sábado, 8 de agosto de 2020

La gran diagonal

Bueno... encaro el sprint final de mi novela. Estoy amarrado a la silla y no pienso abandonar la casa hasta acabarla. Tengo café y mate para 100 días, así que ya puede llover. También tengo 4 paquetes de harina de maíz y miel para hacer pastelitos. Pa acompañar el mate. Para fastidiarles el día va este pequeño fragmento. ¡Arrepentíos.... el final está cerca! * Boris se acomodó en el sillón de su desvencijado cuarto de estar. Harto de ganarme al ajedrez por enésima vez. Un verdadero maestro de la defensa india de rey. Nada que hacer. Encendió su pipa y me miró fijamente. Un hombre de la vieja escuela. —¿De veras crees que Dios no interviene en la historia? —dijo exhalando una densa nube de humo que olía a mares del sur. Balkan Sobranie... —Lisboa, 1755. Un terremoto brutal. Pero eso no fue todo. Ese mismo día se produjo un tsunami y un incendio que arrasó la ciudad. Lo nunca visto. Algo similar a Sodoma y Gomorra. Durante décadas los intelectuales de la época discutieron sobre la razón última de todo aquello. Era el siglo de las luces... comenzaron a dudar de la existencia de Dios o bien pensaron qué podía haber hecho Portugal para irritarlo tanto. Los esclavos... sí. Aquel vil lupanar. >> Mucho más cerca de nuestra época. La guerra civil libanesa. Nadie pensó que aquello durara más de unas semanas. Nadie que estuviera en sus cabales. Fue la guerra interminable: aún hoy sigue viva y la guerra civil de Siria no es ajena a todo ello. Lo mismo cabe decir de la Primera Guerra Mundial. Comenzó como algo local, algo entre Serbia y el resto del Imperio Austrohúngaro. Nadie creyó ni por un momento que aquello derivaría en una catástrofe universal. Austria-Hungría parecía un imperio sólido como la roca: terminada la guerra se disolvió en cuestión de semanas. Como un terrón de azúcar en un vaso de té. ¿Por qué? ¿Qué habían hecho? >> ¿Crees acaso que la expulsión de los judíos de Tierra Santa fue fruto exclusivo de la casualidad? Episodios como Masadá y luego la diáspora... errantes para siempre. Sin destino. No. No fue casual. Dios estaba allí. El Dios inmisericorde del Antiguo Testamento. El Dios que toma venganza y es capaz de pedir a Abraham el máximo sacrificio, ¡sacrifica a tu propio hijo! Solo el Señor puede decidir cuándo ha llegado el momento del retorno a Sión, no es una cuestión humana. No debe serlo... el hombre no puede intervenir en los planes divinos —dijo con un brillo acerado en los ojos, casi diabólico.

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