Creía que estábamos en crisis, pero no. No es así. La crisis es un estado de ánimo. La crisis es para pobres de espíritu y hombres de poca fe. Perdedores de mus.
Un país que puede pagar 8.434.280 millones de euros para el "sostenimiento" de la Familia y la Casa del Rey es un país poderoso, próspero.
Vuelve a no ponerse el sol sobre las tierras, las tierras de España.
Galeones cargados de oro remontan el Guadalquivir, especias, jubones, loros, papagayos, ricas sedas. Que no falte de nada. Gonzalo de Córdoba, Cortés, Solís, Pizarro, el Gran Almirante, el Cid, el Sursum Corda.
"... La Hispaniola es maravilla; las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas, y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas aguas, los más de los cuales traen oro..."
Es un motivo de orgullo que nuestro país sea capaz de tales dispendios en medio de la tormenta perfecta. ¡Salve! ¡Salve!
Orgullo y pasión.
¿Acaso los recientes realojos en el Museo de Cera entran en el Real Presupuesto?
A galopar...!
jueves, 29 de diciembre de 2011
martes, 27 de diciembre de 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Planetas exteriores
Esta mañana fui a ducharme y no salía agua. En mi ingenuidad, pensé que habían cortado el suministro general. Pero no. Se me habían helado las cañerías. A mí solito.
Antiguos ocupantes de la unidad de exploración experimental que me sirve de morada dejaron instrucciones al respecto: "En caso de que se te hielen las cañerías, no abras los grifos. Peligro de EXPLOSIÓN".
Empiezo a pensar que esto de vivir en medio de la nada quizás no sea una GRAN IDEA.
Desde mi invernadero autosuficiente reclamo una expedición de ayuda de la Agencia Espacial Europea. No contestan. A ser posible les pediría que dejaran de enviar simpáticas cucarachas robóticas y opten por astronautas de carne y hueso. "Las" astronautas.
El Sol aparece en el horizonte como un punto diminuto y pálido. La atmósfera es irrespirable. Las condiciones de trabajo son similares a las impuestas por las ETT terrestres a la sombra de la reforma del Tratado de la UE de 2014 que estandarizó los contratos por segundos y fijó las indemnizaciones por despido en 50 euros y un día en Gandía para toda la familia. Hace un frío sepulcral.
Me consuelo pensando en la sideral distancia que me separa del bueno de mi suegro. El espacio profundo tiene sus compensaciones.
Se prepara otra tormenta de metano. Voy a verme Mogambo por enésima vez. A ver si mañana logro afeitarme. Corto la transmisión.
Antiguos ocupantes de la unidad de exploración experimental que me sirve de morada dejaron instrucciones al respecto: "En caso de que se te hielen las cañerías, no abras los grifos. Peligro de EXPLOSIÓN".
Empiezo a pensar que esto de vivir en medio de la nada quizás no sea una GRAN IDEA.
Desde mi invernadero autosuficiente reclamo una expedición de ayuda de la Agencia Espacial Europea. No contestan. A ser posible les pediría que dejaran de enviar simpáticas cucarachas robóticas y opten por astronautas de carne y hueso. "Las" astronautas.
El Sol aparece en el horizonte como un punto diminuto y pálido. La atmósfera es irrespirable. Las condiciones de trabajo son similares a las impuestas por las ETT terrestres a la sombra de la reforma del Tratado de la UE de 2014 que estandarizó los contratos por segundos y fijó las indemnizaciones por despido en 50 euros y un día en Gandía para toda la familia. Hace un frío sepulcral.
Me consuelo pensando en la sideral distancia que me separa del bueno de mi suegro. El espacio profundo tiene sus compensaciones.
Se prepara otra tormenta de metano. Voy a verme Mogambo por enésima vez. A ver si mañana logro afeitarme. Corto la transmisión.
domingo, 18 de diciembre de 2011
Sodade
Se acaba de marchar Cesaria Évora, la diosa de los pies descalzos. En el cielo deben estar de enhorabuena. En casa llueve dentro.
Una voz y una personalidad formidables. Inconfundible. La música caboverdiana es un cambio de agujas, una vela encendida en pleno día.
Un viaje de ida y vuelta.
Una voz y una personalidad formidables. Inconfundible. La música caboverdiana es un cambio de agujas, una vela encendida en pleno día.
Un viaje de ida y vuelta.
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viernes, 16 de diciembre de 2011
lunes, 12 de diciembre de 2011
Groucho y yo
En tiempos de penuria no hay nada como aprender a tomarse las cosas con cierta distancia. La gente que vivió la posguerra de la Guerra Civil española, donde no había nada de nada, suele recordar "el hambre que pasaba" y agregan a continuación "...y lo que nos reíamos...".
La radio jugaba un papel de primer orden como elemento de cohesión social y tengo la impresión de que, pese a las dificultades, la gente estaba más unida y se interesaba más por los problemas del vecino.
Hoy vivimos rodeados de aparatitos que dificultan el verdadero contacto humano. Preferimos los mails a una charla mano a mano y tenemos telefoninos que nos permiten navegar las 24 horas por un mundo de cifras e imágenes de cartón piedra. Es como comparar una fotografía digital con un buen cuadro. Estamos situados en el aparcamiento subterráneo de la caverna platónica. No llega la luz, ni el aire ni nada.
Si los tiempos de la posguerra española eran complicados, qué decir del cambio del siglo XIX al XX en Nueva York para una familia de inmigrantes judíos sin dinero. La gente aprendía a buscarse la vida casi al mismo tiempo que aprendía a andar. Si no se encontraba trabajo se inventaba. Se hacían masters en realidad a base de darse golpes.
La familia de Groucho Marx era algo especial. Las memorias que escribió, "Groucho y yo", me han acompañado a lo largo de diversas etapas. Las leí por primera vez cuando tenía 14 años y desde entonces siempre las he consultado para volver a reírme con alguna de sus historias, porque la propia vida de Groucho es el combustible de sus parodias.
Cabe imaginar a los padres del clan Marx y a los cinco hermanos riendo sin parar en alguna de las incontables casas en las que vivieron huyendo de los clientes de papá Marx, el peor sastre de Brooklyn. La madre fue quien aglutinó al grupo y negoció sus primeros contratos. Por los pasillos se oye a Chico y a Harpo practicar en instrumentos desvencijados. La casa es un caos lleno de vida.
Los relatos de Groucho acerca de la crisis del 29 y la manera en que fundió sus ahorros no tienen desperdicio y están de rabiosa actualidad. "Aquello no paraba de subir, la gente se había vuelto loca, y yo también. Todos comprábamos acciones apalancados...".
He aquí un link para descargar "Groucho y yo" en formato e-pub. Aparecerá una pantalla en donde basta pulsar el botón "Download" para descargarse el archivo. En la red hay varios e-reader gratuitos que leen este formato. Espero que lo disfruten y lo compartan con los amigos "reales".
Mientras permanezcamos en este mundo absurdo, la consigna es reírse todo lo que se pueda, hacer el amor más allá de lo médicamente aconsejable, conocer mundo, encontrar actividades que nos apasionen y disfrutar al máximo. Si somos capaces de ligar algo de esto con la solidaridad o la entrega a los demás (incluyo en este capítulo la entrega a los hijos, los padres, la familia o los amigos), entonces apaga y vámonos.
Que cuando llegue la parca encuentre la maquinaria con kilómetros de más, el embrague roto, el catalizador aplastado y la ITV caducada.
La radio jugaba un papel de primer orden como elemento de cohesión social y tengo la impresión de que, pese a las dificultades, la gente estaba más unida y se interesaba más por los problemas del vecino.
