jueves, 21 de abril de 2011

Oriente y el futuro

Hace pocas semanas, mi amiga y excelente escritora y periodista portuguesa Susana Moreira Marques escribía un artículo sobre Portugal y los jóvenes. En dicho artículo se analizan cuestiones que bien pueden extenderse a España y al resto de la Unión Europea. Es como si el tiempo de Europa se hubiese agotado. Como si la Vieja Dama ya hubiese visto demasiadas cosas y no quedara mucho por hacer.

El ambiente en que uno se desarrolla influye directamente en lo que uno hace o es capaz de hacer. Si lo único que se escucha todo el día son pálidas acerca de la crisis, de lo mal que está todo, de que no hay de esto o de aquello, etc., etc., eso termina por afectar hasta al más equilibrado de los seres (advierto que ese no es mi caso) y nada es más contagioso que la desesperanza.

¿Qué futuro le aguarda a Europa? Incierto. Demasiadas estructuras rígidas, una forma de pensar retrógrada y envejecida, una población en retroceso.


Oriente es la otra cara de la moneda, claro que podríamos preguntarnos cuál es el precio que se paga por ese progreso, cuál es el marco laboral en que trabaja un obrero chino o hindú, qué grado de protección social alcanza la mano de obra que emigra del campo a la ciudad y que está dispuesta a trabajar por cuatro duros, cuál es el grado de protección a la infancia, etc.

He aquí el link al artículo de Susana Moreira Marques, Portugal: no country for young men?

A continuación, las experiencias de un grupo de españoles que optaron por probar suerte en China. Juzguen ustedes mismos.

"¿A China?". Cuando a Estibalitz Gete su pareja le comunicó el destino que le había asignado la multinacional vasca para la que trabaja, no supo si reír o llorar. Pero, en plena crisis financiera, él lo tenía claro. Tras la conmoción inicial, ella tampoco tuvo duda. "El proyecto iba a durar tres años, me pareció una experiencia enriquecedora, y tampoco tenía muchas expectativas en casa", recuerda esta donostiarra de 31 años, diplomada en Magisterio, que llegó al gigante asiático con la firme intención de no convertirse en un mero bulto del equipaje.

Lo que no podía prever es que en solo un mes encontraría trabajo en Shanghái produciendo material didáctico para la enseñanza del español en una escuela online, que terminaría dominando el chino y, mucho menos todavía, que dos años después bailaría el aurresku que dio la bienvenida en la caseta que Bilbao tuvo en la pasada Exposición Universal al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

Ahora da clases de inglés en una guardería para niños coreanos de la capital económica de China y la pareja ha decidido extender su estancia de forma indefinida. "Todos mis amigos, menos uno, me llamaron loca por irme tan lejos. Pero creo que hay que aprovechar la juventud, que está demasiado acomodada en nuestro país, para buscar nuevos caminos de éxito profesional. No sé si la respuesta a la crisis está en China, pero de lo que estoy segura es de que no está en casa".

Las estadísticas sostienen de forma contundente, sin concesiones a la política, esas palabras de Gete. Después de la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial, España sufre para crecer unas rácanas décimas al año, mientras se disparan la tasa de desempleo y la desesperación. En el otro extremo de la globalización, el Partido Comunista de China lo que busca es enfriar el espectacular crecimiento (un 10,3% en 2010) que, en solo tres décadas, ha convertido a un país tercermundista en la segunda potencia mundial. La única capaz de hacer frente a la hegemonía estadounidense. Si se cumplen las expectativas del Fondo Monetario Internacional, España continuará creciendo por debajo del 2% al menos hasta 2017, una fecha en la que el relevo de Estados Unidos en lo alto del ranking mundial estará ya cerca. Es, como dijo Zapatero en Shanghái, "el siglo de China".

El mundo empresarial ya lo sabía y, por eso, a finales de los noventa puso una pica en el lomo del Gran Dragón. Con ella llegó un nutrido grupo de jóvenes, en su mayoría ingenieros y técnicos, que erigieron las fábricas que se han convertido en los pilares de la deslocalización, y engrasaron la maquinaria de la fábrica del mundo. Son los expatriados, un término que remite a un contrato con remuneración generosa y beneficios que superan a los de sus colegas en la empresa matriz.

Según el estudio realizado hace un año por Naiara Arnaez, investigadora de la Universidad de Mondragón, el perfil medio del expatriado es el de un hombre (85%) que tiene menos de 35 años (50%), está casado o vive en pareja (67%), cuenta con una licenciatura (53%), suma entre 11 y 15 de años de experiencia laboral (35%), y vive su primera experiencia internacional (47%) para un período de tres o cuatro años (37%).

