jueves, 30 de noviembre de 2017
Exterminadores
Para Víctor y Rodolfo, desaparecidos en marzo de 1977. Los hermanos de mi hermano.
Justicia poética. 40 años después. ¿Existe un infierno especial para todos los asesinos que en el mundo han sido? Y me da igual el bando. Stalin o Hitler y las 8.000 variantes de dictadores, sátrapas, tiranos y reyezuelos. Bestias inmundas. Aplastando gente como si fueran insectos.
Observen esas caras. Al de la derecha le encomendaron una tarea puramente militar, cosa para la que al parecer nació y se educó. Tuvo el mando de las islas Georgias del Sur durante la guerra de las Malvinas de 1982, donde no murió en combate ningún alto oficial argentino. Otra gran contribución del gobierno militar a la historia nacional: lanzarse a una guerra que no está ganada de antemano. Lao-Tsé al revés. Hacerse el vivo con Mike Tyson. Jugar al ajedrez como alguien que no tiene la menor idea y retar a Fischer, a ver si tiene un mal día. No hojear siquiera un libro de historia para ver cómo se juegan las partidas en el Reino Unido desde la invasión normanda. Una nación que inventó el concepto "pirata".
Allí hubo de enfrentarse a otros militares, en este caso, ingleses. Gente de armas. Como él. Gente de "honor", al menos eso dicen mientras se dan golpes en el pecho. ¡El honor, la patria! ¡Todo por la patria!
Ya no se trataba de torturar jóvenes embarazadas, no. Su gallardía y bravura enfrentándose al ejército inglés son legendarias. El Cid Campeador, Masadá, Numancia, el Desembarco de Normandía, Stalingrado y Alfredo Astiz, alias "El ángel rubio", responsable directo del secuestro, tortura y desaparición de dos monjas francesas, Alice Domon y Léonie Duquet, Dios las tenga en su Gloria.
No. Astiz entregó las Georgias sin disparar un solo tiro. En los páramos desolados de las islas del lejano sur murieron los pibes, los conscriptos. Chicos de 18 o 19 años, que apenas sabían manejar un fusil pero con unos huevos de toro (dicho y escrito por los propios militares ingleses cuando terminó el conflicto). Nuestro país, tan dado a las gestas futboleras, trató a esos chicos de la guerra como si fueran apestados, los escondió, los ninguneó. El número de suicidios entre ex-combatientes de las islas Malvinas es enorme. Esos sí que son héroes de la patria y no estos jugadores de polo, pilotos sin entrañas.
Matar a los padres, a los familiares en vida. Hacer desaparecer a los hijos y no saber cómo están, si siguen vivos, si comieron hoy. Así durante años, recorriendo instancias, ministerios de muerte, pagando a desalmados que se lucran con noticias falsas. Están bien, sí, los han visto juntos, señora, no se preocupe. Necesito más dinero para mi contacto dentro del ejército, señor. Me han dicho que los van a trasladar a la comandancia. Pronto volverán a casa. Unas fuerzas armadas que organizan semejante barbarie con toda la fuerza del estado. Con una crueldad inaudita.
Los torturadores, los adalides de los valores occidentales como se autocalificaban, no tuvieron esos problemas. Ellos pueden conciliar el sueño todas las noches. No tienen remordimientos. Como los nazis convencidos, como el Dr. Mengele o el propio Eichmann. Cumplían órdenes. Máquinas de muerte. Robots.
Esta gente que decía defender la patria siguió viviendo. Como el caso de Ricardo Ormello, cabo segundo de la Armada durante la dictadura y que, una vez reenganchado en la vida civil con la democracia, narró a sus compañeros de Aerolíneas Argentinas: “Trajeron a una gorda que pesaba como 100 kilos y la droga no le había hecho efecto. Cuando la íbamos arrastrando se despertó y se agarró del parante. La hija de puta no se soltaba. Tuvimos que cagarla a patadas hasta que se fue a la mierda”. Así. Como si estuviera contándole una hazaña a los amigotes del barrio entre vasos de Fernet y cerveza.
Los vuelos de la muerte. Tiraban gente al Río de la Plata donde se confunde con el mar. El mar sagrado de mi infancia, donde aprendí a soñar, estos tipos lo llenaron de sangre, de gente que recién comenzaba a vivir. Les quitaron todo. Les congelaron la sonrisa y todo lo que podrían haber llegado a ser; médicos, músicos, poetas, pensadores. Les quitaron los amores, los besos, las tardes, los hijos. Hicieron pelota una generación entera de argentinos.
Si hubiera leído un texto similar en una novela de Bolaño o en los Ensayos de Montaigne habría creído que exageraban, que no es posible que exista gente así, tan diametralmente opuesta al ser humano.
La "gesta" de Astiz en los mares del sur, las andanzas de todos ellos, están en los libros de historia.
De la historia universal de la infamia.
*
Me he hecho mayor. He tenido hijos. He deambulado por el mundo. Ustedes siguen siendo jóvenes y embriagadores como Dido y Eneas amándose en las arenas de Libia. La noche está estrellada y el sueño cae lentamente desde el cielo. No se marchitarán, no envejecerán. Las camisas quedarán intactas. Sin saberlo, sin querer, ofrendaron sus almas para que los demás pudiéramos seguir adelante. Para otros que han venido a crecer.
Todo el mar, todos los días de playa y volley. La piel envuelta en sal. Todas las guitarreadas infinitas -sí, ya sé... prohibido tocar Stairway to Heaven- junto a una fogata roja para los desaparecidos caídos por la vida. De los que mueren gritando que no hay que morir.
Viven en nosotros. Pasarán de generación en generación. No saben de estigias y barqueros.
Eternos.
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