Hoy vivimos rodeados de aparatitos que dificultan el verdadero contacto humano. Preferimos los mails a una charla mano a mano y tenemos telefoninos que nos permiten navegar las 24 horas por un mundo de cifras e imágenes de cartón piedra. Es como comparar una fotografía digital con un buen cuadro. Estamos situados en el aparcamiento subterráneo de la caverna platónica. No llega la luz, ni el aire ni nada.
Si los tiempos de la posguerra española eran complicados, qué decir del cambio del siglo XIX al XX en Nueva York para una familia de inmigrantes judíos sin dinero. La gente aprendía a buscarse la vida casi al mismo tiempo que aprendía a andar. Si no se encontraba trabajo se inventaba. Se hacían masters en realidad a base de darse golpes.
La familia de Groucho Marx era algo especial. Las memorias que escribió, "Groucho y yo", me han acompañado a lo largo de diversas etapas. Las leí por primera vez cuando tenía 14 años y desde entonces siempre las he consultado para volver a reírme con alguna de sus historias, porque la propia vida de Groucho es el combustible de sus parodias.
Cabe imaginar a los padres del clan Marx y a los cinco hermanos riendo sin parar en alguna de las incontables casas en las que vivieron huyendo de los clientes de papá Marx, el peor sastre de Brooklyn. La madre fue quien aglutinó al grupo y negoció sus primeros contratos. Por los pasillos se oye a Chico y a Harpo practicar en instrumentos desvencijados. La casa es un caos lleno de vida.
Los relatos de Groucho acerca de la crisis del 29 y la manera en que fundió sus ahorros no tienen desperdicio y están de rabiosa actualidad. "Aquello no paraba de subir, la gente se había vuelto loca, y yo también. Todos comprábamos acciones apalancados...".
He aquí un link para descargar "Groucho y yo" en formato e-pub. Aparecerá una pantalla en donde basta pulsar el botón "Download" para descargarse el archivo. En la red hay varios e-reader gratuitos que leen este formato. Espero que lo disfruten y lo compartan con los amigos "reales".
Mientras permanezcamos en este mundo absurdo, la consigna es reírse todo lo que se pueda, hacer el amor más allá de lo médicamente aconsejable, conocer mundo, encontrar actividades que nos apasionen y disfrutar al máximo. Si somos capaces de ligar algo de esto con la solidaridad o la entrega a los demás (incluyo en este capítulo la entrega a los hijos, los padres, la familia o los amigos), entonces apaga y vámonos.
Que cuando llegue la parca encuentre la maquinaria con kilómetros de más, el embrague roto, el catalizador aplastado y la ITV caducada.
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lunes, 5 de diciembre de 2011
El mudo
Roberto Díaz está en el hospital. Día gris. Su viejo está ingresado. Se juegan los minutos del descuento. No habrá prórroga.
Por la radio suena Gardel cantando "Milonga Sentimental".
Roberto le pregunta a su padre:
—¿Sabés quién canta?
—¡Gardel! ¡Qué pregunta...!— responde.
—¿Sabés quién soy yo?
—No— dice el viejo —¿Vos quién sos...?
—Tu hijo, papá.
Por la radio suena Gardel cantando "Milonga Sentimental".
Roberto le pregunta a su padre:
—¿Sabés quién canta?
—¡Gardel! ¡Qué pregunta...!— responde.
—¿Sabés quién soy yo?
—No— dice el viejo —¿Vos quién sos...?
—Tu hijo, papá.
domingo, 4 de diciembre de 2011
Se viene el frío
El río que pasa a la vera de mi puerta garantiza nieblas matutinas hasta las 11:30 como mínimo. Así que aquí estoy, intentando calentar la casa. La chimenea devora la leña casi a la misma velocidad con la que la traigo del bosque y el calor se concentra en un estrecho pasillo de cuatro metros cuadrados. El resto es SIBERIA o NUEVA ZEMBLA.
A ver... 4 de diciembre... faltan 17 días para el solsticio... fenomenal. Luego los días alciónicos, después más nieve, hielo. El día de la marmota.
Lo fantástico de este frío es que uno aprecia el sol en lo que vale. Ahora mismo, 14:56 de un domingo, tenemos un sol espléndido que invita a caminar hasta el infinito y más allá mientras Europa hace glub-glub.
Para ser feliz hace falta un fuego y una bicicleta.
A ver... 4 de diciembre... faltan 17 días para el solsticio... fenomenal. Luego los días alciónicos, después más nieve, hielo. El día de la marmota.
Lo fantástico de este frío es que uno aprecia el sol en lo que vale. Ahora mismo, 14:56 de un domingo, tenemos un sol espléndido que invita a caminar hasta el infinito y más allá mientras Europa hace glub-glub.
Para ser feliz hace falta un fuego y una bicicleta.
viernes, 2 de diciembre de 2011
Autoempleo en el final de los tiempos
Juan Antonio R. C., de 37 años, había conseguido una manera fácil y rentable de ganarse la vida. Este vecino de Vallecas (Madrid) ha sido detenido y acusado por la policía de haber robado en el último año al menos 3.000 carros de compra en distintos centros comerciales de la región que luego revendía a una chatarrería del sur de la capital, cuya propietaria y encargado también han sido detenidos. El montante de lo sustraído puede alcanzar, según los investigadores, unos 290.000 euros.
El precio de un carrito de hipermercado oscila entre los 80 y los 200 euros según su resistencia al peso, el kilo de metal para fundición se sitúa en los tres y cuatro euros y un carrito suele pesar más de 12. Las investigaciones se iniciaron por parte de la comisaría del distrito de Puente de Vallecas, en el este de la capital, al recibir diversas denuncias de supermercados y centros comerciales en las que relataban que estaban sufriendo robos de carros de manera continuada. Los agentes iniciaron una investigación y decidieron colocar un dispositivo GPS de manera aleatoria en un carro.
Una de las veces, este dispositivo de localización les llevó hasta una calle del Vallecas y, más concretamente, a una furgoneta. En su interior, hallaron dos carros listos para ser vendidos, por lo que detuvieron al propietario del vehículo. El presunto ladrón de carritos confesó que llevaba desde principios de año robándolos con una frecuencia de, al menos, dos al día.
Las pesquisas continuaron y permitieron llegar hasta la chatarrería, situada en Vicálvaro, y arrestar a la propietaria y del encargado de la empresa por un delito de receptación (comprar material robado a sabiendas). En el local se hallaron 29 carros de diversos establecimientos comerciales. Cuando adquirían los carros, los achatarraban y luego vendían este material, según la policía.
El precio de un carrito de hipermercado oscila entre los 80 y los 200 euros según su resistencia al peso, el kilo de metal para fundición se sitúa en los tres y cuatro euros y un carrito suele pesar más de 12. Las investigaciones se iniciaron por parte de la comisaría del distrito de Puente de Vallecas, en el este de la capital, al recibir diversas denuncias de supermercados y centros comerciales en las que relataban que estaban sufriendo robos de carros de manera continuada. Los agentes iniciaron una investigación y decidieron colocar un dispositivo GPS de manera aleatoria en un carro.
Una de las veces, este dispositivo de localización les llevó hasta una calle del Vallecas y, más concretamente, a una furgoneta. En su interior, hallaron dos carros listos para ser vendidos, por lo que detuvieron al propietario del vehículo. El presunto ladrón de carritos confesó que llevaba desde principios de año robándolos con una frecuencia de, al menos, dos al día.
Las pesquisas continuaron y permitieron llegar hasta la chatarrería, situada en Vicálvaro, y arrestar a la propietaria y del encargado de la empresa por un delito de receptación (comprar material robado a sabiendas). En el local se hallaron 29 carros de diversos establecimientos comerciales. Cuando adquirían los carros, los achatarraban y luego vendían este material, según la policía.
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sábado, 26 de noviembre de 2011
Merkel
Alguien debería recordarle a Ángela Merkel y compañía que el cuarenta por ciento de los pasajeros de primera clase del Titanic también se hundió con "el buque de los sueños", aquel que "ni el mismo Dios podría hundir". ¿A quién piensa vender sus productos con una población europea exhausta?
