Anoche soñé con Firenze. Íbamos caminando de la mano por sus calles. Es extraño, tu ciudad y ahora los dos juntos.
La meglio gioventù. El lugar donde se encuentran los hermanos cuando se produjo la inundación. Se mezclaba con otra escena, cuando Matteo detiene el coche porque no puede más y se funde en un abrazo desesperado con Nicola. Matteo no soportaba la vida. No puede con la vida. Se ahogaba en un vaso de agua, sí, pero se ahogaba. Tardé en comprender. Ahora que es tarde lo sé.
Quise decirte tantas cosas sobre esa película que nunca alcancé a abrir la boca. Solo se me escapaba un llanto ahogado, como en esa escena en que Anthony Hopkins y Emma Thompson resumen la imposibilidad de estar juntos. Se quieren tanto que nunca podrán ser uno. El libro, sus manos, el desdibujado papel pintado de una triste habitación de servidumbre.
En el sueño volvíamos a los mismos lugares, la Enoteca, Carraia y el agua sólida que captaron tus ojos, el Bardini, los cafés... volvían a hacernos las mismas fotos. Santo Spirito. Hasta el gato que acariciaste con tu madre venía a saludarnos. Subíamos al mirador. Otra vez tocaba la misma banda callejera de jazz. Los mismos colores y la misma luz bañando tu rostro.
Amor, quedémonos aquí. La vida se nos va.
Nunca vimos juntos La Dolce Vita. La escena final, la niña que le pregunta mediante gestos en la playa -no era Spiaggia Lunga, de eso estoy seguro- a Marcello Mastroianni si está escribiendo, si sigue creyendo en el arte, si aún le queda algo del alma intacta. Si hay todavía algo del niño que fue dormitando en algún rincón de su piel cansada. De tanto soñar noche y día.
Luego el gigante de Patrolino y la lluvia solo para nosotros. Qué dineral habrá costado esa escenografía, otro de tus innumerables talentos. Lo dispusiste todo a la perfección. Los guardas, la pareja que nos cruzamos a la vuelta, la flor que robé. Extras. Atrezzo. Nunca más volverá a cerrarse para dos.
Habría sido maravilloso desaparecer en ese parque para siempre, quién sabe adónde llevarán los ocultos senderos. Quizá si hubiéramos calzado zapatos del hombre sin edad. Tal vez. Al principio, al templete, a la primera mirada. El pulso de mi sangre. Noi.
Las piedras de la calle. Las fotos hacia arriba, desenfocadas como te gustan a vos, colores forzados, Kodak, Agfa, Fuji. Alguien recorrerá los mismos caminos, la espada en la piedra. Los silencios infinitos, a veces disfrazados de palabras. Alguien descubrirá al niño con el globo rojo en la pared de Siena, justo antes de irse.
Con esas escaleras mecánicas mudas, como el olvido. Trabajando incansables. Subiendo y bajando en plena madrugada, mendicantes. Se encenderán solas, buscándonos, buscándote. Cómo es posible... si nunca volveremos a estar juntos allí.
Hasta Gabriele y su hija venían a nuestro encuentro. La mesa estaba presta. Otra vez el mercado, las cervezas más caras del mundo. La casa llena de amigos. Distintos de nosotros hasta la saciedad, pero nuestra familia.
¡Amor, la flor se ha vuelto a abrir
y hay gusto a soledad, quedémonos aquí!
Ron de noche, las arepas del día 17, Montilla, la voz quebrada de Battiato cuando le canta al amigo recién muerto, las palabras, las manos, el tango, madrugadas de aeropuerto, pterodáctilos, hipopótamos con hipo, mamuts, caracoles encendidos, música italiana, venezolana, zambas, milongas, la tarde bajo el emparrado de primavera, el techo mejor colocado del mundo, el collar de ámbar más feo de la historia, la inundación, risas desde el principio de los tiempos, canciones absurdas, la Tigresa de Oriente, un conejo descomunal, Herbie, la isla presidencial, las hamacas y la forma correcta de acostarse en ellas. En el sueño te lavaba el pelo. Una y otra vez.
Cientos, miles de atentados contra la integridad del día.
Atravesamos la piscina con la vela encendida tantas veces. Fuimos Domenico y Andréi.
Y la luna en Siena. Sí, la luna en Siena otra vez. Siempre es luna llena, todos los días, no solo los 10 de mayo. Todos.
Los ojos de ambos. Pero qué ojos... ¡anda! ¡y tú también...!
En el sueño Firenze era el mundo. Hijos revolviendo la casa, sonrisas, una ventana al mar y un tango de Pugliese sonando melodioso, hiriendo el aire de mediodía.
Los grandes amores mueren jóvenes. Y llegan a historias.
No se quedan ahí.
lunes, 23 de octubre de 2017
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario