Los dioses nos envidian porque podemos amar y podemos abandonar este mundo. Ellos han de seguir con la comedia hasta el final de los tiempos. No pueden dejar de ser lo que son.
Un dios tampoco puede amar a otros. Un destino cruel.
En Menorca, la más oriental y apartada de las islas Baleares, una mujer asesinó a su hijo de ocho años en la bañera de su casa y lo metió en una maleta junto con sus escasas pertenencias. Según sus propias declaraciones, pretendía iniciar una nueva vida y no "importunar" a su nueva pareja. Los restos del niño fueron descubiertos por casualidad hace algunos días, dos años después de su muerte. Ella tomó todas las precauciones posibles para evitar que fuera identificado pero no reparó en que su propio hijo preparaba la venganza desde el más allá: había escrito sus iniciales en su plumier, debajo de los útiles escolares, fuera del alcance de la fría asesina. El niño dejó su marca en el Universo. Y regresó.
El animal humano. Qué debemos hacer.
Dioses y demonios.
martes, 30 de noviembre de 2010
martes, 23 de noviembre de 2010
Los límites del crecimiento
A nadie se le escapa que vivimos tiempos límite. En realidad, sí. A los pijos, los betos (en Portugal), a los fresitas o a los chetos. A los hijos de papá nada les importa esta crisis: ellos siguen viajando y consumiendo que es para lo que han venido a este mundo. De cuando en cuando la gente se harta y afila las guillotinas. Entonces Pijolandia se pone mustia. Por aquí, María Antonieta. No, usted no, Don Luis Capeto. Venga mejor por aquí.
Durante los últimos 120 o 150 años Europa y, por extensión el mundo occidental, ha experimentado un proceso de desarrollo único en la historia. Hemos crecido de forma espectacular y hemos duplicado la esperanza de vida.
A mi modo de ver, esta crisis es una inmejorable oportunidad de replantear los fundamentos básicos de nuestra organización social. La cuestión central es la irracionalidad del consumo en Occidente (consumo que, por otro lado, está lejos de proporcionar felicidad) y, al mismo tiempo, la necesidad de crecer en otras partes del mundo especialmente desvaforecidas para reequilibrar la balanza.
El consumo es lo que tira del carro de nuestra economía liberal. En tiempos de crisis como los que vivimos desde hace tres años los propios gobiernos cierran el grifo de la inversión pública -influyendo negativamente sobre el nivel de gasto de las familias, ya que el número de personas que dependen directa o indirectamente de los dineros gubernamentales es enorme- pero al mismo tiempo desean que la población siga consumiendo igual o más que en tiempos de tranquilidad ya que, en caso contrario, esto se hunde.
Y ahí es donde radica el problema: hemos estado creciendo a tasas del 3 por ciento y del 9 o 10 por ciento en los países del BRIC, pero el mundo sigue siendo el mismo: las reservas de petróleo o de carbón son las que son. El planeta no "crece" al mismo ritmo. Por si esto fuera poco, cada año que pasa hay sobre la Tierra 70 millones más de seres humanos.
CRECER, uno de los dogmas sacrosantos del capitalismo. ¿Crecer hasta dónde y hasta cuándo? Y sobre todo, ¿a costa de qué? Es como esa isla de basura que flota entre San Francisco y Hawaii, que no para de crecer. Un símbolo del futuro.
Hay que parar el carro y aprovechar este tiempo de crisis para repensar el sistema en su totalidad. RESET. Una parte del mundo (los privilegiados) ha de reducir ostensiblemente sus niveles de consumo y la otra (los marginados), ha de elevarlo hasta alcanzar un umbral de bienestar aceptable.
Esto no va a ocurrir por arte de magia, sino que resulta necesario un cambio radical en la actitud de la población y la consecuente presión sobre los gobiernos.
Mientras los gobiernos estén supeditados a los intereses de las empresas comerciales las cosas seguirán empeorando. ¿Hasta cuándo? Hasta que la Tierra aguante. Se habla del peak-oil, del cénit del carbón, etc. Lo que parece que se tiene escasamente en cuenta es que no podemos seguir consumiendo como lo estamos haciendo, ni contaminando la Tierra de esta manera. Nos lleva directamente al desastre.
La solución no es cambiar coches de gasolina o gasoil por coches eléctricos. La solución es racionalizar los niveles de consumo y reducirlos a la mínima expresión. El noventa y cinco por ciento de las cosas que nos rodean son prescindibles. El modelo más claro es el teléfono móvil (celular en América). Nos venden aparatos a los que han practicado vudú que apenas duran 18 meses o menos. Las marcas introducen nuevos modelos con toda clase de bobadas que hacen a su vez que la gente consuma más y sus cuentas de telefonía sean cada vez más abultadas. El modelo del teléfono es extrapolable a toda clase de gadgets y utensilios domésticos. Cosas que se rompen pronto. Pantallas de televisión gigantes para llenar los vacíos existenciales.
En los ochenta nunca dejé de ver a mis amigos por no tener teléfono móvil. Es más, tengo la impresión de que nos veíamos y hablábamos más, mucho más. Raúl, Fausto, Jaime, Fernando... éramos todos capitanes de quince años.
En la España de hoy hay 47 millones de habitantes y 56 millones de teléfonos móviles que, fundamentalmente, sirven para decir "estoy cruzando la calle en este momento", "voy hacia Sol por Arenal", cuando no para utilizar el botón de disculpa cliché: "Llego tarde, estoy en un atasco". Se me olvidaba: también sirve para destruir parejas y dinamitar hasta el último átomo de vida independiente. La infidelidad es cosa del pasado. Parece un invento de El Vaticano. O sea que condón no pero teléfono móvil sí. Mediante los modernos GPS también pueden rastrear tu posición exacta. En todo momento. Diabólico.
El enemigo número uno es la publicidad, que debería estar prohibida por ley, ya que se trata de una actividad criminal: conduce al peor crimen que puede cometer un ser humano, que no es otro que malgastar la vida en gilipolleces persiguiendo un ideal basado exclusivamente en la felicidad material.
Cuando era estudiante no disponía de dinero suficiente para comprar libros ni adquirir partituras. Obviamente, no había teléfonos móviles ni disponíamos de coche propio y cuando adquiríamos un pantalón o unas zapatillas era un acontecimiento social ya que todos los amigos caíamos en la cuenta, por lo inusual, de la existencia de la nueva prenda. Recuerdo las fantásticas ediciones de Schott o de Max Eschig que miraba con ganas de que se vinieran conmigo a casa. Por entonces, frecuentaba las bibliotecas. La municipal de Avenida de los Toreros, la de la propia Universidad o la Nacional. Si se trataba de partituras, iba a la Biblioteca Musical, que primero estaba en la calle Imperial, cerca de la Plaza Mayor, y luego se trasladó al Conde Duque. Nunca dejé de leer nada que tuviera que leer. Recuerdo todos esos viajes con inmenso cariño. En transporte público, naturalmente.
No podemos contar con los gobiernos en esta nueva etapa (en realidad, nunca hemos podido contar con ellos). La racionalización del consumo implica, entre otras muchas cosas, la eliminación FISICA del aparato de televisión de nuestras vidas. Se trata de un veneno mucho más letal que el mercurio o el plomo.
Es como la cuestión de la amplificación en los conciertos. Por muy alta que sea la calidad de dicha amplificación desvirtúa absolutamente el elemento emocional, lo colorea, lo desvaloriza. Hay una diferencia esencial entre tocar un instrumento tradicional y apretar una serie de botones. Pongo un ejemplo que conozco de primera mano: cuando toco una guitarra española es como si el sonido saliera de mí, mientras que cuando media un sistema de amplificación, se produce una despersonalización, una alienación sonora. Es como si el sonido surgiera en otro lado. Así, en el proceso de la comunicación median elementos espúreos y las vibraciones no se dirigen directamente al alma. Eso es para otra discusión.
Vivimos encerrados en la caverna platónica a cal y canto. La televisión escupe sus barbaridades cotidianas y creemos que se trata de la realidad. El resto del tiempo está dedicado a Internet, a las redes sociales o a enviar SMS con el móvil. Si vamos al mar o al campo hacemos lo indecible por permanecer conectados. Siempre conectados, como si fuera a suceder algo que pudiese cambiar radicalmente nuestras vidas, una señal del cielo: Movistar te regala los SMS en fin de semana. ¡Apúntate por un euro llamando al 7777!
El modelo de educación que supone aprender a tocar un instrumento es lo contrario a la ética del beneficio que impera hoy en día. ¿Quién está dispuesto a invertir horas y horas durante no menos de veinte años para alcanzar un resultado que por definición es incompleto, ya que un mayor grado de conocimiento implica una exigencia superior y el aprendizaje no tiene fin?
En nuestro mundo todo ha de suceder ya, de un día para otro. La riqueza, la acumulación, el consumo desaforado. Tolerancia cero a la frustración.
