miércoles, 7 de julio de 2010

Uruguay 2, Holanda 3


Ya hay un finalista. Holanda, la naranja mecánica. Uruguay plantó cara y metió dos golazos, pero esta vez no pudo ser. No hubo Maracanazo como en 1950.

Como sé que Manuel lee este blog en algún cibercafé al este del Edén, voy a compartir la historia. Hasta Bajofondo Tango Club dedicó una canción a la gesta de los charrúas. "Los muchachos no te van a dejar cambiar la historia..." Hoy lo hicieron bien. Hasta el loco Abréu salió faltando 15 minutos y se recostó sobre un contrario. Este loco...

La máquina holandesa hizo tres golazos con escuadra y cartabón. Uruguay hizo lo que Argentina fue incapaz en su partido contra Alemania. Jugó como un equipo, no como 11 egos revueltos. No importa, Maradona es Dios. Es inengendrado, infalible, inefable, esférico. No hay más que verle contestar a los periodistas. Una falta de respeto tras otra. Y nadie le para los pies. No entiendo por qué no se arrodillan en su presencia. Patético.

El túnel del tiempo...

'Esta vez no hubo milagro, Obdulio', como aquel 16 de julio de 1950 tras el más célebre partido de todos los tiempos. Esta vez, 11 tipos de celeste como los que él lideró en Maracaná con las agallas y el corazón de José Artigas, el padre de la patria y libertador uruguayo, no pudieron derribar a 11 holandes pese a las últimas cargas de caballería tras el gol de Pereira. 'Faltó un pelo, no más', o como bien describió aún sudoroso el 'Jefe Negro' en el mismo corazón aún caliente del fútbol brasileño: "Fue una casualidad". Sí, también fue una 'casualidad' que esta vez no pasara la garra charrúa porque los naranja chillones no mostraron más fútbol. Como consuelo para Obdulio, ese país 'chiquito' de 3 millones de pasiones vuelve a estar en el mapa del fútbol como si fuera un gigante.

Pero esos 11 uruguayos no se van a escondidas del estadio como aquel día del Maracanazo se fueron Obdulio y los suyos. Aquel francés encopetado y presidente de la FIFA Jules Rimet entregó 'su copa' al capitán 'negro' Obdulio Varela como si la hubiesen robado después de estropear la mayor fiesta de fútbol en directo de la historia -200.000 personas abarrotaban hasta los palomares del Monumental de Río-. Lo contaba el dirigente gabacho de esta manera: "Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Preparé mi discurso y me fui a los vestuarios pocos minutos antes de finalizar el partido (estaba 1-1 y el empate hacía campeón a Brasil). Pero cuando caminaba por los pasillos se interrumpió el griterío infernal. A la salida del túnel, un silencio desolador. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne. Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. En el tumulto terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y casi a escondidas le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano y me retiré sin poder decirle una sola palabra de felicitación... ".

El sambódromo de Maracaná y sus 200.000 samberos convertidos en un cementerio. ¿Quién fue, además de Gighia y Schiafino, el autor material de la mayor tragedia de la historia de Brasil? Según cuentan los cronistas Obdulio Varela se llamaba, alías el 'Jefe Negro'. Fue 'centrojás' (mediocentro) en el fútbol, pero también medio analfabeto, repartidor de periódicos y albañil en la vida real. Y el mayor mito que dio para el fútbol un país de 3 millones de habitantes que ha dado peloteros de la talla de Gighia, Schiafino, Fonseca, Francescoli, Rubén Sosa, Álvaro Recoba, Forlán... Su memoria se conserva gracias a los inolvidables relatos que Osvaldo Soriano y Eduardo Galeano dejaron indelebles para el resto. Porque Obdulio, parco en palabras, no concedió entrevistas casi nunca, pero se le tenía por un hombre que decía verdades como puños: "¿Para qué hablar? Los diarios sólo tienen dos cosas verdaderas: el precio y la fecha'".

'No piensen en toda esa gente: ¡Los de afuera son de palo!

