Todavía quedan rastros de humedad. Las almohadas comenzaron a arder y por poco se quema la habitación. La facilidad con que reímos al unísono no anuncia finales. Brazos que llueven besos, labios de extraño animal, un solo cuerpo.
Nos miramos al fondo de los ojos, donde solía flotar el alma. Contemplaste mi corazón arisco y yo alcancé a beber tus silencios.
Desde ese lugar, que no volveremos a recorrer juntos, sin soles en la espalda, vi cómo te acomodabas el pelo.
—Me tengo que ir. Se hace tarde.
Ella sabe que no hay camino de regreso. Antes de mí no tengo celos, amor. No volveré a verte.
Dibujé una escultura de humo con el cigarro mientras oí cómo cerrabas la puerta. Un cuchillo.
Matándome lentamente.
sábado, 14 de octubre de 2017
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