En la comunidad gitana esta clase de cosas se resuelven con rapidez y prácticamente sin trámites. Un modelo de eficacia administrativa que ahorra la consabida escena de las duchas y las diversas variantes que puedan derivarse del particular código de honor que rige en las prisiones.
Entre los príncipes indios del arte más universal de España los abogados tienen poco que rascar.
Me pregunto qué clase de líquido hay que tener en las venas para hacer algo así con una niña que acaba de empezar a vivir. Y jactarse de ello como si se hubiera logrado una gran hazaña, como soldados del Cid cabalgando hacia levante lanza en ristre. Satisfechos por el enorme daño infligido.
Nuestro sistema nos condena a oír los argumentos de la defensa. Defensa que parece ajustarse al milímetro al viejo adagio pampeano: "No me dé usted esa mano. Mejor quítemela de encima". Jamás he escuchado un razonamiento más inverosímil. Doble condena.
Soy un tipo de la vieja escuela.
Soy gitano.
* Lectores de América Latina me preguntan por el caso al que hago referencia porque no lo conocen.
Es este: La manada
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