jueves, 14 de abril de 2011

Un día más

El día amaneció como cualquier otro. El despertador, los quince minutos de bicicleta estática, el agua en la espalda. Regresó a la cama aún caliente y por un momento dudó si iniciar maniobras de aproximación a puerto, pero ella dormía plácidamente.

Bajó las escaleras, puso el café, la tostadora y consultó la prensa en el ordenador. A pesar de ser primavera, la mañana era fría. Cuando llegó a la estación de tren, aparcó en el sitio de siempre y oyó el último aviso.

“... con destino a Atocha y Chamartín... vía seis... va a efectuar su salida…"

Se puso a correr como si le fuera la vida en ello. Tras un esfuerzo supremo alcanzó a subir al vagón con una mueca de felicidad en la cara que duró las dos primeras paradas. A esa hora el trayecto entre Atocha y Recoletos, recorriendo el Túnel de la Risa como sardinas en lata, tenía el efecto de recordarle cuál era su lugar en el mundo.

Llegó por fin. Como de costumbre, saludó a la chica de seguridad de la empresa, siempre tan maja. Subió por las escaleras hasta la tercera planta y entró en su despacho. En su mesa de trabajo no había nada, ni ordenador, ni papeles, ni teléfono. Nada. Sus compañeros de planta eran una tumba, nadie cruzaba su mirada con la suya. Fue a ver a su mano derecha, compañera de tantas batallas.

-Maribel, ¿qué ha pasado con mis cosas? ¿dónde están?

-Creo que deberías hablar con Don Ezequiel- también ella lo miraba como a un extraño. Como si nunca hubiera habido nada entre ellos.

-¿Pero esto qué coño es?

Bajó a la primera planta como un rayo y entró en el despacho del Jefe de Personal, su pareja de mus de toda la vida. Estaba reunido con un joven de unos veintisiete años, muy bien vestido. La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, pero cuando ya te has curado te conviertes en un viejo de mierda.

-Estoy ocupado… ahora no puedo atenderte.

-Me importa un carajo que estés reunido. ¿Qué habéis hecho con mis cosas? La tercera persona se esfumó como por arte de magia.

-Escúchame con atención. Tranquilízate. Tú sabes perfectamente cómo es la situación de la empresa y cómo está el país en general. Bruselas dice que...

-Pero ¿de qué me estás hablando…? ¡qué Bruselas ni qué niño muerto! El viernes pasado estuvimos redactando los presupuestos para este ejercicio. Como todos los años… Hablamos de recolocar gente, pero no se dijo nada de despidos.

-Mira… va a haber recortes muy importantes en la empresa. Te ha tocado a ti como podía haberme tocado a mí.

-Sí, pero me ha tocado a mí. Tú sigues donde estabas. ¿Y qué hago yo ahora? ¿Tú sabes la cantidad de responsabilidades que tengo encima?

-Amigo mío, vales un montón. Estabas ocupando un puesto muy por debajo de tus capacidades reales. Míralo como una oportunidad de volver a empezar, de reinventarte.

-Pero ¿qué reinventarme ni qué cojones…? Tengo 44 años. ¿Adónde voy yo?

-Vas a recibir el dinero de la indemnización. Ya te saldrá algo... Puedes montar una cafetería, una franquicia.

-Esta es la parte en que me dices que esta empresa es poco para mí. ¿Te crees George Clooney...? Ezequiel, eres un hijo de la gran puta. Tú sabías lo que estaba pasando y no me dijiste nada. Eres un pedazo de mierda.

-Hombre… no te lo tomes así… hay que ser positivos…

-Positivos tu puta madre.

Salió aturdido de aquel despacho en el que había estado horas y horas. Caminó por los pasillos de la oficina y tuvo la sensación de ser un ectoplasma. Nadie reparaba en su presencia. Nadie le decía nada. Simplemente no lo veían.

Recibió un mensaje en su móvil que hablaba del finiquito y de recoger sus pertenencias. El día se había compuesto y el sol brillaba con intensidad. La vida seguía como siempre, el camión de la pescadería, el vendedor de cupones, la tienda de muebles de diseño.

Se sentó en la barra del mismo bar al que solía ir con los compañeros, pero ahora estaba solo. ¿Montar una cafetería? ¿Una franquicia? Será cabrón… Trabajó en empresas desde que acabó la carrera. Se sentía como si hubiera muerto su madre de repente, sin capacidad de respuesta. ¿Que valgo para mucho más…? ¿Para qué valgo? Nadie le había enseñado a pensar individualmente. No tenía ni la más remota idea de lo que hacer. Funcionaba dentro de una estructura, brillaba en el hormiguero, pero ¿solo? ¿qué iba a hacer solo? Levantarse tarde y venirse abajo. Dejar de viajar, de gastar, de existir. El conocimiento que no aporta beneficios.

Recordó entonces las veces que había participado en el despido de otros, la frialdad forense, la misma indiferencia. Todo pensando en la empresa, para que los números cuadraran y la Junta estuviera contenta. Pidió una copa de ginebra -el camarero tardó más de lo habitual y tampoco le miró a los ojos: también sabía- encendió un cigarrillo ilegal y creyó tener un instante de iluminación. Una comprensión mágica de cómo funciona el engranaje del Universo, del lugar que realmente le correspondía, del orden inmutable de las cosas. La cadena de muerte y resurrección, de alguien que muere porque otro ha venido a crecer.

Pero no, eran simples delirios de parado recental. Material descartable. Alguien para referirse en tiempo pasado. Que fue.

No hay comentarios: