jueves, 28 de septiembre de 2017

Voyager

Soy un chico del espacio. Cuando era un enano mi mamá colgó en mi habitación un póster de Neil Armstrong caminando sobre la superficie lunar y hasta hoy... Dónde habrán quedado mis insignias azules de la NASA obtenidas por gentileza de Milkibar y su inefable chocolate blanco.

Ayuda mi querencia por las soledades y el amor al silencio. El espacio va bien servido de estas sustancias.

Se anuncia un pacto entre los estadounidenses y los rusos para comenzar a construir una base permanente en nuestro satélite, primer paso para la conquista de Marte.

De todas las naves espaciales que en el mundo han sido declaro mi amor incondicional por dos maravillas que se lanzaron al espacio en 1977. Sí, hace 40 años.

Son las naves Voyager I y II. Cuando despegaron aún vivía en la Argentina, mis abuelos alegraban mis días y mi perro Plomo perseguía a las vecinas. Entonces no sabía que no los volvería a ver.

Las Voyager son un milagro del programa espacial. Provistas de ordenadores antediluvianos, hoy continúan su viaje hacia los límites del Sistema Solar. Nunca antes un ingenio construido por el ser humano llegó tan lejos. Y siguen transmitiendo información desde las regiones fronterizas...

Obviamente, si existía la tecnología para construir ingenios en 1977 que siguieran funcionando en 2017 es que el problema de la energía en el mundo es un problema de voluntad. De voluntad de la cerdocracia, pero los cerdócratas solo son felices cuando un pobre muere de frío o de hambre. Si mueren muchos, mayor felicidad. Eso les recuerda que son especiales. Un híbrido de cerdo y cucaracha. Como los tipos que huyeron de los recientes huracanes que azotaron Florida y compartieron fotos en Instagram con sus caras de cerdos sonrientes, sus desinteresadas y amantísimas esposas, sus estomagantes vástagos y sus perros con lacitos antes de subir a sus jets privados. Que haya esta clase de gente es un argumento de peso contra la existencia de Dios, ya que de existir, debería fulminarlos con un rayo láser de la muerte. Eso para empezar. Y de paso debería eliminar a todos los burgueses que tranquilizan sus pútridas conciencias escuchando un cómodo concierto -nada disonante no sea que se inquieten- o extasiándose con un ballet y... y....

Pero pará la mano loco! ¿No estabas hablando del espacio y de la epopeya solitaria de las valientes naves, cual argonautas en busca del nunca bien ponderado vellocino? Dejá a los burgueses tranquilos. ¿Quién llevará a sus hijos a colegios de pago? ¿Quién acudirá a las recepciones de la Casa Real? Necesitamos burgueses. Es más. Necesitamos burgueses de izquierdas. Burgueses con corazoncito. Burgueses que voten a Podemos. Burgueses con pasado revolucionario y puño en alto. Que se emocionen con Lorca, Cernuda y Buñuel. Burgueses ilustrados.

"Es más fácil que un mamut pase por el ojo de una aguja que un burgués entre el Reino de los Cie..."

Nada. Contigo es imposible.

Las Voyager I y II se alejan definitivamente de la Tierra. De Donald y de Kim, de Carles y Mariano. Si regresaran y contemplaran este espectáculo se autodestruirían como las cintas de Misión Imposible.

Lejos del Sol, camino del espacio profundo. Sus días están hechos de noches.

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