sábado, 24 de julio de 2010

Lula


Nuestra época está huérfana de gente de altura. En todos los ámbitos. En el caso concreto de los políticos, los códigos éticos, la grandeza o el liderazgo moral que impulsa a los pueblos a ir más allá no forman parte del credo habitual. El fair play tampoco interesa a nadie. Importa ganar, no cómo. Véase el reciente caso de Contador o el fallido intento de la selección holandesa en la final del Campeonato del Mundo.

Más allá de cuestiones ideológicas y apetencias mesiánicas -el propio debate ideológico ha dejado de tener interés, si a la masa se le cuenta que hay una crisis y que hay que darle dinero a los bancos -que han sido quienes han generado la propia crisis- nadie se rasga las vestiduras, a todo el mundo le parece bien- personajes como Azaña, Allende, el propio Perón, Lázaro Cárdenas, en cuanto tensión humana resultan infinitamente más ricos que los "estadistas" de hoy en día. Una simple cuestión de cultura, entrega, pasión y temple. De capacidad de seducción también.

Con todos los aciertos y los errores, la revolución cubana fue -digo fue, hoy se ha convertido en un sainete familiar, cruel para el pueblo cubano y con tintes de novela de Valle-Inclán- un faro de esperanza para los pueblos latinoamericanos. Compárense los discursos de Fidel o el Che en los sesenta con las ocurrencias de Chávez. Es como comparar a Lope de Vega o a Cervantes con Chiquito de la Calzada. La revolución se ha convertido en un chiste agrio, movida por personajes sin preparación y sin norte, que salen en la tele haciendo gala de una incultura ilimitada y se congratulan de su propia cortedad, individuos que parecen sacados de un engendro monstruoso como Gran Hermano o cualquier estupidez por el estilo. Un cajón desastre -sic- en donde entran el taxista de Teherán, la dinastía comunista de Corea del Norte, Gadafi... ¿Qué pensaría Lenin de todos estos personajes? ¿Y Trotsky...? Patético. La Biblia llora junto a un calefón.

Y sin embargo, Lula. En una reciente entrevista, Lula llora ante las cámaras. Y su figura se agiganta. En Brasil, un país de una desigualdad monstruosa en donde aún existe la esclavitud, el antiguo líder obrero, obrero metalúrgico, gente cabal y de una pieza como mi abuelo Lázaro, una de las mejores personas que he conocido y que nunca tuvo nada, ha hecho maravillas en una década. Lula representa otro estilo de líder latinoamericano. Que no habla a los gritos y que hace cosas sin aspavientos. Sin formación académica ni falta que le hace. Se puede tener títulos por doquier y ser un malnacido sin fisuras.

Que se sepa, Lula no ha acumulado durante su gobierno tierras o propiedades como los Kirchner en Argentina. Tampoco ha hecho falta que un paniaguado del gobierno salga a decir que el "patrimonio del matrimonio presidencial de la República Argentina está vivo y tiene todo el derecho a crecer naturalmente", tratándonos a todos de imbéciles.

Opinión de un amigo brasileño: La gente se dará cuenta más y más con el paso del tiempo que la dimensión de lo que ha hecho este señor no tiene parangón en Brasil. Cerca de cincuenta millones de personas mejoraron sustancialmente su calidad de vida en los últimos ocho años. Sacó de la pobreza a unos veinte millones de personas, al tiempo que otros 31 millones ascendían en la escala social. Convirtió a Brasil en una potencia emergente clave, Río 2014, JO 2016, etc., etc. Llora Lula con la satisfacción del deber cumplido.

Personajes como Lula son una necesidad absoluta en nuestra América (y en el resto del mundo). En un momento de la entrevista, alcanza a decir "me estoy volviendo viejo". Me recordó un relato inmortal de Jorge Amado: Os Velhos Marinheiros. Un relato que cambió el curso de mi vida cuando tenía venticinco años.

El problema sigue ahí. Mientras la revolución se rearma y se redefine, analizando las razones del estrepitoso fracaso del siglo veinte y generando nuevas respuestas para nuevos problemas, la esperanza vive en los obreros íntegros como Lula. Personas capaces de emocionarse ante la deproporcionada tarea que supone enfrentarse al mal, a la pobreza, a la ignorancia. La moral de esos médicos que salvan vidas a miles de kilómetros de sus casas, de los cooperantes anónimos, de los mineros que rescatan a sus compañeros jugándose la vida y se quiebran como un niño cuando alcanzan la meta. Gente de mirada limpia.

Lejos de los uniformes verde oliva, los payasos catódicos que no hacen gracia a nadie o los consumidores naturales de bótox cuyo patrimonio se multiplica solo por obra y gracia de Harry Potter.

Uribe, Calderón, Chávez, la familia Castro, el matrimonio Kirchner, Alan García, Evo el nutricionista... todos de vacaciones -los tontos en casa y pagados por la Seguridad Social- en algún planeta muy, muy lejano. Más allá de la Puerta de Tannhauser. Seguro que América Latina tiene 20 Lulas entre sus jóvenes, la generación más preparada de su historia.

El viejo marinero llora por todo lo que aún queda por hacer.

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