martes, 3 de diciembre de 2019

Vuelo nocturno

"Una tras otra, el piloto comprobó las cifras, y quedó satisfecho. Se descubría sólidamente sentado en el cielo. Rozó con el dedo un larguero de acero, y percibió el metal chorreando vida: el metal no vibraba, pero vivía. Los quinientos caballos del motor engendraban en la materia un fluido muy suave, que cambiaba su hielo en carne aterciopelada. Una vez más, el piloto no experimentaba, en el vuelo, ni vértigo, ni embriaguez, sino el trabajo misterioso de un cuerpo vivo. (…) Luego, como nada vacilaba, ni vibraba, ni temblaba, y permanecían fijos el giroscopio, el altímetro y el régimen del motor, se desperezó un poco, apoyó su nuca en el cuero del respaldo, e inició esta profunda meditación del vuelo, en la que se saborea una esperanza inexplicable".

Antoine de Saint-Exupéry - Vol de nuit

domingo, 24 de noviembre de 2019

Haydn: Sinfonia Concertante Hob.I:105 / Bernstein Wiener Philharmoniker ...

lunes, 18 de noviembre de 2019

El perseguidor

Julio Cortázar es una manera de estar en el mundo. Lejos, muy lejos de marchantes de hombres y almas. El perseguidor es uno de los mejores relatos que conozco sobre la agonía de la creación y la profunda fragilidad del artista, que siempre está solo, que siempre se adentra en la noche. Charlie Parker. Un gigante. Un milagro.

Como cita el propio Cortázar, "sé fiel hasta la muerte". Va por ustedes en esta noche de un noviembre otoñal. Todavía ebrio de las muestras de afecto y cariño que estoy recibiendo en estos días. El don de la ebriedad...!


El perseguidor

(Las armas secretas, 1959)

In memorian Ch. P.


Sé fiel hasta la muerte

Apocalipsis, 2,10

O make me a mask

Dylan Thomas

Dédée me ha llamado por la tarde diciéndome que Johnny no estaba bien, y he ido en seguida al hotel. Desde hace unos días Johnny y Dédée viven en un hotel de la rue Lagrange, en una pieza del cuarto piso. Me ha bastado ver la puerta de la pieza para darme cuenta de que Johnny está en la peor de las miserias; la ventana da a un patio casi negro, y a la una de la tarde hay que tener la luz encendida si se quiere leer el diario o verse la cara. No hace frío, pero he encontrado a Johnny envuelto en una frazada, encajado en un roñoso sillón que larga por todos lados pedazos de estopa amarillenta. Dédée está envejecida, y el vestido rojo le queda muy mal; es un vestido para el trabajo, para las luces de la escena; en esa pieza del hotel se convierte en una especie de coágulo repugnante.


—El compañero Bruno es fiel como el mal aliento —ha dicho Johnny a manera de saludo, remontando las rodillas hasta apoyar en ellas el mentón. Dédée me ha alcanzado una silla y yo he sacado un paquete de Gauloises. Traía un frasco de ron en el bolsillo, pero no he querido mostrarlo hasta hacerme una idea de lo que pasa. Creo que lo más irritante era la lamparilla con su ojo arrancado colgando del hilo sucio de moscas. Después de mirarla una o dos veces, y ponerme la mano como pantalla, le he preguntado a Dédée si no podíamos apagar la lamparilla y arreglarnos con la luz de la ventana. Johnny seguía mis palabras y mis gestos con una gran atención distraída, como un gato que mira fijo pero que se ve que está por completo en otra cosa; que es otra cosa. Por fin Dédée se ha levantado y ha apagado la luz. En lo que quedaba, una mezcla de gris y negro, nos hemos reconocido mejor. Johnny ha sacado una de sus largas manos flacas de debajo de la frazada, y yo he sentido la fláccida tibieza de su piel. Entonces Dédée ha dicho que iba a preparar unos nescafés. Me ha alegrado saber que por lo menos tienen una lata de nescafé. Siempre que una persona tiene una lata de nescafé me doy cuenta de que no está en la última miseria; todavía puede resistir un poco.

—Hace rato que no nos veíamos —le he dicho a Johnny—. Un mes por lo menos.

—Tú no haces más que contar el tiempo —me ha contestado de mal humor—. El primero, el dos, el tres, el veintiuno. A todo le pones un número, tú. Y ésta es igual. ¿Sabes por qué está furiosa? Porque he perdido el saxo. Tiene razón, después de todo.

—¿Pero cómo has podido perderlo? —le he preguntado, sabiendo en el mismo momento que era justamente lo que no se le puede preguntar a Johnny.

—En el métro —ha dicho Johnny—. Para mayor seguridad lo había puesto debajo del asiento. Era magnífico viajar sabiendo que lo tenía debajo de las piernas, bien seguro.

—Se dio cuenta cuando estaba subiendo la escalera del hotel —ha dicho Dédée, con la voz un poco ronca—. Y yo tuve que salir como una loca a avisar a los del métro, a la policía.
Por el silencio siguiente me he dado cuenta de que ha sido tiempo perdido. Pero Johnny ha empezado a reírse como hace él, con una risa más atrás de los dientes y de los labios.

—Algún pobre infeliz estará tratando de sacarle algún sonido —ha dicho—. Era uno de los peores saxos que he tenido nunca; se veía que Doc Rodríguez había tocado en él, estaba completamente deformado por el lado del alma. Como aparato en sí no era malo, pero Rodríguez es capaz de echar a perder un Stradivarius con solamente afinarlo.

—¿Y no puedes conseguir otro?

—Es lo que estamos averiguando —ha dicho Dédée—. Parece que Rory Friend tiene uno. Lo malo es que el contrato de Johnny...

—El contrato —ha remedado Johnny—. Qué es eso del contrato. Hay que tocar y se acabó, y no tengo saxo ni dinero para comprar uno, y los muchachos están igual que yo.
Esto último no es cierto, y los tres lo sabemos. Nadie se atreve ya a prestarle un instrumento a Johnny, porque lo pierde o acaba con él en seguida. Ha perdido el saxo de Louis Rolling en Bordeaux, ha roto en tres pedazos, pisoteándolo y golpeándolo, el saxo que Dédée había comprado cuando lo contrataron para una gira por Inglaterra. Nadie sabe ya cuántos instrumentos lleva perdidos, empeñados o rotos. Y en todos ellos tocaba como yo creo que solamente un dios puede tocar un saxo alto, suponiendo que hayan renunciado a las liras y a las flautas.

—¿Cuándo empiezas, Johnny?

—No sé. Hoy, creo, ¿eh, Dé?

—No, pasado mañana.

—Todo el mundo sabe las fechas menos yo —rezonga Johnny, tapándose hasta las orejas con la frazada—. Hubiera jurado que era esta noche, y que esta tarde había que ir a ensayar.

—Lo mismo da —ha dicho Dédée—. La cuestión es que no tienes saxo.

—¿Cómo lo mismo da? No es lo mismo. Pasado mañana es después de mañana, y mañana es mucho después de hoy. Y hoy mismo es bastante después de ahora, en que estamos charlando con el compañero Bruno y yo me sentiría mucho mejor si me pudiera olvidar del tiempo y beber alguna cosa caliente.

—Ya va a hervir el agua, espera un poco.

—No me refería al calor por ebullición ha dicho Johnny. Entonces he sacado el frasco de ron y ha sido como si encendiéramos la luz, porque Johnny ha abierto de par en par la boca, maravillado, y sus dientes se han puesto a brillar, y hasta Dédée ha tenido que sonreírse al verlo tan asombrado y contento. El ron con el nescafé no estaba mal del todo, y los tres nos hemos sentido mucho mejor después del segundo trago y de un cigarrillo. Ya para entonces he advertido que Johnny se retraía poco a poco y que seguía haciendo alusiones al tiempo, un tema que le preocupa desde que lo conozco. He visto pocos hombres tan preocupados por todo lo que se refiere al tiempo. Es una manía, la peor de sus manías, que son tantas. Pero él la despliega y la explica con una gracia que pocos pueden resistir. Me he acordado de un ensayo antes de una grabación, en Cincinnati, y esto era mucho antes de venir a París, en el cuarenta y nueve o el cincuenta. Johnny estaba en gran forma en esos días, y yo había ido al ensayo nada más que para escucharlo a él y también a Miles Davis. Todos tenían ganas de tocar, estaban contentos, andaban bien vestidos (de esto me acuerdo quizá por contraste, por lo mal vestido y lo sucio que anda ahora Johnny), tocaban con gusto, sin ninguna impaciencia, y el técnico de sonido hacia señales de contento detrás de su ventanilla, como un babuino satisfecho. Y justamente en ese momento, cuando Johnny estaba como perdido en su alegría, de golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: “Esto lo estoy tocando mañana”, y los muchachos se quedaron cortados, apenas dos o tres siguieron unos compases, como un tren que tarda en frenar, y Johnny se golpeaba la frente y repetía: “Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana”, y no lo podían hacer salir de eso, y a partir de entonces todo anduvo mal, Johnny tocaba sin ganas y deseando irse (a drogarse otra vez, dijo el técnico de sonido muerto de rabia), y cuando lo vi salir, tambaleándose y con la cara cenicienta, me pregunté si eso iba a durar todavía mucho tiempo.

—Creo que llamaré al doctor Bernard —ha dicho Dédée, mirando de reojo a Johnny, que bebe su ron a pequeños sorbos—. Tienes fiebre, y no comes nada.

—El doctor Bernard es un triste idiota —ha dicho Johnny, lamiendo su vaso—. Me va a dar aspirinas, y después dirá que le gusta muchísimo el jazz, por ejemplo Ray Noble. Te das una idea, Bruno. Si tuviera el saxo lo recibiría con una música que lo haría bajar de vuelta los cuatro pisos con el culo en cada escalón.

—De todos modos no te hará mal tomarte las aspirinas —he dicho, mirando de reojo a Dédée—. Si quieres yo telefonearé al salir, así Dédée no tiene que bajar. Oye pero ese contrato... Si empiezas pasado mañana creo que se podrá hacer algo. También yo puedo tratar de sacarle un saxo a Rory Friend. Y en el peor de los casos... La cuestión es que vas a tener que andar con más cuidado, Johnny.

—Hoy no —ha dicho Johnny mirando el frasco de ron—. Mañana, cuando tenga el saxo. De manera que no hay por qué hablar de eso ahora. Bruno, cada vez que me doy mejor cuenta de que el tiempo... Yo creo que la música ayuda siempre a comprender un poco este asunto. Bueno, no a comprender porque la verdad es que no comprendo nada. Lo único que hago es darme cuenta de que hay algo. Como esos sueños, no es cierto, en que empiezas a sospecharte que todo se va a echar a perder, y tienes un poco de miedo por adelantado; pero al mismo tiempo no estás nada seguro, y a lo mejor todo se da vuelta como un panqueque y de repente estás acostado con una chica preciosa y todo es divinamente perfecto.
Dédée está lavando las tazas y los vasos en un rincón del cuarto. Me he dado cuenta de que ni siquiera tienen agua corriente en la pieza; veo una palangana con flores rosadas y una jofaina que me hace pensar en un animal embalsamado. Y Johnny sigue hablando con la boca tapada a medias por la frazada, y también él parece un embalsamado con las rodillas contra el mentón y su cara negra y lisa que el ron y la fiebre empiezan a humedecer poco a poco.

—He leído algunas cosas sobre todo eso, Bruno. Es muy raro, y en realidad tan difícil... Yo creo que la música ayuda, sabes. No a entender, porque en realidad no entiendo nada. —Se golpea la cabeza con el puño cerrado. La cabeza le suena como un coco.

—No hay nada aquí dentro, Bruno, lo que se dice nada. Esto no piensa ni entiende nada. Nunca me ha hecho falta, para decirte la verdad. Yo empiezo a entender de los ojos para abajo, y cuanto más abajo mejor entiendo. Pero no es realmente entender, en eso estoy de acuerdo.

—Te va a subir la fiebre —ha rezongado Dédée desde el fondo de la pieza.

—Oh, cállate. Es verdad, Bruno. Nunca he pensado en nada, solamente de golpe me doy cuenta de lo que he pensado, pero eso no tiene gracia, ¿verdad? ¿Qué gracia va a tener darse cuenta de que uno ha pensado algo? Para el caso es lo mismo que si pensaras tú o cualquier otro. No soy yo, yo. Simplemente saco provecho de lo que pienso, pero siempre después, y eso es lo que no aguanto. Ah, es difícil, es tan difícil.. ¿No ha quedado ni un trago?
Le he dado las últimas gotas de ron, justamente cuando Dédée volvía a encender la luz; ya casi no se veía en la pieza. Johnny está sudando, pero sigue envuelto en la frazada, y de cuando en cuando se estremece y hace crujir el sillón.

—Me di cuenta cuando era muy chico, casi en seguida de aprender a tocar el saxo. En mi casa había siempre un lío de todos los diablos, y no se hablaba más que de deudas, de hipotecas. ¿Tú sabes lo que es una hipoteca? Debe ser algo terrible, porque la vieja se tiraba de los pelos cada vez que el viejo hablaba de la hipoteca, y acababan a los golpes. Yo tenia trece años... pero ya has oído todo eso.

Vaya si lo he oído; vaya si he tratado de escribirlo bien y verídicamente en mi biografía de Johnny.

—Por eso en casa el tiempo no acababa nunca, sabes. De pelea en pelea, casi sin comer. Y para colmo la religión, ah, eso no te lo puedes imaginar. Cuando el maestro me consiguió un saxo que te hubieras muerto de risa si lo ves, entonces creo que me di cuenta en seguida. La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo. Pero entonces hay que creer que este tiempo no tiene nada que ver con... bueno, con nosotros, por decirlo así.
Como hace rato que conozco las alucinaciones de Johnny, de todos los que hacen su misma vida, lo escucho atentamente pero sin preocuparme demasiado por lo que dice. Me pregunto en cambio cómo habrá conseguido la droga en París. Tendré que interrogar a Dédée, suprimir su posible complicidad. Johnny no va a poder resistir mucho más en ese estado. La droga y la miseria no saben andar juntas. Pienso en la música que se está perdiendo, en las docenas de grabaciones donde Johnny podría seguir dejando esa presencia, ese adelanto asombroso que tiene sobre cualquier otro músico. “Esto lo, estoy tocando mañana” se me llena de pronto de un sentido clarísimo, porque Johnny siempre está tocando mañana y el resto viene a la zaga, en este hoy que él salta sin esfuerzo con las primeras notas de su música.

Soy un crítico de jazz lo bastante sensible como para comprender mis limitaciones, y me doy cuenta de que lo que estoy pensando está por debajo del plano donde el pobre Johnny trata de avanzar con sus frases truncadas, sus suspiros, sus súbitas rabias y sus llantos. A él le importa un bledo que yo lo crea genial, y nunca se ha envanecido de que su música esté mucho más allá de la que tocan sus compañeros. Pienso melancólicamente que él está al principio de su saxo mientras yo vivo obligado a conformarme con el final. Él es la boca y yo la oreja, por no decir que él es la boca y yo... Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar. Y la boca se mueve otra vez, golosamente la gran lengua de Johnny recoge un chorrito de saliva de los labios. Las manos hacen un dibujo en el aire.

—Bruno, si un día lo pudieras escribir... No por mí, entiendes, a mí qué me importa. Pero debe ser hermoso, yo siento que debe ser hermoso. Te estaba diciendo que cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté una vez a Jim y me dijo que todo el mundo se siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae... Dijo así, cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir asi. No creas que me olvidaba de la hipoteca o de la religión. Solamente que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mf no vas a decirme que en ese momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, y la hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar y la vieja entraba con el pelo colgándole en mechones y se quejaba dé que yo le rompía las orejas con esa-música-del-diablo.

Dédée ha traído otra taza de nescafé, pero Johnny mira tristemente su vaso vacío.

—Esto del tiempo es complicado, me agarra por todos lados. Me empiezo a dar cuenta poco a poco de que el tiempo no es como una bolsa que se rellena. Quiero decir que aunque cambie el relleno, en la bolsa no cabe más que una cantidad y se acabó. ¿Ves mi valija, Bruno? Caben dos trajes, y dos pares de zapatos. Bueno, ahora imagínate que la vacías y después vas a poner de nuevo los dos trajes y los dos pares de zapatos, y entonces te das cuenta de que solamente caben un traje y un par de zapatos. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es cuando te das cuenta de que puedes meter una tienda entera en la valija, cientos y cientos de trajes, como yo meto la música en el tiempo cuando estoy tocando, a veces. La música y lo que pienso cuando viajo en el métro.

—Cuándo viajas en el métro.

—Eh, sí, ahí está la cosa —ha dicho socorronamente Johnny—. El métro es un gran invento, Bruno. Viajando en el métro te das cuenta de todo lo que podría caber en la valija. A lo mejor no perdí el saxo en el métro, a lo mejor...

Se echa a reír, tose, y Dédée lo mira inquieta. Pero él hace gestos, se ríe y tose mezclando todo, sacudiéndose debajo de la frazada como un chimpancé. Le caen lágrimas y se las bebe, siempre riendo.

—Mejor es no confundir las cosas —dice después de un rato—. Lo perdí y se acabó. Pero el métro me ha servido para darme cuenta del truco de la valija. Mira, esto de las cosas elásticas es muy raro, yo lo siento en todas partes. Todo es elástico, chico. Las cosas que pacecen duras tienen una elasticidad...

Piensa, concentrándose.

—...una elasticidad retardada —agrega sorprendentemente. Yo hago un gesto de admiración aprobatoria. Bravo, Johnny. El hombre que dice que no es capaz de pensar. Vaya con Johnny. Y ahora estoy realmente interesado por lo que va a decir, y él se da cuenta y me mira más socarronamente que nunca.

—¿Tú crees que podré conseguir otro saxo para tocar pasado mañana, Bruno?

—Sí, pero tendrás que tener cuidado.

—Claro, tendré que tener cuidado.

—Un contrato de un mes —explica la pobre Dédée—. Quince días en la boîte de Rémy, dos conciertos y los discos. Podríamos arreglarnos tan bien.

—Un contrato de un mes —remeda Johnny con grandes gestos—. La boîte de Rémy, dos conciertos y los discos. Be—bata—bop bop bop, chrrr. Lo que tiene es sed, una sed, una sed. Y unas ganas de fumar, de fumar. Sobre todo unas ganas de fumar.

Le ofrezco un paquete de Gauloises, aunque sé muy bien que está pensando en la droga. Ya es de noche, en el pasillo empieza un ir y venir de gente, diálogos en árabe, una canción. Dédée se ha marchado, probablemente a comprar alguna cosa para la cena. Siento la mano de Johnny en la rodilla.

—Es una buena chica, sabes. Pero me tiene harto. Hace rato que no la quiero, que no puedo sufrirla. Todavía me excita, a ratos, sabe hacer el amor como... —junta los dedos a la italiana—. Pero tengo que librarme de ella, volver a Nueva York. Sobre todo tengo que volver a Nueva York, Bruno.

—¿Para qué? Allá te estaba yendo peor que aquí. No me refiero al trabajo sino a tu vida misma. Aquí me parece que tienes más amigos.

—Si, estás tú y la marquesa, y los chicos del club... ¿Nunca hiciste el amor con la marquesa, Bruno?

—No.

—Bueno, es algo que... Pero yo te estaba hablando del métro, y no sé por qué cambiamos de tema. El métro es un gran invento, Bruno. Un día empecé a sentir algo en el métro, después me olvidé... Y entonces se repitió, dos o tres días después. Y al final me di cuenta. Es fácil de explicar, sabes, pero es fácil porque en realidad no es la verdadera explicación. La verdadera explicación sencillamente no se puede explicar. Tendrías que tomar el métro y esperar a que te ocurra, aunque me parece que eso solamente me ocurre a mí. Es un poco así, mira. ¿Pero de verdad nunca hiciste el amor con la marquesa? Le tienes que pedir que suba al taburete dorado que tiene en el rincón del dormitorio, al lado de una lámpara muy bonita, y entonces... Bah, ya está ésa de vuelta.

Dédée entra con un bulto, y mira a Johnny.

—Tienes más fiebre. Ya telefoneé al doctor, va a venir a las diez. Dice que te quedes tranquilo.

—Bueno, de acuerdo, pero antes le voy a contar lo del métro a Bruno. El otro día me di bien cuenta de lo que pasaba. Me puse a pensar en mi vieja, después en Lan y los chicos, y claro, al momento me parecía que estaba caminando por mi barrio, y veía las caras de los muchachos, los de aquel tiempo. No era pensar, me parece que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. ¿Té das cuenta? Jim dice que todos somos iguales, que en general (así dice) uno no piensa por su cuenta. Pongamos que sea así, la cuestión es que yo había tomado el métro en la estación de Saint—Michel y en seguida me puse a pensar en Lan y los chicos, y a ver el barrio. Apenas me senté me puse a pensar en ellos. Pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba en el métro, y vi que al cabo de un minuto más o menos llegábamos a Odéon, y que la gente entraba y salía. Entonces seguí pensando en Lan y vi a mi vieja cuando volvía de hacer las compras, y empecé a verlos a todos, a estar con ellos de una manera hermosísima, como hacia mucho que no sentía. Los recuerdos son siempre un asco, pero esta vez me gustaba pensar en los chicos y verlos. Si me pongo a contarte todo lo que vi no lo vas a creer porque tendría para rato. Y eso que ahorraría detalles. Por ejemplo, para decirte una sola cosa, veía a Lan con un vestido verde que se ponía cuando iba al Club 33 donde yo tocaba con Hamp. Veía el vestido con unas cintas, un moño, una especie de adorno al costado y un cuello... No al mismo tiempo, sino que en realidad me estaba paseando alrededor del vestido de Lan y lo miraba despacio. Y después miré la cara de Lan y la de los chicos, y después mé acordé de Mike que vivía en la pieza de al lado, y cómo Mike me había contado la historia de unos caballos salvajes en Colorado, y él que trabajaba en un rancho y hablaba sacando pecho como los domadores de caballos...

—Johnny —ha dicho Dédée desde su rincón.

—Fíjate que solamente te cuento un pedacito de todo lo que estaba pensando y viendo. ¿Cuánto hará que te estoy contando este pedacito?

—No sé, pongamos unos dos minutos.

—Pongamos unos dos minutos —remeda Johnny—. Dos minutos y te he contado un pedacito nada más. Si te contara todo lo que les vi hacer a los chicos, y cómo Hamp tocaba Save it, pretty mamma y yo escuchaba cada nota, entiendes, cada nota, y Hamp no es de los que se cansan, y si te contara que también le oí a mi vieja una oración larguísima, donde hablaba de repollos, me parece, pedía perdón por mi viejo y por mí y decía algo de unos repollos... Bueno, si te contara en detalle todo eso, pasarían más de dos minutos, ¿eh, Bruno?

—Si realmente escuchaste y viste todo eso, pasaría un buen cuarto de hora —le he dicho, riéndome.

—Pasaría un buen cuarto de hora, eh, Bruno. Entonces me vas a decir cómo puede ser que de repente siento que el métro se para y yo me salgo de mi vieja y Lan y todo aquello, y veo que estamos en Saint-Germain-des-Prés, que queda justo a un minuto y medio de Odéon.
Nunca me preocupo demasiado por las cosas que dice Johnny pero ahora, con su manera de mirarme, he sentido frío.

—Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa —ha dicho rencorosamente Johnny—. Y también por el del métro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito ni una hojita —agrega como un chico que se excusa—. Y después me ha vuelto a suceder, ahora me empieza a suceder en todas partes. Pero —agrega astutamente— sólo en el métro me puedo dar cuenta porque viajar en el métro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando...

Se tapa la cara con las manos y tiembla. Yo quisiera haberme ido ya, y no sé cómo hacer para despedirme sin que Johnny se resienta, porque es terriblemente susceptible con sus amigos. Si sigue así le va a hacer mal, por lo menos con Dédée no va a hablar de esas cosas.

—Bruno~si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia... Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio... Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana...
Sonrío lo mejor que puedo, comprendiendo vagamente que tiene razón, pero que lo que él sospecha y lo que yo presiento de su sospecha se va a borrar como siempre apenas esté en la calle y me meta en mi vida de todos los días. En ese momento estoy seguro de que Johnny dice algo que no nace solamente de que está medio loco, de que la realidad se le escapa y le deja en cambio una especie de parodia que él convierte en una esperanza. Todo lo que Johnny me dice en momentos así (y hace más de cinco años que Johnny me dice y les dice a todos cosas parecidas) no se puede escuchar prometiéndose volver a pensarlo más tarde. Apenas se está en la calle, apenas es el recuerdo y no Johnny quien repite las palabras, todo se vuelve un fantaseo de la marihuana, un manotear monótono (por que hay otros que dicen cosas parecidas, a cada rato se sabe de testimonios parecidos) y después de la maravilla nace la irritación, y a mí por lo menos me pasa que siento como si Johnny me hubiera estado tomando el pelo. Pero esto ocurre siempre al otro día, no cuando Johnny me lo está diciendo, porque entonces siento que hay algo que quiere ceder en alguna parte, una luz que busca encenderse, o más bien como si fuera necesario quebrar alguna cosa, quebrarla de arriba abajo como un tronco metiéndole una cuña y martillando hasta el final. Y Johnny ya no tiene fuerzas para martillar nada, y yo ni siquiera sé qué martillo haría falta para meter una cuña que tampoco me imagino.

De manera que al final me he ido de la pieza, pero antes ha pasado una de esas cosas que tienen que pasar —ésa u otra parecida—, y es que cuando me estaba despidiendo de Dédée y le daba al espalda a Johnny he sentido que algo ocurría, lo he visto en los ojos de Dédée y me he vuelto rápidamente (porque a lo mejor le tengo un poco de miedo a Johnny, a este ángel que es como mi hermano, a este hermano que es como mi ángel) y he visto a Johnny que se ha quitado de golpe la frazada con que estaba envuelto, y lo he visto sentado en el sillón completamente desnudo, con las piernas levantadas y las rodillas junto al mentón, temblando pero riéndose, desnudo de arriba a abajo en el sillón mugriento.

—Empieza a hacer calor —ha dicho Johnny. Bruno, mira qué hermosa cicatriz tengo entre las costillas.

—Tápate —ha mandado Dédée, avergonzada y sin saber qué decir. Nos conocemos bastante y un hombre desnudo no es más que un hombre desnudo, pero de todos modos Dédée ha tenido vergüenza y yo no sabia cómo hacer para no dar la impresión de que lo que estaba haciendo Johnny me chocaba. Y él lo sabía y se ha reído con toda su bocaza, obscenamente manteniendo las piernas levantadas, el sexo colgándole al borde del sillón como un mono en el zoo, y la piel de los muslos con unas raras manchas que me han dado un asco infinito. Entonces Dédée ha agarrado la frazada y lo ha envuelto presurosa, mientras Johnny se reía y parecía muy feliz. Me he despedido vagamente, prometiendo volver al otro día, y Dédée me ha acompañado hasta el rellano, cerrando la puerta para que Johnny no oiga lo que va a decirme.

—Está así desde que volvimos de la gira por Bélgica. Había tocado tan bien en todas partes, y yo estaba tan contenta.

—Me pregunto de dónde habrá sacado la droga —he dicho, mirándola en los ojos.

—No sé. Ha estado bebiendo vino y coñac casi todo el tiempo. Pero también ha fumado, aunque menos que allá...

Allá es Baltimore y Nueva York, son los tres meses en el hospital psiquiátrico de Bellevue, y la larga temporada en Camarillo.

¿Realmente Johnny tocó bien en Bélgica, Dédée?

—Sí, Bruno, me parece que mejor que nunca. La gente estaba enloquecida, y los muchachos de la orquesta me lo dijeron muchas veces. De repente pasaban cosas raras, como siempre con Johnny, pero por suerte nunca delante del público. Yo creí... pero ya ve, ahora es peor que nunca.

¿Peor que en Nueva York? Usted no lo conoció en esos años.

Dédée no es tonta, pero a ninguna mujer le gusta que le hablen de su hombre cuando aún no estaba en su vida, aparte de que ahora tiene que aguantarlo y lo de antes no son más que palabras. No sé cómo decírselo, y ni siquiera le tengo plena confianza, pero al final me decido.

—Me imagino que se han quedado sin dinero.

—Tenemos ese contrato para empezar pasado mañana —ha dicho Dédée.

—¿Usted cree que va a poder grabar y presentarse en público?

—Oh, sí —ha dicho Dédée un poco sorprendida—. Johnny puede tocar mejor que nunca si el doctor Bernard le corta la gripe. La cuestión es el saxo.

—Me voy a ocupar de eso. Aquí tiene, Dédée. Solamente que... Lo mejor sería que Johnny no lo supiera.

—Bruno...

Con un gesto, y empezando a bajar la escalera, he detenido las palabras imaginables, la gratitud inútil de Dédée. Separado de ella por cuatro o cinco peldaños me ha sido más fácil decírselo.

—Por nada del mundo tiene que fumar antes del primer concierto. Déjelo beber un poco pero no le dé dinero para lo otro.

Dédée no ha contestado nada; aunque he visto cómo sus manos doblaban y doblaban los billetes, hasta hacerlos desaparecer. Por lo menos tengo la seguridad de que Dédée no fuma. Su única complicidad puede nacer del miedo o del amor. Si Johnny se pone de rodillas, como lo he visto en Chicago, y le suplica llorando... Pero es un riesgo como tantos otros con Johnny, y por el momento habrá dinero para comer y para remedios. En la calle me he subido el cuello de la gabardina porque empezaba a lloviznar, y he respirado hasta que me dolieron los pulmones; me ha parecido que París olía a limpio, a pan caliente. Sólo ahora me he dado cuenta de cómo olía la pieza de Johnny, el cuerpo de Johnny sudando bajo la frazada. He entrado en un café para beber un coñac y lavarme la boca, quizá también la memoria que insiste e insiste en las palabras de Johnny, sus cuentos, su manera de ver lo que yo no veo y en el fondo no quiero ver. Me he puesto a pensar en pasado mañana y era como una tranquilidad, como un puente bien tendido del mostrador hacia adelante.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Autofagia

La restricción calórica como mecanismo para alargar la vida en ratones se conoce desde hace décadas. La longitud de los telómeros. Estadísticamente, los habitantes de Okinawa viven más que el resto de los habitantes de la isla -ya de por sí muy longevos. En España las cifras también son muy positivas, pero en este caso la gente vive más gracias al cachondeo general y al hecho de no tomarse nada demasiado en serio. En España es impensable que la gente se deje de hablar por ser peronista o funambulista- y los "okinawenses" consumen, por término medio, solo el 80 % de las calorías que ingiere el resto de la población japonesa. Su menú contiene, principalmente, aceites de pescado, vegetales y productos derivados de la soja. Hay más cuestiones que explican la longevidad japonesa, como es el caso de la medicina preventiva, pero que existan diferencias sustanciales entre diversas regiones del mismo país resulta muy significativo.

Bien, ahora surge el tema de la autofagia. En 2016 el científico japonés Yoshinori Ohsumi ganó el premio Nobel por su investigación sobre los mecanismos de la autofagia, un proceso todavía poco estudiado. Como siempre sucede, aparece una legión de vendedores de crecepelos e iluminados de toda condición que se suben al tren a ver si rascan algo, pero el mecanismo en sí está fuera de toda cuestión.

Desde un punto de vista antropológico, nuestra relación con la comida no ha sufrido cambios sustanciales desde que nuestros antepasados corrían 100 kilómetros -sí, más de 2 maratones- para cazar un animal. Supongo que, como siempre, correrían algunos y otros se quedarían en casa esperando la hora de la cena y viendo Netflix (que tampoco pagarían ellos). Ni los platos lavarían. Así hemos llegado a ser lo que somos. Véase a Trump o Bolsonaro.

No nos desviemos. El tema del ayuno funciona. Todas las religiones incluyen periodos de ayuno como una práctica normalizada. Y, obviamente, en Occidente se tiende a comer mal y en cantidades muy superiores a las necesarias. Hago "religiosamente" mis 10.000 pasos diarios, pero tengo la sospecha de que me quedo corto. Me interesa mejorar la capacidad de concentración y estudiar la calidad de los alimentos. Este tipo de cosas deberían enseñártelas en el colegio en lugar de los logaritmos neperianos. Como no es así, hay que buscar información y utilizar el sentido común, que no es muy común.

Es más, pienso experimentar conmigo mismo y ya os contaré cómo va el tema. El texto este es tan largo y digo más tonterías que de costumbre porque hoy es el día 1 de mi plan 16-8 y me está entrando un hambre importante. Mientras escribo me mantengo ocupado y no pienso en comida. Tengo que esperar hasta mañana a las 8. En vez de ovejitas hoy voy a contar pasteles de papas, matambres, pastafrolas, chocotortas, helados de dulce de leche a tutiplén...

Madre mía del Amor Hermoso, qué nochecita me espera. Por Tutatis, espero que la autofagia se lleve lo peor de mi ser y no acabe con todo aquello con lo que he hecho las paces a lo largo de estos años. Me arriesgaré.

¿Es posible que las ideas ultras estén estrechamente relacionadas con un suministro defectuoso de oxígeno a las neuronas? A ver si termino con el aspecto físico de George Clooney y el cerebro de Salvini. Mi gozo en un pozo.

Si de aquí a unos días empiezo a decir cosas como "España para los españoles" o "vete a tu puto país" quedará demostrado que es mucho mejor comer 7 veces al día como mínimo.

Mi reino por una provoleta con orégano y aceitinho de oliva.

lunes, 14 de octubre de 2019

Allen y Trueba

Un excelente diálogo entre dos grandes creadores. Me recuerda el documental que Volker Schlöndorff hizo sobre Billy Wilder (para ver y degustar varias veces).

Desconocía el artículo de Umberto Eco sobre Allen, declarando que se trata del cómico más importante desde los hermanos Marx. Coincido al cien por cien. Es más, sin proponérmelo tiendo a considerar el amor o el desprecio por la obra de Allen como parámetros de calado a la hora de calibrar la inteligencia y la sensibilidad de mi interlocutor. Todos tenemos algún prejuicio.

Raras veces me he equivocado. Creo recordar que fue con Trump. Pero no cuenta porque se trata de un holograma trufado de interferencias subsónicas procedente de la lejanísima nebulosa Oligofrenón. Su existencia confirma que no estamos solos en el Universo.

Diálogo entre Woody Allen y Fernando Trueba

viernes, 11 de octubre de 2019

Butoh

En estos días tuve la suerte de conocer a una persona que, entre otras cosas, se dedica con pasión a la danza butoh, una danza que procede de Japón y que surgió tras las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki (siempre hay que recordar que nuestros amigos americanos, aquel país que contemplamos como modelo de desarrollo occidental, como adalides del capitalismo más salvaje, no tuvo reparos en lanzar no una sino dos bombas sobre población civil).
El butoh es un lamento bailado, un retorcerse en nuestra condición humana. Sus creadores se inspiraron en los movimientos de los cuerpos moribundos que se arrastraban entre los escombros tras las detonaciones nucleares.
Tuve la suerte de traducir textos de Mishima y en mis años de estudiante coincidí con Tamaki Otani, un excelente guitarrista de Hiroshima, precisamente. Aún guardo como un tesoro las partituras que Tamaki escribía a mano con las plumas de caña y la tinta que se utiliza para la fascinante caligrafía japonesa. Un arte mayor.
Siempre he sentido un gran respeto por la cultura tradicional del país del Sol Naciente, una cultura elegante y minimalista, vinculada a un pensamiento panteísta. Dios está en todas las cosas. Todos somos dioses.
El butoh pretende "cansar la mente", eliminar el ego de la ecuación y abrir las puertas del subconciente. Occidente, que está profundamente enfermo (lo más inquietante es que no suele darse cuenta) haría bien en beber de estos cálices.
Y haría bien en recuperar alguna clase de pensamiento ritual, aunque solo fueran rituales de agradecimiento por el simple hecho de estar vivo. La vida es un fenómeno altamente improbable. Como lo son el amor o la amistad a cambio de nada.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Tango del adiós

No hay que preocuparse mucho por el tango, porque el tango te espera. Lo que haga falta. Si vives lo suficiente y con la suficiente intensidad, saldrá a tu encuentro. Te atropellará al cruzar una esquina. Te clavará un cuchillo y ni siquiera lo verás venir... entonces, che papusa, te acordarás de mí. Caminarás por esa misma calle, pasarás por la puerta de mi casa y sentirás un vértigo exterminador en el alma.

Cuando vos ya no seas Margot ni tan siquiera mi Margarita. Y esa fila interminable de pretendientes que hoy te acosan y te desvelan se haya disuelto en el viento. Entonces puede que te acuerdes de cuando noqueabas a diestro y siniestro sin hacer prisioneros como si los hombres -todos ellos-, te debieran algo. Y salías a festejar entre copas y sones de guitarras en noches sin final.

Nunca conocí a nadie que sedujera con tanta facilidad, sin esfuerzo alguno, como hacías tú. A hombres y mujeres. A quien se te cruzara por delante: todos querían poseerte. Hasta a los perros seducías. Claro, como que tenías modos de gata.

Tal vez fuese tu corazón de cristal, frágil y esquivo desde la tarde en que supiste que tu padre ya no iba a regresar del mar. Tu corazón arisco, herido de muerte. Tu alma de niña congelada en el tiempo que todos querían amamantar.

Y mis ojos salobres al ver la tierra que no cambia retornarán a ti esa misma noche. Una sombra. Alguien al que solo viste una vez al cruzar la calle, que apenas pasó por tu vida. La inesperada amabilidad de los extraños. El anhelo de lo que sentimos al mirarnos, al besarnos con esa fuerza de la tierra, hasta hacernos sangre... pero yo habré partido. Viviré en el recuerdo de una vida juntos que nunca existió. Y no sé cómo, no sé cuándo, siempre estaré a dos cuadras de distancia de vos. Afilando el facón en silencio, lentamente, trenzando esculturas con el humo del cigarro, velando tus pasos de emperatriz de la noche sin que nunca aciertes a notar mi presencia. Para que nada pueda volver a herirte. Sí. Este amigo ha de jugarse el pellejo por vos, Reina, cuando llegue la ocasión. Tan lejos, tan cerca.

Moriré conmigo. Solo. Sin confesión y sin Dios. Acurrucao en mis penas como abrazao a un rencor. Y, como los hombres solemos hacer, seré infiel a tu memoria en el último instante.

Cernuda

Y para rematar la faena de mi canto de amor al castellano, este poema de Luis Cernuda. Un autor magnífico. Va por ustedes... a pesar de los pesares, sigo siendo "...un hombre joven y cansado porque antaño soñó mucho día y noche..."

He de confesar que estos dos versos me facilitaron incontables ligues cuando tenía veintitantos y semblante de poeta byroniano -dispuesto a liberar Grecia en todo momento- pero ahora, a los cuarenta y cinco y pico... apaga y vámonos. No me salva ni el tango.

QUÉ RUIDO TAN TRISTE

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

El castellano

Ahora que los "caballeros" de UK abandonan el barco cuando más falta hacía la unión, ¿por qué razón debemos seguir utilizando el inglés como lingua franca?

Elijamos el idioma de los 27 con mayor número de hablantes a nivel mundial y mayor proyección de crecimiento, que no es otra que...

La música de los sonetos de Garcilaso. Hay que parar a las mofetas rubias. Enough is enough.

Celtas, íberos, tartésicos... ¡en pie, famélica legión!

sábado, 21 de septiembre de 2019

Noches y días

Llega Pablo. Entusiasmado con su nueva vida universitaria. Está haciendo un doble grado en la Autónoma, la misma universidad a la que fue su padre. Además, está acabando el grado profesional de piano, o sea que está haciendo tres carreras a la vez. Ole y reole mi niño. Viene lleno de vida, de entusiasmo por las cosas, ávido de experiencia y conocimiento. Este finde vamos a analizar el Fedón y la Metafísica de Aristóteles, para ir abriendo boca. Por la tarde los dos tenemos ensayo, así que vamos a estar entretenidos. Este pibe es una maravilla. Me doy un abrazo a mí mismo. Enhorabuena a su madre también: hemos hecho un gran trabajo de equipo.

La felicidad que generamos en los demás es igual al coseno del sentido de la vida por la raíz cuadrada de la música de las esferas. Calcularlo y demostrarlo. Me he escrito cuatro páginas cuasi publicables. Dos horas y media de ensayo. Una jornada estupenda. Calificación: suficiente alto. Ahora... el músculo duerme, la ambición descansa. Mañana será otro día. Buona notte a tutti.

martes, 17 de septiembre de 2019

El nazismo y la Argentina

Estoy escribiendo una novela. Es decir, me estoy volviendo loco. En buena hora decidí meterme en este lío... Por cuestiones del argumento, estoy investigando diversos temas al mismo tiempo.

Al grano. La Argentina. La cuestión argentina. Estoy descubriendo que el nazismo tuvo un impacto enorme en el país. Se pensó en una especie de Cuarto Reich. Perón -que admiraba abiertamente el fascismo italiano y "paseó" por allí en los años treinta- abrió el país a la emigración nazi. La famosa "ruta de las ratas", tolerada y fomentada por El Vaticano. El affaire del Proyecto Huemul, las fábricas de aviones a reacción en Córdoba, etc. Todo eso es historia.

Creo que el nazismo no desapareció con las juntas militares. Pervive en las formas, en la absoluta falta de tolerancia al que piensa distinto. Hoy. Casi en 2020. Se utiliza un lenguaje deletéreo, "hay que eliminar", "hay que acabar con ellos", "la tienen adentro"… Se "dialoga" por llamarlo de alguna forma a los gritos. Incluso hay gente que usa formas propias de los predicadores televisivos. Y ver un programa de televisión (por You Tube, no veo TV) de un lado u otro resulta estomagante. El número de insultos supera al de ideas.

No somos otra cosa que lenguaje (barro pa casa, jaja). La forma en que hablamos y razonamos marca los límites de nuestro pensamiento y las posibilidades de modificación de la realidad.

Pegando gritos y ninguneando a los demás no se va a ninguna parte. Es preciso erradicar el nazismo cotidiano.

Quizá la inspiración se sitúe antes de 1930. Quitando brevísimos periodos de democracia y personajes como Arturo Illia que parecen islas, todo son iluminados y salvadores de la patria. Gente con las ideas aparentemente claras. Y los resultados que todos conocemos, es decir, una putísi.... quiero decir, un desastre de proporciones bíblicas.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Series de televisión

Interesante comentario de Carlos Boyero en El País de hoy. Habla de las series de televisión. Más bien habla de que está hasta los cojones de las series y de su pretendida genialidad. Este tema me ha hecho mantener algunas discusiones con amigos. Quitando cosas muy escogidas como Breaking Bad o la reciente miniserie Chernóbil, opino casi lo mismo que Boyero. El formato se me hace insufrible y los malabarismos de los guionistas para mantener funcionando el Deus Ex Machina me resultan tan artificiales que terminan desembocando en la pregunta esencial que se hace el ser humano contemporáneo, que no es otra que "¿Cómo como?". Duda existencial un tanto animal.

Homeland, por ejemplo, que arrancó de manera estupenda, se convirtió en un tostón. Sobre Juego de tronos... me reservo mi opinión. Digamos que me pilló unas cuantas décadas tarde. Dragoncitos... un cuarto de página de La Odisea y ya te vale. Sobre todo cuando Odiseo es secuestrado por Calíope en la isla del sexo desatado. Odiseo es el único varón y no le dejan escapar. Me pregunto por qué no me ha pasado a mí una cosa así. Me adaptaría en tiempo récord. Bueno... aún estoy a tiempo. Doy muy bien de Odiseo siberiano. Acaso el tango... No se meta usted en ciertos jardines, Mr. Rasskin. Por su bien se lo digo.

Se oye decir "el talento narrativo está ahora en las series de TV". Pero ¿qué talento? ¿Dónde...? Un buen libro y para de contar. Una película de Kubrick, de Billy Wilder. Cosas bien escritas con un cerebro potente detrás. Pero leer requiere esfuerzo y ahí con la Iglesia hemos topado, Sancho. El esfuerzo como que no es muy de esta época. La constancia, menos. La gente prefiere pildoritas, amiguitos, conversacioncitas. Emoticonos neuronales. Concentración y esfuerzo a fuego bajito.

Recuerdo haber leído que hacia el último tercio del XIX, la gente se enfrentaba apasionadamente en los cafés centroeuropeos defendiendo a Wagner o a Brahms. Y llegaban a las manos o los bastonazos.

Back to the future...
Maluma o Melendi? Decidíos, voto a Bríos. Os enviaré a mis padrinos. Al amanecer en el lago de la Casa de Campo (metro El Lago), donde la tribu de las Chochonis. Sentimiento, flor de Casa Campo. Alaska, personaje genial e irrepetible. Desde que el PP se instaló en el Ayuntamiento como si fuera su finca particular... miento. Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. Quien no se consuela es porque no quiere. Volvamos al duelo (Kubrick forever). Dónde estábamos... ah sí...  Habéis puesto en duda el honor y la integridad de Maluma... ¡Poneos en paz con Dios, brigante, bellaco! ¡Probaréis mi acero!

viernes, 13 de septiembre de 2019

Café Berlín

Un momento del concierto del miércoles en el Café Berlín. Una sala llena de duende. Una noche estupenda, con amigos maravillosos dentro y fuera del escenario. Sin final. Mi guitarra me acompañó de regreso a casa.

Septiembre es un mes de estación de tren. Manuel se marchó un 16. Pronto cumpliré el número de su último aniversario. Sé que cuando canto tangos él monta en bicicleta, cierra los ojos y pedalea. Y las calles son solo nubes.

Juan y yo fuimos ayer a El Escorial a visitar a Angelina, a la que ambos amamos con intensidad. Nos despedimos con el abrazo de siempre. Descubro que mi vida está hecha de aeropuertos.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Nadal

Siempre Nadal. Alguien que encarna los mejores valores del ser humano. La valentía, la entrega, la caballerosidad, la humildad, la templanza. La infinita capacidad de aprender de los errores cometidos, de ser siempre mejor, sin gritos, sin escenas infantiles. ¿Pensáis que estoy acabado? ¿Me ponéis delante a otro mucho más joven que se levanta de la lona una y otra vez con bríos renovados? No me déis por muerto tan pronto... hasta el último instante estaré vivo, daré pelea y si me dais la más mínima oportunidad, probaréis mi acero, Vive Dios. Las veces que haga falta, mil, un millón si es preciso.

En último término, la vida consiste en empeñarse en estar vivo. Picasso no permitía que le hablaran de los amigos muertos. "No quiero que la muerte entre en mi estudio". El mal de nuestro tiempo es la debilidad de carácter. Autistas del cariño. Niñatos. Gente que lo tiene todo y se ahoga en un dedal de agua. Se empeñan una y otra vez en perseverar en la tristeza, en fortalecerla día a día. Si ven a otro ser humano con ilusiones, con fuerza, ahí acuden raudos con su luz negra a tratar de anularlo. Se activan cuando alguien coge las riendas de su vida. La languidez y la inconstancia entonces desaparecen como por arte de magia: se trata de extender la marea negra de su incapacidad para lidiar con las luces y las sombras de la vida al resto los seres vivos. Qué decir de esa gente. Hay que evitarlos a toda costa. Sombras. Icebergs.

Con la mitad del esfuerzo que hacen para convencerse de que todo es imposible podrían modificar el curso de sus propias vidas. La alegría de vivir también se entrena en el gimnasio. Los trabajos y los días Gym. Propietario: Rafa Nadal. Localización: Manacor.

Nadal es un gigante, en toda la extensión de la palabra. No es la perfección formal del juego, como ocurre con Roger Federer, que apenas se despeina al ejecutar un golpe ganador imposible. No, Rafa Nadal es puro corazón, fuerza de voluntad y capacidad de empezar de cero una y otra vez. Federer es alguien nacido para el tenis. Nadal es puro sacrificio, un proletario del tenis. Los nadales que sostienen el equilibrio del mundo, la gente que se levanta todos los días a las 5 de la mañana y puebla los trenes de acceso a la ciudad, las enfermeras que curan aún sabiendo que no hay nada que hacer, los cooperantes que salvan gente en los diversos infiernos de la Tierra. Esa gente no es de este mundo. Son imprescindibles.

Le he visto levantar 5-0 o 5-1 tantas veces... pero lo de esta noche, su 19º Grand Slam, a un paso del récord de Federer, con un cuerpo violentado una y mil veces por las lesiones, cuyas articulaciones han sido sometidas a un desgaste inimaginable, teniendo enfrente una estrella ascendente que parece inmune a los upper cuts en plena barbilla, no hay palabras...

De esta época quedarán muy pocas cosas. En un sitio de honor, Rafael Nadal. Podremos decir "yo fui contemporáneo de Rafa", "yo le vi levantarse una y otra vez, más allá de lo humanamente posible".

Muchos, muchos años, Campeón. Vamos, Rafaaaaaaaaaaaaa....!!!!!!!!!!

Dedicado de todo corazón a mi primo Gabi de Salta la Linda, que compartió la emoción del triunfo del manacorí desde el otro lado del mar. Como Gabi pertenece a una familia de locos legendarios, se acaba de lesionar jugando al fútbol y tiene que pasar por quirófano en breve. Desde aquí te mandamos toda la fuerza del mundo y los deseos de verte en breve metiendo goles de chanfle por toda la escuadra.

¡¡¡¡Vamos, Gabi carajooooooooo!!!!!

sábado, 7 de septiembre de 2019

El reloj de mi abuelo

Junto a mi guitarra, el reloj de mi abuelo es mi posesión más preciada. No es un reloj cualquiera: el viejo Minerva marca las horas a su aire. A veces minutos de más, a veces se queda corto. Con los años, caí en la cuenta de que era el resto del mundo el que medía mal el tiempo.

Las horas que se hacen largas son aquellas en que uno se encuentra perdido o rodeado de gente tan enferma de sí misma que resulta muchísimo mejor estar solo. Una cuestión de higiene mental. Aparta de mí ese cáliz.

En cambio, las horas compartidas con gente de mano tendida y corazón caliente, ahhhh... esas a veces pueden llegar a durar hasta 20 minutos o menos.

El reloj que me dejó mi abuelo sabe cómo marcar las horas. Si observo que el minutero renquea y aquello no avanza... soldado que huye, ¡sirve pa otra guerra, canejo! Che, aguantame un cachito que salgo a comprar cigarrillos y ahora vuelvo. Pero ¿no era que vos no fumabas? Sí y no. Si se trata de hacerse humo... Deme un paquete de Heisenberg's rubio, por favor.

Mi querido viejo conocía el viento, la tierra, el sonido del mar, el vodka, los amigos y las cosas más sencillas. Por eso me gusta dormirme al arrullo del tic tac de este reloj con el que hace décadas aprendí que existían las horas. Mucho más tarde descubriría la ausencia y que la gente más querida se queda a vivir en el recuerdo.

Más allá de mi guitarra y el reloj de mi abuelo no tengo nada más. Ni tengo, ni necesito.

martes, 3 de septiembre de 2019

Navego

Afirma Aristóteles que para vivir en soledad hay que ser un animal o un dios. Mmmmm... si me baso en los testimonios de mis amigas, impera cierta confusión sobre mi verdadera naturaleza. ¿La bestia que vino del hielo? ¿el mejor amigo de la milonguera? ¿un osito divino? Qué sabe nadie...

Tengo para mí que la clave está en el deseo. Dejar de desear equivale a dejar de vivir. Decir "ya está, ya hice todo cuanto vine a hacer a este mundo, me jubilaré en este trabajo, no voy a correr ni un solo riesgo, jamás veré un amanecer donde da la vuelta el aire. Me moriré sin saber de lo que era capaz". El engaño de la seguridad. Los años aportan cierto orden en la materia aparentemente ingobernable. No, no es del todo cierto. El fuego de la locura está ahí, acechando. Bendita locura.

La verdadera madurez implicaría la creciente espiritualización de los bienes deseados. Lo material corresponde a almas más pegadas a tierra. Esa es la versión oficial.

Bien es cierto que el asado se hace con las brasas. El fuego lo quema. Me desperté con hambre, un hambre de siglos. Cuando me ocurre -dime tú, Oh Diosa, Menin Zeá Akiles Oulomenen, cuándo no me ocurre- siento cómo me crecen los caninos, por eso es bueno que viva solo, encadenado. Bueno, no siempre... si amanezco junto a una mujer loba (lupus exceptionalis) o una rica heredera transilvana no se violentará, antes al contrario. Pero ¿qué estás diciendo, Martín? ¿No ves que estamos en horario infantil?

Ay, solita por la calle yo te vi... Qué desayuno me voy a pegar. Ole yo mismo. Hambre de vida.

La novela que estoy escribiendo -con qué intensidad la amo y cómo la odio- se ha convertido en mi amante más salvaje, más insaciable. Tierna e irascible a partes iguales. A veces siento que ella me escribe a mí. Se queda dulcemente dormida mientras leo en voz alta. Parece una niña. Y la parca.

Julio y agosto encerrado en una habitación. ¿Vacaciones? Bromea o qué... Tres de septiembre. Las mujeres reales se han desvanecido, han saltado al papel. Me gusta verlas deambular entre líneas, saltando de un capítulo a otro.

He abandonado la línea de costa, estoy en medio del océano. Ya no se alcanza a ver Lisboa. Tu rostro empieza a desdibujarse. Como la Sé, la Praça das Flores, la Rua das Pedras Negras, Saudade, tu boca. No hay nadie más en cubierta, estoy solo. Ni rastro del puerto de destino. Bailo todas las tardes con la muerte.

Me duelen los ojos de tanto otear el horizonte. Bitácoras.

jueves, 29 de agosto de 2019

Por alusiones

Me escriben amigos muy queridos para decirme que me pasé unos cuantos pueblos hablando del tema de la gente que realiza servicios domésticos y de sus empleadores.

En primer lugar, mis sinceras disculpas si alguien se ha sentido directamente aludido. No era mi intención ofender a nadie. Me dejé llevar por la pasión del momento, la imagen del niño levantando un pico de su propia altura. Creo que es un tema complejo que levanta ampollas.

Intentaré hilar más fino, como corresponde a un señor majete de mi edad. Un hombre que peina canas -cuando peina algo- y que resulta a ratos cómico, a ratos venerable. Hasta puede que haya personas que emplearan el vocablo "adorable", pero será por simple similitud sonora, una confusión, vaya.

Vayamos por partes (Jack, siempre te citamos...)

¿El hecho de contratar personal de servicio nos convierte automáticamente en deleznables burgueses? No. No es así. Hay casos en que la ayuda en casa resulta esencial y la familia o el individuo en cuestión difícilmente podría funcionar sin esa asistencia.

Cabe afirmar, por otro lado, que a día de hoy el personal de servicio difícilmente encontraría colocación en otro puesto de trabajo.

Quede claro que considero el trabajo tan digno como cualquier otro. No es eso. Hablaba de una estructura de pensamiento e intentaré explicarme.

Mi comentario estaba centrado en América Latina porque pude comprobarlo personalmente en mis viajes. La mano de obra para realizar las tareas domésticas es muy barata. La contratación "en blanco" con todos los derechos sociales es una novedad reciente o en muchos casos se salta a la torera. Pero hay algo que creo más profundo: no verás muchos "hombres o mujeres de piel nívea" realizando estas tareas. No. Suelen ser personas con la piel oscura y con formación escasa o nula, que aceptan agradecidos lo que se les da y no plantean ninguna clase de reivindicación: es eso o nada. También se podría decir lo mismo del trabajo en el campo, el trabajo de peón en una estancia o de cosechador en una zafra.

La élite blanca ocupa los mejores puestos de la sociedad. Hágase una estadística de los presidentes desde la Independencia de América hasta el día de hoy. ¿Qué presidentes son siquiera mestizos? Hay que buscar los nombres con lupa.

Ni siquiera la Revolución Cubana, que en su momento fue un faro de esperanza para nuestra gente. Fidel Castro y Ernesto Guevara eran hijos de la burguesía y blancos. Como lo fueron la mayor parte de los revolucionarios franceses o el propio Marx.

El cambio siempre viene desde adentro. Son los hijos de la clase media los que aún tienen la capacidad de conmoverse ante el dolor humano. Los macris y demás pijos/recontrachetos son mudos, sordos y ciegos al sufrimiento. No lo perciben. Están programados para dar órdenes y decir "muy rico, Edelmira, puede retirarse". Es problema de todo el software, agravado por un hardware duro como la roca.

Quise llamar la atención sobre cuestiones cotidianas que damos por sentado. Que la composición demográfica de nuestros territorios sea la que es y el hecho de que haya una bolsa enorme de gente que nunca ha contado para los "estados nacionales latinoamericanos", salvo cuando se trataba de utilizarlos como carne de cañón, como se vio en la cobarde y salvaje guerra de la Triple Alianza, que diezmó el Paraguay y desequilibró su población durante décadas, no debe distraernos del hecho de que nunca podremos ser realmente libres si no integramos a esa parte de la población, si no logramos que se sientan ciudadanos de primera clase.

Ocurre igual que con la incorporación de la mujer a la sociedad moderna. Hace siete décadas se publicaban aberraciones como la que pueden ver más abajo, manuales de la Sección Femenina para dar consejos a las esposas. Cosas que resultan hasta graciosas de lo absurdas.

Hoy la mujer ha dejado de hacer "trabajos no remunerados y no reconocidos como tales" prácticamente en exclusiva -me dirán: y queda un mundo por hacer. Así es- y se ha incorporado al mercado de trabajo. Cuando se la ha dejado volar libremente, no ha tenido inconveniente en llegar a lo más alto, tanto en la política mundial como en los consejos de dirección de las grandes empresas.

Durante años se afirmó que las ingenierías industriales eran cosa de hombres. Véase la composición del alumnado hoy en día. Compárense los expedientes académicos de hombres y mujeres. Viví con una arquitecta española de la nueva horneada durante una década, una persona muchísimo más inteligente y preparada que yo.

Con el personal de servicio, con la gente de origen humilde que vende su fuerza de trabajo al precio que sea y en las condiciones que dicte el empleador, sucede igual. El daño es mayúsculo: es la propia persona la que termina creyendo que no sirve para nada mejor. Ni siquiera puede llegar a imaginar un futuro alternativo, no tiene las herramientas para hacerlo. Ha visto a sus padres y a sus abuelos servir, bajar la cabeza.

La mujer no tenía ningún defecto estructural que le impidiera tener una vida digna. Obama demostró que un negro puede ocupar la presidencia del país más poderoso del mundo (ahora lo estamos pagando con intereses insoportables. Un payaso capaz de negar el cambio climático y, al mismo tiempo, lanzar planes inmobiliarios en Groenlandia). Las mujeres, los negros, los mestizos, los indios, no tienen ninguna tara genética que les impida vivir sin servir a otros. Es un cambio de perspectiva.

El personal de servicio, las prostitutas, la gente que hace cosas que nadie querría hacer... todos contribuimos con nuestro silencio a perpetuar el statu quo.

Y se oye la frase constante: "este es un negro resentido" o "negro tenía que ser". Pregúntate tú cómo actuarías si estuvieras en esa situación.

La denostada Revolución Cubana -normalmente habla a gritos de ella gente que ni la conoce ni se ha acercado a Cuba jamás- cambió el destino de la población negra de la isla. Y estamos hablando de un porcentaje importante de la población.

La Revolución Rusa aplastó a la Alemania nazi en solitario. La historia de la Segunda Guerra Mundial debe reescribirse de cero. Los aliados entraron en Europa cuando los soviéticos ya habían perdido más de 20 millones de personas. Cifras de sufrimiento humano que ningún cerebro puede siquiera llegar a imaginar. Y puso a un hombre en órbita por primera vez en 1957. Cuarenta años después de haber salido de un régimen feudal que enviaba a los soldados al frente sin botas para la nieve y sin armas. Miento. Había un arma para cada cuatro soldados. Cuando caía uno la tomaba el que venía detrás.

La revolución fracasó, pero nos puso en el límite de las posibilidades. Y después de la revolución las cosas no pueden volver atrás. ¿Alguien cree que los avances sociales en Occidente son concesiones de los dueños del mundo por su simple "bondad natural"? Costaron toda la sangre y el dolor del mundo.

Voy a ver si localizo el apunte que hizo en su diario personal el Zar Nicolás II la misma tarde en que su guardia cosaca abrió fuego contra una multitud desarmada - hombres, mujeres y niños- en San Petersburgo. Habla de una partida de caza y de que el tiempo está cambiando creo recordar. Pedazo de mierda. Sorry... otra vez habla el siberiano, el Dersu Uzala que habita en mí. Tómate un vodka, anda.

La historia de la infamia se construye día a día. Con cada acto, con cada decisión. Y cuando un hombre o una mujer -así, tomados de uno en uno- toma conciencia de la injusticia, de que hay algo que está intrínsecame mal, entonces cabe avanzar.

¿Es una utopía pensar que resulta posible liberar a los verdaderos parias de la tierra? Aquellos que resultan invisibles. No. En ningún caso. Estamos asistiendo a cambios vertiginosos de la mano de la evolución tecnológica.

Empezando por la velocidad de diseminación de las ideas y los debates hasta la Inteligencia Artifical y la robótica. Estamos a las puertas de una revolución industrial que modificará el mundo hasta volverlo irreconocible. Decenas de millones de puestos de trabajo dejarán de existir en tiempo récord. Aún no sabemos ni cómo se llamarán las profesiones más demandas en los próximos 10 años. ¿Quién oyó hablar de Big Data, de Blockchain, de criptodivisas, de aprendizaje de máquina, de tantas cosas, hace solo unos años?

Hasta el momento, los cambios nos están trayendo lo peor. Gente espantosa sube a lo más alto apoyándose justamente en Twitter o cualquier red social. Es el imperio de la posverdad. Pero lo mismo que ha servido para fabricar engendros puede tener un potencial liberador. Solo es cuestión de corregir el tiro y redefinir las prioridades.

De qué lado estamos. Qué podemos hacer cada uno para mejorar el statu quo. Cada decisión cuenta.

