domingo, 29 de octubre de 2017

Lo irracional en nosotros

Afirma el filósofo francés Henri Bergson que el homo sapiens es una criatura dotada de razón que, simultáneamente, aferra su existencia a cosas irracionales.

¿De dónde surge esa sed de irracionalidad?

En efecto, en nosotros conviven el pensamiento racional y el pensamiento mágico. Siempre me ha llamado poderosamente la atención el elevado número de científicos que tienen profundas convicciones de caracter religioso. El caso de los médicos, que alternan a diario con la vida y la muerte. Los efectos de la entropía y la "milagrosa" auto-organización de la que están dotados los sistemas biológicos.

En la antropología clásica encontramos ejemplos realmente fascinantes de esquemas de concepción del mundo muy fecundos en términos de creación artística. Las tensiones entre memoria mecánica y memoria creativa o el paradigmático caso de los Nuer (analizado en el fabuloso tratado de Evans-Pritchard), que carecen de una expresión equivalente a "tiempo".

En su magnífica película "Match Point", Woody Allen reflexiona sobre el peso de la suerte en la existencia humana. Todos los que amamos el tenis -deporte de dioses-, sabemos lo que significa que la bola pegue en la cinta. Sabemos que hay un instante en que la bola pareciera dudar, pareciera tener vida propia. Y cuando cae del lado del rival le pedimos disculpas, ya que entendemos que ha sido la mano de lo imponderable la que ha inclinado la balanza, no nuestros méritos. En términos racionales sabemos que existe una explicación física, vectores que interactúan, fuerzas que ya definió Newton con precisión de orfebre. Pero en nuestro fuero interno tendemos a creer que hay un elemento mágico que subyace.

Hasta en economía clásica se habla de "la mano invisible" que regula los mercados. Y el pensamiento religioso es caso aparte.

En la historia de la evolución del pensamiento uno de los hitos trascendentales es sin duda el paso del mito al logos, el momento en que comenzamos a dejar de atribuir a la acción de fuerzas mágicas y dioses caprichosos -humanos, demasiado humanos en sus pasiones- el devenir de la historia y el comportamiento de los fenómenos físicos.

Ese milagro, palabra que utilizamos para definir lo inefable, ocurrió en la antigua Grecia y marca el inicio del pensamiento científico y filosófico moderno. Solo 2.500 años nos separan de ese salto adelante único, de esa explosión cámbrica del genio humano.

¿Y en la vida cotidiana? Personas que parecieran atraer la mala suerte como un imán negro, "yetas" como se dice en la Argentina o "cenizos" como se los denomina en España (Catalonia included) y otros que parecen ganar en el casino todos los días. Aunque ni siquiera vayan.

En el caso de mi país natal, existe cierta obsesión con las personas que atraen "la mala", aquellos que resultan ser un pozo negro sin fondo. Carne de diván sine die, no hay terapia que los saque adelante. Verdadero filón para psicólogos, psiquiatras y curanderos. Tan cenizos son que pasan por la vida como Mister Magoo.

García Márquez hablaba de las situaciones "pavosas"..., por ejemplo, le espantaban las tunas universitarias (a quién no...), las flores de plástico, los pavos reales, los mantones de Manila.

Los nuevos ricos y esa tendencia natural al mal gusto y al horror vacui. A llenar la casa de objetos pavosos. Si quieres conservar un amor no te acerques a la casa de un  nuevo rico.

La mente se rebela ante la idea del peso trascendental que puede tener la mera suerte en nuestro destino. Tampoco entiende que un día vayamos a dejar de existir, así que hemos creado las religiones para calmar la sed de inmortalidad.

Algunos así duermen un poco más tranquilos. Otros bailan tango para dar de beber al dolor de estar vivo.

Y luego están los nacionalistas. Cumbre insuperable del pensamiento irracional. Una máquina perfecta de romper las pelotas. El móvil perpetuo.

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