7:37, la voz de Raúl llega hasta mí gracias a ese extraño artilugio denominado WhatsApp. En esa pantallita de mierda me ha pasado de todo. Me he enamorado unas setenta y dos veces, y me he separado unas cuatro mil trescientas. Usted dirá que exagero, pero es así. Es un invento del demonio. Hace que todo se amplifique y se malinterprete. Separarse por WhatsApp es algo digno de ver. El momento en que la dulce carita de la persona amada desaparece porque te ha condenado al limbo de los amores electrónicos. Volverán las catódicas golondrinas... Entonces ya puedes mandar mensajes que nunca llegarán a la otra costa.
Oh.... doble pajarito azul, doble marca de verificación, hoy solo vives en el recuerdo. Like de mi vida. Red social que me hiciste mal.
Conozco a un milonguero que envía el mismo mensaje de amor a unas cien mujeres. Tiene un kit preparado, con canciones, textos escogidos, hasta fotos. Todo muy trabajado. Y alguna siempre pica. Practica Phishing sentimental. La era de la soledad infame, de la tolerancia cero a la frustración.
Raúl es mi hermano, siempre lo fue. No solo desde diciembre de 1978, cuando nos conocimos en su casa de Valderribas y, al parecer, ambos nos caímos muy mal. Bueno... según tengo entendido yo le caí peor. Supongo que hice alguna de mis bromas que maldita la gracia. Lo olvidé.
Porque desde ese mismo momento nos hicimos hermanos, con todo lo que significa la palabra hermano para alguien que perdió a los suyos a los doce años por culpa de una dictadura sanguinaria, ciega y asesina. Desde entonces ambos no podemos ni ver un uniforme.
Siempre admiré cómo ha encarado la vida, cómo cuidaba a sus padres, la clase de persona que es para los demás. Inasequible al desaliento. Con una alegría de vivir que uno no sabe exactamente de dónde viene.
El padre de Perla -a quien no conocí- fue guerrillero en la Segunda Guerra Mundial. Vio morir a todos los suyos y las balas silbaban a su alrededor todos los días. En sus últimos años se quedó viudo. Según me cuentan, los sábados por la noche nunca dejó de ir a bailar. Pero no tango, que es como pegarse un tiro en el pie, sino bailes de salón. La Vieja Europa...
Hay gente que lo tiene todo y persevera en la tristeza. Hace de la tristeza su bastión, su forma natural de estar en el mundo. E inevitablemente arrastra a los demás, a los que se acercan, a su pozo sin fondo. Hay que huir de esos imanes de la desgracia. Como sea.
A otros la vida les ha arrebatado las cosas más queridas antes de tiempo, y desprenden luz.
Raúl es una de esas personas. Estos diez mil kilómetros que nos separan a veces pesan como una losa. Los dos nos queremos tanto que a lo largo de los años hemos diseñado un sinfín de estrategias para hacer como que estamos ocupados, concentrados en lo nuestro, siempre metidos en faena. Para que no nos duela esta separación y el sucedáneo de mandarse un abrazo por una pantallita absurda.
Yo he elevado la soledad a la categoría de arte mayor. Cuando voy a Madrid las aglomeraciones me agobian, los bares de diseño me causan gracia y la vuelta a casa se me hace imbancable. Sí. Hay una edad en que toca la introspección, hacer balance, empezar a prepararse para el largo viaje.
Empiezo a preferir los libros, las sinfonías de Brahms, los paseos al atardecer, mi hora favorita. Echo mucho de menos a mi perro, pero no volveré a tener otro, no quiero repetir la ceremonia del adiós. Im Abendrot...
El año pasado arribé a un Buenos Aires otoñal y contemplé el sol mortecino en el río. Raúl apareció de repente en el Aeroparque, símbolo de la ignominia fascista y testigo mudo del reencuentro de dos que se quieren, que siempre están pendientes uno del otro. Ese mismo campo de aviación me llevó al norte del país. Me soñé otra vez en casa, cerca de vos, hablando con las mismas palabras de la infancia con naturalidad.
La reina del Plata. Por muchos años que pasen, por muy lejos que uno esté, Buenos Aires te sigue a todas partes, como una amante loca y desesperada. Como la esposa de Modigliani, el bello.
Soy inmensamente afortunado por tenerte cerca, hermano querido. Viejo y querido hermanito.
Y créeme si te digo que lo mejor está por venir.
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