El turismo de masas es otro indicador del espanto. La gente paga para "encontrarse como en casa", negando la esencia del viaje desde el principio. El mismo MacDonalds de Glasgow está en Benidorm. EL MISMO.
Más allá del uso de fuentes alternativas de energía, lo que no puede continuar es este despilfarro estúpido con ciudades colapsadas y calefacciones a todo gas. Un simple paseo nocturno por Madrid o sus alrededores revela una cantidad inaudita de oficinas cuyas luces están encendidas a deshoras. Cuanto más gastas, más importante eres. Como los gobiernos nos incitarán a consumir más y más, hay que organizarse.
He aquí un punto de partida para iniciar el diálogo:
1.- Invito a todos los lectores de este blog a destruir sus aparatos de televisión en una ceremonia ritual a las 12 GMT del día 1 de diciembre próximo. Se oficiará una celebración dionisíaca en la ribera del Manzanares. No olvidar las ínfulas. Después, Casa Mingo invita a pollo con sidra para todos. Habrá tangos y pasodobles.
2.- Hay que crear un comité de racionalización del consumo, junto con un movimiento ciudadano para la erradicación de la publicidad.
3.- Los niveles de consumo de energía en Occidente deben descender un 50 por ciento como mínimo para reequilibrar el reparto. Hay que empezar ya (obviamente, seguido de las prácticas de separación y reciclaje).
4.- Es preciso replantear la figura del teletrabajo y la necesidad de desplazar diariamente a una parte importante de la población para que viva su vida en un edificio enfermo soportando las "ocurrencias" del jefecillo de turno. Nadie debe aguantar ni la más mínima afrenta. Hay que educar a las personas para que no dependan de los demás.
5.- Hay que SIMPLIFICAR la vida. Lo simple es deseable, lo complejo abominable.
Empecemos por eliminar la televisión (llevo 3 años sin el monstruo de Leganés -la versión chulapa del famoso monstruo escocés-, vale, sí, está bien, cuando llegó el Mundial fui a ver los partidos en los bares, lo confieso...)
Después hay que replantearse el uso del coche. Será el siguiente en caer.
Vamos, que debajo del asfalto sigue estando la playa!
Durante los últimos 120 o 150 años Europa y, por extensión el mundo occidental, ha experimentado un proceso de desarrollo único en la historia. Hemos crecido de forma espectacular y hemos duplicado la esperanza de vida.
A mi modo de ver, esta crisis es una inmejorable oportunidad de replantear los fundamentos básicos de nuestra organización social. La cuestión central es la irracionalidad del consumo en Occidente (consumo que, por otro lado, está lejos de proporcionar felicidad) y, al mismo tiempo, la necesidad de crecer en otras partes del mundo especialmente desvaforecidas para reequilibrar la balanza.
El consumo es lo que tira del carro de nuestra economía liberal. En tiempos de crisis como los que vivimos desde hace tres años los propios gobiernos cierran el grifo de la inversión pública -influyendo negativamente sobre el nivel de gasto de las familias, ya que el número de personas que dependen directa o indirectamente de los dineros gubernamentales es enorme- pero al mismo tiempo desean que la población siga consumiendo igual o más que en tiempos de tranquilidad ya que, en caso contrario, esto se hunde.
Y ahí es donde radica el problema: hemos estado creciendo a tasas del 3 por ciento y del 9 o 10 por ciento en los países del BRIC, pero el mundo sigue siendo el mismo: las reservas de petróleo o de carbón son las que son. El planeta no "crece" al mismo ritmo. Por si esto fuera poco, cada año que pasa hay sobre la Tierra 70 millones más de seres humanos.
CRECER, uno de los dogmas sacrosantos del capitalismo. ¿Crecer hasta dónde y hasta cuándo? Y sobre todo, ¿a costa de qué? Es como esa isla de basura que flota entre San Francisco y Hawaii, que no para de crecer. Un símbolo del futuro.
Hay que parar el carro y aprovechar este tiempo de crisis para repensar el sistema en su totalidad. RESET. Una parte del mundo (los privilegiados) ha de reducir ostensiblemente sus niveles de consumo y la otra (los marginados), ha de elevarlo hasta alcanzar un umbral de bienestar aceptable.
Esto no va a ocurrir por arte de magia, sino que resulta necesario un cambio radical en la actitud de la población y la consecuente presión sobre los gobiernos.
Mientras los gobiernos estén supeditados a los intereses de las empresas comerciales las cosas seguirán empeorando. ¿Hasta cuándo? Hasta que la Tierra aguante. Se habla del peak-oil, del cénit del carbón, etc. Lo que parece que se tiene escasamente en cuenta es que no podemos seguir consumiendo como lo estamos haciendo, ni contaminando la Tierra de esta manera. Nos lleva directamente al desastre.
La solución no es cambiar coches de gasolina o gasoil por coches eléctricos. La solución es racionalizar los niveles de consumo y reducirlos a la mínima expresión. El noventa y cinco por ciento de las cosas que nos rodean son prescindibles. El modelo más claro es el teléfono móvil (celular en América). Nos venden aparatos a los que han practicado vudú que apenas duran 18 meses o menos. Las marcas introducen nuevos modelos con toda clase de bobadas que hacen a su vez que la gente consuma más y sus cuentas de telefonía sean cada vez más abultadas. El modelo del teléfono es extrapolable a toda clase de gadgets y utensilios domésticos. Cosas que se rompen pronto. Pantallas de televisión gigantes para llenar los vacíos existenciales.
En los ochenta nunca dejé de ver a mis amigos por no tener teléfono móvil. Es más, tengo la impresión de que nos veíamos y hablábamos más, mucho más. Raúl, Fausto, Jaime, Fernando... éramos todos capitanes de quince años.
En la España de hoy hay 47 millones de habitantes y 56 millones de teléfonos móviles que, fundamentalmente, sirven para decir "estoy cruzando la calle en este momento", "voy hacia Sol por Arenal", cuando no para utilizar el botón de disculpa cliché: "Llego tarde, estoy en un atasco". Se me olvidaba: también sirve para destruir parejas y dinamitar hasta el último átomo de vida independiente. La infidelidad es cosa del pasado. Parece un invento de El Vaticano. O sea que condón no pero teléfono móvil sí. Mediante los modernos GPS también pueden rastrear tu posición exacta. En todo momento. Diabólico.
El enemigo número uno es la publicidad, que debería estar prohibida por ley, ya que se trata de una actividad criminal: conduce al peor crimen que puede cometer un ser humano, que no es otro que malgastar la vida en gilipolleces persiguiendo un ideal basado exclusivamente en la felicidad material.
Cuando era estudiante no disponía de dinero suficiente para comprar libros ni adquirir partituras. Obviamente, no había teléfonos móviles ni disponíamos de coche propio y cuando adquiríamos un pantalón o unas zapatillas era un acontecimiento social ya que todos los amigos caíamos en la cuenta, por lo inusual, de la existencia de la nueva prenda. Recuerdo las fantásticas ediciones de Schott o de Max Eschig que miraba con ganas de que se vinieran conmigo a casa. Por entonces, frecuentaba las bibliotecas. La municipal de Avenida de los Toreros, la de la propia Universidad o la Nacional. Si se trataba de partituras, iba a la Biblioteca Musical, que primero estaba en la calle Imperial, cerca de la Plaza Mayor, y luego se trasladó al Conde Duque. Nunca dejé de leer nada que tuviera que leer. Recuerdo todos esos viajes con inmenso cariño. En transporte público, naturalmente.
No podemos contar con los gobiernos en esta nueva etapa (en realidad, nunca hemos podido contar con ellos). La racionalización del consumo implica, entre otras muchas cosas, la eliminación FISICA del aparato de televisión de nuestras vidas. Se trata de un veneno mucho más letal que el mercurio o el plomo.
Es como la cuestión de la amplificación en los conciertos. Por muy alta que sea la calidad de dicha amplificación desvirtúa absolutamente el elemento emocional, lo colorea, lo desvaloriza. Hay una diferencia esencial entre tocar un instrumento tradicional y apretar una serie de botones. Pongo un ejemplo que conozco de primera mano: cuando toco una guitarra española es como si el sonido saliera de mí, mientras que cuando media un sistema de amplificación, se produce una despersonalización, una alienación sonora. Es como si el sonido surgiera en otro lado. Así, en el proceso de la comunicación median elementos espúreos y las vibraciones no se dirigen directamente al alma. Eso es para otra discusión.
Vivimos encerrados en la caverna platónica a cal y canto. La televisión escupe sus barbaridades cotidianas y creemos que se trata de la realidad. El resto del tiempo está dedicado a Internet, a las redes sociales o a enviar SMS con el móvil. Si vamos al mar o al campo hacemos lo indecible por permanecer conectados. Siempre conectados, como si fuera a suceder algo que pudiese cambiar radicalmente nuestras vidas, una señal del cielo: Movistar te regala los SMS en fin de semana. ¡Apúntate por un euro llamando al 7777!
El modelo de educación que supone aprender a tocar un instrumento es lo contrario a la ética del beneficio que impera hoy en día. ¿Quién está dispuesto a invertir horas y horas durante no menos de veinte años para alcanzar un resultado que por definición es incompleto, ya que un mayor grado de conocimiento implica una exigencia superior y el aprendizaje no tiene fin?
En nuestro mundo todo ha de suceder ya, de un día para otro. La riqueza, la acumulación, el consumo desaforado. Tolerancia cero a la frustración.
El turismo de masas es otro indicador del espanto. La gente paga para "encontrarse como en casa", negando la esencia del viaje desde el principio. El mismo MacDonalds de Glasgow está en Benidorm. EL MISMO.
Más allá del uso de fuentes alternativas de energía, lo que no puede continuar es este despilfarro estúpido con ciudades colapsadas y calefacciones a todo gas. Un simple paseo nocturno por Madrid o sus alrededores revela una cantidad inaudita de oficinas cuyas luces están encendidas a deshoras. Cuanto más gastas, más importante eres. Como los gobiernos nos incitarán a consumir más y más, hay que organizarse.
He aquí un punto de partida para iniciar el diálogo:
1.- Invito a todos los lectores de este blog a destruir sus aparatos de televisión en una ceremonia ritual a las 12 GMT del día 1 de diciembre próximo. Se oficiará una celebración dionisíaca en la ribera del Manzanares. No olvidar las ínfulas. Después, Casa Mingo invita a pollo con sidra para todos. Habrá tangos y pasodobles.
2.- Hay que crear un comité de racionalización del consumo, junto con un movimiento ciudadano para la erradicación de la publicidad.
3.- Los niveles de consumo de energía en Occidente deben descender un 50 por ciento como mínimo para reequilibrar el reparto. Hay que empezar ya (obviamente, seguido de las prácticas de separación y reciclaje).
4.- Es preciso replantear la figura del teletrabajo y la necesidad de desplazar diariamente a una parte importante de la población para que viva su vida en un edificio enfermo soportando las "ocurrencias" del jefecillo de turno. Nadie debe aguantar ni la más mínima afrenta. Hay que educar a las personas para que no dependan de los demás.
5.- Hay que SIMPLIFICAR la vida. Lo simple es deseable, lo complejo abominable.
Empecemos por eliminar la televisión (llevo 3 años sin el monstruo de Leganés -la versión chulapa del famoso monstruo escocés-, vale, sí, está bien, cuando llegó el Mundial fui a ver los partidos en los bares, lo confieso...)
Después hay que replantearse el uso del coche. Será el siguiente en caer.
Vamos, que debajo del asfalto sigue estando la playa!
lunes, 22 de noviembre de 2010
Clara Anahí Mariani
He aquí un llamado a todos los que puedan ver esta información. Se trata de la búsqueda de Clara Anahí Mariani, hija de desaparecidos que a día de hoy debe tener 31 años de edad. Su abuela, que ya es bastante mayor, querría abrazarla.
En el verano austral, cuando era chico y un niño se perdía, se formaba un grupo de bañistas que lo llevaban a caballito y recorrían la playa dando palmas para que el niño se sintiera acompañado y los padres pudieran localizarlo. Muchas veces en noches especialmente largas me acuerdo de esos voluntariosos guardianes entre el centeno.
Demos pues palmas todos. Puede que así Clara -que tendrá ahora otro nombre y otra vida- alcance a oírnos.
Ya lo hizo el inigualable Julio Cortázar en un cuento que me parte en dos desde que lo leí allá por el Pleistoceno: Las puertas del cielo.
Suerte.
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jueves, 18 de noviembre de 2010
El cólera de Dios
Cosas como esta ocurren a diario en este planeta infame, en el que se nos exige que regalemos el dinero que no tenemos a los bancos para que sigan exprimiendo la naranja y trabajemos hasta cualquier edad para que todo siga igual.
La humanidad se divide fundamentalmente en dos clases: aquellos que intentan con su esfuerzo mejorar la vida de los demás -en la medida de sus fuerzas y de sus capacidades: los hay incluso que superan todas las limitaciones humanas, como es el caso de (SAN) Vicente Ferrer o el doctor Alfred Jahn- y aquellos que viven exclusivamente para sí mismos.
Es preciso volver a revisar las ideas de una sociedad alternativa, porque esta que tenemos es un montón de mierda. Con el mismo impulso que soñaron los socialistas utópicos. Hay que cambiar aquello que no funciona o no funcionó en el pasado y diseñar nuevas respuestas para una superpoblación mundial, para problemas que ni siquiera podían imaginar en el siglo XIX. No es posible que la única alternativa válida sea un planeta de 7.000 millones de seres humanos en donde un tercio vive a todo tren, otro tercio va tirando a duras penas y el resto está condenado a un estadio de vida propio de un animal.
Tenemos tecnología y conocimiento para hacer maravillas impensables hace sólo 30 años. Pero si logramos generar energía a partir del viento, las olas o los rayos del sol es para que alguien se enriquezca pasándonos una factura a fin de mes. Y estamos tan lobotomizados que nos parece lo más lógico que se nos cobre por todo ello. ¿Alguien con dos dedos de frente puede creer que podemos enviar naves tripuladas a la Luna o sondas robotizadas a los confines del Sistema Solar y no podemos resolver problemas como el del hambre atroz? Si los niños no reciben ciertos nutrientes y ciertos cuidados psicológicos antes de los tres años están fastidiados para todo el viaje. Ese es el genuino interés del gran capital: millones de seres condenados a vagar por el mundo en un estado de semi-inconsciencia, como esos niños que son puros ojos y se dejan devorar por las moscas sin pestañear.
Los propios científicos que, en cierta medida, han asumido el papel de los filósofos del pasado que ahora se dedican a vegetar en las universidades o hacer carrera al frente de algún ministerio, deberían mirar más allá de sus laboratorios y de su personal afán por ser los primeros. El mundo necesita no sólo que investiguen, sino que eduquen, divulguen la ciencia que avanza a un paso uniformemente acelerado y adopten posturas ideológicamente comprometidas. Se trata de generar modelos viables, respetuosos con el entorno y que tiendan a cubrir las necesidades de todos. La marabunta no les va a respetar en sus torres de marfil.
Si el sistema actual es energéticamente insostenible e intrísecamente injusto habrá que decirlo ALTO y CLARO, obligando a los gobiernos a tomar medidas urgentes pero YA, no en los próximos cincuenta años. Y los que deben hablar son la vanguardia intelectual de la época, superando el modelo de "estrella de la comunicación" en que se han convertido algunos personajes públicos, que utilizan los problemas planetarios como un medio para enriquecerse.
La lógica de nuestro sistema está basada en el hiperconsumo. Si este desciende, el barco se hunde. La cuestión de la energía o la alimentación resultan paradigmáticas.
En el caso de la energía, que junto a la educación, la alimentación y la sanidad constituye parte de la infraestructura básica para el desarrollo del ser humano, estoy convencido de que existen alternativas viables (el famoso Mix) a la dependencia de los combustibles fósiles. Pero hasta que no consumamos la última gota de petróleo, las multinacionales (y los gobiernos que dependen de ellas) no permitirán un sistema alternativo. Cuando eso ocurra, serán ellos quienes nos cobren por el uso de los molinos, las placas solares o los condensadores de fluzo. Y la tarifa ¡oh sorpresa! será aún más cara que con el petróleo, por los "costes de transición", los "costes de adaptación", los "costes de I+D+i" o vaya usted a saber por qué. Vendrá todo muy bien explicado en una factura en 3D a todo color. Igual que ocurrió en el paso del LP de vinilo al CD, más barato de producir y con mayor capacidad pero, inexplicablemente, mucho más caro. Alguien se queda con la pasta-guita-lana. Siempre.
Las cosas esenciales no pueden estar en manos de empresas privadas, guiadas exclusivamente por la "ética" del beneficio económico. Tampoco sectores estratégicos como el bancario o la economía especulativa pueden ser manejadas según las reglas del laissez-faire. Incluso cabría debatir los límites de su ámbito de actuación. Eso ya lo probamos y nos ha traído hasta este desastre, en el que se parchean con dinero público las locuras de una economía paralela que multiplica infinitamente el valor real de los activos. El propio Bush, adalid del libre mercado y defensor a ultranza de la desaparición del Estado, terminó su repugnante mandato solicitando fondos públicos para mantener la economía a flote. Más bien, mendigando fondos públicos. Tampoco se puede permitir que los cazurros de turno se enriquezcan vendiendo propiedades multiplicando artificialmente su precio. Es inmoral. No se puede comerciar con la desgracia o las necesidades básicas de la gente. Es como el negocio de El tercer hombre en la Viena de posguerra, traficando con penicilina en hospitales infantiles. Son cuestiones demasiado importantes para dejarlas al cuidado de los lobos.