Y hoy más que nunca, quien salva a una sola persona -de las miles de formas en que se puede salvar a un ser humano- salva a la Humanidad entera.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Cuadernos para Pablo - II

Continúo con la serie "Cuadernos para Pablo", que tuve que interrumpir por cosas de la vida. Lo he intentado por todos los medios, hasta he recurrido al soborno sentimental y material, pero finalmente mi queridísimo y admiradísimo Pablo va a estudiar filosofía. Y en la Autónoma... como su padre. Gott im Himmel, qué he hecho mal. ¿Mal? Y un jamón. La filosofía, el pensamiento, resulta fundamental en esta época de Tinders e Instagrams, la era de los jeroglíficos, del analfabetismo funcional y Rosalía en el puesto de Mozart.

Y háganme caso. Dedíquense a cosas económicamente "inútiles" pero que les hagan sentir bien. No hay sitio para tanto analista de Big Data. Si logran trabajar en algo que les guste no será un trabajo, sino un disfrute.

Bien, como decíamos ayer, Cuadernos para Pablo en su segunda entrega. Textos, reflexiones de grandes autores que me parecen interesantes como punto de partida para debatir. Una tertulia abierta. Dedicada a mis queridos alumnos de España y de allende los mares. Abro esta ventana pensando en ellos y en aquellos jóvenes que comienzan a hacerse preguntas.

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En "El hombre unidimensional", el pensador Herbert Marcuse reflexiona sobre las necesidades humanas. Distingue entre "necesidades verdaderas" y "necesidades falsas". En la era del consumo desaforado y la obsolescencia programada - sufro la obsolescencia en silencio, como se sufren las hemorroides, sobre todo cuando me cruzo en la calle con un grupo de bellas damas que reafirman mi destino literario al hacerme sentir protagonista de "El hombre invisible", ¡con lo que yo he sido...! Tened en cuenta que Ava Gardner dijo de mí: "es muy injusto que tanta belleza esté concentrada en un solo hombre". ¿O lo dijo de Paul Newman? Si os soy sincero, no me acuerdo... - conviene volver a revisar sus escritos. ¿Qué resulta realmente necesario? ¿Qué se nos impone socialmente como elementos que, de no tener, nos hacen sentir miserables y fracasados?

Vivimos en un mundo represivo. Todo comenzó cuando las sociedades humanas se hicieron más complejas: había que controlarlas. Y el primer sistema de control fue la religión, el miedo a un castigo eterno, el concepto de pecado. Las cosas había que hacerlas de determinada manera no porque estuviera bien, sino porque, en caso contrario, arderías en el infierno.

El mecanismo de la represión es clave para entender por qué resulta imposible ganar la carrera de la felicidad material que promete nuestra sociedad de consumo. Nunca puede ser satisfecha la sed, siempre habrá alguien que tenga una casa más grande, un coche más potente, etc. etc. Es una carrera de ratas que no tiene fin. Esta carrera se da en casi todos los órdenes de la existencia, no es preciso ser un magnate.

Todo puede reducirse a un problema de poder. Quién lo tiene, qué hace con él. El mecanismo más perverso es el que hace que el poder deba usarse sí o sí, si no, carece de sentido por definición. Ahí es cuando comienzan a tomar forma las ideas de martirización de otro ser humano: alguien con poder de verdad no tiene que comportarse de forma racional. Antes al contrario. De tanto en tanto debe castigar aleatoriamente a algún pobre infeliz para producir terror en el resto de los monos que, asustados ante la perspectiva, se pondrán a cuatro patas a merced de "la luz que ilumina nuestros pasos". Esa es la esencia del poder. Es irracional, destructivo, ciego e impredecible. Una especie de cisne negro.

Un fragmento de "El hombre unidimensional" de Herbet Marcuse.

"La intensidad, la satisfacción y hasta el carácter de las necesidades humanas, más allá del nivel biológico, han sido siempre precondicionadas. Se conciba o no como una necesidad, la posibilidad de hacer o dejar de hacer, de disfrutar o destruir, de poseer o rechazar algo, ello depende de si puede o no ser vista como deseable y necesaria para las instituciones e intereses predominantes de la sociedad. En este sentido, las necesidades humanas son necesidades históricas y, en la medida en que la sociedad exige el desarrollo represivo del individuo, sus mismas necesidades y sus pretensiones de satisfacción están sujetas a pautas críticas superiores.

Se puede distinguir entre necesidades verdaderas y falsas. «Falsas» son aquellas que intereses sociales particulares imponen al individuo para su represión: las necesidades que perpetúan el esfuerzo, la agresividad, la miseria y la injusticia. Su satisfacción puede ser de lo más grata para el individuo, pero esta felicidad no es una condición que deba ser mantenida y protegida si sirve para impedir el desarrollo de la capacidad (la suya propia y la de otros) de reconocer la enfermedad del todo y de aprovechar las posibilidades de curarla. El resultado es, en este caso, la euforia dentro de la infelicidad. La mayor parte de las necesidades predominantes de descansar, divertirse, comportarse y consumir de acuerdo con los anuncios, de amar y odiar lo que otros odian y aman, pertenece a esta categoría de falsas necesidades.

Estas necesidades tienen un contenido y una función sociales,determinadas por poderes externos sobre los que el individuo no tiene ningún control; el desarrollo y la satisfacción de estas necesidades es heterónomo. No importa hasta qué punto se hayan convertido en algo propio del individuo, reproducidas y fortificadas por las condiciones de su existencia; no importa que se identifique con ellas y se encuentre a sí mismo en su satisfacción. Siguen siendo lo que fueron desde el principio; productos de una sociedad cuyos intereses dominantes requieren la represión.

El predominio de las necesidades represivas es un hecho cumplido, aceptado por ignorancia y por derrotismo, pero es un hecho que debe ser eliminado tanto en interés del individuo feliz, como de todos aquellos cuya miseria es el precio de su satisfacción. Las únicas necesidades que pueden inequívocamente reclamar satisfacción son las vitales: alimento, vestido y habitación en el nivel de cultura que esté al alcance. La satisfacción de estas necesidades es el requisito para la realización de todas las necesidades, tanto de las sublimadas como de las no sublimadas....

...En última instancia, la pregunta sobre cuáles son las necesidades verdaderas o falsas sólo puede ser resuelta por los mismos individuos, pero sólo en última instancia; esto es, siempre y cuando tengan la libertad para dar su propia respuesta. Mientras se les mantenga en la incapacidad de ser autónomos, mientras sean adoctrinados y manipulados (hasta en sus mismos instintos), su respuesta a esta pregunta no puede considerarse propia de ellos. Por lo mismo, sin embargo, ningún tribunal puede adjudicarse en justicia el derecho de decidir cuáles necesidades se deben desarrollar y satisfacer. Tal tribunal sería censurable, aunque nuestra repulsa no podría eliminar la pregunta: ¿cómo pueden hombres que han sido objeto de una dominación efectiva y productiva crear por sí mismos las condiciones de la libertad?

Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración represiva de la sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos mediante los que los individuos administrados pueden romper su servidumbre y alcanzar su propia liberación. Claro está que imponer la Razón a toda una sociedad es una idea paradójica y escandalosa; aunque se pueda discutir la rectitud de una sociedad que ridiculiza esta idea mientras convierte a su propia población en objeto de una administración total. Toda liberación depende de la toma de conciencia de la servidumbre, y el surgimiento de esta conciencia se ve estorbado siempre por el predominio de necesidades y satisfacciones que, en grado sumo, se han convertido en propias del individuo. El proceso siempre reemplaza un sistema de precondicionamiento por otro; el objetivo óptimo es la sustitución de las necesidades falsas por otras verdaderas, el abandono de la satisfacción represiva.

El rasgo distintivo de la sociedad industrial avanzada es la sofocación efectiva de aquellas necesidades que requieren ser liberadas —liberadas también de aquello que es tolerable, ventajoso y cómodo— mientras que sostiene y absuelve el poder destructivo y la función represiva de la sociedad opulenta. Aquí, los controles sociales exigen la abrumadora necesidad de producir y consumir el despilfarro; la necesidad de un trabajo embrutecedor cuando ha dejado de ser una verdadera necesidad; la necesidad de modos de descanso que alivian y prolongan ese embrutecimiento; la necesidad de mantener libertades engañosas tales como la libre competencia a precios políticos, una prensa libre que se autocensura, una elección libre entre marcas y gadgets.

Bajo el gobierno de una totalidad represiva, la libertad se puede convertir en un poderoso instrumento de dominación. La amplitud de la selección abierta a un individuo no es factor decisivo para determinar el grado de libertad humana, pero sí lo es lo que se puede escoger y lo que es escogido por el individuo. El criterio para la selección no puede nunca ser absoluto, pero tampoco es del todo relativo. La libre elección de amos no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor, esto es, si sostienen la alienación. Y la reproducción espontánea, por los individuos, de necesidades súperimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de los controles".

Herbert Marcuse, El Hombre Unidimensional
(págs 34-38)

Cuadernos para Pablo - I