Sin embargo, la crisis económica de Occidente ha creado una nueva figura en China que ya tiene una jocosa acepción en inglés: es el halfpat (medio expatriado). Son, en su mayoría, jóvenes con amplia formación que buscan en la nueva tierra de las oportunidades lo mismo que las multinacionales: un lugar en el que se les permita hacer realidad sus sueños profesionales.

Claro que estos llegan por su cuenta, sin contrato, con problemas de visado y, generalmente, solo con sus ahorros en el bolsillo. "En China puede que no tengamos unos ingresos superiores a los de España, pero la vida es mucho más barata y cunden más", asegura Yolanda Pascual, una diseñadora de moda riojana de 36 años que dejó hace ya tiempo Barcelona -"Porque los precios allí son astronómicos"- para buscar una base de producción más económica en Asia. De Tailandia saltó a Vietnam y, finalmente, ha terminado en China.

Sara Suárez Domínguez vive en Shanghái. Esta compostelana de 31 años, traductora de cinco idiomas, comenzó a estudiar chino en Granada. "Pensé que necesitaba dominar una lengua rara para diferenciarme del resto", explica. Hace seis años decidió que el chino solo podía perfeccionarse en la tierra de Mao, y se plantó allí. Pero no llegó sola. Su pareja, el cocinero bilbaíno Ion Alaña, de 30 años, decidió dejar su trabajo para acompañarla en ese viaje hacia lo desconocido. España todavía vivía la euforia de la burbuja inmobiliaria, pero la pareja temía ya estancarse en el mileurismo.

Como después le sucedió a Gete, Alaña tardó poco en colocarse. Lo hizo como chef del restaurante Garçon Chinoise. Mientras tanto, Suárez Domínguez obtuvo su certificado como intérprete y comenzó a buscarse la vida. Primero en Tornillería Catalana, que quebró, y luego, ya por su cuenta, en la organización de eventos culturales. Estuvo involucrada en el Año de España en China, celebrado en 2007, y dirigió el programa empresarial del Pabellón de España en la Expo del año pasado. Este mismo mes ha producido, con un éxito sin precedentes, uno de los primeros maratones de música alternativa de la capital económica china, Picnic, que ya promete continuidad y la participación de bandas españolas.

En este tiempo, Alaña ha abierto una taberna vasca, Kuluska, que se ha convertido en el punto de encuentro de expatriados y halfpats españoles. "La clientela es un buen termómetro para ver cómo están cambiando las cosas. Cada vez llegan más paracaidistas que vienen a estudiar chino y quieren quedarse luego a buscar trabajo. Incluso para el restaurante recibimos currículos de gente que quiere venir a China, desde los 22 hasta los 56 años", comenta el cocinero. Las corporaciones también han sentido el vuelco de una sociedad especialmente arraigada en su tierra. "Antes era difícil conseguir gente dispuesta a desplazarse a China, pero ahora hay cola", resume José María Luzarraga, experto en internacionalización empresarial.

La razón de este cambio la expone con crudeza Andrés Ferrer, un diseñador tinerfeño de 37 años que actualmente ejerce de profesor en la Facultad ModArt de la Universidad de Shanghái y que participa también en una nueva marca de ropa made in China, Lolovinz, en la que Ana Tafur, colombiana, lleva la batuta. Ambos escaparon de la crisis: "España está muerta. No hay oportunidades para la juventud. En Shanghái, sin embargo, está todo por hacer y es fácil llevar a cabo un proyecto. La gente es muy abierta y está ávida por conocer y recibir todo tipo de estímulos".

Esta combinación de factores se refleja en la cifra de residentes españoles registrados en la Embajada de Pekín, cuyo número se ha multiplicado por seis en la última década. En 2000 eran solo 697, mientras que el 7 de abril sumaban 4.125. Además, la demarcación consular de Shanghái vivió el año pasado el mayor número de inscripciones -más de 320-, y es la megalópolis que, junto con Pekín, concentra la mayoría de los halfpat españoles.

Muchos optan por abrir su propio negocio. Es el caso de Miguel Candela, que en 2009 fundó Midori junto a su pareja, Lam Fung, en la excolonia británica de Hong Kong. "Al terminar mis estudios en Estados Unidos pensé en hacer prácticas y me pareció que esta ciudad era un lugar idóneo porque sirve de puente entre culturas", comenta este alicantino de 25 años que considera su unión sentimental como un extra de conocimiento para una empresa de trading que no solo se limita a comprar y vender, sino que pone especial énfasis en el diseño. "Tenemos que crear valor añadido para competir con éxito. Y ahí creo que los jóvenes españoles podemos aportar elementos novedosos. No me he establecido aquí por la crisis, sino porque creemos que China es el futuro. Claro que en España la situación no ayuda a quedarse".