En una perspectiva más metafísica, si el mundo carece de primer motor como sugería Hawking, entonces habrá que poner todo el empeño en racionalizarlo, en repartir mejor lo que tenemos y lograr que los miserables accedan al menos a lo básico. Sé que no es sencillo. He visto personalmente cómo funcionan los "paraísos o dinastías comunistas". He trabajado incluso allí. Así, no. Pero, ¿esto es lo mejor que podemos parir? ¿Un sistema que admite la injusticia social como un mal necesario, que destruye el entorno natural a marchas forzadas y cuyo equilibrio depende de que cuatro encorbatados pongan cualquier cosa en una hoja de Excel y se vaya todo al garete? Cuando ocurrió lo de Madoff los que cayeron en la trampa para osos no eran precisamente jubilados de Afinsa. Se trataba de Botín, el todopoderoso Padrino del Grupo Santander y de otros "tiburones" de las finanzas. Si a ellos les engañan de esa manera qué no ocurrirá con el resto de nosotros.
Los jóvenes de Europa, esos mismos que se quejaban -de forma marcadamente individual- en El País en el pasado septiembre (Pre-Parados) de que la sociedad actual no reconocía sus méritos o no les dejaba ejercer un trabajo a la altura de sus capacidades, son la generación más preparada e informada de la historia. Han disfrutado de todas las ventajas que no ha tenido nadie en este país para formarse, viajar y acumular masters. No obstante, si se trata de impulsos de cambio profundo hay que buscarlos en décadas pasadas, cuando la gente a lo mejor no estudiaba tantos años pero era capaz de enfrentarse a un tanque en las calles de Praga. Ahora sólo se trata de conservar el estatus de cada uno. Hablando en plata, de salvar el culo. Hay otros jóvenes, que no se quejan tanto, que me he ido encontrando en mis viajes como cooperante por toda América Latina. Desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego: se dejan la piel para ayudar a otros. Siempre sonriendo y sobreponiéndose a toda clase de dificultades. Gente luminosa. Esos son los imprescindibles.
Pertenecer a una o a otra clase de individuos es una decisión puramente personal y está al alcance de todos. No hay que darle más vueltas.
Lo demás son pajas mentales.
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miércoles, 17 de noviembre de 2010
Vagabundos perezosos
Ayer cumplí años. ¿Cuántos? Qué importa... Too many years. Gracias a todos los que llamaron o enviaron felicitaciones a ambos lados del charco: me hicieron sentir muy bien en un día jodido.
Una de las pocas certezas que se reafirma en cada nuevo cumpleaños es que todo pende de un delgadisimo hilo. Nuestro supuesto equilibrio yendo a trabajar todos los días, aguantando situaciones insoportables, tráfico nauseabundo, horas rellenas de nada. La pareja, ese supuesto puerto seguro que cuando estalla puede provocar reacciones en cadena que habrían sorprendido al mismísimo Einstein. Puede que analizando su impacto hubiera desentrañado todas las paradojas de la física cuántica. Él, que mantuvo hasta seis relaciones sentimentales en paralelo. Procesamiento en serie, procesamiento en paralelo. Los objetos materiales de los que nos rodeamos para disfrazar la angustia vital, las convenciones sociales que huelen a mendacidad, el miedo cerval a lo que sale del corazón aunque duela. La escena final de "La gata sobre el tejado de zinc caliente", el núcleo argumental de "American Beauty".
A Diógenes le costaría hoy Dios y ayuda encontrar individuos sinceros, pero si en este frío y lluvioso noviembre se diera un paseo por la zona de la Puerta del Sol puede que se topase con dos vagabundos que han hecho de la sinceridad su bandera. Han decidido bajarse de esta noria infecta, enarbolar la enseña pirata, dejar de pagar impuestos y vivir al día sin la promesa de un mañana que cuando llega los bancos han quebrado y, pobres, hay que echarles una mano.
No piden para su prole o por Jesucristo y María Santísima. No. Los autodenominados Vagabundos Perezosos piden para sus vicios y para tirar para adelante, más o menos como todos los que aún no hemos cruzado esa delgada línea gris. El que crea que eso no va con él es como el que cree que está a salvo de los desengaños o de los golpes de Dios.
Pero no piden de cualquier manera. The Lazy Beggers (suena fenomenal como banda de rock sureño) piden a la antigua usanza y también piden por Internet mediante pagos con PayPal. Sin nostalgias por la ¿vida? que dejaron atrás. Son los cibermendigos.
Esta noche a última hora europea -porque nací en el Lejano Sur- de mi cuarenta y seis cumpleaños mi hijo pequeño me llamó por teléfono saltándose la ley del hielo y por fin pude oír su voz. Me hablaba desde su habitación, preparado para dormir, rodeado de sus juguetes y sus libros. ¡Feliz cumpleaños papá! Estaba bien, con esa capacidad intacta que tienen los niños para destilar alegría en medio del vacío. En eso consiste la magia. Son las 7:16 del día siguiente. Aún no he pegado ojo. El día se resiste a amanecer y sigue lloviendo. A última hora recibí el mejor regalo de la jornada. Estoy deshidratado. Hora de hacerle una visita a Johnnie, Johnnie Walker. Va por ti.
Me quedé pensando en cuántos seres humanos se quiebran definitivamente y no encuentran el camino de regreso a casa. A veces no hay ni siquiera casa a la que volver. La última escena de "El nadador" con Burt Lancaster. Live with that.
Basta de penas. Alegría, alegría, que ahí vienen los vagabundos perezosos, que van por el mundo con salero y marcialidad. Se tienen a ellos mismos y a sus fantásticos perros Whisky y Resaca. ¿A qué más? En sus propias palabras, bienvenidos al puto siglo XXI. Continuemos trabajando para cubrir las pérdidas de los bancos y garantizar los sueldos de sus consejeros delegados. ¡Los pobres tienen muchos gastos!
Puede parecer ridículo preguntarle a un vagabundo si tiene alguna manera de probar que se licenció en la Universidad de Kent (Reino Unido) o que trabajó para el Deutsche Bank, pero el rigor periodístico obliga; otra cosa es que un vagabundo pueda satisfacer una petición de ese tipo. "¿Documentos? Se quedaron en otra vida", dice Lyndon Owen, galés de 37 años, informático en el pasado; en el presente, trotamundos sin hogar.
El Ayuntamiento de Madrid tiene un censo de mendigos donde seguramente no aparezcan los Lazy Beggers, un galés y un español que se conocieron en las Cuevas del Sacromonte (Granada) en 2001 y bautizaron con ese nombre inglés -Vagabundos Vagos- su amistad y su insólita empresa: rodar por la península Ibérica pidiendo dinero en la calle con la franqueza como técnica de mercadotecnia.
"Para cerveza. Para vino. Para whisky. Para la resaca". Lyndon Owen y su compañero, José Manuel Calvo García, canario de 55 años, mendigan desde hace una semana en la sombría calle del Carmen, a pocos metros de la plaza de Callao, detrás de una línea frontal de carteles donde exponen sus necesidades y resaltan su virtud: "Por lo menos, sincero".
Cuando pasa un peatón y les echa unas monedas menudas, su respuesta rompe con los clásicos de la mendicidad. En vez de un señor/señora dios le bendiga, dicen gracias, visite nuestra página web. Owen y Calvo tienen un sitio propio en Internet (www.lazybeggers.com) y un perfil en la red social Facebook: "Welcome to the 21st fucking century", ponen en su presentación. Bienvenidos al, digamos, maldito, siglo XXI.
Su iniciativa digital les ha hecho llamativos para los periódicos (han aparecido en The Guardian, Der Spiegel y Clarín, entre otros), pero no les ha dado dinero. En su web, diseñada por el galés, disponen de un sistema electrónico PayPal para recibir limosnas que no da mucho de sí. "Lo pusimos hace cuatro años y hemos sacado poco más de 1.000 euros", cuenta Calvo. "No nos ha dado ni para pagarnos las sesiones de Internet en los locutorios".
Realmente se sacan los cuartos en la calle. Unos 40 euros al día, que es lo que les cuesta vivir a los dos. Cuentan que cierto día, en un suceso paranormal, un joven a paso ligero les dejó un billete de 500 euros, sin mediar palabra (vaya a saber si se trataba del hijo de algún constructor con mala consciencia).
El lecho de los Lazy Beggars cuando paran en Madrid (un par de veces al año) son los respiraderos superficiales del aparcamiento subterráneo de la plaza de las Descalzas. A menos de 100 metros está la plaza de Santo Domingo, uno de los tres lugares de la capital donde se puede coger Internet al aire libre, por gracia municipal. Y ahí tienen un locutorio boliviano en el que compran sus litronas de cerveza y les dejan cargar su ordenador de segunda mano.
En este pequeño perímetro en torno a la plaza de Callao duermen, piden, beben, comen, enchufan su computadora. Calvo, licenciado en Psicología, fontanero y técnico en instalación de placas solares, según sus palabras, afirma que su vagancia les impide moverse por otras zonas de la ciudad. "Y eso que en la calle de Fuencarral se consiguen muchos porros de limosna", anota.
