Me despedí de vos en mayo. Quedamos en vernos en un bar de Corrientes y Acuña de Figueroa. Cada vez que vuelvo a Buenos Aires el alma se me disocia, porque una parte de mí no se marchó nunca.
También me olvido de lo largas que son las cuadras, así que llegué quince minutos tarde. Qué raro caminar solo por esas calles sin Laura. Además, vos me dijiste que el bar se llamaba "La florcita". Qué salame.... se llama "La orquídea" y lo conoce todo el mundo. Un bar que jugó un papel importante en los años gloriosos del tango. Los espíritus de los dioses se sientan a la mesa y los mozos los conocieron a todos. Yo quería machacarlos a preguntas, pero no. Iba a verte a vos.
Mayo gélido, desde Corrientes al 5500 era una tirada. Toda esa parte hasta la calle Pugliese es medio fulera. Caminé a toda hostia, después de todo iba a encontrarme con mi primo hermano, una presencia que había jugado en el puesto de hermano mayor y a quien no veía desde diciembre de 1977.
Entré por fin en el bar y ya me puso en guardia tu frialdad. Qué extraña la memoria de un niño. Yo te recordaba totalmente distinto.
No te reconocí. El tiempo no te había tratado nada bien y tu comportamiento durante el encuentro puso de manifiesto que algo debías tomar, porque estabas totalmente paranoico. Insististe en cambiarte tres veces de mesa. "No quiero que el tipo este esté detrás mío". Cuántos manicomios hacen falta en Buenos Aires.
Traías una carpeta azul y sacaste unas fotos mías de cuando era un pibe chiquito. Se suponía que ibas a darme en el centro del corazón. Pues no. Tus movimientos eran torpes, sin un ápice de cariño.
Te estuve escuchando durante 2 o 3 horas. Nada que destacar. Me llamó la atención que pudieras ganarte la vida como periodista con un ideario y una manera de argumentar tan pobre. Aunque pensándolo bien, hoy cualquiera hace cualquier cosa. Otro signo inequívoco del final de los tiempos.
Te hablé de tu conflicto con Cata y Ernesto. Te dije que me parecías un boludo de marca mayor por no hablarles en los últimos ocho años. La familia está formada por cuatro gatos. La mayor parte murió gaseada. Hay que ser un enfermo para hacer esas cosas con más de cincuenta pirulos.
No te gustó ni mierda lo que te dije mirándote a los ojos. No sabés... lo que más me jode de vos es lo que pueda haber en mí de tu manera de ser. Intransigente, dueño de la verdad absoluta ("es MI verdad" decís vos, frío como un témpano). Tuve un shock anafiláctico al verte. No se puede ser así.
Vi en tus ojos las ganas de pegarme un puñetazo mientras te hablaba. Habría dado cualquier cosa porque te decidieras y lo hicieras. Tenía un deseo loco de ajustarte todas las cuentas pendientes. Cagarte a palos y después llevarte a una milonga, emborracharnos y volver a la Agronomía.
Pero no lo hiciste. Yo ya no era el pibe inerme de los setenta. Y tus siete años de diferencia ahora no significaban nada. No te moviste. Solo seguiste vertiendo basura sobre la mesa, elevaste el tono de la voz pero yo te miré tipo "seguí por ahí y te vas a comer dos hostias". Te calmaste entonces.
Pedimos comida. Ni la tocaste. Yo no sabía qué decir.
Salimos. Nevaba en Buenos Aires. Sí. Cada vez que sé de vos nieva en Buenos Aites. Hijo de una gran puta, cómo pude quererte tanto.
Yo iba a agarrar el bondi para volver a lo de Raúl. Me dijiste no sé qué de que ibas a juntar guita para ir a visitar a Alejandro, el hermanastro de tu viejo. Y a mí qué me ne frega. En cuarenta años no fuiste capaz de venir una sola vez a visitarnos a Madrid.
Seguiste hablando solo y en un momento dijiste: "Bueno, chau..." y te alejaste sin un abrazo (que iba a ser el último). Nada. Pedazo de animal.
Lo último que vi fue tu cabeza y tu alma. Totalmente peladas. Yermas.
viernes, 8 de septiembre de 2017
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