viernes, 1 de septiembre de 2017

Los amantes de la luna llena

Según refieren algunas sagas nórdicas hay amantes que solo florecen en luna llena. Se trata de antiguas almas de guerreros que encuentran cuerpos en los que encarnar. Prefieren los ojos de agua. Guerreros que murieron en combate, amazonas de aliento gatuno y sibilino, valientes hasta la saciedad pero que quedaron vagando a las puertas del Valhalla, en tierra de nadie.

Florecen mientras la regordeta bola de queso alcanza su cénit. Cuando la luna comienza a perder su luz argéntea, las almas tornan a su vieja querencia. Espadas, puñales, alabardas, ballestas, dardos de un veneno poderosísimo. Y se convierten en jaguares hambrientos, sedientos de sangre.

Durante el intervalo de plenilunio, los amantes de la luna llena alcanzan a fundir sus almas. Con una intensidad equivalente al dolor que supone romper la mágica aleación cuando Selene inicia el camino hacia la oscuridad. Al intolerable suplicio que implica escuchar a Arjona atado al Palo Mayor. Porque Arjona es error del sistema, mucho antes de que existiera El Sistema. Pantallazo azul. En sus textos y en sus gestos siempre, siempre faltan jugadores. Es de destacar que Arjona salta al campo con cuatro, dos y, a veces, con un solo jugador. Es un entusiasta.

En la breve ventana de luz mortecina los amantes dejan de oír el ruido del mundo y perciben música, huelen néctares, el rumor de los años, regresan duermevelas olvidadas, instantes que ambos llevarán impresos en lo más profundo por toda la Eternidad.

Repiten entonces el viejo rito. Dos mitades de una misma alma que por fin se han encontrado. Desde mucho antes de que Platón soñara El Banquete. Sí. Así es. También yo te buscaba en medio de esta niebla. Yo, con esta persona que soy, tan imposible. Tan apegado a mis genes siberianos, de mis mayores que cazaban tigres a puñetazos o solo con la mirada. Vos, que a duras penas te aguantás a vos misma. Mezquina con los afectos hasta decir basta. No me presentes a nadie que realmente te importe. Me la pela.

Y traman mil planes, a cuál más delirante. Iremos hasta el fin del mundo. Nos amaremos en las playas más bellas. Bailaremos en lo alto del Himalaya. Rescataremos a la tripulación de Shackelton. Penetraremos en el Maelstrom y sobreviviremos para contarlo.

¡Cruzaremos el Estrecho de Drake en ceñida! ¡¡Cantaremos a voz en grito cabalgando los Cuarenta Rugientes!!

Los recuerdos de vidas paralelas en universos alejados por océanos de tiempo se agolpan. Globos rojos, amantes locos, barricas del mejor ron, desayunos de quince horas, insomnio d’amore, éxtasis como olas del mar, que no remiten nunca porque siempre hay otra presta a escalar las frías arenas. A ver dónde encontrás a otro que te haga vibrar en esa frecuencia prohibida, que te cuente al oído relatos salvajes en los pasillos de las milongas y vos te conviertas en agua bajo mis manos. Sí. Ya sé. Tuviste mucha suerte con tus amantes anteriores. Siempre la palabra equivocada en el momento menos indicado. Hay que tener talento para cagarla siempre. No cualquiera. ¿Tus otros amantes...? ¿Antes de mí? Andá a cantarle a Gardel. Ya vi la foto del pisapuré. Todavía me estoy riendo.

Herbies. Cómo es posible, si somos de dos generaciones tan distintas... se dicen.

El mundo detiene su órbita. No hay relojes con vida. El capitán Ahab lanza su arpón y golpea en colchón adiposo. La ballena blanca, con la testosterona al revés, deja de vociferar y se hunde para no regresar. Jamás. ¿De dónde sacaste a ese tipo? Patético "homosexual alfa".

Y el capitán se encomendó a todos los Demonios del Averno:

"Ballena blanca, oh Ballena blanca, con el cerebro repleto de grasa,
vete a hablarle en ese tono a tu recontraputísima madre.
Piérdete. Multiplícate por cero. Payaso sin un ápice de gracia.
Ruega a Dios que no te encuentre en la calle, Enculada Ballena Ecuatorial".

¿En qué estábamos...? Ah, sí. El cuento este estilo Juego de Imbéciles para Grandes Intelectos de Ayer y Hoy. Solo faltan dragones. Bueno, acabo de poner una ballena. En fin.

¿Y no hay Enano? Sí. En la tercera temporada. Tiene un pollón enorme y empala a la Ballena. Es un momento cumbre del relato. ¿Pero no era que la Ballena murió de un arponazo? Claro, pero tenía una hermana siamesa, Agustina, con la que engendró otra ballena con la quinta parte de cociente intelectual que la anterior, es decir, cero. Ah. Ahora todo encaja a la perfección. La Ballena Macrocéfala Subnormal, que aposentará sus reales en Ballenato del Rey. Tiene una legión de seguidores en Facebook. ¡Qué edificio fascinante! ¡Qué reloj de precisión! Deus ex Machina.

Cuarenta y dos, sesenta y cinco horas batiendo las mandíbulas en cháchara ininteligible. Haciendo el amor como si el tango aún estuviera por inventarse. Como si la milonga fuera un templo de la amistad y la lealtad.

Pero sabido es que los dioses no soportan que nadie les haga sombra. Mucho menos si se trata de simples mortales.

Cuando la luna se escapa, las almas de los guerreros perdidos regresan al majestuoso salón antesala del Valhalla. Y ya no vuelven a encontrarse, salvo durante doce días al año. Y vaya usted a saber de qué año.

Los colores de sus ojos ya no pertenecen a este mundo, porque la luz que brilla con el doble de intensidad siempre dura la mitad de tiempo. Ese turbio pasado irreal que de algún modo es cierto.

Queda el eco, las huellas abiertas en el mar para futuros amantes. El entrechocar de los aceros.

Y el viento. El viento en las velas.

[x M.K.K.]

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