martes, 11 de agosto de 2020

Crimen y castigo

En la investigación realizada para la novela que estoy finalizando de escribir -yo no soy como los políticos españoles, no sé lo que son las vacaciones- me he encontrado con documentos y personajes que son difíciles o imposibles de inventar. Uno de ellos sin duda es Albert Londres.

Se trata de un pionero del periodismo de investigación, arriesgado y valiente hasta decir basta, casi suicida.

De hecho, desapareció misteriosamente en un barco procedente de Shangai en pleno Océano Índico. Londres había estado investigando las redes de tráfico de opio desde China a Europa y su relación con las redes de trata de blancas. Lo que venía a contar de sus averiguaciones en Shangai dudo que fuera del agrado de las mafias chinas.

Eso ocurrió en 1932 pero antes, desde mediados de los años 20, se infiltró en la Milieu, la segunda red de trata de blancas en Buenos Aires después de la Migdal.

Según Londres, Buenos Aires del primer tercio del siglo XX estaba entre las primeras cuatro ciudades del comercio de personas. Las otras tres eran precisamente Shangai, Barcelona y Hamburgo.

Albert Londres publicó en 1927 "Le Chemin de Buenos Aires (La traite de blanches)". En dicho libro se narran diálogos con cafiscios (proxenetas) franceses que "cazan" víctimas en Francia para traerlas más o menos engañadas -la mayor parte de ellas accede por hambre- a Buenos Aires a ejercer la prostitución.

Es la Madame Ivonne del tango. Buenos Aires era el centro neurálgico y desde ahí se distribuían las mujeres -que adquirían una deuda imposible de saldar- por el resto del territorio nacional. Montevideo y Río de Janeiro. La Patagonia era la última parada, el descenso de aquellas mujeres que iban cumpliendo años y nadie quería.

Estaban TODOS METIDOS EN EL NEGOCIO. Políticos, jueces, policías. Apaches, marselleses, napolitanos, calabreses, la Migdal, la Milieu... las dimensiones del sufrimiento humano que causaron estas redes son monstruosas.

Se supone que a partir de 1930 estas redes fueron desmontadas. Claro que sí. Cuenta con ello. Ahí comienza mi novela.

Confieso que ciertas noches revisando documentos alucino con la clase de gente que estuvo metida en estas cosas. Niñas entre 13 y 16 años que viajaba en JAULAS por mar, que tuvieron unas vidas infernales. Cabarets para niños bien -con tango, naturalmente- y piringundines para los emigrantes solos, con tango también.

Es más. Hubo "Orquestas de señoritas" en las que todas las integrantes eran parte de la red y no sabían ni cómo agarrar el arco del violín. Hacían como que tocaban y aquello era un escaparate para los clientes que las elegían desde el patio de butacas.

Fortunas inmensas que se hicieron de la noche a la mañana, con la inacción absoluta de las autoridades (que recibían su guita).

Empiezo a entender el componente fuertemente nazi del tango. Que se extendió a la devoción de los nazis de verdad en los 12 años de gobierno de Hitler. La historia del tango "Plegaria" (el "Tango de la muerte" antes de entrar en las cámaras de gas, es una muestra más que significativa).

Legiones de mujeres abandonadas a su suerte sin nadie que levantara un dedo por ellas. Así durante décadas. Lo mejor que podía pasarles en sus vidas era que un rufián las vendiera a otro "menos malo" o que les pegara un poco menos.

Y la sensación de que estaba metido hasta el apuntador en toda esa trama infinita de dolor humano. Una suerte de crimen original. Sin castigo.

Las fortunas que se fraguaron al calor de esa barbarie fueron tan brutales que permitieron comprar la mejor protección política y judicial.

Sensación de estar hablando en tiempo presente. ¿República?

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