¿Dónde está el límite de la austeridad en lo que respecta al gasto público? ¿En qué momento la austeridad puede volverse contraproducente e impedir una tímida recuperación? Sin consumo esto no funciona. Resulta tan obvio como la sempiterna cantinela de contención del gasto.
¿Dónde está el límite de la austeridad en lo que respecta al gasto público? ¿En qué momento la austeridad puede volverse contraproducente e impedir una tímida recuperación? Sin consumo esto no funciona. Resulta tan obvio como la sempiterna cantinela de contención del gasto.
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miércoles, 16 de noviembre de 2011
Derecha e izquierda
¿Cuál es la diferencia entre izquierda y derecha hoy en día? ¿Tiene sentido hablar de modelos alternativos a la dictadura del mercado? ¿Qué perspectivas de futuro tiene la izquierda en la situación en que nos encontramos?
Mientras escribo estas líneas, las bolsas europeas caen por tercer día consecutivo y los gobiernos se arrodillan ante furibundos ataques especulativos. Irlanda, Portugal, Grecia, Italia... pero no sólo ellos: España, Francia, Bélgica, Austria... nadie está a salvo. Cuando los tiburones huelen la sangre atacan e intentan destazar al más débil.
A veinte años de la caída del Muro de Berlín que nos permitió ver qué era lo que había realmente en los países del llamado "socialismo real" -un desastre mayúsculo, tanto es así que después de años de hambre real, mafias de todos los colores, crecimiento negativo de la población y todo un escenario apocalíptico, NADIE en el este, exceptuando cuatro nonagenarios nostálgicos que desfilan el Día de la Victoria en la Plaza Roja, quiere regresar a los días del Imperio Soviético- cabe preguntarse sobre el papel de la izquierda. Porque nuestra izquierda, la izquierda europea, no plantea alternativa revolucionaria alguna, sino que intenta jugar aceptando las reglas del juego democrático.
El "juego democrático" quiere decir aceptar las normas que imponen los mercados que, como queda suficientemente demostrado en estos días, ponen gobiernos de rodillas, los destituyen, condenan al hambre a miles de ciudadanos, los privan de sus medios de subsistencia, de sus casas, etc.
Primera contradicción: si la izquierda de verdad pretende cambiar el orden establecido, aunque sea de forma light, es difícil hacerlo desde el "sí señor" que imponen los poderosos. La libertad no se obtiene con buenas palabras: se conquista a sangre y fuego. Así ha sido y así será por los siglos de los siglos. Ningún esclavo ha logrado la libertad por la bonhomía de su amo, sino que la ha arrancado poniéndole un cuchillo en el cuello a medianoche. Espartacos de la tierra...!
Pero el "mundo civilizado" sabe perfectamente cómo actuar en estos casos. Si los esclavos se emancipan, como ocurrió en Haití, primer país de América Latina que se liberó del yugo europeo, se les condena al aislamiento y se les deja morir lentamente. El resultado es de todos conocido: Haití es hoy el país más pobre del continente.
Llegamos entonces al problema de la izquierda socialdemócrata. ¿En qué se diferencia de la derecha si por definición acepta las reglas del juego? Esas mismas reglas del juego que hacen que la patronal y todos aquellos que tienen en sus manos el grifo del dinero estén esperando a los resultados del próximo 21 de noviembre para cambiar el paso.
Se supone que la izquierda "reparte" mejor los recursos. Pero eso genera el problema de los propios recursos. Para repartir antes habrá que generarlos. Igual arriba que abajo que diría Hermes: es como el abuelo que hace fortuna dejándose la piel, los hijos ociosos y semisubnormales, aplastados por la personalidad patológica de su progenitor, que crecen a la sombra del "gran hombre" y los nietos que terminan por dinamitarlo todo y hundir el imperio familiar ahogándolo en deudas. Asimismo, se supone que la izquierda socialdemócrata es algo más respetuosa con las libertades individuales, sobre todo en el caso de colectivos secularmente tratados con el pie por la Iglesia, las fuerzas vivas y los "biempensantes".
No obstante, la alternancia, aunque sólo sea de las caras, es uno de los elementos positivos de nuestro sistema ¿democrático? Piénsese en Cuba o en la antigua Unión Soviética. Un mismo personaje instalado en lo alto del poder durante décadas. Infalible, inefable, inengendrado, inmutable, esférico... Así Fidel Castro y Stalin, rodeados de pelotas, genuflexos, esclavos, zánganos... Una invitación al "caligulismo", la conversión del Gran Líder en algo aún peor que lo que pretendia combatir: Viva Zapata. Et pourtant... ¿cómo estabilizar una revolución sin la figura del "hombre fuerte"?
Los llamados "indignados", con su más que justificable grito de hastío colectivo, terminan por hacerle el juego a la derecha. La derecha no tiene dudas. "Sabe" lo que hay que hacer. La derecha, encarnada en personajes como Esperanza Aguirre, actúa como en tiempos de Primo de Rivera "senior". "Al alba y con viento de levante..." Cuando fuimos grandes, cuando invadimos PEREJIL.
Sin embargo, para aplicar las recetas tradicionales de la derecha, ¿quién mejor que ellos mismos? Desde un punto de vista teórico incluso estarían mejor dispuestos ante la tentación de la corrupción. No deberían tener tanta necesidad de robar: alguien ya lo hizo por ellos en generaciones anteriores. Digo teórico porque para muestra un botón (el Bigotes, Castellón, el Govern Balear, los sutiles y cultivados espíritus inmobiliarios).
Al fin y al cabo, parece ser que todo es una cuestión de técnicos. Véase Monti o Papademos. Grecia la pensante, Roma la que actuaba y extendía la civilización... qué lejanos quedan esos días. La misma distancia sideral que hay entre Adriano y Berlusconi. Un filósofo y un payaso lascivo desprovisto de cualquier clase de gracia.
Cuando las papas queman, como se dice en mi país natal, se llama a los que saben (¿quiere eso decir acaso que durante el resto del tiempo hemos estado en manos de aficionados bienintencionados? Qué miedo...) Ya no es una cuestión de talante o de ser majete. Un cirujano no es "majete". Sabe que tiene una mínima oportunidad y entra a matar. Entrar, cortar, unir, suturar y salir. Visto y no visto.
El primer gobierno Zapatero lo hizo bien en muchos terrenos y por eso repitió. Pero por entonces todos éramos ricos y los perros se ataban con longanizas. Casi cuatro años más tarde el escenario es radicalmente distinto, casi opuesto.
El segundo gobierno Zapatero ha sido una catástrofe, empezando por negar la crisis, como si la crisis fuese un estado de ánimo. El caudal de ocurrencias, los continuos cambios de rumbo. Y aún así, diríase que nuestro gobierno resulta espectacularmente inteligente y bien preparado si se lo compara con los ejecutivos de Grecia o Italia. En el país de los ciegos, ya se sabe. La cuna de la civilización se convierte en su tumba, cerrando el círculo.
Todas las encuestas -hasta las que maneja el propio PSOE- hablan de una victoria arrolladora del PP el próximo domingo. El programa del PP no es ningún misterio: basta ver lo que están haciendo sus primos en Portugal o en el Reino Unido. Recortes de todos los colores, tasas universitarias por las nubes, "economía de guerra"...
En fin. Derecha e izquierda "democráticas". Ambas sometidas a la prima de riesgo y a las veleidades de Bruselas, que habla veinte idiomas y lanza veinte mensajes diferentes.
Y los problemas siguen ahí. En la propia Europa de los 500 millones de comunitarios hay pobreza, racismo, paro galopante, insolidaridad. El PP nos propone volver a una mentalidad más campesina. Habas contadas. Tanto tengo, tanto gasto. Si sabe gestionar el resto, es decir, todo aquello que hace a las libertades individuales, dispondrá de una oportunidad de oro para homologar la derecha española y convertirla finalmente en un fuerza democrática del siglo XXI (¡por fin!)