Dice el censo que en el distrito centro de Madrid, donde han recalado estos vagabundos después de andar unos meses por el Algarve (Portugal), hay más de 100 mendigos. Owen y Calvo conocen a algunos, pero no intiman con ellos; su filosofía de vagabundeo no es la del cartón de vino y los líos callejeros.
Los Lazy Beggars aseguran que beben con moderación y toman pocas drogas. Pasaron sus baches químicos, el galés con la coca, el canario con el crack, pero antes de echarse a la calle, cuando trabajaban y hacían dinero. "Ahora somos felices y no lo necesitamos", dice Calvo.
Los dos afirman que decidieron ser vagabundos por su cuenta, que no hubo causas de verdadera necesidad. Owen dejó atrás una novia y una hija. Calvo, una esposa y dos hijos. Han perdido contacto con ellos. Los han sustituido por un amigo, dos páginas web, un par de perros (Whisky y Resaca) y la libertad de hacer el ganso en la acera que más les plazca.
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martes, 16 de noviembre de 2010
Inodoro Pereyra
Hablando ayer de Coronel Pringles, el no lugar de mi infancia, recordé al inigualable Inodoro Pereyra, pozo de sabiduría vernácula inmortalizado por el gran Fontanarrosa.
A propósito de la mujer, filosofa Inodoro en alguna turbia y polvorienta pulpería, iluminando a todo aquel parroquiano que le prestara oídos: "uno se deslumbra con la mujer linda, se asombra con la inteligente... y se queda con la que le da pelota".
¡Cuánta razón, viejo Inodoro! Cabría agregar que, contra todo pronóstico, es ella la que decide quedarse con nosotros (de momento...). Somos menos que nada. Sombras y cenizas. Números negativos.
Para ver algunas perlas de Don Inodoro, pulsen aquí.
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lunes, 15 de noviembre de 2010
Un cuento de César Aira
César Aira es un escritor argentino nacido en el mismo pueblo que mi viejo: Coronel Pringles. Para el resto de mi familia, dicho pueblo está envuelto en un halo mítico. Nunca fuimos. Historias trabadas. Hasta jamás.
De Coronel Pringles mis hermanos y yo tenemos escasas referencias, dos abuelos que no llegamos a conocer, imágenes en blanco y negro, nombres inciertos y todo lo más, una visita virtual por la gracia de Google Maps. Perfectas manzanas cuadradas en medio de la pampa. De fortín a fortín y tiro porque me toca. Ignoro si mis hijos buscarán algún día la casa donde nací. El alma humana tiene forma de boomerang.
César Aira es de allí. Me gusta lo que hace. Quién sabe si, en momentos de extrema angustia, cuando la muerte parece una realidad casi amable, entonará con voz quebrada el inmortal himno patrio creado en los gloriosos tiempos de la Independencia, cuando los aguerridos payadores entretenían a la tropa:
"Yo soy de Coronel Pringles
me pica el tujes
no me caliento..."
El carrito por César Aira
Uno de los carritos de un gran supermercado del barrio donde yo vivía rodaba solo, sin que nadie lo empujara. Era un carrito igual que todos los otros: de alambre grueso, con cuatro rueditas de goma (las de adelante un poco más juntas que las de atrás, lo que le daba su forma característica) y un caño cubierto de plástico rojo brillante desde el que se lo manejaba. Tan igual era a todos los demás que no se lo distinguía por nada. Era un supermercado enorme, el más grande del barrio, y el más concurrido, así que tenía más de doscientos carritos. Pero el que digo era el único que se movía por sí mismo. Lo hacía con infinita discreción: en el vértigo que dominaba el establecimiento desde que abría hasta que cerraba, y no hablemos de las horas pico, su movimiento pasaba inadvertido. Lo usaban como a todos los demás, lo cargaban de comida, bebidas y artículos de limpieza, lo descargaban en las cajas, lo empujaban de prisa de góndola en góndola, y si en algún momento lo soltaban y lo veían deslizarse un milímetro o dos, creían que era por la inercia.
Solamente de noche, en la calma tan extraña de ese lugar atareadísimo, se hacía perceptible el prodigio, pero no había nadie para admirarlo. Apenas si de vez en cuando algún repositor, de los que empezaban su trabajo al amanecer, se sorprendía de encontrarlo perdido allá en el fondo, junto a la heladera de los supercongelados o entre las oscuras estanterías de los vinos. Y suponían, naturalmente, que se lo habían dejado olvidado allí la noche anterior. El super era tan grande y laberíntico que no tenía nada de raro, ese olvido. Si en esa ocasión, al encontrarlo, lo veían avanzar, y si es que notaban ese avance, que eran tan poco notable como el del minutero de un reloj, se lo explicaban pensando en un desnivel del piso o en una corriente de aire.
En realidad, el carrito se había pasado la noche dando vueltas por los pasillos entre las góndolas, lento y silencioso como un astro, sin tropezar nunca, y sin detenerse. Recorría su dominio, misterioso, inexplicable, su esencia milagrosa disimulada en la trivialidad de un carrito de supermercado como todos.
Tanto los empleados como los clientes estaban demasiado ocupados para apreciar este fenómeno secreto, que por lo demás no afectaba a nadie ni a nada. Yo fui el único en descubrirlo, creo. O más bien, estoy seguro: la atención es un bien escaso entre los humanos, y en este asunto se necesitaba mucha. No se lo dije a nadie, porque se parecía demasiado a una de esas fantasías que se me suelen ocurrir, que me han hecho fama de loco. De tantos años de ir a hacer las compras a ese lugar, aprendí a reconocerlo, a mi carrito, por una pequeña muesca que tenía en la barra; salvo que no tenía que mirar la muesca, porque ya de lejos algo me indicaba que era él. Un soplo de alegría y confianza me recorría al identificarlo. Lo consideraba una especie de amigo, un objeto amigo, quizás porque en la naturaleza inerte de la cosa el carrito había incorporado ese temblor mínimo de vida a partir del cual todas las fantasías se hacían posibles. Quizás, en un rincón de mi subconciente, le estaba agradecido por su diferencia con todos los demás carritos del mundo civilizado, y por habérmela revelado a mí y a nadie más. Me gustaba imaginármelo en la soledad y el silencio de la medianoche, rodando lentísimo en la penumbra, como un pequeño barco agujereado que partía en busca de aventuras, de conocimiento, de amor (¿por qué no?). ¿Pero qué iba a encontrar, en ese banal paisaje, que era todo su mundo, de lácteos y verduras y fideos y gaseosas y latas de arvejas? Y aún así no perdía la esperanza, y reanudaba sus navegaciones, o mejor dicho no las interrumpía nunca, como el que sabe que todo es en vano y aun así insiste. Insiste porque confía en la transformación de la vulgaridad cotidiana en sueño y portento. Creo que me identificaba con él, y creo que por esa identificación lo había descubierto. Es paradójico, pero yo que me siento tan lejos y tan distinto de mis colegas escritores, me sentía cerca de un carrito de supermercado. Hasta nuestras respectivas técnicas se parecían: el avance imperceptible que lleva lejos, la restricción a un horizonte limitado, la temática urbana. Él lo hacía mejor: era más secreto, más radical, más desinteresado.
Con estos antecedentes, podrá imaginarse mi sorpresa cuando lo oí hablar, o, para ser más preciso, cuando oí lo que dijo. Habría esperado cualquier cosa antes que su declaración. Sus palabras me atravesaron como una lanza de hielo y me hicieron reconsiderar toda la situación, empezando por la simpatía que me unía al carrito, y hasta la simpatía que me unía a mí mismo, o más en general la simpatía por el milagro.
El hecho de que hablara no me sorprendió en sí mismo, porque lo esperaba. De pronto sentí que nuestra relación había madurado hasta el nivel del signo lingüístico. Supe que había llegado el momento de que me dijera algo (por ejemplo que me admiraba y me quería y que estaba de mi parte), y me incliné a su lado simulando atarme los cordones de los zapatos, de modo de poner la oreja contra el enrejado de alambre de su costado, y entonces pude oír su voz, en un susurro que venía del reverso del mundo y aun así sonaba perfectamente claro y articulado:
–Yo soy el Mal.
De Coronel Pringles mis hermanos y yo tenemos escasas referencias, dos abuelos que no llegamos a conocer, imágenes en blanco y negro, nombres inciertos y todo lo más, una visita virtual por la gracia de Google Maps. Perfectas manzanas cuadradas en medio de la pampa. De fortín a fortín y tiro porque me toca. Ignoro si mis hijos buscarán algún día la casa donde nací. El alma humana tiene forma de boomerang.
César Aira es de allí. Me gusta lo que hace. Quién sabe si, en momentos de extrema angustia, cuando la muerte parece una realidad casi amable, entonará con voz quebrada el inmortal himno patrio creado en los gloriosos tiempos de la Independencia, cuando los aguerridos payadores entretenían a la tropa:
"Yo soy de Coronel Pringles
me pica el tujes
no me caliento..."