Esa idea es la que llevó a Pedro Pablo Arroyo a tender puentes, pero esta vez físicos, en las entrañas del Gran Dragón. Este arquitecto madrileño que acaba de cruzar la cuarentena es uno de los pocos que ya ha completado el viaje de ida y vuelta. Hace ya más de un lustro que obtuvo su doctorado en Japón y que previó el ladrillazo que se avecinaba sobre el sector de la construcción en España. Decidió que las oportunidades estaban en Shanghái, una ciudad en la que se construyen más metros cuadrados que en toda España. "En Europa parece que todo está hecho y solo hay espacio para los grandes nombres. China, sin embargo, nos da una oportunidad".

Arroyo la ha aprovechado al máximo. Hace cinco años creó CA Group, un estudio que le ha dado renombre internacional. Su coqueto puente de Qingpu, que aúna vanguardia tecnológica y estética y elementos tradicionales chinos, le reportó premios y la confianza de un cliente sólido: el Gobierno de Shanghái. Así, el año pasado inauguró los puentes gemelos de Xidayinggang, dos monstruos de acero de medio kilómetro de largo y 20 millones de euros de presupuesto y cuya estructura parece desafiar a la física. Ahora mismo ya tiene otros dos en construcción.

Claro que no todo es de color de rosa. "China es un país muy complicado, en el que hay que pelear a diario y uno siempre se siente extranjero". Pero la recompensa merece el esfuerzo, y Arroyo ahora da clases en Madrid. Su próximo reto es atacar proyectos en Europa desde el estudio que mantiene en Shanghái, una vía inversa a la habitual. Expatriados y halfpats siempre tienen como objetivo regresar a España. "Pero este no es el momento", apostilla Sara Suárez.

"Es la experiencia de mi vida: aprendo cada día"

Desde que abrió la primera residencia para artistas españoles en China, Judas Arrieta se ha visto desbordado por el número de peticiones de plazas y de becas. Este guipuzcoano de 39 años abrió el camino hace cinco cuando se estableció en Pekín con una idea clara: "Encontrar un país que me permitiera producir mis obras a precios más asequibles que los de España, donde los artistas somos los parias de la sociedad". Y vaya si lo ha conseguido. Aunque Japón había sido siempre su niña bonita, fue finalmente China la elegida. Y el país se ha convertido ya "en la meca de la deslocalización del arte, donde muchos producen su obra para luego exportarla".

Abraham Carmona es otro buen ejemplo. Este sevillano de 27 años, perteneciente a la dinastía gitana de los Carmona, es el primer cantaor de flamenco que ha compuesto, producido y grabado un disco en China, Silencio. "Y todo con mi propio dinero, sin estar a merced de una discográfica, porque aquí se puede hacer con la misma calidad y de forma mucho más económica que en España. China hace realidad nuestros sueños", sentencia. Además, Shanghái le sirve de inspiración. "Recibo muchos más estímulos que en nuestro país. Me codeo con músicos de todas las nacionalidades y estilos que enriquecen mi flamenco mestizo".

Claro que el ámbito artístico tiene sus limitaciones en China. Judas Arrieta lo comprobó cuando las autoridades censuraron y retiraron su obra Mickey Mao, en la que retrataba al Gran Timonel con las orejas típicas del ratón de Disney. Sin embargo, las restricciones que todavía imperan en el mundo del arte, y sobre todo de la escena alternativa, no han amedrentado a Borja Mata, un madrileño que roza la treintena y que trabaja en Chinatown, un cabaré de Shanghái en el que se transforma en diferentes personajes barrocos.

Ni su desconocimiento del idioma, incluso del inglés, ni su homosexualidad, restringida a un mundo underground y tabú para las autoridades, han impedido que tenga éxito. "No es fácil llegar aquí y hacerse un hueco. Pero en España hay mucha gente que hace un trabajo como el mío y aquí resulta innovador. No he escapado, pero es cierto que allí está todo parado y aquí estoy viviendo la experiencia de mi vida. Aprendo todos los días".

Eso sí, Borja Mata tiene que cuidarse mucho de que la sensualidad de sus actuaciones no derive en sexualidad, porque entonces podría ir a parar a una celda, como les sucedió a los 60 asistentes detenidos en un club gay de Shanghái acusados de participar en espectáculos pornográficos. "China tiene sus reglas, y hay que cumplirlas", zanja Mata.

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