¿Y la izquierda? Al rincón a pensar... Es el momento de reorganizar fuerzas y reelaborar el mensaje. Hace falta una nueva estrategia. Nueva de verdad. Un retorno a la ideología de base, a la protección de quienes realmente lo necesitan, pero no con un modelo de subvenciones a la vagancia o a los productos infames como ocurre con el cine español de los últimos años que, salvo contadísimas excepciones, es un insulto comparado con las obras de Víctor Erice, Berlanga o Bardem, sino educando y generando oportunidades para que la gente pueda caminar por sus propios medios. Y hacer acto de contrición (hay que ir ambientándose con el nuevo vocabulario del Opus gubernamental) por todo lo que se ha hecho mal, que es mucho y muy variado. Rubalcaba sería un presidente de lujo para España, pero lo será justamente porque nunca llegará a serlo.
Como trabajador autónomo que paga sus impuestos y que tiene derecho a pegarse un tiro en la boca cuando no encuentra trabajo nunca he entendido ese mecanismo por el cual ciertos trabajadores tienen derecho a un subsidio a cambio de no hacer nada útil, ni siquiera para ellos mismos. Sospecho que nuestro 20 por ciento de paro es más estructural que coyuntural. Lo que se ha hecho hasta ahora no sirve, no funciona. Hay que intentar otra cosa.
¿Significa esto que el domingo votaré a la derecha? ANTES MUERTO. El corazón es superior a la cabeza. Al igual que Rhett Butler en Lo que el viento se llevó, hay que estar con el perdedor. Es una cuestión de vocación.
Mientras escribo estas líneas, las bolsas europeas caen por tercer día consecutivo y los gobiernos se arrodillan ante furibundos ataques especulativos. Irlanda, Portugal, Grecia, Italia... pero no sólo ellos: España, Francia, Bélgica, Austria... nadie está a salvo. Cuando los tiburones huelen la sangre atacan e intentan destazar al más débil.
A veinte años de la caída del Muro de Berlín que nos permitió ver qué era lo que había realmente en los países del llamado "socialismo real" -un desastre mayúsculo, tanto es así que después de años de hambre real, mafias de todos los colores, crecimiento negativo de la población y todo un escenario apocalíptico, NADIE en el este, exceptuando cuatro nonagenarios nostálgicos que desfilan el Día de la Victoria en la Plaza Roja, quiere regresar a los días del Imperio Soviético- cabe preguntarse sobre el papel de la izquierda. Porque nuestra izquierda, la izquierda europea, no plantea alternativa revolucionaria alguna, sino que intenta jugar aceptando las reglas del juego democrático.
El "juego democrático" quiere decir aceptar las normas que imponen los mercados que, como queda suficientemente demostrado en estos días, ponen gobiernos de rodillas, los destituyen, condenan al hambre a miles de ciudadanos, los privan de sus medios de subsistencia, de sus casas, etc.
Primera contradicción: si la izquierda de verdad pretende cambiar el orden establecido, aunque sea de forma light, es difícil hacerlo desde el "sí señor" que imponen los poderosos. La libertad no se obtiene con buenas palabras: se conquista a sangre y fuego. Así ha sido y así será por los siglos de los siglos. Ningún esclavo ha logrado la libertad por la bonhomía de su amo, sino que la ha arrancado poniéndole un cuchillo en el cuello a medianoche. Espartacos de la tierra...!
Pero el "mundo civilizado" sabe perfectamente cómo actuar en estos casos. Si los esclavos se emancipan, como ocurrió en Haití, primer país de América Latina que se liberó del yugo europeo, se les condena al aislamiento y se les deja morir lentamente. El resultado es de todos conocido: Haití es hoy el país más pobre del continente.
Llegamos entonces al problema de la izquierda socialdemócrata. ¿En qué se diferencia de la derecha si por definición acepta las reglas del juego? Esas mismas reglas del juego que hacen que la patronal y todos aquellos que tienen en sus manos el grifo del dinero estén esperando a los resultados del próximo 21 de noviembre para cambiar el paso.
Se supone que la izquierda "reparte" mejor los recursos. Pero eso genera el problema de los propios recursos. Para repartir antes habrá que generarlos. Igual arriba que abajo que diría Hermes: es como el abuelo que hace fortuna dejándose la piel, los hijos ociosos y semisubnormales, aplastados por la personalidad patológica de su progenitor, que crecen a la sombra del "gran hombre" y los nietos que terminan por dinamitarlo todo y hundir el imperio familiar ahogándolo en deudas. Asimismo, se supone que la izquierda socialdemócrata es algo más respetuosa con las libertades individuales, sobre todo en el caso de colectivos secularmente tratados con el pie por la Iglesia, las fuerzas vivas y los "biempensantes".
No obstante, la alternancia, aunque sólo sea de las caras, es uno de los elementos positivos de nuestro sistema ¿democrático? Piénsese en Cuba o en la antigua Unión Soviética. Un mismo personaje instalado en lo alto del poder durante décadas. Infalible, inefable, inengendrado, inmutable, esférico... Así Fidel Castro y Stalin, rodeados de pelotas, genuflexos, esclavos, zánganos... Una invitación al "caligulismo", la conversión del Gran Líder en algo aún peor que lo que pretendia combatir: Viva Zapata. Et pourtant... ¿cómo estabilizar una revolución sin la figura del "hombre fuerte"?
Los llamados "indignados", con su más que justificable grito de hastío colectivo, terminan por hacerle el juego a la derecha. La derecha no tiene dudas. "Sabe" lo que hay que hacer. La derecha, encarnada en personajes como Esperanza Aguirre, actúa como en tiempos de Primo de Rivera "senior". "Al alba y con viento de levante..." Cuando fuimos grandes, cuando invadimos PEREJIL.
Sin embargo, para aplicar las recetas tradicionales de la derecha, ¿quién mejor que ellos mismos? Desde un punto de vista teórico incluso estarían mejor dispuestos ante la tentación de la corrupción. No deberían tener tanta necesidad de robar: alguien ya lo hizo por ellos en generaciones anteriores. Digo teórico porque para muestra un botón (el Bigotes, Castellón, el Govern Balear, los sutiles y cultivados espíritus inmobiliarios).
Al fin y al cabo, parece ser que todo es una cuestión de técnicos. Véase Monti o Papademos. Grecia la pensante, Roma la que actuaba y extendía la civilización... qué lejanos quedan esos días. La misma distancia sideral que hay entre Adriano y Berlusconi. Un filósofo y un payaso lascivo desprovisto de cualquier clase de gracia.
Cuando las papas queman, como se dice en mi país natal, se llama a los que saben (¿quiere eso decir acaso que durante el resto del tiempo hemos estado en manos de aficionados bienintencionados? Qué miedo...) Ya no es una cuestión de talante o de ser majete. Un cirujano no es "majete". Sabe que tiene una mínima oportunidad y entra a matar. Entrar, cortar, unir, suturar y salir. Visto y no visto.
El primer gobierno Zapatero lo hizo bien en muchos terrenos y por eso repitió. Pero por entonces todos éramos ricos y los perros se ataban con longanizas. Casi cuatro años más tarde el escenario es radicalmente distinto, casi opuesto.
El segundo gobierno Zapatero ha sido una catástrofe, empezando por negar la crisis, como si la crisis fuese un estado de ánimo. El caudal de ocurrencias, los continuos cambios de rumbo. Y aún así, diríase que nuestro gobierno resulta espectacularmente inteligente y bien preparado si se lo compara con los ejecutivos de Grecia o Italia. En el país de los ciegos, ya se sabe. La cuna de la civilización se convierte en su tumba, cerrando el círculo.