El carrito por César Aira
Uno de los carritos de un gran supermercado del barrio donde yo vivía rodaba solo, sin que nadie lo empujara. Era un carrito igual que todos los otros: de alambre grueso, con cuatro rueditas de goma (las de adelante un poco más juntas que las de atrás, lo que le daba su forma característica) y un caño cubierto de plástico rojo brillante desde el que se lo manejaba. Tan igual era a todos los demás que no se lo distinguía por nada. Era un supermercado enorme, el más grande del barrio, y el más concurrido, así que tenía más de doscientos carritos. Pero el que digo era el único que se movía por sí mismo. Lo hacía con infinita discreción: en el vértigo que dominaba el establecimiento desde que abría hasta que cerraba, y no hablemos de las horas pico, su movimiento pasaba inadvertido. Lo usaban como a todos los demás, lo cargaban de comida, bebidas y artículos de limpieza, lo descargaban en las cajas, lo empujaban de prisa de góndola en góndola, y si en algún momento lo soltaban y lo veían deslizarse un milímetro o dos, creían que era por la inercia.
Solamente de noche, en la calma tan extraña de ese lugar atareadísimo, se hacía perceptible el prodigio, pero no había nadie para admirarlo. Apenas si de vez en cuando algún repositor, de los que empezaban su trabajo al amanecer, se sorprendía de encontrarlo perdido allá en el fondo, junto a la heladera de los supercongelados o entre las oscuras estanterías de los vinos. Y suponían, naturalmente, que se lo habían dejado olvidado allí la noche anterior. El super era tan grande y laberíntico que no tenía nada de raro, ese olvido. Si en esa ocasión, al encontrarlo, lo veían avanzar, y si es que notaban ese avance, que eran tan poco notable como el del minutero de un reloj, se lo explicaban pensando en un desnivel del piso o en una corriente de aire.
En realidad, el carrito se había pasado la noche dando vueltas por los pasillos entre las góndolas, lento y silencioso como un astro, sin tropezar nunca, y sin detenerse. Recorría su dominio, misterioso, inexplicable, su esencia milagrosa disimulada en la trivialidad de un carrito de supermercado como todos.
Tanto los empleados como los clientes estaban demasiado ocupados para apreciar este fenómeno secreto, que por lo demás no afectaba a nadie ni a nada. Yo fui el único en descubrirlo, creo. O más bien, estoy seguro: la atención es un bien escaso entre los humanos, y en este asunto se necesitaba mucha. No se lo dije a nadie, porque se parecía demasiado a una de esas fantasías que se me suelen ocurrir, que me han hecho fama de loco. De tantos años de ir a hacer las compras a ese lugar, aprendí a reconocerlo, a mi carrito, por una pequeña muesca que tenía en la barra; salvo que no tenía que mirar la muesca, porque ya de lejos algo me indicaba que era él. Un soplo de alegría y confianza me recorría al identificarlo. Lo consideraba una especie de amigo, un objeto amigo, quizás porque en la naturaleza inerte de la cosa el carrito había incorporado ese temblor mínimo de vida a partir del cual todas las fantasías se hacían posibles. Quizás, en un rincón de mi subconciente, le estaba agradecido por su diferencia con todos los demás carritos del mundo civilizado, y por habérmela revelado a mí y a nadie más. Me gustaba imaginármelo en la soledad y el silencio de la medianoche, rodando lentísimo en la penumbra, como un pequeño barco agujereado que partía en busca de aventuras, de conocimiento, de amor (¿por qué no?). ¿Pero qué iba a encontrar, en ese banal paisaje, que era todo su mundo, de lácteos y verduras y fideos y gaseosas y latas de arvejas? Y aún así no perdía la esperanza, y reanudaba sus navegaciones, o mejor dicho no las interrumpía nunca, como el que sabe que todo es en vano y aun así insiste. Insiste porque confía en la transformación de la vulgaridad cotidiana en sueño y portento. Creo que me identificaba con él, y creo que por esa identificación lo había descubierto. Es paradójico, pero yo que me siento tan lejos y tan distinto de mis colegas escritores, me sentía cerca de un carrito de supermercado. Hasta nuestras respectivas técnicas se parecían: el avance imperceptible que lleva lejos, la restricción a un horizonte limitado, la temática urbana. Él lo hacía mejor: era más secreto, más radical, más desinteresado.
Con estos antecedentes, podrá imaginarse mi sorpresa cuando lo oí hablar, o, para ser más preciso, cuando oí lo que dijo. Habría esperado cualquier cosa antes que su declaración. Sus palabras me atravesaron como una lanza de hielo y me hicieron reconsiderar toda la situación, empezando por la simpatía que me unía al carrito, y hasta la simpatía que me unía a mí mismo, o más en general la simpatía por el milagro.
El hecho de que hablara no me sorprendió en sí mismo, porque lo esperaba. De pronto sentí que nuestra relación había madurado hasta el nivel del signo lingüístico. Supe que había llegado el momento de que me dijera algo (por ejemplo que me admiraba y me quería y que estaba de mi parte), y me incliné a su lado simulando atarme los cordones de los zapatos, de modo de poner la oreja contra el enrejado de alambre de su costado, y entonces pude oír su voz, en un susurro que venía del reverso del mundo y aun así sonaba perfectamente claro y articulado:
–Yo soy el Mal.
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sábado, 13 de noviembre de 2010
Buen viaje, Mister Marshall
La vida es así de absurda. Un día parte Massera, al otro se va Berlanga. Claro que en direcciones opuestas, porque los pecadillos del de Valencia son de escasa entidad. Como mucho, algunos días en el purgatorio realizando trabajos sociales, alguna que otra charla y palmaditas en la espalda. Seguro que El que todo lo ve es mucho más comprensivo que sus delegados terrenales.
El creador de Bienvenido, Mister Marshall; Calabuch; El verdugo; La vaquilla... uno de los grandes, alguien que tenía un sentido del humor muy especial y un profundo grado de comprensión del ser español, donde pueden tocarse y convivir todos los extremos. Anarquistas de derechas, fascistas revolucionarios...
He aquí una entrevista que concedió hace tres años, donde revela que se alistó en la División Azul para impresionar a una chica con su valor y que esta, ingrata donde las haya, no le escribió ni una triste carta.
"Como alcalde vuestro que soy...", se oye decir al genial Pepe Isbert. Películas para ver de cuando en cuando. Un espíritu libertario de los de antes. Al modo de Buñuel, Dalí, Orson Welles, vamos, como hoy en dia. Lo mismo que el fuego fatuo, lo mismito que el querer...
Viví la Guerra Civil como si fueran unas largas vacaciones
Luis García Berlanga, cuya obra cruza el cine español de los últimos 60 años, recibe hoy un homenaje de la Academia de Cine. El motivo: la conmemoración de los 55 años de una de sus obras mayores, ¡Bienvenido, Mister Marshall! En esta conversación, mantenida con él en su despacho de la calle de Gaztambide de Madrid, el director de El verdugo y Plácido habla, entre otras cosas, de "las parcelas infernales" a las que lleva el pesimismo que siempre ha alentado su vida, una existencia de alguien "caótico y libertario, desordenado y frenético".
Un día el actor francés Michel Piccoli, que trabajó para él en Tamaño natural, lo definió: "Es Don Quijote". Luego lo pensó mejor: "Bueno, también podría ser Sancho". He aquí algunas de sus reflexiones personales sobre el cine, la guerra, la sociedad española y la vida en general.
- Pesimismo. "Al tercer día de nacer ya me estaba cagando en la sociedad española. Siempre he tenido la sensación de que no iba a tener nada positivo, y he intentado crearme válvulas de escape. La principal es el erotismo, una de las pocas cosas que me asciende desde el nivel del barro y de la mierda de esta sociedad que me ha tocado... Dice Piccoli que soy el Quijote. ¡Tendría que ser el marqués de Sade! Hasta la Guerra Civil yo era un solitario total, no tenía amigos. Tenía la fantasía estúpida de querer ser invisible. Luego llegó la contienda y tuve que salir de casa. En el 36 yo tenía 15 años. Y a los 13 ya sabía qué pasaba en España, porque mi padre era diputado republicano y mi abuelo había sido senador con Sagasta... Mi familia era una familia de políticos, y con ellos supe que la política era una cagada, como todo...".
- Crispación. "Era evidente que desde que ganó el Frente Popular se produjo en España una crispación espantosa, y yo veía eso desde mi sitio de solitario. Era una crispación tan grande como la que hay ahora, pero ahora nosotros estamos vacunados contra el fusil y contra la trinchera, pero todo se parece mucho".
- La Guerra Civil. "La viví maravillosamente, si se puede decir así. Había persecuciones, muertes, pero, fíjate, en medio de aquel caos yo sentía que estaba viviendo unas largas vacaciones. Descubrí qué eran los amigos, aprendí a encontrar felicidad en los libros... Mi padre, republicano, pudo huir a Tánger, pero allí lo apresó Franco. Y le pidieron la pena de muerte. Fíjate, hubo dos divisionarios de la División Azul, Luis Ciges y Luis García Berlanga, y los padres de ambos eran diputados de Unión Republicana, el de Ciges había sido gobernador en Ávila y mi padre era diputado. Al de Ciges lo fusilaron los franquistas y mi padre tuvo que huir tanto de los franquistas como de los anarquistas. Lo que es la vida".
- La División Azul. "Fui porque me lo pidió la familia, porque mi padre estaba con petición de pena de muerte. Pero en realidad lo que me motivó a ir fue una chica. Yo estaba enamorado de ella, creí que estando en la División Azul se quedaría prendada de mi valor; no me mandó ni una carta y se hizo novia de mi amigo más íntimo. Me lo pidieron: 'A lo mejor sirve para que conmuten la pena a tu padre'. Nunca disparé un tiro, jamás maté a nadie. Me pusieron a vigilar en una torre vigía pero no veía nada y me inventaba las cosas. Hacía un frío intenso y a lo que temía era a Drácula... No, no entendí la guerra. Si no he entendido la vida, ¿cómo voy a entender una guerra? La guerra es una complicación de la vida. No sirvió para nada ir a la División Azul. Para conseguir la conmutación de la muerte que recaía sobre mi padre hubo que pasar por el estraperlo de la muerte. Había dos personas, un médico de los ojos y una hermana suya, que cobraban ese estraperlo. Mi padre tenía una fábrica de electricidad y una finca. Lo vendimos todo y le salvamos la vida, pagando".
- Los otros. "He trabajado con muchos: Bardem, Azcona, López Vázquez, Alexandre... Alfredo Landa dijo de mí lo que mejor me define: 'Berlanga es un hijo de puta con ventanas a la calle, pero si me llama, siempre me tendrá a su lado'. Se hacen amigos míos, pero en los rodajes me odian... Con Azcona dejé de hacer guiones y eso ha hecho que dejemos de vernos; nos juntábamos para buscar ideas... No nos vemos porque ya no se hacen tertulias, la ciudad está llena de coches. Con Azcona siempre hubo una amistad profunda, y se nota cuando nos hemos visto de nuevo, aunque estemos cagándonos en la vida mutuamente".
- El cine y él. "En el cine he querido contar lo que me ha salido. Lo que hay en mis películas es pesimismo, aunque he tenido la suerte de recubrirlo con un sainete cómico... Busco situaciones que no sean cotidianas, que sean disparatadas. Pero algunas se han dado. En la Guerra Civil fui a un palacio en el que había vivido un marqués que guardaba fotos en las que se le veía follando, y guardaba tarritos que almacenaban vello púbico. Los guardaba en tubos de aspirina, y yo saqué eso en La escopeta nacional. ¡Si lo hubiera hecho Duchamp imagínate lo que hubiera valido!".
- El Partido Egoísta. "Me intenté hacer del Partido Egoísta, que creó Tucker, el de los coches, en Estados Unidos. Cuando me quise hacer, ya se había disuelto. Y me quise hacer ciudadano del mundo. Y así me siento, ciudadano del mundo. Cuando acabó la guerra quise hacer una tertulia de falangistas y de anarquistas y de otros partidos. Estaba Pepe Martínez, de Ruedo Ibérico, se juntó Pepe Hierro. Ahora no puede haber tertulias así".
El creador de Bienvenido, Mister Marshall; Calabuch; El verdugo; La vaquilla... uno de los grandes, alguien que tenía un sentido del humor muy especial y un profundo grado de comprensión del ser español, donde pueden tocarse y convivir todos los extremos. Anarquistas de derechas, fascistas revolucionarios...
He aquí una entrevista que concedió hace tres años, donde revela que se alistó en la División Azul para impresionar a una chica con su valor y que esta, ingrata donde las haya, no le escribió ni una triste carta.
"Como alcalde vuestro que soy...", se oye decir al genial Pepe Isbert. Películas para ver de cuando en cuando. Un espíritu libertario de los de antes. Al modo de Buñuel, Dalí, Orson Welles, vamos, como hoy en dia. Lo mismo que el fuego fatuo, lo mismito que el querer...
Viví la Guerra Civil como si fueran unas largas vacaciones
Luis García Berlanga, cuya obra cruza el cine español de los últimos 60 años, recibe hoy un homenaje de la Academia de Cine. El motivo: la conmemoración de los 55 años de una de sus obras mayores, ¡Bienvenido, Mister Marshall! En esta conversación, mantenida con él en su despacho de la calle de Gaztambide de Madrid, el director de El verdugo y Plácido habla, entre otras cosas, de "las parcelas infernales" a las que lleva el pesimismo que siempre ha alentado su vida, una existencia de alguien "caótico y libertario, desordenado y frenético".
Un día el actor francés Michel Piccoli, que trabajó para él en Tamaño natural, lo definió: "Es Don Quijote". Luego lo pensó mejor: "Bueno, también podría ser Sancho". He aquí algunas de sus reflexiones personales sobre el cine, la guerra, la sociedad española y la vida en general.
- Pesimismo. "Al tercer día de nacer ya me estaba cagando en la sociedad española. Siempre he tenido la sensación de que no iba a tener nada positivo, y he intentado crearme válvulas de escape. La principal es el erotismo, una de las pocas cosas que me asciende desde el nivel del barro y de la mierda de esta sociedad que me ha tocado... Dice Piccoli que soy el Quijote. ¡Tendría que ser el marqués de Sade! Hasta la Guerra Civil yo era un solitario total, no tenía amigos. Tenía la fantasía estúpida de querer ser invisible. Luego llegó la contienda y tuve que salir de casa. En el 36 yo tenía 15 años. Y a los 13 ya sabía qué pasaba en España, porque mi padre era diputado republicano y mi abuelo había sido senador con Sagasta... Mi familia era una familia de políticos, y con ellos supe que la política era una cagada, como todo...".
- Crispación. "Era evidente que desde que ganó el Frente Popular se produjo en España una crispación espantosa, y yo veía eso desde mi sitio de solitario. Era una crispación tan grande como la que hay ahora, pero ahora nosotros estamos vacunados contra el fusil y contra la trinchera, pero todo se parece mucho".
- La Guerra Civil. "La viví maravillosamente, si se puede decir así. Había persecuciones, muertes, pero, fíjate, en medio de aquel caos yo sentía que estaba viviendo unas largas vacaciones. Descubrí qué eran los amigos, aprendí a encontrar felicidad en los libros... Mi padre, republicano, pudo huir a Tánger, pero allí lo apresó Franco. Y le pidieron la pena de muerte. Fíjate, hubo dos divisionarios de la División Azul, Luis Ciges y Luis García Berlanga, y los padres de ambos eran diputados de Unión Republicana, el de Ciges había sido gobernador en Ávila y mi padre era diputado. Al de Ciges lo fusilaron los franquistas y mi padre tuvo que huir tanto de los franquistas como de los anarquistas. Lo que es la vida".
- La División Azul. "Fui porque me lo pidió la familia, porque mi padre estaba con petición de pena de muerte. Pero en realidad lo que me motivó a ir fue una chica. Yo estaba enamorado de ella, creí que estando en la División Azul se quedaría prendada de mi valor; no me mandó ni una carta y se hizo novia de mi amigo más íntimo. Me lo pidieron: 'A lo mejor sirve para que conmuten la pena a tu padre'. Nunca disparé un tiro, jamás maté a nadie. Me pusieron a vigilar en una torre vigía pero no veía nada y me inventaba las cosas. Hacía un frío intenso y a lo que temía era a Drácula... No, no entendí la guerra. Si no he entendido la vida, ¿cómo voy a entender una guerra? La guerra es una complicación de la vida. No sirvió para nada ir a la División Azul. Para conseguir la conmutación de la muerte que recaía sobre mi padre hubo que pasar por el estraperlo de la muerte. Había dos personas, un médico de los ojos y una hermana suya, que cobraban ese estraperlo. Mi padre tenía una fábrica de electricidad y una finca. Lo vendimos todo y le salvamos la vida, pagando".
- Los otros. "He trabajado con muchos: Bardem, Azcona, López Vázquez, Alexandre... Alfredo Landa dijo de mí lo que mejor me define: 'Berlanga es un hijo de puta con ventanas a la calle, pero si me llama, siempre me tendrá a su lado'. Se hacen amigos míos, pero en los rodajes me odian... Con Azcona dejé de hacer guiones y eso ha hecho que dejemos de vernos; nos juntábamos para buscar ideas... No nos vemos porque ya no se hacen tertulias, la ciudad está llena de coches. Con Azcona siempre hubo una amistad profunda, y se nota cuando nos hemos visto de nuevo, aunque estemos cagándonos en la vida mutuamente".
- El cine y él. "En el cine he querido contar lo que me ha salido. Lo que hay en mis películas es pesimismo, aunque he tenido la suerte de recubrirlo con un sainete cómico... Busco situaciones que no sean cotidianas, que sean disparatadas. Pero algunas se han dado. En la Guerra Civil fui a un palacio en el que había vivido un marqués que guardaba fotos en las que se le veía follando, y guardaba tarritos que almacenaban vello púbico. Los guardaba en tubos de aspirina, y yo saqué eso en La escopeta nacional. ¡Si lo hubiera hecho Duchamp imagínate lo que hubiera valido!".
