieron conocer el término desaparecido en el mundo entero. Todos ellos fueron recibidos con los brazos abiertos y se incorporaron a la vida académica, cultural y económica del país.
Es imposible cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo, porque es grotesco. Ningún intelectual de izquierdas –bien alimentado y acostumbrado a las garantías democráticas– podría adaptarse a vivir allí. Porque, entre otras cosas, en un régimen de partido único hay que cerrar la boca permanentemente. No hay voces críticas, porque acaban en el gulag.
Hay que cerrar la boca como cuando Hitler y Stalin decidieron darse un abrazo.
¿Se puede ser intelectual y no ser crítico? Eso no es un intelectual, sino un genuflexo paniaguado.
La izquierda no puede ser esto. La izquierda no le revienta la cabeza a los pibes universitarios. Eso no es izquierda. Es simplemente una dictadura más.

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