Todas las encuestas -hasta las que maneja el propio PSOE- hablan de una victoria arrolladora del PP el próximo domingo. El programa del PP no es ningún misterio: basta ver lo que están haciendo sus primos en Portugal o en el Reino Unido. Recortes de todos los colores, tasas universitarias por las nubes, "economía de guerra"...
En fin. Derecha e izquierda "democráticas". Ambas sometidas a la prima de riesgo y a las veleidades de Bruselas, que habla veinte idiomas y lanza veinte mensajes diferentes.
Y los problemas siguen ahí. En la propia Europa de los 500 millones de comunitarios hay pobreza, racismo, paro galopante, insolidaridad. El PP nos propone volver a una mentalidad más campesina. Habas contadas. Tanto tengo, tanto gasto. Si sabe gestionar el resto, es decir, todo aquello que hace a las libertades individuales, dispondrá de una oportunidad de oro para homologar la derecha española y convertirla finalmente en un fuerza democrática del siglo XXI (¡por fin!)
¿Y la izquierda? Al rincón a pensar... Es el momento de reorganizar fuerzas y reelaborar el mensaje. Hace falta una nueva estrategia. Nueva de verdad. Un retorno a la ideología de base, a la protección de quienes realmente lo necesitan, pero no con un modelo de subvenciones a la vagancia o a los productos infames como ocurre con el cine español de los últimos años que, salvo contadísimas excepciones, es un insulto comparado con las obras de Víctor Erice, Berlanga o Bardem, sino educando y generando oportunidades para que la gente pueda caminar por sus propios medios. Y hacer acto de contrición (hay que ir ambientándose con el nuevo vocabulario del Opus gubernamental) por todo lo que se ha hecho mal, que es mucho y muy variado. Rubalcaba sería un presidente de lujo para España, pero lo será justamente porque nunca llegará a serlo.
Como trabajador autónomo que paga sus impuestos y que tiene derecho a pegarse un tiro en la boca cuando no encuentra trabajo nunca he entendido ese mecanismo por el cual ciertos trabajadores tienen derecho a un subsidio a cambio de no hacer nada útil, ni siquiera para ellos mismos. Sospecho que nuestro 20 por ciento de paro es más estructural que coyuntural. Lo que se ha hecho hasta ahora no sirve, no funciona. Hay que intentar otra cosa.
¿Significa esto que el domingo votaré a la derecha? ANTES MUERTO. El corazón es superior a la cabeza. Al igual que Rhett Butler en Lo que el viento se llevó, hay que estar con el perdedor. Es una cuestión de vocación.
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martes, 15 de noviembre de 2011
¿Es que no hay nadie pilotando el avión?
Una interesante reflexión de Bárbara Ehrenreich sobre el uso y abuso de la "actitud positiva", tan de moda en tantos sitios. No se trata de ser apocalíptico, pero sí de llamar a las cosas por su nombre, algo novedoso en tiempos de corrección política y boludismo alegre.
"Si tienes cáncer y no te curas es porque no tienes una actitud positiva; si te despiden de tu trabajo y no encuentras otro es por la misma razón; si eres pobre es tu culpa, porque odias la riqueza". Bárbara Ehrenreich (Butte, Montana, 1941) es una representante clásica del pensamiento de izquierdas norteamericano y adora desmontar mitos y supercherías como las arriba señaladas. Bióloga de formación, pasó pronto a dedicarse al análisis político y a la crítica social. Es autora de más de una veintena de libros y acaba de publicar Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (Turner).
Estuvo en Barcelona y dio una conferencia en el Centro de Cultura Contemporáneo (CCCB) insistiendo en que no es cierto que el vaso siempre esté medio lleno, nunca medio vacío. Ehrenreich tuvo cáncer de mama y le irritó profundamente el activismo positivo del que se vio rodeada durante su enfermedad, y descubrió que se trataba de un auténtico movimiento social, no solo relacionado con el cáncer. Su teoría es que no es más que una treta para justificar las desigualdades.
"Me irritó mucho esta filosofía, porque básicamente suponía que yo era responsable de mi enfermedad. Cuando empecé a investigar sobre el problema de los ejecutivos que perdían su empleo me di cuenta de que era lo mismo que con el cáncer: si te han despedido es porque no tienes un pensamiento positivo, les decían, y si no encuentras trabajo es porque no has visto lo que de positivo tiene esta oportunidad. Y sobre esto se ha creado una gigantesca industria que básicamente consiste en decir que uno puede conseguirlo todo si solo cambia su manera de pensar. Es simplemente cruel decirle a alguien que ha perdido su trabajo o a quien le han diagnosticado una enfermedad importante que debe trabajar en su actitud".
En su opinión, esta filosofía también está en el origen del desbarajuste económico y financiero que ha provocado la crisis por la que atravesamos. "A principios de la década de 1980 hubo un cambio profundo en la cultura de las grandes empresas norteamericanas, consistente en abandonar la racionalidad de manera plenamente consciente. 'No queremos pensar demasiado. Un auténtico líder no tiene que pensar demasiado porque es alguien genial que debe seguir su inspiración', decían. Todo lo que hasta entonces se había hecho: analizar los riesgos y estudiar las distintas opciones ya no servía, la palabra clave era carisma: las cualidades carismáticas del líder. Sobre este principio se creó una cultura del negocio que lleva a los empleados a retiros sobre el espiritualismo de los nativos americanos...".
Para Ehrenreich, los líderes empresariales y financieros que nos han llevado a esta situación son gente que vive en otro mundo. "Cuando vales cientos de millones de dólares no ocupas el mismo mundo que la gente corriente; no vas en vuelos comerciales, usas el helicóptero en la ciudad, te alojas solo en hoteles de cinco estrellas, vives en una burbuja en la que todo lo que deseas se hace realidad. Si estás en tu casa de Palm Beach y piensas que no tienes un buen borgoña para ofrecer a tus invitados, mandas a un empleado en tu avión privado a tu casa en la Costa Este para que traiga unas cuantas cajas a tiempo para la cena. Es mágico. Porque además esta gente es más rica que nunca y tiene auténticos poderes mágicos comparado con nosotros".
Cree que las soluciones al desbarajuste no tienen por qué ser demasiado radicales y que lo que exigen los jóvenes indignados es perfectamente razonable. "No se puede tener una economía basada exclusivamente en el juego, ni tampoco es posible mantener una proporción tan alta de pobreza en la población. Está afectando profundamente al sistema. Simplemente hay que parar y razonar. ¿Cómo es posible que funcione el sistema si no hay consumidores? Se ha olvidado el principio básico de Henry Ford, que pensaba que cualquiera de sus empleados debería ser capaz de comprarse uno de sus coches para que realmente su negocio, basado en la producción en cadena, pudiera funcionar".
¿Y cómo ha sido posible llegar a este punto? ¿No hay nadie pilotando el avión? "Esto es lo que estamos descubriendo ahora", responde, "que los grandes chicos listos, los masters del universo son gente de la que es imposible fiarse, y es precisamente a ellos a quienes les dimos nuestra confianza y nuestro dinero. Por eso ahora hay este movimiento de quienes se dan cuenta de que estos tipos son unos timadores y que esto no puede continuar".
"Si tienes cáncer y no te curas es porque no tienes una actitud positiva; si te despiden de tu trabajo y no encuentras otro es por la misma razón; si eres pobre es tu culpa, porque odias la riqueza". Bárbara Ehrenreich (Butte, Montana, 1941) es una representante clásica del pensamiento de izquierdas norteamericano y adora desmontar mitos y supercherías como las arriba señaladas. Bióloga de formación, pasó pronto a dedicarse al análisis político y a la crítica social. Es autora de más de una veintena de libros y acaba de publicar Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (Turner).