- El Partido Egoísta. "Me intenté hacer del Partido Egoísta, que creó Tucker, el de los coches, en Estados Unidos. Cuando me quise hacer, ya se había disuelto. Y me quise hacer ciudadano del mundo. Y así me siento, ciudadano del mundo. Cuando acabó la guerra quise hacer una tertulia de falangistas y de anarquistas y de otros partidos. Estaba Pepe Martínez, de Ruedo Ibérico, se juntó Pepe Hierro. Ahora no puede haber tertulias así".
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lunes, 8 de noviembre de 2010
Massera
Acaba de morir Massera, un siniestro personaje responsable de algunas de las peores barbaridades de un tiempo de terror. Argentina, 1976-1983. Las juntas militares implantan un régimen dictatorial en el que la vida de sus ciudadanos vale poco y nada.
Una generación entera arrasada, miles de jóvenes torturados y la terrible realidad de los desaparecidos, esa particular contribución de los países del Cono Sur a la historia de la infamia universal.
Con todos los medios a su alcance, el Estado se convierte en una máquina de matar precisa y de eficacia insuperable. Los vuelos de la muerte, la evaporación de los cuerpos, el robo de los hijos de los desaparecidos. Resolviendo graves problemas logísticos con singular habilidad: esa misma que brilla por su ausencia a la hora de dar de comer o de educar a sus ciudadanos.
El mal en toda su extensión. Massera, el más siniestro de un trío de siniestros, de gentes sin alma. El responsable de la Escuela de Mecánica de la Armada, espeluznante centro de tortura inspirado en la Gestapo. A día de hoy, 2010, 27 años después del retorno de la democracia, siguen apareciendo hijos robados, "educados" por los verdugos de sus verdaderos padres. Como los nazis, sus maestros, superando en ocasiones al original.
Incluso en el mismísimo Infierno las almas condenadas se negarán a pasear por el patio en compañía de este tipo: para ciertas aberraciones de la naturaleza el Fuego Eterno resulta excesivamente confortable. Hasta en el Averno hay clases y a un genocida convencido que por activa y por pasiva ha asumido con orgullo las bestialidades cometidas durante el eufemísticamente denominado "proceso de reorganización nacional", le aguarda peor destino que a un violador en una prisión convencional. Todo ello, claro está, caso de existir la Justicia Divina que, al igual que la justicia ordinaria en su momento, se inhibió en esta y en tantas otras cuestiones desde que el mundo es mundo. Pibes y pibas de apenas veinte años pagaron un terrible tributo en sangre y este animal se muere en un hospital cumplidos los 85.
Ni descanse, ni en paz. Ni por supuesto, olvido.
Una generación entera arrasada, miles de jóvenes torturados y la terrible realidad de los desaparecidos, esa particular contribución de los países del Cono Sur a la historia de la infamia universal.
Con todos los medios a su alcance, el Estado se convierte en una máquina de matar precisa y de eficacia insuperable. Los vuelos de la muerte, la evaporación de los cuerpos, el robo de los hijos de los desaparecidos. Resolviendo graves problemas logísticos con singular habilidad: esa misma que brilla por su ausencia a la hora de dar de comer o de educar a sus ciudadanos.
El mal en toda su extensión. Massera, el más siniestro de un trío de siniestros, de gentes sin alma. El responsable de la Escuela de Mecánica de la Armada, espeluznante centro de tortura inspirado en la Gestapo. A día de hoy, 2010, 27 años después del retorno de la democracia, siguen apareciendo hijos robados, "educados" por los verdugos de sus verdaderos padres. Como los nazis, sus maestros, superando en ocasiones al original.
Incluso en el mismísimo Infierno las almas condenadas se negarán a pasear por el patio en compañía de este tipo: para ciertas aberraciones de la naturaleza el Fuego Eterno resulta excesivamente confortable. Hasta en el Averno hay clases y a un genocida convencido que por activa y por pasiva ha asumido con orgullo las bestialidades cometidas durante el eufemísticamente denominado "proceso de reorganización nacional", le aguarda peor destino que a un violador en una prisión convencional. Todo ello, claro está, caso de existir la Justicia Divina que, al igual que la justicia ordinaria en su momento, se inhibió en esta y en tantas otras cuestiones desde que el mundo es mundo. Pibes y pibas de apenas veinte años pagaron un terrible tributo en sangre y este animal se muere en un hospital cumplidos los 85.
Ni descanse, ni en paz. Ni por supuesto, olvido.
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Argentina 1976-1983,
ESMA,
Juntas Militares,
Massera
domingo, 7 de noviembre de 2010
Confesión
Harto de huir de sí mismo, agotados los pactos con el diablo, Alberto G. finalmente confesó:
"Sí, es cierto. Todo lo que dicen de mí es verdad. He gastado una gran fortuna en coches, mujeres y alcohol... El resto lo he malgastado".
Y fue condenado a 1.742 años, 6 meses y 12 días de soledad en la Cárcel de Piedra, donde los corazones hace tiempo que dejaron de latir.
Al entrar aquí, abandonad toda esperanza.
Cúmplase.
Íntegramente.
"Sí, es cierto. Todo lo que dicen de mí es verdad. He gastado una gran fortuna en coches, mujeres y alcohol... El resto lo he malgastado".
Y fue condenado a 1.742 años, 6 meses y 12 días de soledad en la Cárcel de Piedra, donde los corazones hace tiempo que dejaron de latir.
Al entrar aquí, abandonad toda esperanza.
Cúmplase.
Íntegramente.
viernes, 5 de noviembre de 2010
Santiago Sierra rechaza el Premio Nacional de Artes Plásticas
Pareciera que vivimos en tiempos blandos, de valores exclusivamente materiales y éticas de usar y tirar. Y sin embargo, de vez en cuando...
Estimada señora González-Sinde,
Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes.
Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.
El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour.
¡Salud y libertad!
Santiago Sierra
Este tío es cojonudo. Ole, Ole y OLE
Estimada señora González-Sinde,
Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes.
Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.
El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour.
¡Salud y libertad!
Santiago Sierra
Este tío es cojonudo. Ole, Ole y OLE
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jueves, 4 de noviembre de 2010
El periodismo del siglo XXI
Cualquiera que tenga una cámara digital hoy en día es potencialmente un periodista del nuevo siglo. Es más, se convierte en testigo privilegiado de hechos que el periodismo tradicional sólo puede contar a posteriori. Habría que preguntarse cuál es entonces el papel de los medios de comunicación estándar. Power to the people!
Qué habría sucedido si hubiera existido Wikileaks en la Segunda Guerra Mundial o en la Unión Soviética de Stalin...
Hoy es difícil echar tierra sobre las cosas. Esto es lo que viene a demostrar el fragmento de vídeo que grabó ayer un pasajero a bordo del Airbus A380 -el gigante del aire- de la compañía australiana Qantas que tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Singapur.
El piloto comienza a decir. "... tenemos un problema técnico en el motor número 2..." Nótese la flema británica que preside toda la comunicación. Parece el capitán del Titanic hablando con los músicos de la orquesta mientras el barco se hunde por la proa.
-Caballeros, tocad por favor "Nearer, my God, to Thee"... andante con moto, en fa sostenido menor...
Recuerdos del peor aterrizaje de mi vida. Lluvia tropical a manta, pista de aterrizaje encharcado y entramos dando bandazos a un lado y a otro. La gente se persignaba y pegaba gritos que daba gusto. Managua, mayo de 2009. Cuando logré reponerme del susto me quedé junto a la cinta mecánica con cara de alucinado. Mi maleta se había quedado en Madrid. Día memorable.
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Inventiva socialista
En Cuba las cosas son duras. Pero la gente supera toda clase de dificultades gracias, en parte, a su sólida formación y a su inevitable espíritu "emprendedor". Estilo "emprende o muere".
Leyva y Taby, siempre atentos a la noticia, me envían este nuevo modelo de repisa cubana que bien vale para poner libros, discos, fotos de humanos, una reproducción en peluche del Gran Líder Coreano, etc.
Me dicen que está -como prácticamente todo en esta vida- en venta. Y está tolerado por el gobierno, que intenta desesperadamente generar nuevos puestos de trabajo y fomentar la proverbial creatividad cubana.
Está claro que el capitalismo tiene los días contados.
Leyva y Taby, siempre atentos a la noticia, me envían este nuevo modelo de repisa cubana que bien vale para poner libros, discos, fotos de humanos, una reproducción en peluche del Gran Líder Coreano, etc.
Me dicen que está -como prácticamente todo en esta vida- en venta. Y está tolerado por el gobierno, que intenta desesperadamente generar nuevos puestos de trabajo y fomentar la proverbial creatividad cubana.
Está claro que el capitalismo tiene los días contados.
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