Aquel día de 1950 el 'Negro Jefe' Obdulio se encargó de echar hielo puro al infierno brasileño. Iban a una 'muerte deportiva' segura, pero Obdulio se reveló y en el mismo túnel gritó a sus compañeros: "No piensen en toda esa gente, ni en el ruido, no miren para arriba. El partido se juega abajo... ¡Los de afuera son de palo!". Y también durante el partido, tras el gol del brasileño Friaça, y en el colmo de la valentía, se le ocurrió la treta de todos los tiempos. El libro del periodista deportivo uruguayo Juan Pippo ('Obdulio Varela: desde el alma') lo pone en primera persona: "¿La verdad? Yo había visto al juez de línea levantando la bandera. Claro, el hombre la bajó enseguida, no fuera que lo mataran. Yo cogí la pelota y me fui a hablar con él. Me insultaba el estadio entero con la pelota en la mano, obviamente por la demora. ¡Si me banqué aquellas luchas en canchas sin alambrado, de matar o morir, me iba a asustar allí, que tenía todas las garantías! Sabía lo que estaba haciendo. Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el juego esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido". Dicho y hecho: Varela se convirtió en el dueño de la pelota, ordeno y mando del mediocampo. Y Juan Schiaffino y Alcides Ghiggia, en los verdugos de los últimos minutos con sus dos goles para la Historia.

Celebración consolando a los tristes caídos

El parrandero Obdulio, que cuenta la leyenda entrenaba las gambetas en el césped bailando con mujeres en los bares, también dejó algunas anécdotas después del choque del siglo. No fue a celebrarlo con los suyos sino que se perdió por las barras de Río, invitando a cerveza, consolando a sus hermanos de raza. "La tristeza de la gente fue tal que terminé sentado en un bar bebiendo con ellos. Cuando me reconocieron, pensé que me iban a matar. Por suerte fue todo lo contrario, me felicitaron y nos quedamos bebiendo juntos".

Antonio Mercader (quien fuera Ministro de Educación de Uruguay) escribió en 1974 sobre la integridad del hombre que se disfrazó de Humprey Bogart (Galeano dixit en 'Fútbol a sol y sombra') en la revista 'Siete Días': "Desde que volvió de Maracaná le huye a la fama. En 1950 bajó del avión en el aeropuerto de Carrasco, pidió un sombrero y se lo calzó hasta los ojos; levantó las solapas del impermeable y así camuflado se escurrió entre la gente. Se aisló, rehuyó a los periodistas que sitiaron su casa y durmieron en la vereda, esperándolo. Todavía sigue en la misma. '¿Entrevistas? ¿Para qué?".

Como premio de la mayor proeza de la historia fútbolística recibió una medallita de plata y un dinerillo que le valió para comprar un Ford del año 1931 que le robaron a la semana. "No se le oyó una queja nunca". Así era Obdulio. Cuando los dueños de Peñarol pusieron la primera publicidad en las camisetas de su historia, Obdulio se negó diciendo: "Ya pasó el tiempo en el que a los negros nos señalaban con argollas", y salió con su 'saco' de siempre.

La historia maldita de Moacir Barbosa

La parte más terrible e injusta del 'Maracanazo' le tocó hasta la tumba al portero Moacir Barbosa. De ser el héree de la Copa de América anterior fue condenado a 'cadena perpetua' por los 150 millones de lágrimas derramadas tras el gol de Ghigia. Se apartó de él hasta la que era su novia. En 1994, en plena disputa del Mundial de los Estados Unidos, el 'goleiro maldito' quiso saludar a los futbolistas en la concentración de Brasil. Llegó a la puerta y no lo dejaron entrar, como si el 'apestado' pudiera contaminar su gafe 40 años después.

"En Brasil, la pena mayor que establece la ley por matar a alguien es de 30 años de cárcel. Hace casi 50 años que yo pago por un crimen que no cometí", contó poco antes de morir en abril del 2000. Porque con el primer portero negro en la historia la selección brasileña fue miserable hasta en su entierro, donde apenas un puñado de personas asistieron. Murió de prestado en casa de su cuñada con una pensión mísera de la Confederación Brasileña de Fútbol.

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