Estuvo en Barcelona y dio una conferencia en el Centro de Cultura Contemporáneo (CCCB) insistiendo en que no es cierto que el vaso siempre esté medio lleno, nunca medio vacío. Ehrenreich tuvo cáncer de mama y le irritó profundamente el activismo positivo del que se vio rodeada durante su enfermedad, y descubrió que se trataba de un auténtico movimiento social, no solo relacionado con el cáncer. Su teoría es que no es más que una treta para justificar las desigualdades.
"Me irritó mucho esta filosofía, porque básicamente suponía que yo era responsable de mi enfermedad. Cuando empecé a investigar sobre el problema de los ejecutivos que perdían su empleo me di cuenta de que era lo mismo que con el cáncer: si te han despedido es porque no tienes un pensamiento positivo, les decían, y si no encuentras trabajo es porque no has visto lo que de positivo tiene esta oportunidad. Y sobre esto se ha creado una gigantesca industria que básicamente consiste en decir que uno puede conseguirlo todo si solo cambia su manera de pensar. Es simplemente cruel decirle a alguien que ha perdido su trabajo o a quien le han diagnosticado una enfermedad importante que debe trabajar en su actitud".
En su opinión, esta filosofía también está en el origen del desbarajuste económico y financiero que ha provocado la crisis por la que atravesamos. "A principios de la década de 1980 hubo un cambio profundo en la cultura de las grandes empresas norteamericanas, consistente en abandonar la racionalidad de manera plenamente consciente. 'No queremos pensar demasiado. Un auténtico líder no tiene que pensar demasiado porque es alguien genial que debe seguir su inspiración', decían. Todo lo que hasta entonces se había hecho: analizar los riesgos y estudiar las distintas opciones ya no servía, la palabra clave era carisma: las cualidades carismáticas del líder. Sobre este principio se creó una cultura del negocio que lleva a los empleados a retiros sobre el espiritualismo de los nativos americanos...".
Para Ehrenreich, los líderes empresariales y financieros que nos han llevado a esta situación son gente que vive en otro mundo. "Cuando vales cientos de millones de dólares no ocupas el mismo mundo que la gente corriente; no vas en vuelos comerciales, usas el helicóptero en la ciudad, te alojas solo en hoteles de cinco estrellas, vives en una burbuja en la que todo lo que deseas se hace realidad. Si estás en tu casa de Palm Beach y piensas que no tienes un buen borgoña para ofrecer a tus invitados, mandas a un empleado en tu avión privado a tu casa en la Costa Este para que traiga unas cuantas cajas a tiempo para la cena. Es mágico. Porque además esta gente es más rica que nunca y tiene auténticos poderes mágicos comparado con nosotros".
Cree que las soluciones al desbarajuste no tienen por qué ser demasiado radicales y que lo que exigen los jóvenes indignados es perfectamente razonable. "No se puede tener una economía basada exclusivamente en el juego, ni tampoco es posible mantener una proporción tan alta de pobreza en la población. Está afectando profundamente al sistema. Simplemente hay que parar y razonar. ¿Cómo es posible que funcione el sistema si no hay consumidores? Se ha olvidado el principio básico de Henry Ford, que pensaba que cualquiera de sus empleados debería ser capaz de comprarse uno de sus coches para que realmente su negocio, basado en la producción en cadena, pudiera funcionar".
¿Y cómo ha sido posible llegar a este punto? ¿No hay nadie pilotando el avión? "Esto es lo que estamos descubriendo ahora", responde, "que los grandes chicos listos, los masters del universo son gente de la que es imposible fiarse, y es precisamente a ellos a quienes les dimos nuestra confianza y nuestro dinero. Por eso ahora hay este movimiento de quienes se dan cuenta de que estos tipos son unos timadores y que esto no puede continuar".
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lunes, 14 de noviembre de 2011
Se acabó la crisis
La Banca Mundial ha decidido coordinar esfuerzos para acabar con la crisis financiera mundial y salvar a la población del planeta. Como muestra, he aquí este telediario. Se anuncian nuevos e inminentes proyectos para poner fin al hambre, la ignorancia, las deficiencias sanitarias y la violencia ideológica o religiosa. Nadie se quedará sin casa, y la energía y la comida serán gratis. El tiempo antes dedicado a sobrevivir se dedicará -por decreto- a pensar en el bien común. No habrá Cielo ni Infierno.
Se acabó tener miedo. Lo ha dicho el Telediario. Amar lo inverosímil es avanzar hacia el Sol.
Se acabó tener miedo. Lo ha dicho el Telediario. Amar lo inverosímil es avanzar hacia el Sol.
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viernes, 11 de noviembre de 2011
Victimas invisibles
Se habla mucho de las víctimas de la crisis económica. Albañiles, maestros, empleados del sector servicios, arquitectos... Todo eso esta muy bien, pero la gente rica también sufre. Y si se trata de ricos forjados al calor de la cultura, mucho más, ya que su adiestrada sensibilidad a golpe de palco de Ópera y happening de La Fura se subleva ante la insoportable vulgaridad de la pobreza.
Hacer colas, comprar en supermercados baratos, llevar ropa de ¡dos temporadas atrás!, no poder viajar en primera, incluso no poder viajar y tener que quedarse en alguna de sus casas. ¡Qué fastidio! Como tenían más, pues sufren más. Por eso entendemos y apoyamos la reivindicación que aparece a continuación. Al César lo que es del César. ¡Solidaridad con el Directivo caído en desgracia!
Eduardo Teddy Bautista, presidente del consejo de dirección de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) hasta el pasado 12 de julio, cuando abandonó la entidad, ha interpuesto una demanda laboral contra esta sociedad en Magistratura por despido improcedente. Bautista solicita una indemnización de 1.200.000 euros -dos años de salario-. La decisión de Bautista se estudiará hoy martes en la reunión que tiene previsto celebrar la actual comisión gestora de la sociedad.
Sabino Méndez, portavoz de la actual junta directiva de la SGAE, ha confirmado la noticia. "Hace cosa de un mes ya nos comunicó su intención de que quería hacerlo". "Le instamos a que reflexionara, algo que creemos importante sobre todo con la que está cayendo", comenta Méndez, quien pensó, como otros miembros de la junta, que Bautista lo dijo porque estaba en un momento "caliente". La decisión de Bautista le va a enfrentar a sus antiguos compañeros de la junta directiva: "No encontramos razonable que lo haga, después de todo lo que ha pasado", añade Méndez.
Bautista, que dejó su cargo tras destaparse una trama de desviación de fondos de la entidad, anunció cuando dejó su cargo que se iba "como presidente del consejo de dirección de la SGAE", pero ahora parece que ello no significó que dejara la entidad. De hecho él siguió yendo al despacho unos días y también intentó hacer uso de algunas prerrogativas que tenía en su cargo anterior. La marcha de Bautista se produjo en la primera reunión de la nueva junta directiva -salida de las elecciones del 30 de junio-. Entonces afirmó que se iba para no perjudicar a la casa.
Teddy Bautista y otras ocho personas fueron detenidas el 1 de julio en la operación policial que llevó a cabo la Guardia Civil tras un registro en la sede de la entidad en Madrid. A Bautista se le acusaba de un presunto delito de apropiación indebida en relación con una causa que investigan la Fiscalía Anticorrupción y la Audiencia Nacional. El caso, denominado Operación Saga, lo dirige el juez Pablo Ruz, titular del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.
Según el juez, Bautista "consintió e impulsó" que la supuesta trama de corrupción siguiera funcionando. Por ello se enfrenta a 10 años de prisión por supuestos delitos de apropiación indebida y de administración fraudulenta así como a un delito societario. Bautista fue músico, compositor y actor, pero dejó estas actividades para incorporarse a la sociedad de autores en 1977. En 1995 fue nombrado presidente, cargo que ha desempañado hasta que la comisión gestora lo apartó, aunque sin llegar a expulsarlo de la entidad. Desde el 3 de julio está en libertad con cargos.
