viernes, 31 de diciembre de 2010

Los "fans" de Cristina

Me escribe una ciudadana argentina a propósito de Cristina y su gestión. Como se trata de un tema que ha aparecido con frecuencia en este blog, publicaré su comentario, muy bien escrito por cierto, como contrapunto al "balance" que hacía Mempo Giardinelli sobre la gestión de los K.

Como siempre, y como bien señalaba mi querido amigo Raúl Minsburg, se trata de posiciones absolutamente polarizadas. Si lees Página 12, Argentina es el paraíso en la tierra, si lees Clarín, es el apocalipsis.

He aquí el comentario de nuestra anónima colaboradora:

"Cristina ha hecho mucho por el bienestar y la elevación espiritual del pueblo. Nos mantenemos ascetas, casi sin comer, valoramos la vida muchísimo, ya que cada vez que salimos de casa no sabemos si volveremos o nos rematarán para quitarnos las zapatillas; valoramos cada beso de los familiares ante el temor de un secuestro; no somos materialistas porque no podemos comprar nada; somos cada día más deportistas porque no hay nafta en las gasolineras; los parques están llenos de gente acampando porque no tiene vivienda y no hay ley alguna; somos flexibles porque no podemos llegar jamás a tiempo al trabajo por los piquetes que cortan las rutas... Nadie hizo tanto por nosotros!"

Ahí queda eso.

Carlos Boyero la clava

El crítico de cine Carlos Boyero acaba de esbozar una brillante semblanza de nuestra no menos brillante Ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, gloria y ornato del PSOE.

Pregunta: ¿En qué le parece que Sinde destaca más, como guionista o como ministra? Yo me he hecho la picha un lío (perdón por la expresión).

Meditada respuesta: Elemental querido Watson. Es lamentable en todas sus facetas.

¡Qué poder de síntesis! Ni Azorín lo habría dicho mejor con menos palabras.

He aquí el link para leer toda la entrevista:

Entrevista a Carlos Boyero.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Se viene 2011

Una frase que suele utilizar mi primo, el montañero salteño Christian Vitry, que ha encontrado a Dios en las cumbres, y que me gusta para acabar el año y empezar la nueva década. Ahí va,

Nada ha cambiado, excepto mi actitud,
por eso todo ha cambiado.


Así sea.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El gobierno y la realidad

En 2007, el presidente Zapatero afirmó que un café costaba 80 céntimos. Hoy, 29 de diciembre de 2010, Miguel Sebastián, titular de la cartera de Industria, ha dicho que la subida de la luz representa 1,7 euros por persona al mes, lo cual supone "poco más que un café". Una de dos, o el café ha experimentado en tres años un incremento descomunal o los miembros (y miembras) del Ejecutivo pagan muy pocos cafés de su bolsillo.

martes, 28 de diciembre de 2010

Hay que parar a los bancos

"Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos permanentes. Si el pueblo estadounidense permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, seguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron".

Estas palabras, que suenan pasmosamente actuales, fueron pronunciadas por Thomas Jefferson, uno de los padres de los Estados Unidos, en las postrimerías del siglo XVIII. Desde entonces, la libertad y el bienestar de las personas han dependido de los movimientos de la banca. Esa misma banca que paga sueldos millonarios a sus ejecutivos y mendiga ayuda pública cuando no le cuadran las cuentas.

Si después de lo que ha pasado en los últimos años y superada esta crisis volvemos al mismo statu quo de los años previos es que realmente no tenemos remedio y nos merecemos cualquier cosa. La misma regla de tres por la que la guionista de cosas como "Mentiras y gordas" puede alcanzar la jefatura del Ministerio de Cultura de España. El espíritu de los tiempos. Patético.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Postal navideña

Abrumado por la soledad, decidió sorprender a la familia volviendo antes de Navidad. Su esposa lo recibió en el aeropuerto con la noticia de que se había enamorado de otro y vivía con él desde hacía tres meses. Habló sin parar hasta que él le dijo que estaba bien, que lo comprendía, y sólo le pedía que lo llevara al hotel. Entonces ella dice: "¿Cómo puedes ser tan desconsiderado? Las luces del árbol están encendidas y hemos comprado regalos para ti; además, mamá, papá y los chicos te esperan". Y él dice: "Acabas de decirme que mi vida contigo y los niños se ha terminado. Acabas de decirme que ya no puedo vivir contigo. Ahora quieres que vuelva disfrazado de Papá Noel. Y además, nunca me han gustado tus padres". Entonces ella responde: "No sabía que fueras tan cruel. No ha sido culpa mía que me haya enamorado de Enrique. Fue más fuerte que yo. Actúas como si lo hubiera hecho a propósito. ¿Qué quieres que les diga a papá y mamá? No saben nada. Nos hemos pasado toda la tarde decorando el árbol sólo para ti. Te esperan, se han puesto sus mejores ropas".

Y él, que desea ver a sus hijos y las cuatro paredes de su hogar, decide ir, pero la casa ya no existe. Donde solía estar hay un inmenso agujero cuyo fondo no alcanza a vislumbrarse. Un agujero umbrío, hecho de horas atropelladas.

Se sienta en el frío bordillo de la acera, comienza a tirar guijarros a la nada como solía hacer su hijo mayor cuando era pequeño y entonces, sólo entonces, logra escuchar el sonido del mundo.

Los que aman la sabiduría

Las facultades de filosofia son abrevaderos de dinosaurios.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Con qué sueñan los ratones

miércoles, 22 de diciembre de 2010

González-Sinde engrosará las filas del paro?

Pues debería. Ante el rotundo fracaso que cosechó ayer cualquier empresa normal la habría puesto de patitas en la calle. Claro que el Gobierno de España no es una empresa normal, así que seguirá en su puesto hasta el desastre final de 2012. Quizás Zapatero y sus chicos creen realmente que el mundo se acabará ese año y que ya todo da igual. Puede que haya un mensaje de la embajada de EEUU (nuestros amos y señores) indicando la fecha exacta del fin del mundo.

Qué penita... La ley antidescargas de Vinagre González-Sinde ha sido derrotada en el Congreso de los Diputados por 20 a 18. Da la sensación de que el PSOE pretende emular la historia de UCD en 1982. Como si ellos mismos hubieran diseñado una cuidadosa estrategia para destruir al partido para los restos. Después de esta espléndida gestión, 125 años de Partido Popular. ¡Qué ilusión!

I'm sinding in the raiiiiinnnnnn...

El PSOE y su gobierno huele cada vez más a Titanic situado a escasas millas náuticas del iceberg letal. Pero el timón es demasiado pequeño para evitar el choque en su totalidad. Al igual que ocurrió con el "insumergible" buque de Su Majestad, la decisión de intentar virar a la desesperada y optar por la contramarcha serán mortales de necesidad. El Titanic chocó con la montaña de hielo a las 23:40. Dos horas y media más tarde, Chau, Buenos Aires!

-Señor Murdoch... ¡¡todo a babor!!-

Se anuncia un 2011 agónico. Si en la oposición hubiera talento y poderío ya le habrían dado la puntilla. Espero que González-Sinde coja las maletitas y vuelva a hacer cine, que la echamos mucho de menos en las salas de estreno. Prometo bajarme su próxima película y escribir una crítica imparcial bienintencionada.

He aquí una crónica de lo que ocurrió escrita por Fernando Garea. Hasta en las propias filas de Prisa ya no se cortan y le dan al gobierno con un palo en la cabeza.

El portavoz de uno de los grupos parlamentarios a los que el PSOE ha pedido ayuda para sacar adelante la “ley Sinde” asegura que está alucinado por la forma en la que el Gobierno ha llevado la negociación.

Que después de que la Ley de Economía Sostenible, que contiene esa disposición, haya estado parada durante año y medio haya habido que aplazar durante todo el día la votación no parece tener una explicación racional. Las prisas del último momento, tras la desidia de muchos meses, son injustificables.

Es como si una parte del Gobierno o del PSOE no quisiera que saliera adelante esa ley o, al menos, esa disposición. Y, de paso, como si no les importara cargarse a la ministra de Cultura. González Sinde sufre el mal de los ministros independientes: no suele tener quien le defienda en el partido. Y ella misma no ha demostrado muchos reflejos para negociar.

Otro portavoz de la oposición añade, igual de alucinado, que hasta hace unos días no recibieron un correo del Gobierno para negociar sus enmiendas. Coalición Canaria recibió las transaccionales anoche, horas antes de reunirse la comisión de Economía

O ha habido desidia o desinterés o pocas ganas de llegar a un acuerdo. Se percibe malestar en el Grupo Socialista.

O un error inicial al incluir en la que fue la ley estrella de Zapatero una disposición sobre cierre de webs que facilitan descargas ilegales, siempre con autorización judicial.

El PNV incluyó en el pacto de estabilidad el apoyo a la ley de Economía Sostenible, pero en el último momento se ha desmarcado porque no está dispuesto a asumir el coste de la ley Sinde. La salida que ofreció al Gobierno es sacar esa disposición para incluirla en una ley específica.

CiU, convertida en la última opción al ver al Gobierno en el agobio, ha elevado el precio de su apoyo hasta el máximo con exigencias fiscales y de política económica.

El PP, como siempre, de espectador, a la espera de recoger el fruto de la torpeza de otros.

(Zapatero incluye en la misma conversación su deseo de que no se especule sobre su sucesión y su candidatura y el chascarrillo de que alguien e su partido ya conoce su decisión. No parece la mejor manera de acallar el debate y los rumores).

martes, 21 de diciembre de 2010

Ángeles González-Sinde, ministra de cultura, gobierno de España


Hay miradas que lo dicen todo. Hoy se vota la ley antidescargas en España. Al poder le interesa destruir Internet, ya que se trata de una herramienta revolucionaria. ¿De qué va la ley Sinde? Si quieres obtener más información, haz clic en el socialista de La Moraleja.

Estamos bien... cierre de CNN+, berlusconización de Cuatro, la SGAE, la ley antidescargas... Vaya izquierda.

Muchas gracias, Nosferatu-Sinde!

viernes, 17 de diciembre de 2010

Marcharse

Recuerdo la primera vez que oí hablar del suicidio. Fue a causa de un tal Cacho, un señor con problemas mentales que, al igual que Anna Karenina, se tiró a las vías del tren. Detrás suyo dejó un tendal de gente con graves trastornos, uno de los cuales es mi primo de cuyo nombre no me acuerdo y está como un cencerro. Un cencerro psicótico.

También tengo memoria de haber visto la película basada en la fantástica novela de Tolstoi e interpretada por una bellísima Greta Garbo. Yo debía tener ocho o nueve años. La escena final la llevo clavada en mí, como dice el tango.

Mucho más tarde, viví indirectamente el suicidio del hijo de un alumno mío. No lo conocía demasiado. Recuerdo que, en las escasas ocasiones en que nos encontramos, me hablaba de dinero, de ganar mucho dinero, siempre dinero. Había elegido ser pintor. Y quería ganar mucho dinero con ello. Iba bien encaminado...

Hoy se ha suicidado Gonzalo Meza, nieto de Salvador Allende. Sólo tenía 45 años. El año pasado perdió a su mujer y no pudo volver a remontar el vuelo.

Atravesando la frontera de los cuarenta años -año arriba o año abajo- la nave se adentra en Terra Incognita. Aún no eres viejo pero definitivamente ya no eres el joven que fuiste. Sucede como en esas películas en las que los muertos se comportan como si siguieran con vida hasta que alguien les hace ver que eso era "antes", que las reglas en el más allá son distintas. Será por tiempo... Siempre aparece la famosa frase "está muerto, pero aún no lo sabe". Uhhhhhhhhhhhh....

No estamos hechos para durar tanto. Desde el punto de vista del "gen egoísta" (Dawkins dixit), habiéndonos reproducido ya podemos desaparecer. Au revoire. Auf wiedersehen...!

La medicina y los avances tecnológicos han aumentado enormemente la esperanza de vida en los países del mundo desarrollado. No obstante, la edad intermedia es un pasaje extraño. No te digo nada si coincide con una separación traumática (¿alguna no lo es...?). Como si se tratara de esos viajes expedicionarios buscando el "paso del norte", una ruta que permitiera alcanzar el Pacífico atravesando los hielos árticos. Una ruta cargada de infortunio, de turbios presagios. Vueltas infinitas para retornar al punto de partida.

Gonzalo Meza, perteneciente a una saga familiar con la que la desgracia se ha cebado especialmente, se fue por amor, por no poder seguir viviendo sin su compañera. Como le ocurrió al inmortal Michael Furey de Joyce, que se deja ir cuando conoce la noticia de que su amada abandona Galway para siempre. Siempre es mucho tiempo, pero cuando uno tiene diecisiete años, siempre es mañana.

Si así fue, hay grandeza en su gesto. En un mundo en el que lo heroico ha cesado de existir, irse aún joven en el arrebato de una quemante pasión no es mal destino. El contrapunto a un mundo tibio, televisable.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

John y Yoko


Como hemos podido comprobar en estos últimos treinta años, la culpa de TODO no era de Yoko Ono. Digamos que hay más culpables...

Recuerdo el día del asesinato de Lennon como si fuera ayer. Raúl y yo nos quedamos paralizados. Luego se nos unió Fausto, el más Lennon de nosotros. El instituto nos importaba poco y nada: la música era real. Qué extraño. Lo real era aquello que no se podía tocar. Siempre me ha fascinado la capacidad de la música para crear estados mentales, espacio donde no lo hay. Una buhardilla en San Cosme y San Damián extiende sus muros hasta las playas del sur. Mind Games, isn't it...?

Así escribe Mrs. Ono Lennon sobre el que fuera su compañero. Me gusta imaginarlos tomando té a medianoche, riéndose con ganas por el extraño e improbable suceso que supone estar juntos. Más allá de cualquier consideración, John y Yoko se amaban contra viento y marea. Y eso, en estos tiempos que corren, es mucho. Ole ahí.

THE TEAMAKER
by Yoko Ono Lennon

John and I are in our Dakota kitchen in the middle of the night. Three cats: Sasha, Micha and Charo are looking up at John, who is making tea for us two.

Sasha is all white, Micha is all black. They are both gorgeous, classy Persian cats. Charo, on the other hand, is a mutt. John used to have a special love for Charo. “You’ve got a funny face, Charo!” he would say and pat her.

“Yoko, Yoko, you’re supposed to first put the tea bags in, and then the hot water.” John took the role of the teamaker, for being English. So I gave up doing it. It was nice to be up in the middle of the night, when there’s no sound in the house, and sip the tea John would make.

One night, however, John came up with “I was talking to Aunt Mimi this afternoon and she says you are supposed to put the hot water in first. Then the tea bag. I could swear she taught me to put the tea bag in first, but…”

“So all this time, we were doing it wrong?”
“Yeah…”
We both cracked up. That was in 1980. Neither of us knew that it was to be the last year of our life together.

This year would have been the 70th birthday year for John if only he was here. But people are not questioning if he is here or not. They just love him and are keeping him alive with their love. I’ve received notes from all corners of the world to let me know that they were celebrating this year to thank John for having given us so much in his forty short years on earth.

The most important gift we received from him was not words, but deeds. He believed in Truth, and had dared to speak up. We all knew that he upset certain powerful people with it. But that was John. He couldn’t have been in any other way. If he were here now, I think he would have shouted so we can all hear it. That truth was important. Because without knowing all the truth of what we did, we could not achieve world peace.

On this day, the day he was assassinated for being a truth seeker and a communicator, what I remember is the night we both cracked up drinking tea.

They say teenagers laugh with a drop of a hat. But nowadays I see many teenagers angry and sad at each other. John and I were hardly teenagers. But my memory of us is that we were a couple who laughed.

martes, 7 de diciembre de 2010

Controladores aéreos volviendo a Barajas

Los controladores aéreos han generado un caos tremendo durante 72 horas, que ha desembocado en la declaración del estado de alarma por parte del Gobierno de España.

La noticia ha sido cubierta abundantemente por todos los medios de comunicación del país. El pueblo pide que se reinstalen las hogueras en la Plaza Mayor y se vendan entradas por Internet para presenciar los autos de fe. Ellos, colectivo privilegiado durante décadas, se defienden como gato panza arriba por medio de blogs como el de una tal C.A. (A ver si nos entendemos). Que si no cobran lo que se dice, que si están muy estresados. Va a resultar ahora que, ante la cercanía de las Navidades, deberíamos plantearnos apadrinar a un controlador. Colaboro con una moneda de 1 peseta. Una rubia de las de antes.

Dado el tono en que se expresa, me lo pensaría muy mucho antes de subir a un avión controlado por esta señora. Recuerda a la cantante de un grupo punki satánico en sus peores días. A su lado, Amy Winehouse es Heidi.

En fin, Serafín... La verdad, esa dama tan esquiva.

Este blog, en un esfuerzo informativo sin precedentes, quiere colaborar en la documentación de un hecho único en la historia de la democracia española.

Desplazados nuestros colaboradores a las puertas de Barajas -en realidad, nonagenarios ociosos que se dedican a fotografiar aviones como hobby, el último hobby- hemos captado las imágenes de los controladores aéreos y sus ecológicos vehículos volviendo a sus puestos de trabajo POR COJONES.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Último acto

Entrar en la habitación de hotel, beber un vaso de vodka, luego otro, observar cómo entra el sol por los tejados, ver niños jugando en el parque, las hojas de los árboles meciéndose, sentarse en el borde de la cama sin llegar a deshacerla. Contemplar el propio reflejo. Nunca más volveré a sentirme solo. Sacar una 38, esbozar una mueca de media sonrisa y, sin detenerse a pensarlo, pegarse un tiro en la sién derecha.

Va un artículo de Juan José Millás -con quien comparto recuerdos de una adolescencia ya lejana en el barrio de Prosperidad, amigos que han cambiado y bares somnolientos como "Los Heraldos Negros", en Lima, donde era difícil dejar de escribir- sobre alguien que decidió irse a su manera y me emocionó en esta fría mañana de domingo, el día de los suicidas. Empeñarse en vivir o en morir. Como telón de fondo, la incesante comedia humana. A fin de cuentas, a eso se reduce todo.

Lo normal es que las personas mayores no se vean reflejadas en la gente de su edad, pero les contaré una excepción que viví el pasado 9 de noviembre, al conocer a Carlos Santos Velicia, un hombre de 66 años (dos más que yo) que había viajado hasta Madrid para quitarse la vida. Fue después de comer, al atravesar en su compañía la Puerta del Sol, en dirección al céntrico hotel en el que expiraría al día siguiente, cuando descubrí la existencia de una curiosa sincronía entre sus movimientos y los míos. No éramos sólo un hombre y otro hombre, éramos dos individuos mayores, con tics característicos de individuos mayores, dos casi ancianos a los que cualquier espectador objetivo habría situado, en el mejor de los casos, en el último tercio de su vida.

La habitación del hotel, sin alcanzar la categoría de una suite, era grande y luminosa y estaba compuesta por dos espacios claramente diferenciados, uno para dormir y otro para estar. El primero disponía de una cama doble, con sus respectivas mesillas de noche, y el segundo, de un tresillo y una mesa baja, todo dispuesto, como es habitual, en torno al aparato de televisión. Entre ambos espacios había un pequeño escalón destinado a subrayar, con la diferencia de nivel, la desigualdad de sus funciones. El ventanal, amplio, daba a una terraza desde la que se apreciaban los tejados del viejo Madrid.

Una vez acomodados, Carlos en un extremo del sofá, yo en el sillón más próximo a ese extremo, las sacudidas especulares se acentuaron. Así, mientras él hablaba en un tono en el que me pareció detectar cierta euforia (¿la que precede al acto final?), reconocí en sus cejas el recorte torpe que yo aplico a las mías y descubrí en los orificios de su nariz y orejas los pelos sobrevivientes a las cacerías de que suelen ser víctimas, a partir de cierta edad, estas pilosidades. No fue todo: también vi en su mirada esa curiosa mezcla de desafío y desamparo que descubro en la mía cuando tropiezo con mi rostro en los espejos de los ascensores.

-Recibí el primer hachazo -empezaba a contarme Carlos hace quince años, cuando sin más me dan dos infartos de miocardio graves. En el segundo, con arreglo a todos los aparatos que había en la pared, estaba muerto. Ya sabes que se monitoriza todo en las pantallas y las pantallas estaban muertas. Y yo también. Estos cabrones, pensaba, me entierran ahora vivo. Los médicos me pedían que si les escuchaba moviera un dedo o parpadeara, pero yo no tenía energía para nada. Nada. Muerto, muerto. Por aquellas cosas de la vida, es obvio que resucité, y resucité como un bebé, llorando. Para mí fue muy duro, porque yo era corredor, esprintaba, y tuve que dejar de hacer deporte. Tengo dos trozos de corazón necrosados. De eso no te recuperas nunca. Tengo insuficiencia cardiaca, taquicardia y arritmia.

-Pero parece que has podido llevar una vida más o menos normal desde entonces -me oí decir.

¡De normal nada! Tuve que bajar, aterrizar. Pasé tres o cuatro años muy mal porque me sentía un inútil. Dejé de trabajar porque las agencias de viaje no querían darme trabajo (era guía turístico). Quise volver a trabajar y con la primera que lo hice tuve que ir a Sevilla y no llegué. El chófer tuvo que parar el autocar y llamar a una ambulancia que me llevó a urgencias, con lo cual el grupo quedó abandonado.

¿Y?

Tuve que plantearme mi vida y me la planteé muy bien: me voy a suicidar, pensé, pero a mi manera, a mi aire, me voy a los Mares del Sur. Me iré a Australia, de allí a Nueva Zelanda. Desde ahí iré bajando y cuando llegue a las islas de los Mares del Sur me buscaré al brujo de turno, me haré amigo de él y la noche que quiera irme le diré: "Brujo, colócame, que quiero dormirme y no quiero despertarme". Eso era lo que tenía in mente, pero, como decía John Lennon, la vida es lo que te va pasando mientras tú te empeñas en hacer otras cosas. Pues no sé lo que pasó. Pero estaba hecho una mierda. Me he pasado diez o doce años sin estar con una tía porque tenía pánico. Los médicos me decían: "Usted ya no es el león que era antes...". He sido un león en todos los sentidos: laborales, con mujeres, con todo. Ahora soy un gatito pequeño y deslustroso. Las tías, fuera. No había vida.

Mientras escucho a Carlos, cuento el número de lámparas de la habitación, primero de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda. Y debo obtener el mismo resultado; si no, sucederá una catástrofe. Se trata de un mecanismo antiguo, infantil, para combatir la angustia. Contar me libera. Por eso cuento también ahora los dedos de las manos de mi interlocutor, siempre en las dos direcciones. Y si se levanta para ir al baño, porque tiene incontinencia urinaria, cuento los pasos que da al ir y los que da al volver, y siento un gran alivio si su número coincide. Todo ello sin dejar de escucharle. Me está relatando ahora lo de la hernia discal, que apareció luego, y por la que tuvo que meterse en el quirófano.

Fue tremendo dice, porque ya no podía ni saltar. Privaciones, privaciones y privaciones. La columna me daba dolores continuos. Hasta que me hicieron resonancias y apareció el bicho.

¿Qué bicho?

Un quiste radicular, no sabían desde cuándo estaba ahí, y es lo peor que hay, no se puede operar ni tocar porque te quedas paralítico, va al cerebro.

¿Es ahí donde llegan las terminaciones nerviosas?

Todo. Es el interior de la columna vertebral. Justamente está entre la S2 y la S3, cerca de los esfínteres de la orina y de los excrementos.

¿Cuándo te lo descubren?

Hace un año. Y me dicen que no hay solución, que no hay nada que hacer. Me lo han dicho tantas veces, tantos traumatólogos, hasta los tribunales que me dieron la minusvalía del 65% me lo dijeron: "Señor Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay solución, no hay nada". ¿Qué haces? Pues me voy a EE UU, me compro una pistola y me pego un tiro, o me tiro por un puente... También he ido a edificios de Málaga que conozco, a mirar desde un octavo piso y a decirme: bueno, si me tiro desde aquí me mataré... Pero soy una persona pacífica, gustoso de la música suave, clásica, armoniosa, no me gustan los ruidos, siempre he sido pacifista, nunca me he peleado con nadie, no me gusta la violencia ni las cosas desagradables, muchas veces me ha cabreado atraer tanto a los homosexuales, cuando lo que me van son las mujeres. Y se lo preguntaba: "¿Pero por qué, qué coño tengo yo?". Y me contestaban: "Es que eres tan dulce, tan suave, tan tierno, tan fino, tan delgadito, tan poca cosa, que invitas a protegerte". Así que pensar en esas opciones me resultaba muy desagradable. Primero contacté con Exit, los australianos, y luego con Dignitas, que está en Suiza. Los de Suiza fueron los que me dieron la dirección de Derecho a Morir Dignamente de Barcelona, y éstos, la de Madrid. Y aquí estoy.
Aparte del problema del control de esfínteres, ¿de qué otra forma se muestra el deterioro?

Cada vez tengo menos energía. Por la mañana, cuando salgo de casa, después de desayunar y haber tomado Zaldiar, no tengo energía, no puedo caminar más de diez minutos sin sentarme a descansar. Lo mismo me ocurre cuando estoy de pie, tengo que buscar alguna silla donde sentarme, pues no me encuentro bien. Necesito sentarme o, mejor, tumbarme.

¿Estás muy medicado?

Sí, claro, con todos los efectos secundarios de la medicación. Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay.

¿Qué clase de pastillas?

De todo lo que puedas imaginar, de todo, cuarenta o cincuenta cajas, fíjate si hay. Por la mañana, cinco o seis pastillas; al mediodía, otras cinco o seis; por la noche, lo mismo. Y en los intervalos, en función de lo que me duela, pues otras tantas. El caso es que siempre tengo que llevar el pastillero conmigo. Mira, ahora voy a tomar una para tranquilizarme.

¿Quieres agua del minibar?

No, del grifo.

Carlos Santos se retira al cuarto de baño a tomarse la pastilla. Observo que la luz ha cambiado. El sol ya no da directamente en la ventana, como cuando llegamos al hotel (sobre las 4.30 de la tarde), pero la habitación me sigue pareciendo alegre. Soy yo el que está sombrío, sobrecogido. Mientras espero su regreso, releo la carta que ha escrito para la Policía Local de Madrid, donde pide que notifiquen su defunción a la dueña de la pensión donde vive, en Málaga, a fin de que "como no tengo familia ni herederos, disponga de mis pertenencias, ropa, etc., como quiera". Tras la firma, añade una suerte de posdata rogando que retiren de la vía pública su coche "antes de que lo rompan o lo destrocen". Como se retrasa, repaso también la carta al juez, donde tras resumir sus padecimientos y detallar el futuro terrible que le espera a medida que avance la enfermedad (descontrol absoluto de esfínteres, dolores intensísimos, parálisis y muerte), afirma que su voluntad de morir es fruto de sus valores y que nadie le ha inducido a adoptar esta decisión que toma de manera "libre, voluntariamente, sin que ninguna persona tenga que cooperar de forma necesaria, directa o indirectamente, para llevarla a cabo".

Como Carlos no acaba de salir del cuarto de baño, empiezo a contar, para entretener la espera, las vocales de la misiva al juez. Aparece cuando voy por la 65.

¿Era un ansiolítico? pregunto refiriéndome a la pastilla que acaba de tomarse.

Sí, pero bajo, Diazepam de 2,5.

¿Y para dormir tomas cosas?

¡Huy, sí! Ya no me hacen nada tampoco.

El círculo vicioso de la tolerancia y la adicción.

Llegará un momento en que... Bueno, ya no habrá momentos porque espero que mañana a estas horas ya esté terminado.

La luz de la habitación ha vuelto a cambiar y mi estado de ánimo se ha oscurecido. Deben de ser las cinco y media o seis menos cuarto de la tarde. Me levanto y enciendo una lámpara de pie mientras Carlos habla ahora de un libro inédito en el que ha trabajado durante los últimos quince años de su vida. Se titula El hombre dividido.

-¿Quién es el hombre dividido? pregunto.

Soy yo dice, yo y el mundo. Países que me han enamorado, como Italia, la India, Francia... ¿Sabes lo que es Nepal, Tailandia, Brasil, la República Dominicana, Gambia...? Y Europa como mi propia casa. Hay un lugar que es uno de mis favoritos, la tumba de Gala Placidia, en Rávena. Me gusta ir y estar solo ahí. Suelo cerrar los ojos para no ver nada y dejar que mi imaginación fluya y trate de imaginarse cómo fue la antesala del fin del Imperio Romano de Occidente. En realidad, he vivido. Otros no han vivido ni la mitad. Y la he vivido de lujo porque era todo pagado.

¿Tu ciudad favorita?

Londres es mi ciudad por muchos motivos. Uno, porque fue el primer sitio donde encontré la felicidad. En España no había sido nunca feliz, mi padre me pegaba con fiereza, igual que los hijos de puta de los jesuitas, que te hacían poner los dedos así, de punta, y te daban con la regla. Todo eso, una infancia muy desgraciada. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño apartamento y desde niño, cada mañana, me levantaba de la cama, que estaba en el salón, iba a la cocina, que era donde estaba la radio, y movía el dial hasta que escuchaba una lengua extranjera. Ahí lo dejaba.
También me reconozco en ese sueño infantil de ser extranjero, aun al precio de no entender nada. ¿Acaso entendían algo los autóctonos? Ser extranjero, en aquellos años, era a lo más que se podía aspirar en la vida. ¡Qué imagen brutal, pienso, la del niño a la búsqueda de un idioma ininteligible, de una vida otra!

Mientras Carlos da detalles acerca de su libro, de su vida en Londres (donde vivió varios años) y de sus viajes a lo largo y ancho del planeta, comprendo que este hombre consiguió su sueño de ser extranjero, aunque pagando el duro precio del desarraigo, de la soledad, del aislamiento. Entonces se me escapa el primer bostezo, que es una señal de alarma. En las situaciones dramáticas, o que vivo como dramáticas, me da, además de por contar, por bostezar, como si me aburriera. Me defiendo así de los excesos de realidad, de la angustia, del pánico. Bostezo en los entierros y en las unidades de vigilancia intensiva de los hospitales como bostezaba de joven en los exámenes y en las entrevistas de trabajo. El bostezo significa que estoy jodido. Estás jodido, Juanjo, me digo, al tiempo de contar con los dedos las sílabas de "estás jodido, Juanjo" (siete, un heptasílabo) y tengo la tentación de preguntar a Santos por sus pequeños ritos contra la enfermedad, contra la mala suerte, contra la desgracia.

Por fortuna, él ha comenzado a hablar ya de la eutanasia, de su necesidad de dejar testimonio para ayudar a que se genere un debate público sobre la cuestión. En este tema, como en todos, se manifiesta de manera muy cerebral, incluyendo datos económicos y estadísticas sobre el suicidio que no me interesan demasiado. Me afectan más los aspectos emocionales, el hecho de que uno tenga que morir, cuando así lo ha decidido, de forma clandestina, en habitaciones de hoteles, en vez de hacerlo en la propia cama, o en la de un hospital, adecuadamente atendido por profesionales y rodeado de los suyos. A Carlos le da igual quitarse de en medio en un sitio u otro, no tiene a nadie y su patria es el mundo. Asegura que conoce Europa como yo conozco las habitaciones de mi casa.

-Cuando vine a Madrid para hablar por primera vez con los de DMD añade me preguntaron cuándo quería hacerlo. "Mañana", contesté, "ya que estoy aquí, mañana". Total, las cuatro cosas que tenía se las había regalado a cuatro o cinco amigos y amigas, y los ahorros se los dejo a DMD, que me dijeron que no les debía nada. Ya lo sé, contesté, pero qué hago, no fumo, no bebo y no como porque no encuentro gusto en nada. ¿En qué gasto el dinero? Antes, en Málaga, me encantaba comprar pasteles de Gloria, los mazapanes... Ahora me puedes ofrecer la Luna y no me hará ni sonreír, es que no me provoca, con el problema de los jugos gástricos... Ya no paso gusto comiendo, no paso gusto con nada. Lo que quiero es dejar de vivir, y si puede ser antes, mejor que después. En la pensión sólo he dejado ropa porque no sirve para nada. Me he traído esto.

"Esto" es una cartera de mano con la que ha hecho el viaje desde Málaga y que contiene el último equipaje de su vida: un pijama, una camisa, unos calcetines, unas zapatillas y unos calzoncillos.

Una muda resume él. Se supone que mañana a estas horas ya no me hará falta para nada.
En la cartera hay también un bote, envuelto en una bolsa de plástico, que contiene, me explica, el llamado "cóctel de autoliberación", compuesto por un hipnótico, para quedarse dormido, y un conjunto de medicamentos contra la malaria que a altas dosis resulta mortal. La fórmula está al alcance de los socios de DMD en la llamada Guía de autoliberación, y sus componentes son fáciles de obtener, la mayoría sin receta.
Es, por otra parte, la misma combinación que recomiendan casi todas las asociaciones del resto del mundo.

Aunque se ha emocionado hasta las lágrimas al recordar algunos aspectos de su infancia, la actitud general de Carlos es de una frialdad que sobrecoge. Pienso que quizá es su modo de defenderse de este exceso de realidad, como la mía es bostezar o contar vocales, molduras, dedos, lámparas... Recuerdo entonces que en algún momento, cuando nos dirigíamos al hotel, mencionó la posibilidad de hablar con el director para que le hicieran un descuento.

-Me hacen descuento en todos los hoteles añadió cuando me identifico como guía turístico.

¿El diez por ciento? pregunté yo absurdamente.

¡Qué diez por ciento! responde enfadado ¡El cincuenta por ciento por lo menos!
La decisión de quitarse de en medio no había alterado en absoluto sus costumbres. Así, antes de viajar a Madrid fue a Renfe para consultar precios y descuentos teniendo en cuenta que poseía la Tarjeta Dorada para mayores de 60 años. Dado que lo pagó todo con la tarjeta de crédito, consultó también las tarifas del hotel para asegurarse de dejar en la cuenta corriente la cantidad precisa para que cada cual cobrara lo suyo. Y calculó que la mejor hora para tomarse la pócima sería en torno al mediodía, de forma que los voluntarios de DMD que habrían de acompañarle quedaran libres a media tarde: "Mejor que por la noche", decía en el correo electrónico donde enumeraba todos los detalles de orden práctico.

Como la tarde continúa cayendo, y con ella mi estado de ánimo, me levanto y enciendo otra luz que está algo alejada de mi posición. He de dar cinco pasos de ida, pero sólo me salen cuatro de vuelta. Mal asunto.

Lo de Suiza le digo volviéndome a sentar me parece muy frío. He leído algunas cosas que...

Como te he dicho insiste Carlos, yo he nacido en España, pero eso no me hace español. Cuando llegué a Inglaterra, me dijeron: "Mira, Carlos, aquí se hacen las cosas bien, no como en tu país, y se hacen bien desde el principio porque si no hay que volver a hacerlas y eso cuesta tiempo y dinero". Esa era la realidad, los españoles llegaban con las maletas aquellas de madera atadas con una cuerda. Yo era uno de esos. El día que me dijeron "tú eres uno de los nuestros, eres un verdadero profesional", ese día fue para mí... Así que todo eso de la frialdad me la suda, no me dice nada. ¿Qué frialdad? ¿A qué he venido yo aquí, a tomar pastelitos, a bailar unas sevillanas? Ni estoy de humor para bailar sevillanas ni puedo bailarlas, casi no puedo moverme. Defíneme frialdad. A mí lo que me importa es que me digan: "Señor Santos, el día tal, a tal hora, usted se presenta en esta dirección...". Mañana me levantaré, desayunaré por ahí cualquier cosa, y como a las doce o las dos, la hora más temprana, prepararé el potingue, me lo tomo, me tumbo... Los voluntarios de DMD se quedarán conmigo hasta que me haya dormido. En Suiza, con el pentobarbital, son quince minutos. Ya, dejas de respirar, y fuera. Quince minutos, para qué vamos a estar horas y horas y horas.

¿Te gusta leer? se me ocurre preguntar, parezco un idiota.

Sí, he sido un gran devorador de libros, pero ya no puedo. Mi cabeza sólo está ahora en una cosa y no hay nada más. Ya he regalado todos mis libros.

¿Tenías una buena biblioteca?

Sí, grande, muy amplia. Me he deshecho de todo. Soy un hombre de caprichos. Mira qué cinturón llevo.

Se levanta para que lo vea.

Muy bonito, sí digo observando la hebilla, formada por una moneda grande, de plata, donde se lee el lema de la República Francesa (Liberté, Égalité, Fraternité).

Es un cinturón que es una joya, de plata pura. Lo he diseñado yo, lo he hecho yo, es un cinturón único. Cuando he llevado algo encima ha sido diseñado por mí. He cogido un papel y un bolígrafo y me he puesto a dibujar lo que quería. Como siempre he tenido amigos de todo, en Mallorca tenía uno que era joyero y él me hizo mis gemelos, mi anillo...

Lleva cuidado con el escalón le digo, que ya te has caído un par de veces.
... he ido desprendiéndome de todo. Ahora, como ves, no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje.

¿Tienes nostalgia?

No, he vivido una vida buena, rica, que la mayoría de los mortales no han vivido.

¿Y si bajamos a tomar un café?

Como quieras.

Abandonamos la habitación. Cuento mentalmente los pasos que damos hasta el ascensor, los segundos que tarda en llegar, el número de letras de la palabra ascensor (ocho, tres vocales y cinco consonantes, una rareza). Nos instalamos en una mesa de la cafetería del hotel. Yo pido un té verde y él un té con leche fría. Nos traen con la bebida unas pastas que a él no le apetecen. Me las ofrece, pero las rechazo, advirtiendo que le da pena que se queden ahí. En esto, noto en la atmósfera algo que añade desazón a la pesadumbre, como si fuera domingo por la tarde. Y no es domingo, es martes, pero caigo en la cuenta de que ese martes es fiesta en Madrid (la Almudena). He de irme, me digo, he llegado a mi límite, no soy capaz ya de reprimir los bostezos, ni de dejar de contar, he contado los botones de la chaqueta del camarero, el número de baldosas del suelo, el número de patas que suman las de todas las sillas de la cafetería... Carlos Santos sólo quería de mí que le ayudara a dar testimonio de su decisión para provocar un debate acerca de la eutanasia. Me sobra material para dar ese testimonio, para que se abra, una vez más, la discusión. No quiero verme en este hombre mayor (que va a morir mañana) cada vez que se lleva la taza a los labios, cada vez que recuerda su voluntad de convertirse en extranjero, cada vez que me mira con esa mezcla de desamparo y desafío característica de mi mirada. La solidaridad tiene límites, y creo haber alcanzado los míos. Debes protegerte, me digo.

-Si me pides que te cuente un día normal de mi vida... -está diciendo en esos instantes Carlos Santos.

Te lo pido digo.

Me levanto a las ocho, ocho y media de la mañana. A las nueve y media o a las diez salgo ya de casa. ¿Adónde voy? A la biblioteca. ¿Por qué? Porque, primero, necesito estar sentado, no puedo estar de pie. Segundo, no puedo estar en un café tres o cuatro horas leyendo los periódicos y tomándome un té. En la biblioteca no tengo que tomarme ni el té, tengo todos los periódicos a mi disposición y encima subo al primer piso y tengo Internet. Y tengo dos correos, uno solamente para la prensa en inglés, Financial Times, The Economist, The Herald Tribune, The New York Times, The Daily Telegraph..., en fin, la mejor prensa, la que te sigue diciendo qué cojones le pasa a España, que sigue teniendo revalorizados los pisos el 48% y que si así piensan vender. Eso, hace dos semanas. Están al doble de lo que valen y siguen sin bajar. Me paso toda la mañana en la biblioteca, hasta las dos, que cierran. A veces me llevo papel y escribo algo. Como en el hogar del jubilado y vuelvo a la biblioteca hasta las ocho. A esa hora me voy a casa porque es un mal barrio. Es de noche, me da miedo, y ya no salgo. Esto es un día de mi vida de lunes a viernes. Los sábados y los domingos, como no hay biblioteca, me los trato de organizar de otra manera, en un bar agradable que he encontrado, tienen varios periódicos, los leo...

-Bueno, Carlos, te voy a dejar digo en pleno ataque de fobia.

Y enseguida, para atenuar la brusquedad, añado:

¿Te acuestas pronto? ¿Quieres tomar algo o es temprano para cenar?

Hambre dice él no tengo nunca. Si luego tengo hambre, pido algo ligero; si no, me meto en la cama, que estoy cansado.

Me levanto, se levanta, nos miramos como dos personas mayores.

¿Adónde vas? pregunta.

A Gran Vía, para tomar un taxi.

Te acompaño.

Y me acompaña. Es noche cerrada ya y en las calles se respira la atmósfera festiva del domingo, aunque sea martes. En esto se detiene, nos detenemos, me mira a los ojos levantando un poco la cabeza (es algo más bajo que yo) y pregunta:

¿Tú también eres socio de DMD?

También.

Ah, vale dice, y continuamos caminando, ahora en silencio. Es la primera vez en toda la tarde que se establece entre nosotros un silencio que a él no le urge rellenar con palabras.

Ha refrescado digo entonces yo al tiempo de contar las sílabas de "ha refrescado" (cinco, un pentasílabo).

Sí asiente él.

Al llegar a Callao, y como me da la impresión de que tiene miedo a extraviarse, le pregunto si quiere que le acompañe de nuevo hasta el hotel. Dice que no, que aunque las medicinas le desorientan, se ha fijado bien por dónde hemos venido. Nos damos un abrazo largo.

¿Te veré mañana? pregunta cuando nos liberamos del largo abrazo (la expresión "largo abrazo", calculo, tiene once letras, cinco vocales y seis consonantes).

No lo sé miento, pues estoy seguro de que no tendré valor para acompañarle.

Mientras espero la llegada de un taxi, observo a Carlos Santos alejarse de espaldas con los movimientos característicos de un hombre de mi edad.

Al día siguiente, Carlos Santos se levantó, desayunó y salió a la calle para resolver en una sucursal madrileña de su banco un par de asuntos burocráticos todavía pendientes. Al mediodía (sobre las 12.45) subió en compañía de un voluntario y una voluntaria de DMD a su habitación grande y luminosa.

¿Qué os parece si me pongo el pijama? preguntó a los voluntarios.

Antes de que le contestaran, se metió en el cuarto de baño, de donde salió al poco en pijama y con unas zapatillas (no se había quitado los calcetines). Dobló cuidadosamente la ropa de la que se acababa de desprender y la guardó en el armario. A continuación tomó el DNI y lo colocó en la mesa, sobre un pequeño conjunto de billetes bien doblados. Muy cerca, dejó la carta al juez y a la policía.

Luego sacó de su cartera el bote con las pastillas, que ya había pulverizado, y las introdujo en un vaso, echando a continuación una porción de un yogur de fresa que había comprado antes de subir. Revolvió bien con la cuchara hasta lograr una masa homogénea (lo que llevó su tiempo, por la cantidad) y el yogur de fresa se puso azul debido a la reacción química. Se tomó el "cóctel" a cucharadas asegurando a los voluntarios que no estaba tan malo comparado con el aceite de ricino de su infancia. Se encontraba sentado en el sofá, quizá en el mismo extremo desde el que había hablado conmigo el día anterior. Abandonando las zapatillas en el suelo, colocó los pies (con calcetines) sobre el borde de la mesa baja y esperó los efectos del brebaje contándoles su vida a los voluntarios. Volvió a emocionarse, me dijeron, cuando recordó algunos pasajes de su desdichada infancia. A medida que pasaban los minutos, hablaba más despacio, pero sin perder en ningún momento la coherencia. Se quedó dormido sobre las 13.40, y media hora después, en medio del profundo sueño, dejó de respirar, sin estertores, sin sufrimiento, sin dolor, escapando así a un horizonte clínico espantoso. Los voluntarios de DMD abandonaron la habitación dejándolo todo tal y como estaba.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, otro voluntario de DMD telefoneó al hotel para advertirles sobre lo que se encontrarían en la habitación 511. La prensa, como es habitual en estos casos, no dio cuenta del suceso. La muerte de Carlos Santos Velicia, de no ser porque él quiso que quedara testimonio de ella, sólo habría servido para engordar el cajón de sastre de las estadísticas sobre el suicidio. Carlos Santos Velicia tiene siete sílabas, así que, de ser un verso, sería un heptasílabo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mark Twain

Aprovechando el aniversario de su nacimiento, la industria editorial estadounidense está reeditando obras de Mark Twain, profundo conocedor del alma humana y de las grandezas y miserias de un país que sigue dando que hablar, wiki wiki.

Rescatemos una frase suya en esta fría mañana de diciembre: "Nadie conoce a nadie hasta que le toca compartir una herencia". Pero qué mal pensado...

martes, 30 de noviembre de 2010

Los dioses y nosotros

Los dioses nos envidian porque podemos amar y podemos abandonar este mundo. Ellos han de seguir con la comedia hasta el final de los tiempos. No pueden dejar de ser lo que son.

Un dios tampoco puede amar a otros. Un destino cruel.

En Menorca, la más oriental y apartada de las islas Baleares, una mujer asesinó a su hijo de ocho años en la bañera de su casa y lo metió en una maleta junto con sus escasas pertenencias. Según sus propias declaraciones, pretendía iniciar una nueva vida y no "importunar" a su nueva pareja. Los restos del niño fueron descubiertos por casualidad hace algunos días, dos años después de su muerte. Ella tomó todas las precauciones posibles para evitar que fuera identificado pero no reparó en que su propio hijo preparaba la venganza desde el más allá: había escrito sus iniciales en su plumier, debajo de los útiles escolares, fuera del alcance de la fría asesina. El niño dejó su marca en el Universo. Y regresó.

El animal humano. Qué debemos hacer.

Dioses y demonios.

martes, 23 de noviembre de 2010

Los límites del crecimiento

A nadie se le escapa que vivimos tiempos límite. En realidad, sí. A los pijos, los betos (en Portugal), a los fresitas o a los chetos. A los hijos de papá nada les importa esta crisis: ellos siguen viajando y consumiendo que es para lo que han venido a este mundo. De cuando en cuando la gente se harta y afila las guillotinas. Entonces Pijolandia se pone mustia. Por aquí, María Antonieta. No, usted no, Don Luis Capeto. Venga mejor por aquí.

Durante los últimos 120 o 150 años Europa y, por extensión el mundo occidental, ha experimentado un proceso de desarrollo único en la historia. Hemos crecido de forma espectacular y hemos duplicado la esperanza de vida.

A mi modo de ver, esta crisis es una inmejorable oportunidad de replantear los fundamentos básicos de nuestra organización social. La cuestión central es la irracionalidad del consumo en Occidente (consumo que, por otro lado, está lejos de proporcionar felicidad) y, al mismo tiempo, la necesidad de crecer en otras partes del mundo especialmente desvaforecidas para reequilibrar la balanza.

El consumo es lo que tira del carro de nuestra economía liberal. En tiempos de crisis como los que vivimos desde hace tres años los propios gobiernos cierran el grifo de la inversión pública -influyendo negativamente sobre el nivel de gasto de las familias, ya que el número de personas que dependen directa o indirectamente de los dineros gubernamentales es enorme- pero al mismo tiempo desean que la población siga consumiendo igual o más que en tiempos de tranquilidad ya que, en caso contrario, esto se hunde.

Y ahí es donde radica el problema: hemos estado creciendo a tasas del 3 por ciento y del 9 o 10 por ciento en los países del BRIC, pero el mundo sigue siendo el mismo: las reservas de petróleo o de carbón son las que son. El planeta no "crece" al mismo ritmo. Por si esto fuera poco, cada año que pasa hay sobre la Tierra 70 millones más de seres humanos.

CRECER, uno de los dogmas sacrosantos del capitalismo. ¿Crecer hasta dónde y hasta cuándo? Y sobre todo, ¿a costa de qué? Es como esa isla de basura que flota entre San Francisco y Hawaii, que no para de crecer. Un símbolo del futuro.

Hay que parar el carro y aprovechar este tiempo de crisis para repensar el sistema en su totalidad. RESET. Una parte del mundo (los privilegiados) ha de reducir ostensiblemente sus niveles de consumo y la otra (los marginados), ha de elevarlo hasta alcanzar un umbral de bienestar aceptable.

Esto no va a ocurrir por arte de magia, sino que resulta necesario un cambio radical en la actitud de la población y la consecuente presión sobre los gobiernos.

Mientras los gobiernos estén supeditados a los intereses de las empresas comerciales las cosas seguirán empeorando. ¿Hasta cuándo? Hasta que la Tierra aguante. Se habla del peak-oil, del cénit del carbón, etc. Lo que parece que se tiene escasamente en cuenta es que no podemos seguir consumiendo como lo estamos haciendo, ni contaminando la Tierra de esta manera. Nos lleva directamente al desastre.

La solución no es cambiar coches de gasolina o gasoil por coches eléctricos. La solución es racionalizar los niveles de consumo y reducirlos a la mínima expresión. El noventa y cinco por ciento de las cosas que nos rodean son prescindibles. El modelo más claro es el teléfono móvil (celular en América). Nos venden aparatos a los que han practicado vudú que apenas duran 18 meses o menos. Las marcas introducen nuevos modelos con toda clase de bobadas que hacen a su vez que la gente consuma más y sus cuentas de telefonía sean cada vez más abultadas. El modelo del teléfono es extrapolable a toda clase de gadgets y utensilios domésticos. Cosas que se rompen pronto. Pantallas de televisión gigantes para llenar los vacíos existenciales.

En los ochenta nunca dejé de ver a mis amigos por no tener teléfono móvil. Es más, tengo la impresión de que nos veíamos y hablábamos más, mucho más. Raúl, Fausto, Jaime, Fernando... éramos todos capitanes de quince años.

En la España de hoy hay 47 millones de habitantes y 56 millones de teléfonos móviles que, fundamentalmente, sirven para decir "estoy cruzando la calle en este momento", "voy hacia Sol por Arenal", cuando no para utilizar el botón de disculpa cliché: "Llego tarde, estoy en un atasco". Se me olvidaba: también sirve para destruir parejas y dinamitar hasta el último átomo de vida independiente. La infidelidad es cosa del pasado. Parece un invento de El Vaticano. O sea que condón no pero teléfono móvil sí. Mediante los modernos GPS también pueden rastrear tu posición exacta. En todo momento. Diabólico.

El enemigo número uno es la publicidad, que debería estar prohibida por ley, ya que se trata de una actividad criminal: conduce al peor crimen que puede cometer un ser humano, que no es otro que malgastar la vida en gilipolleces persiguiendo un ideal basado exclusivamente en la felicidad material.

Cuando era estudiante no disponía de dinero suficiente para comprar libros ni adquirir partituras. Obviamente, no había teléfonos móviles ni disponíamos de coche propio y cuando adquiríamos un pantalón o unas zapatillas era un acontecimiento social ya que todos los amigos caíamos en la cuenta, por lo inusual, de la existencia de la nueva prenda. Recuerdo las fantásticas ediciones de Schott o de Max Eschig que miraba con ganas de que se vinieran conmigo a casa. Por entonces, frecuentaba las bibliotecas. La municipal de Avenida de los Toreros, la de la propia Universidad o la Nacional. Si se trataba de partituras, iba a la Biblioteca Musical, que primero estaba en la calle Imperial, cerca de la Plaza Mayor, y luego se trasladó al Conde Duque. Nunca dejé de leer nada que tuviera que leer. Recuerdo todos esos viajes con inmenso cariño. En transporte público, naturalmente.

No podemos contar con los gobiernos en esta nueva etapa (en realidad, nunca hemos podido contar con ellos). La racionalización del consumo implica, entre otras muchas cosas, la eliminación FISICA del aparato de televisión de nuestras vidas. Se trata de un veneno mucho más letal que el mercurio o el plomo.

Es como la cuestión de la amplificación en los conciertos. Por muy alta que sea la calidad de dicha amplificación desvirtúa absolutamente el elemento emocional, lo colorea, lo desvaloriza. Hay una diferencia esencial entre tocar un instrumento tradicional y apretar una serie de botones. Pongo un ejemplo que conozco de primera mano: cuando toco una guitarra española es como si el sonido saliera de mí, mientras que cuando media un sistema de amplificación, se produce una despersonalización, una alienación sonora. Es como si el sonido surgiera en otro lado. Así, en el proceso de la comunicación median elementos espúreos y las vibraciones no se dirigen directamente al alma. Eso es para otra discusión.

Vivimos encerrados en la caverna platónica a cal y canto. La televisión escupe sus barbaridades cotidianas y creemos que se trata de la realidad. El resto del tiempo está dedicado a Internet, a las redes sociales o a enviar SMS con el móvil. Si vamos al mar o al campo hacemos lo indecible por permanecer conectados. Siempre conectados, como si fuera a suceder algo que pudiese cambiar radicalmente nuestras vidas, una señal del cielo: Movistar te regala los SMS en fin de semana. ¡Apúntate por un euro llamando al 7777!

El modelo de educación que supone aprender a tocar un instrumento es lo contrario a la ética del beneficio que impera hoy en día. ¿Quién está dispuesto a invertir horas y horas durante no menos de veinte años para alcanzar un resultado que por definición es incompleto, ya que un mayor grado de conocimiento implica una exigencia superior y el aprendizaje no tiene fin?

En nuestro mundo todo ha de suceder ya, de un día para otro. La riqueza, la acumulación, el consumo desaforado. Tolerancia cero a la frustración.

El turismo de masas es otro indicador del espanto. La gente paga para "encontrarse como en casa", negando la esencia del viaje desde el principio. El mismo MacDonalds de Glasgow está en Benidorm. EL MISMO.

Más allá del uso de fuentes alternativas de energía, lo que no puede continuar es este despilfarro estúpido con ciudades colapsadas y calefacciones a todo gas. Un simple paseo nocturno por Madrid o sus alrededores revela una cantidad inaudita de oficinas cuyas luces están encendidas a deshoras. Cuanto más gastas, más importante eres. Como los gobiernos nos incitarán a consumir más y más, hay que organizarse.

He aquí un punto de partida para iniciar el diálogo:

1.- Invito a todos los lectores de este blog a destruir sus aparatos de televisión en una ceremonia ritual a las 12 GMT del día 1 de diciembre próximo. Se oficiará una celebración dionisíaca en la ribera del Manzanares. No olvidar las ínfulas. Después, Casa Mingo invita a pollo con sidra para todos. Habrá tangos y pasodobles.

2.- Hay que crear un comité de racionalización del consumo, junto con un movimiento ciudadano para la erradicación de la publicidad.

3.- Los niveles de consumo de energía en Occidente deben descender un 50 por ciento como mínimo para reequilibrar el reparto. Hay que empezar ya (obviamente, seguido de las prácticas de separación y reciclaje).

4.- Es preciso replantear la figura del teletrabajo y la necesidad de desplazar diariamente a una parte importante de la población para que viva su vida en un edificio enfermo soportando las "ocurrencias" del jefecillo de turno. Nadie debe aguantar ni la más mínima afrenta. Hay que educar a las personas para que no dependan de los demás.

5.- Hay que SIMPLIFICAR la vida. Lo simple es deseable, lo complejo abominable.

Empecemos por eliminar la televisión (llevo 3 años sin el monstruo de Leganés -la versión chulapa del famoso monstruo escocés-, vale, sí, está bien, cuando llegó el Mundial fui a ver los partidos en los bares, lo confieso...)

Después hay que replantearse el uso del coche. Será el siguiente en caer.

Vamos, que debajo del asfalto sigue estando la playa!

lunes, 22 de noviembre de 2010

Clara Anahí Mariani


He aquí un llamado a todos los que puedan ver esta información. Se trata de la búsqueda de Clara Anahí Mariani, hija de desaparecidos que a día de hoy debe tener 31 años de edad. Su abuela, que ya es bastante mayor, querría abrazarla.

En el verano austral, cuando era chico y un niño se perdía, se formaba un grupo de bañistas que lo llevaban a caballito y recorrían la playa dando palmas para que el niño se sintiera acompañado y los padres pudieran localizarlo. Muchas veces en noches especialmente largas me acuerdo de esos voluntariosos guardianes entre el centeno.

Demos pues palmas todos. Puede que así Clara -que tendrá ahora otro nombre y otra vida- alcance a oírnos.

Ya lo hizo el inigualable Julio Cortázar en un cuento que me parte en dos desde que lo leí allá por el Pleistoceno: Las puertas del cielo.

Suerte.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El cólera de Dios


Cosas como esta ocurren a diario en este planeta infame, en el que se nos exige que regalemos el dinero que no tenemos a los bancos para que sigan exprimiendo la naranja y trabajemos hasta cualquier edad para que todo siga igual.

La humanidad se divide fundamentalmente en dos clases: aquellos que intentan con su esfuerzo mejorar la vida de los demás -en la medida de sus fuerzas y de sus capacidades: los hay incluso que superan todas las limitaciones humanas, como es el caso de (SAN) Vicente Ferrer o el doctor Alfred Jahn- y aquellos que viven exclusivamente para sí mismos.

Es preciso volver a revisar las ideas de una sociedad alternativa, porque esta que tenemos es un montón de mierda. Con el mismo impulso que soñaron los socialistas utópicos. Hay que cambiar aquello que no funciona o no funcionó en el pasado y diseñar nuevas respuestas para una superpoblación mundial, para problemas que ni siquiera podían imaginar en el siglo XIX. No es posible que la única alternativa válida sea un planeta de 7.000 millones de seres humanos en donde un tercio vive a todo tren, otro tercio va tirando a duras penas y el resto está condenado a un estadio de vida propio de un animal.

Tenemos tecnología y conocimiento para hacer maravillas impensables hace sólo 30 años. Pero si logramos generar energía a partir del viento, las olas o los rayos del sol es para que alguien se enriquezca pasándonos una factura a fin de mes. Y estamos tan lobotomizados que nos parece lo más lógico que se nos cobre por todo ello. ¿Alguien con dos dedos de frente puede creer que podemos enviar naves tripuladas a la Luna o sondas robotizadas a los confines del Sistema Solar y no podemos resolver problemas como el del hambre atroz? Si los niños no reciben ciertos nutrientes y ciertos cuidados psicológicos antes de los tres años están fastidiados para todo el viaje. Ese es el genuino interés del gran capital: millones de seres condenados a vagar por el mundo en un estado de semi-inconsciencia, como esos niños que son puros ojos y se dejan devorar por las moscas sin pestañear.

Los propios científicos que, en cierta medida, han asumido el papel de los filósofos del pasado que ahora se dedican a vegetar en las universidades o hacer carrera al frente de algún ministerio, deberían mirar más allá de sus laboratorios y de su personal afán por ser los primeros. El mundo necesita no sólo que investiguen, sino que eduquen, divulguen la ciencia que avanza a un paso uniformemente acelerado y adopten posturas ideológicamente comprometidas. Se trata de generar modelos viables, respetuosos con el entorno y que tiendan a cubrir las necesidades de todos. La marabunta no les va a respetar en sus torres de marfil.

Si el sistema actual es energéticamente insostenible e intrísecamente injusto habrá que decirlo ALTO y CLARO, obligando a los gobiernos a tomar medidas urgentes pero YA, no en los próximos cincuenta años. Y los que deben hablar son la vanguardia intelectual de la época, superando el modelo de "estrella de la comunicación" en que se han convertido algunos personajes públicos, que utilizan los problemas planetarios como un medio para enriquecerse.

La lógica de nuestro sistema está basada en el hiperconsumo. Si este desciende, el barco se hunde. La cuestión de la energía o la alimentación resultan paradigmáticas.

En el caso de la energía, que junto a la educación, la alimentación y la sanidad constituye parte de la infraestructura básica para el desarrollo del ser humano, estoy convencido de que existen alternativas viables (el famoso Mix) a la dependencia de los combustibles fósiles. Pero hasta que no consumamos la última gota de petróleo, las multinacionales (y los gobiernos que dependen de ellas) no permitirán un sistema alternativo. Cuando eso ocurra, serán ellos quienes nos cobren por el uso de los molinos, las placas solares o los condensadores de fluzo. Y la tarifa ¡oh sorpresa! será aún más cara que con el petróleo, por los "costes de transición", los "costes de adaptación", los "costes de I+D+i" o vaya usted a saber por qué. Vendrá todo muy bien explicado en una factura en 3D a todo color. Igual que ocurrió en el paso del LP de vinilo al CD, más barato de producir y con mayor capacidad pero, inexplicablemente, mucho más caro. Alguien se queda con la pasta-guita-lana. Siempre.

Las cosas esenciales no pueden estar en manos de empresas privadas, guiadas exclusivamente por la "ética" del beneficio económico. Tampoco sectores estratégicos como el bancario o la economía especulativa pueden ser manejadas según las reglas del laissez-faire. Incluso cabría debatir los límites de su ámbito de actuación. Eso ya lo probamos y nos ha traído hasta este desastre, en el que se parchean con dinero público las locuras de una economía paralela que multiplica infinitamente el valor real de los activos. El propio Bush, adalid del libre mercado y defensor a ultranza de la desaparición del Estado, terminó su repugnante mandato solicitando fondos públicos para mantener la economía a flote. Más bien, mendigando fondos públicos. Tampoco se puede permitir que los cazurros de turno se enriquezcan vendiendo propiedades multiplicando artificialmente su precio. Es inmoral. No se puede comerciar con la desgracia o las necesidades básicas de la gente. Es como el negocio de El tercer hombre en la Viena de posguerra, traficando con penicilina en hospitales infantiles. Son cuestiones demasiado importantes para dejarlas al cuidado de los lobos.

En una perspectiva más metafísica, si el mundo carece de primer motor como sugería Hawking, entonces habrá que poner todo el empeño en racionalizarlo, en repartir mejor lo que tenemos y lograr que los miserables accedan al menos a lo básico. Sé que no es sencillo. He visto personalmente cómo funcionan los "paraísos o dinastías comunistas". He trabajado incluso allí. Así, no. Pero, ¿esto es lo mejor que podemos parir? ¿Un sistema que admite la injusticia social como un mal necesario, que destruye el entorno natural a marchas forzadas y cuyo equilibrio depende de que cuatro encorbatados pongan cualquier cosa en una hoja de Excel y se vaya todo al garete? Cuando ocurrió lo de Madoff los que cayeron en la trampa para osos no eran precisamente jubilados de Afinsa. Se trataba de Botín, el todopoderoso Padrino del Grupo Santander y de otros "tiburones" de las finanzas. Si a ellos les engañan de esa manera qué no ocurrirá con el resto de nosotros.

Los jóvenes de Europa, esos mismos que se quejaban -de forma marcadamente individual- en El País en el pasado septiembre (Pre-Parados) de que la sociedad actual no reconocía sus méritos o no les dejaba ejercer un trabajo a la altura de sus capacidades, son la generación más preparada e informada de la historia. Han disfrutado de todas las ventajas que no ha tenido nadie en este país para formarse, viajar y acumular masters. No obstante, si se trata de impulsos de cambio profundo hay que buscarlos en décadas pasadas, cuando la gente a lo mejor no estudiaba tantos años pero era capaz de enfrentarse a un tanque en las calles de Praga. Ahora sólo se trata de conservar el estatus de cada uno. Hablando en plata, de salvar el culo. Hay otros jóvenes, que no se quejan tanto, que me he ido encontrando en mis viajes como cooperante por toda América Latina. Desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego: se dejan la piel para ayudar a otros. Siempre sonriendo y sobreponiéndose a toda clase de dificultades. Gente luminosa. Esos son los imprescindibles.

Pertenecer a una o a otra clase de individuos es una decisión puramente personal y está al alcance de todos. No hay que darle más vueltas.

Lo demás son pajas mentales.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Vagabundos perezosos


Ayer cumplí años. ¿Cuántos? Qué importa... Too many years. Gracias a todos los que llamaron o enviaron felicitaciones a ambos lados del charco: me hicieron sentir muy bien en un día jodido.

Una de las pocas certezas que se reafirma en cada nuevo cumpleaños es que todo pende de un delgadisimo hilo. Nuestro supuesto equilibrio yendo a trabajar todos los días, aguantando situaciones insoportables, tráfico nauseabundo, horas rellenas de nada. La pareja, ese supuesto puerto seguro que cuando estalla puede provocar reacciones en cadena que habrían sorprendido al mismísimo Einstein. Puede que analizando su impacto hubiera desentrañado todas las paradojas de la física cuántica. Él, que mantuvo hasta seis relaciones sentimentales en paralelo. Procesamiento en serie, procesamiento en paralelo. Los objetos materiales de los que nos rodeamos para disfrazar la angustia vital, las convenciones sociales que huelen a mendacidad, el miedo cerval a lo que sale del corazón aunque duela. La escena final de "La gata sobre el tejado de zinc caliente", el núcleo argumental de "American Beauty".

A Diógenes le costaría hoy Dios y ayuda encontrar individuos sinceros, pero si en este frío y lluvioso noviembre se diera un paseo por la zona de la Puerta del Sol puede que se topase con dos vagabundos que han hecho de la sinceridad su bandera. Han decidido bajarse de esta noria infecta, enarbolar la enseña pirata, dejar de pagar impuestos y vivir al día sin la promesa de un mañana que cuando llega los bancos han quebrado y, pobres, hay que echarles una mano.

No piden para su prole o por Jesucristo y María Santísima. No. Los autodenominados Vagabundos Perezosos piden para sus vicios y para tirar para adelante, más o menos como todos los que aún no hemos cruzado esa delgada línea gris. El que crea que eso no va con él es como el que cree que está a salvo de los desengaños o de los golpes de Dios.

Pero no piden de cualquier manera. The Lazy Beggers (suena fenomenal como banda de rock sureño) piden a la antigua usanza y también piden por Internet mediante pagos con PayPal. Sin nostalgias por la ¿vida? que dejaron atrás. Son los cibermendigos.

Esta noche a última hora europea -porque nací en el Lejano Sur- de mi cuarenta y seis cumpleaños mi hijo pequeño me llamó por teléfono saltándose la ley del hielo y por fin pude oír su voz. Me hablaba desde su habitación, preparado para dormir, rodeado de sus juguetes y sus libros. ¡Feliz cumpleaños papá! Estaba bien, con esa capacidad intacta que tienen los niños para destilar alegría en medio del vacío. En eso consiste la magia. Son las 7:16 del día siguiente. Aún no he pegado ojo. El día se resiste a amanecer y sigue lloviendo. A última hora recibí el mejor regalo de la jornada. Estoy deshidratado. Hora de hacerle una visita a Johnnie, Johnnie Walker. Va por ti.

Me quedé pensando en cuántos seres humanos se quiebran definitivamente y no encuentran el camino de regreso a casa. A veces no hay ni siquiera casa a la que volver. La última escena de "El nadador" con Burt Lancaster. Live with that.

Basta de penas. Alegría, alegría, que ahí vienen los vagabundos perezosos, que van por el mundo con salero y marcialidad. Se tienen a ellos mismos y a sus fantásticos perros Whisky y Resaca. ¿A qué más? En sus propias palabras, bienvenidos al puto siglo XXI. Continuemos trabajando para cubrir las pérdidas de los bancos y garantizar los sueldos de sus consejeros delegados. ¡Los pobres tienen muchos gastos!

Puede parecer ridículo preguntarle a un vagabundo si tiene alguna manera de probar que se licenció en la Universidad de Kent (Reino Unido) o que trabajó para el Deutsche Bank, pero el rigor periodístico obliga; otra cosa es que un vagabundo pueda satisfacer una petición de ese tipo. "¿Documentos? Se quedaron en otra vida", dice Lyndon Owen, galés de 37 años, informático en el pasado; en el presente, trotamundos sin hogar.

El Ayuntamiento de Madrid tiene un censo de mendigos donde seguramente no aparezcan los Lazy Beggers, un galés y un español que se conocieron en las Cuevas del Sacromonte (Granada) en 2001 y bautizaron con ese nombre inglés -Vagabundos Vagos- su amistad y su insólita empresa: rodar por la península Ibérica pidiendo dinero en la calle con la franqueza como técnica de mercadotecnia.

"Para cerveza. Para vino. Para whisky. Para la resaca". Lyndon Owen y su compañero, José Manuel Calvo García, canario de 55 años, mendigan desde hace una semana en la sombría calle del Carmen, a pocos metros de la plaza de Callao, detrás de una línea frontal de carteles donde exponen sus necesidades y resaltan su virtud: "Por lo menos, sincero".

Cuando pasa un peatón y les echa unas monedas menudas, su respuesta rompe con los clásicos de la mendicidad. En vez de un señor/señora dios le bendiga, dicen gracias, visite nuestra página web. Owen y Calvo tienen un sitio propio en Internet (www.lazybeggers.com) y un perfil en la red social Facebook: "Welcome to the 21st fucking century", ponen en su presentación. Bienvenidos al, digamos, maldito, siglo XXI.

Su iniciativa digital les ha hecho llamativos para los periódicos (han aparecido en The Guardian, Der Spiegel y Clarín, entre otros), pero no les ha dado dinero. En su web, diseñada por el galés, disponen de un sistema electrónico PayPal para recibir limosnas que no da mucho de sí. "Lo pusimos hace cuatro años y hemos sacado poco más de 1.000 euros", cuenta Calvo. "No nos ha dado ni para pagarnos las sesiones de Internet en los locutorios".

Realmente se sacan los cuartos en la calle. Unos 40 euros al día, que es lo que les cuesta vivir a los dos. Cuentan que cierto día, en un suceso paranormal, un joven a paso ligero les dejó un billete de 500 euros, sin mediar palabra (vaya a saber si se trataba del hijo de algún constructor con mala consciencia).

El lecho de los Lazy Beggars cuando paran en Madrid (un par de veces al año) son los respiraderos superficiales del aparcamiento subterráneo de la plaza de las Descalzas. A menos de 100 metros está la plaza de Santo Domingo, uno de los tres lugares de la capital donde se puede coger Internet al aire libre, por gracia municipal. Y ahí tienen un locutorio boliviano en el que compran sus litronas de cerveza y les dejan cargar su ordenador de segunda mano.

En este pequeño perímetro en torno a la plaza de Callao duermen, piden, beben, comen, enchufan su computadora. Calvo, licenciado en Psicología, fontanero y técnico en instalación de placas solares, según sus palabras, afirma que su vagancia les impide moverse por otras zonas de la ciudad. "Y eso que en la calle de Fuencarral se consiguen muchos porros de limosna", anota.

Dice el censo que en el distrito centro de Madrid, donde han recalado estos vagabundos después de andar unos meses por el Algarve (Portugal), hay más de 100 mendigos. Owen y Calvo conocen a algunos, pero no intiman con ellos; su filosofía de vagabundeo no es la del cartón de vino y los líos callejeros.

Los Lazy Beggars aseguran que beben con moderación y toman pocas drogas. Pasaron sus baches químicos, el galés con la coca, el canario con el crack, pero antes de echarse a la calle, cuando trabajaban y hacían dinero. "Ahora somos felices y no lo necesitamos", dice Calvo.

Los dos afirman que decidieron ser vagabundos por su cuenta, que no hubo causas de verdadera necesidad. Owen dejó atrás una novia y una hija. Calvo, una esposa y dos hijos. Han perdido contacto con ellos. Los han sustituido por un amigo, dos páginas web, un par de perros (Whisky y Resaca) y la libertad de hacer el ganso en la acera que más les plazca.

martes, 16 de noviembre de 2010

Inodoro Pereyra


Hablando ayer de Coronel Pringles, el no lugar de mi infancia, recordé al inigualable Inodoro Pereyra, pozo de sabiduría vernácula inmortalizado por el gran Fontanarrosa.

A propósito de la mujer, filosofa Inodoro en alguna turbia y polvorienta pulpería, iluminando a todo aquel parroquiano que le prestara oídos: "uno se deslumbra con la mujer linda, se asombra con la inteligente... y se queda con la que le da pelota".

¡Cuánta razón, viejo Inodoro! Cabría agregar que, contra todo pronóstico, es ella la que decide quedarse con nosotros (de momento...). Somos menos que nada. Sombras y cenizas. Números negativos.

Para ver algunas perlas de Don Inodoro, pulsen aquí.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Un cuento de César Aira

César Aira es un escritor argentino nacido en el mismo pueblo que mi viejo: Coronel Pringles. Para el resto de mi familia, dicho pueblo está envuelto en un halo mítico. Nunca fuimos. Historias trabadas. Hasta jamás.

De Coronel Pringles mis hermanos y yo tenemos escasas referencias, dos abuelos que no llegamos a conocer, imágenes en blanco y negro, nombres inciertos y todo lo más, una visita virtual por la gracia de Google Maps. Perfectas manzanas cuadradas en medio de la pampa. De fortín a fortín y tiro porque me toca. Ignoro si mis hijos buscarán algún día la casa donde nací. El alma humana tiene forma de boomerang.

César Aira es de allí. Me gusta lo que hace. Quién sabe si, en momentos de extrema angustia, cuando la muerte parece una realidad casi amable, entonará con voz quebrada el inmortal himno patrio creado en los gloriosos tiempos de la Independencia, cuando los aguerridos payadores entretenían a la tropa:

"Yo soy de Coronel Pringles
me pica el tujes
no me caliento..."

El carrito por César Aira

Uno de los carritos de un gran supermercado del barrio donde yo vivía rodaba solo, sin que nadie lo empujara. Era un carrito igual que todos los otros: de alambre grueso, con cuatro rueditas de goma (las de adelante un poco más juntas que las de atrás, lo que le daba su forma característica) y un caño cubierto de plástico rojo brillante desde el que se lo manejaba. Tan igual era a todos los demás que no se lo distinguía por nada. Era un supermercado enorme, el más grande del barrio, y el más concurrido, así que tenía más de doscientos carritos. Pero el que digo era el único que se movía por sí mismo. Lo hacía con infinita discreción: en el vértigo que dominaba el establecimiento desde que abría hasta que cerraba, y no hablemos de las horas pico, su movimiento pasaba inadvertido. Lo usaban como a todos los demás, lo cargaban de comida, bebidas y artículos de limpieza, lo descargaban en las cajas, lo empujaban de prisa de góndola en góndola, y si en algún momento lo soltaban y lo veían deslizarse un milímetro o dos, creían que era por la inercia.

Solamente de noche, en la calma tan extraña de ese lugar atareadísimo, se hacía perceptible el prodigio, pero no había nadie para admirarlo. Apenas si de vez en cuando algún repositor, de los que empezaban su trabajo al amanecer, se sorprendía de encontrarlo perdido allá en el fondo, junto a la heladera de los supercongelados o entre las oscuras estanterías de los vinos. Y suponían, naturalmente, que se lo habían dejado olvidado allí la noche anterior. El super era tan grande y laberíntico que no tenía nada de raro, ese olvido. Si en esa ocasión, al encontrarlo, lo veían avanzar, y si es que notaban ese avance, que eran tan poco notable como el del minutero de un reloj, se lo explicaban pensando en un desnivel del piso o en una corriente de aire.

En realidad, el carrito se había pasado la noche dando vueltas por los pasillos entre las góndolas, lento y silencioso como un astro, sin tropezar nunca, y sin detenerse. Recorría su dominio, misterioso, inexplicable, su esencia milagrosa disimulada en la trivialidad de un carrito de supermercado como todos.

Tanto los empleados como los clientes estaban demasiado ocupados para apreciar este fenómeno secreto, que por lo demás no afectaba a nadie ni a nada. Yo fui el único en descubrirlo, creo. O más bien, estoy seguro: la atención es un bien escaso entre los humanos, y en este asunto se necesitaba mucha. No se lo dije a nadie, porque se parecía demasiado a una de esas fantasías que se me suelen ocurrir, que me han hecho fama de loco. De tantos años de ir a hacer las compras a ese lugar, aprendí a reconocerlo, a mi carrito, por una pequeña muesca que tenía en la barra; salvo que no tenía que mirar la muesca, porque ya de lejos algo me indicaba que era él. Un soplo de alegría y confianza me recorría al identificarlo. Lo consideraba una especie de amigo, un objeto amigo, quizás porque en la naturaleza inerte de la cosa el carrito había incorporado ese temblor mínimo de vida a partir del cual todas las fantasías se hacían posibles. Quizás, en un rincón de mi subconciente, le estaba agradecido por su diferencia con todos los demás carritos del mundo civilizado, y por habérmela revelado a mí y a nadie más. Me gustaba imaginármelo en la soledad y el silencio de la medianoche, rodando lentísimo en la penumbra, como un pequeño barco agujereado que partía en busca de aventuras, de conocimiento, de amor (¿por qué no?). ¿Pero qué iba a encontrar, en ese banal paisaje, que era todo su mundo, de lácteos y verduras y fideos y gaseosas y latas de arvejas? Y aún así no perdía la esperanza, y reanudaba sus navegaciones, o mejor dicho no las interrumpía nunca, como el que sabe que todo es en vano y aun así insiste. Insiste porque confía en la transformación de la vulgaridad cotidiana en sueño y portento. Creo que me identificaba con él, y creo que por esa identificación lo había descubierto. Es paradójico, pero yo que me siento tan lejos y tan distinto de mis colegas escritores, me sentía cerca de un carrito de supermercado. Hasta nuestras respectivas técnicas se parecían: el avance imperceptible que lleva lejos, la restricción a un horizonte limitado, la temática urbana. Él lo hacía mejor: era más secreto, más radical, más desinteresado.

Con estos antecedentes, podrá imaginarse mi sorpresa cuando lo oí hablar, o, para ser más preciso, cuando oí lo que dijo. Habría esperado cualquier cosa antes que su declaración. Sus palabras me atravesaron como una lanza de hielo y me hicieron reconsiderar toda la situación, empezando por la simpatía que me unía al carrito, y hasta la simpatía que me unía a mí mismo, o más en general la simpatía por el milagro.

El hecho de que hablara no me sorprendió en sí mismo, porque lo esperaba. De pronto sentí que nuestra relación había madurado hasta el nivel del signo lingüístico. Supe que había llegado el momento de que me dijera algo (por ejemplo que me admiraba y me quería y que estaba de mi parte), y me incliné a su lado simulando atarme los cordones de los zapatos, de modo de poner la oreja contra el enrejado de alambre de su costado, y entonces pude oír su voz, en un susurro que venía del reverso del mundo y aun así sonaba perfectamente claro y articulado:

–Yo soy el Mal.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Buen viaje, Mister Marshall

La vida es así de absurda. Un día parte Massera, al otro se va Berlanga. Claro que en direcciones opuestas, porque los pecadillos del de Valencia son de escasa entidad. Como mucho, algunos días en el purgatorio realizando trabajos sociales, alguna que otra charla y palmaditas en la espalda. Seguro que El que todo lo ve es mucho más comprensivo que sus delegados terrenales.

El creador de Bienvenido, Mister Marshall; Calabuch; El verdugo; La vaquilla... uno de los grandes, alguien que tenía un sentido del humor muy especial y un profundo grado de comprensión del ser español, donde pueden tocarse y convivir todos los extremos. Anarquistas de derechas, fascistas revolucionarios...

He aquí una entrevista que concedió hace tres años, donde revela que se alistó en la División Azul para impresionar a una chica con su valor y que esta, ingrata donde las haya, no le escribió ni una triste carta.

"Como alcalde vuestro que soy...", se oye decir al genial Pepe Isbert. Películas para ver de cuando en cuando. Un espíritu libertario de los de antes. Al modo de Buñuel, Dalí, Orson Welles, vamos, como hoy en dia. Lo mismo que el fuego fatuo, lo mismito que el querer...

Viví la Guerra Civil como si fueran unas largas vacaciones

Luis García Berlanga, cuya obra cruza el cine español de los últimos 60 años, recibe hoy un homenaje de la Academia de Cine. El motivo: la conmemoración de los 55 años de una de sus obras mayores, ¡Bienvenido, Mister Marshall! En esta conversación, mantenida con él en su despacho de la calle de Gaztambide de Madrid, el director de El verdugo y Plácido habla, entre otras cosas, de "las parcelas infernales" a las que lleva el pesimismo que siempre ha alentado su vida, una existencia de alguien "caótico y libertario, desordenado y frenético".

Un día el actor francés Michel Piccoli, que trabajó para él en Tamaño natural, lo definió: "Es Don Quijote". Luego lo pensó mejor: "Bueno, también podría ser Sancho". He aquí algunas de sus reflexiones personales sobre el cine, la guerra, la sociedad española y la vida en general.

- Pesimismo. "Al tercer día de nacer ya me estaba cagando en la sociedad española. Siempre he tenido la sensación de que no iba a tener nada positivo, y he intentado crearme válvulas de escape. La principal es el erotismo, una de las pocas cosas que me asciende desde el nivel del barro y de la mierda de esta sociedad que me ha tocado... Dice Piccoli que soy el Quijote. ¡Tendría que ser el marqués de Sade! Hasta la Guerra Civil yo era un solitario total, no tenía amigos. Tenía la fantasía estúpida de querer ser invisible. Luego llegó la contienda y tuve que salir de casa. En el 36 yo tenía 15 años. Y a los 13 ya sabía qué pasaba en España, porque mi padre era diputado republicano y mi abuelo había sido senador con Sagasta... Mi familia era una familia de políticos, y con ellos supe que la política era una cagada, como todo...".

- Crispación. "Era evidente que desde que ganó el Frente Popular se produjo en España una crispación espantosa, y yo veía eso desde mi sitio de solitario. Era una crispación tan grande como la que hay ahora, pero ahora nosotros estamos vacunados contra el fusil y contra la trinchera, pero todo se parece mucho".

- La Guerra Civil. "La viví maravillosamente, si se puede decir así. Había persecuciones, muertes, pero, fíjate, en medio de aquel caos yo sentía que estaba viviendo unas largas vacaciones. Descubrí qué eran los amigos, aprendí a encontrar felicidad en los libros... Mi padre, republicano, pudo huir a Tánger, pero allí lo apresó Franco. Y le pidieron la pena de muerte. Fíjate, hubo dos divisionarios de la División Azul, Luis Ciges y Luis García Berlanga, y los padres de ambos eran diputados de Unión Republicana, el de Ciges había sido gobernador en Ávila y mi padre era diputado. Al de Ciges lo fusilaron los franquistas y mi padre tuvo que huir tanto de los franquistas como de los anarquistas. Lo que es la vida".

- La División Azul. "Fui porque me lo pidió la familia, porque mi padre estaba con petición de pena de muerte. Pero en realidad lo que me motivó a ir fue una chica. Yo estaba enamorado de ella, creí que estando en la División Azul se quedaría prendada de mi valor; no me mandó ni una carta y se hizo novia de mi amigo más íntimo. Me lo pidieron: 'A lo mejor sirve para que conmuten la pena a tu padre'. Nunca disparé un tiro, jamás maté a nadie. Me pusieron a vigilar en una torre vigía pero no veía nada y me inventaba las cosas. Hacía un frío intenso y a lo que temía era a Drácula... No, no entendí la guerra. Si no he entendido la vida, ¿cómo voy a entender una guerra? La guerra es una complicación de la vida. No sirvió para nada ir a la División Azul. Para conseguir la conmutación de la muerte que recaía sobre mi padre hubo que pasar por el estraperlo de la muerte. Había dos personas, un médico de los ojos y una hermana suya, que cobraban ese estraperlo. Mi padre tenía una fábrica de electricidad y una finca. Lo vendimos todo y le salvamos la vida, pagando".

- Los otros. "He trabajado con muchos: Bardem, Azcona, López Vázquez, Alexandre... Alfredo Landa dijo de mí lo que mejor me define: 'Berlanga es un hijo de puta con ventanas a la calle, pero si me llama, siempre me tendrá a su lado'. Se hacen amigos míos, pero en los rodajes me odian... Con Azcona dejé de hacer guiones y eso ha hecho que dejemos de vernos; nos juntábamos para buscar ideas... No nos vemos porque ya no se hacen tertulias, la ciudad está llena de coches. Con Azcona siempre hubo una amistad profunda, y se nota cuando nos hemos visto de nuevo, aunque estemos cagándonos en la vida mutuamente".

- El cine y él. "En el cine he querido contar lo que me ha salido. Lo que hay en mis películas es pesimismo, aunque he tenido la suerte de recubrirlo con un sainete cómico... Busco situaciones que no sean cotidianas, que sean disparatadas. Pero algunas se han dado. En la Guerra Civil fui a un palacio en el que había vivido un marqués que guardaba fotos en las que se le veía follando, y guardaba tarritos que almacenaban vello púbico. Los guardaba en tubos de aspirina, y yo saqué eso en La escopeta nacional. ¡Si lo hubiera hecho Duchamp imagínate lo que hubiera valido!".

- El Partido Egoísta. "Me intenté hacer del Partido Egoísta, que creó Tucker, el de los coches, en Estados Unidos. Cuando me quise hacer, ya se había disuelto. Y me quise hacer ciudadano del mundo. Y así me siento, ciudadano del mundo. Cuando acabó la guerra quise hacer una tertulia de falangistas y de anarquistas y de otros partidos. Estaba Pepe Martínez, de Ruedo Ibérico, se juntó Pepe Hierro. Ahora no puede haber tertulias así".

lunes, 8 de noviembre de 2010

Massera

Acaba de morir Massera, un siniestro personaje responsable de algunas de las peores barbaridades de un tiempo de terror. Argentina, 1976-1983. Las juntas militares implantan un régimen dictatorial en el que la vida de sus ciudadanos vale poco y nada.

Una generación entera arrasada, miles de jóvenes torturados y la terrible realidad de los desaparecidos, esa particular contribución de los países del Cono Sur a la historia de la infamia universal.

Con todos los medios a su alcance, el Estado se convierte en una máquina de matar precisa y de eficacia insuperable. Los vuelos de la muerte, la evaporación de los cuerpos, el robo de los hijos de los desaparecidos. Resolviendo graves problemas logísticos con singular habilidad: esa misma que brilla por su ausencia a la hora de dar de comer o de educar a sus ciudadanos.

El mal en toda su extensión. Massera, el más siniestro de un trío de siniestros, de gentes sin alma. El responsable de la Escuela de Mecánica de la Armada, espeluznante centro de tortura inspirado en la Gestapo. A día de hoy, 2010, 27 años después del retorno de la democracia, siguen apareciendo hijos robados, "educados" por los verdugos de sus verdaderos padres. Como los nazis, sus maestros, superando en ocasiones al original.

Incluso en el mismísimo Infierno las almas condenadas se negarán a pasear por el patio en compañía de este tipo: para ciertas aberraciones de la naturaleza el Fuego Eterno resulta excesivamente confortable. Hasta en el Averno hay clases y a un genocida convencido que por activa y por pasiva ha asumido con orgullo las bestialidades cometidas durante el eufemísticamente denominado "proceso de reorganización nacional", le aguarda peor destino que a un violador en una prisión convencional. Todo ello, claro está, caso de existir la Justicia Divina que, al igual que la justicia ordinaria en su momento, se inhibió en esta y en tantas otras cuestiones desde que el mundo es mundo. Pibes y pibas de apenas veinte años pagaron un terrible tributo en sangre y este animal se muere en un hospital cumplidos los 85.

Ni descanse, ni en paz. Ni por supuesto, olvido.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Científicos cubanos descubren sistema de control de la ira en la pareja


Confesión

Harto de huir de sí mismo, agotados los pactos con el diablo, Alberto G. finalmente confesó:

"Sí, es cierto. Todo lo que dicen de mí es verdad. He gastado una gran fortuna en coches, mujeres y alcohol... El resto lo he malgastado".

Y fue condenado a 1.742 años, 6 meses y 12 días de soledad en la Cárcel de Piedra, donde los corazones hace tiempo que dejaron de latir.

Al entrar aquí, abandonad toda esperanza.

Cúmplase.

Íntegramente.