Hacer colas, comprar en supermercados baratos, llevar ropa de ¡dos temporadas atrás!, no poder viajar en primera, incluso no poder viajar y tener que quedarse en alguna de sus casas. ¡Qué fastidio! Como tenían más, pues sufren más. Por eso entendemos y apoyamos la reivindicación que aparece a continuación. Al César lo que es del César. ¡Solidaridad con el Directivo caído en desgracia!
Eduardo Teddy Bautista, presidente del consejo de dirección de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) hasta el pasado 12 de julio, cuando abandonó la entidad, ha interpuesto una demanda laboral contra esta sociedad en Magistratura por despido improcedente. Bautista solicita una indemnización de 1.200.000 euros -dos años de salario-. La decisión de Bautista se estudiará hoy martes en la reunión que tiene previsto celebrar la actual comisión gestora de la sociedad.
Sabino Méndez, portavoz de la actual junta directiva de la SGAE, ha confirmado la noticia. "Hace cosa de un mes ya nos comunicó su intención de que quería hacerlo". "Le instamos a que reflexionara, algo que creemos importante sobre todo con la que está cayendo", comenta Méndez, quien pensó, como otros miembros de la junta, que Bautista lo dijo porque estaba en un momento "caliente". La decisión de Bautista le va a enfrentar a sus antiguos compañeros de la junta directiva: "No encontramos razonable que lo haga, después de todo lo que ha pasado", añade Méndez.
Bautista, que dejó su cargo tras destaparse una trama de desviación de fondos de la entidad, anunció cuando dejó su cargo que se iba "como presidente del consejo de dirección de la SGAE", pero ahora parece que ello no significó que dejara la entidad. De hecho él siguió yendo al despacho unos días y también intentó hacer uso de algunas prerrogativas que tenía en su cargo anterior. La marcha de Bautista se produjo en la primera reunión de la nueva junta directiva -salida de las elecciones del 30 de junio-. Entonces afirmó que se iba para no perjudicar a la casa.
Teddy Bautista y otras ocho personas fueron detenidas el 1 de julio en la operación policial que llevó a cabo la Guardia Civil tras un registro en la sede de la entidad en Madrid. A Bautista se le acusaba de un presunto delito de apropiación indebida en relación con una causa que investigan la Fiscalía Anticorrupción y la Audiencia Nacional. El caso, denominado Operación Saga, lo dirige el juez Pablo Ruz, titular del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.
Según el juez, Bautista "consintió e impulsó" que la supuesta trama de corrupción siguiera funcionando. Por ello se enfrenta a 10 años de prisión por supuestos delitos de apropiación indebida y de administración fraudulenta así como a un delito societario. Bautista fue músico, compositor y actor, pero dejó estas actividades para incorporarse a la sociedad de autores en 1977. En 1995 fue nombrado presidente, cargo que ha desempañado hasta que la comisión gestora lo apartó, aunque sin llegar a expulsarlo de la entidad. Desde el 3 de julio está en libertad con cargos.
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viernes, 4 de noviembre de 2011
La clave está en Arteria
He aquí lo que publica la prensa sobre Arteria, el gigantesco proyecto de Teddy Bautista, antiguo mandatario de la SGAE que hoy está siendo investigado por la justicia española.
Arteria, la sociedad de la SGAE responsable de su ambiciosa red de teatros, es el nuevo objetivo de las investigaciones del juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz y de la Fiscalía Anticorrupción. Al parecer, la aparición de un denunciante que aportó datos incriminatorios y creíbles sobre irregularidades en la gestión de Arteria fue la razón por la que el magistrado decidió abrir una pieza separada y secreta.
Con esta decisión se cumplen las previsiones, adelantadas por ABC en su momento, en el sentido de que las irregularidades detectadas en la SDAE no eran sino la punta del iceberg de lo que ha estado ocurriendo en los últimos años en la Sociedad General de Autores y Editores. «Arteria, al menos en cuanto a volumen de dinero que se ha movido, es mucho más importante que lo que se había investigado hasta ahora», sostienen las fuentes consultadas. Y añaden: «A medida que avanza el análisis de la investigación intervenida se ve que es toda, o muy buena parte de la SGAE, la afectada por las irregularidades. Se ha actuado durante muchos años con impunidad y nadie ha ejercido el mínimo control externo, a pesar de que el Estado había delegado en ella una de sus funciones, como es la recaudación de una tasa».
Precios fuera de mercado
Sobre Arteria, lo primero que resulta extraño es su propia existencia: «Es llamativo que una sociedad que gestiona derechos de autor tenga que tener una red de teatros propia, pagada con el dinero de sus asociados», sostienen las fuentes consultadas. Pero este asunto, sin duda discutible, se complica aún más si, como parece, se han producido desviaciones injustificadas y millonarias de los presupuestos de espacios escénicos adquiridos por la SGAE: «Según los primeros indicios disponibles, que habrá que confirmar con la investigacíón abierta, se han hecho pagos por trabajos a un precio claramente fuera de mercado; se han modificado proyectos que han encarecido obras de forma significativa y sin una razón clara para ello, y se ha beneficiado a empresas que podrían estar relacionadas directa o indirectamente con responsables de la sociedad de autores». Pero no solo se habrían beneficiado empresas implicadas en los proyectos, sino también algunas que recibían importantes concesiones.
La situación es especialmente preocupante porque «el dinero que se ha movido, y el que presuntamente ha llegado a manos de los sospechosos es muy superior al que se detectó en la operación del 1 de julio de este año que afectaba a la Sociedad Digital de Autores y Editores (SDAE)».
En realidad, lo que se cocía en Arteria —como sucedía en el caso de la SDAE— corría de boca en boca entre quienes se mueven en esos ambientes. Sin embargo, hasta ahora no se disponía de una denuncia formal con datos concretos con los que poder abrir una investigación con visos de tener resultados positivos.
La SGAE de Teddy Bautista tenía entre sus objetivos crear la mayor red de espacios multifuncionales en torno a la sociedad Arteria Promociones Culturales, fundada hace doce años. Los fondos para su puesta en marcha y consolidación eran transferidos desde la propia SGAE a través de la Fundación Autor y de la asunción, por parte de la fundación, de una deuda financiera superior a los cien millones de euros.
Entre los objetivos de Arteria estaba convertirse en la mayor red iberoamericana de espacios escénicos y para lograrlo gastó más de 400 millones de euros. Con ellos se han comprado suelos, edificios, empresas inmobiliarias, se han pagado cánones municipales y ejecutado las obras de los proyectos. Entre sus operaciones, que comenzaron en 2002, destaca la compra del cine California, en la calle de Andrés Mellado de Madrid, y de algunas inmobiliarias.
Concesiones municipales
En la mayoría de los casos, Arteria hizo las adquisiciones a través de concesiones municipales, con el pago de un canon anual y la financiación compartida de las obras con las Administraciones, como sucedió con el teatro Campos Elíseos de Bilbao, que requirió de 23,4 millones, o con otro en Barcelona, cuya remodelación costó 12 millones.
Además, la red Arteria se completa, entre otras instalaciones, con una sala en Santiago de Compostela, el teatro Häagen-Dazs Calderón, en Madrid, el Manhattan Center de Nueva York, el Metropolitan de Buenos Aires y La Casona en México. Y aún hay proyectos en México y Buenos Aires, y un auditorio en la isla de la Cartuja de Sevilla, que ha requerido de más de 60 millones. Su finalización está pendiente de demandas tras la renuncia del arquitecto Santiago Fajardo.
«En cualquier caso, aún se está al principio de esta investigación», subrayan las fuentes consultadas, que consideran que «lo lógico es que, salvo que se encuentren pruebas claras pronto en la documentación disponible, no haya resultados a corto plazo». Hay que tener en cuenta además que la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil aún tiene que analizar todo lo intervenido en los registros de la operación de julio.
Cultura, ahora, sí hace preguntas
Una de las cosas que más llaman la atención en el «caso SGAE» es cómo el Ministerio de Cultura no ha ejercido ningún control sobre la SGAE, a pesar de que se les ha cedido una de sus atribuciones, como es la de cobrar tasas. Pues bien, según las fuentes consultadas la actitud del ministerio ha cambiado y ha comenzado a pedir documentación a la Sociedad General de Autores y Editores. Paralelamente, también se ha producido un cambio en el seno de la SGAE, que ha comenzado a atender algunas de las peticiones de los encargados del caso.
Lo que sí ha llamado la atención es la actitud de dos de los miembros de los actuales responsables de la sociedad general de autores sobre la demanda presentada por Teddy Bautista en la que pide 1.200.000 euros por despido improcedente. Esas dos personas, una de ellas Caco Senante, se mostraron a favor de pagar esa cantidad a su antiguo jefe. «Resulta curioso que dos de los que en principio estarían entre los perjudicados por la gestión de Bautista, que está acusado entre otros cargos de apropiación indebida, quieran ahora que la SGAE le pague ese dinero».
Arteria, la sociedad de la SGAE responsable de su ambiciosa red de teatros, es el nuevo objetivo de las investigaciones del juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz y de la Fiscalía Anticorrupción. Al parecer, la aparición de un denunciante que aportó datos incriminatorios y creíbles sobre irregularidades en la gestión de Arteria fue la razón por la que el magistrado decidió abrir una pieza separada y secreta.
Con esta decisión se cumplen las previsiones, adelantadas por ABC en su momento, en el sentido de que las irregularidades detectadas en la SDAE no eran sino la punta del iceberg de lo que ha estado ocurriendo en los últimos años en la Sociedad General de Autores y Editores. «Arteria, al menos en cuanto a volumen de dinero que se ha movido, es mucho más importante que lo que se había investigado hasta ahora», sostienen las fuentes consultadas. Y añaden: «A medida que avanza el análisis de la investigación intervenida se ve que es toda, o muy buena parte de la SGAE, la afectada por las irregularidades. Se ha actuado durante muchos años con impunidad y nadie ha ejercido el mínimo control externo, a pesar de que el Estado había delegado en ella una de sus funciones, como es la recaudación de una tasa».
Precios fuera de mercado
Sobre Arteria, lo primero que resulta extraño es su propia existencia: «Es llamativo que una sociedad que gestiona derechos de autor tenga que tener una red de teatros propia, pagada con el dinero de sus asociados», sostienen las fuentes consultadas. Pero este asunto, sin duda discutible, se complica aún más si, como parece, se han producido desviaciones injustificadas y millonarias de los presupuestos de espacios escénicos adquiridos por la SGAE: «Según los primeros indicios disponibles, que habrá que confirmar con la investigacíón abierta, se han hecho pagos por trabajos a un precio claramente fuera de mercado; se han modificado proyectos que han encarecido obras de forma significativa y sin una razón clara para ello, y se ha beneficiado a empresas que podrían estar relacionadas directa o indirectamente con responsables de la sociedad de autores». Pero no solo se habrían beneficiado empresas implicadas en los proyectos, sino también algunas que recibían importantes concesiones.
La situación es especialmente preocupante porque «el dinero que se ha movido, y el que presuntamente ha llegado a manos de los sospechosos es muy superior al que se detectó en la operación del 1 de julio de este año que afectaba a la Sociedad Digital de Autores y Editores (SDAE)».
En realidad, lo que se cocía en Arteria —como sucedía en el caso de la SDAE— corría de boca en boca entre quienes se mueven en esos ambientes. Sin embargo, hasta ahora no se disponía de una denuncia formal con datos concretos con los que poder abrir una investigación con visos de tener resultados positivos.
La SGAE de Teddy Bautista tenía entre sus objetivos crear la mayor red de espacios multifuncionales en torno a la sociedad Arteria Promociones Culturales, fundada hace doce años. Los fondos para su puesta en marcha y consolidación eran transferidos desde la propia SGAE a través de la Fundación Autor y de la asunción, por parte de la fundación, de una deuda financiera superior a los cien millones de euros.
Entre los objetivos de Arteria estaba convertirse en la mayor red iberoamericana de espacios escénicos y para lograrlo gastó más de 400 millones de euros. Con ellos se han comprado suelos, edificios, empresas inmobiliarias, se han pagado cánones municipales y ejecutado las obras de los proyectos. Entre sus operaciones, que comenzaron en 2002, destaca la compra del cine California, en la calle de Andrés Mellado de Madrid, y de algunas inmobiliarias.
Concesiones municipales
En la mayoría de los casos, Arteria hizo las adquisiciones a través de concesiones municipales, con el pago de un canon anual y la financiación compartida de las obras con las Administraciones, como sucedió con el teatro Campos Elíseos de Bilbao, que requirió de 23,4 millones, o con otro en Barcelona, cuya remodelación costó 12 millones.
Además, la red Arteria se completa, entre otras instalaciones, con una sala en Santiago de Compostela, el teatro Häagen-Dazs Calderón, en Madrid, el Manhattan Center de Nueva York, el Metropolitan de Buenos Aires y La Casona en México. Y aún hay proyectos en México y Buenos Aires, y un auditorio en la isla de la Cartuja de Sevilla, que ha requerido de más de 60 millones. Su finalización está pendiente de demandas tras la renuncia del arquitecto Santiago Fajardo.
«En cualquier caso, aún se está al principio de esta investigación», subrayan las fuentes consultadas, que consideran que «lo lógico es que, salvo que se encuentren pruebas claras pronto en la documentación disponible, no haya resultados a corto plazo». Hay que tener en cuenta además que la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil aún tiene que analizar todo lo intervenido en los registros de la operación de julio.
Cultura, ahora, sí hace preguntas
Una de las cosas que más llaman la atención en el «caso SGAE» es cómo el Ministerio de Cultura no ha ejercido ningún control sobre la SGAE, a pesar de que se les ha cedido una de sus atribuciones, como es la de cobrar tasas. Pues bien, según las fuentes consultadas la actitud del ministerio ha cambiado y ha comenzado a pedir documentación a la Sociedad General de Autores y Editores. Paralelamente, también se ha producido un cambio en el seno de la SGAE, que ha comenzado a atender algunas de las peticiones de los encargados del caso.
Lo que sí ha llamado la atención es la actitud de dos de los miembros de los actuales responsables de la sociedad general de autores sobre la demanda presentada por Teddy Bautista en la que pide 1.200.000 euros por despido improcedente. Esas dos personas, una de ellas Caco Senante, se mostraron a favor de pagar esa cantidad a su antiguo jefe. «Resulta curioso que dos de los que en principio estarían entre los perjudicados por la gestión de Bautista, que está acusado entre otros cargos de apropiación indebida, quieran ahora que la SGAE le pague ese dinero».
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jueves, 3 de noviembre de 2011
viernes, 28 de octubre de 2011
martes, 25 de octubre de 2011
En el jardín de Epicuro
Hoy ha sido un día grandioso. Primera tormenta de otoño. El cielo gris, viento del noroeste y una lluvia pertinaz. Una luz acerada propia de dias alciónicos. Un viento como de Maelstrom.
Desde mi ventana, el faro del fin del mundo.
Trabajé durante todo el día y hacia la hora del crepúsculo la lluvia cesó y se abrieron los cielos, dejando paso a unas estrellas que parecían recién creadas.
Salí a recorrer los campos mojados, respirando un aire perfumado, cargado de buenos presagios. Eché en falta a mi viejo perro Fidel y una pipa con tabaco del que fumaba mi padre. Volví a casa, encendí el fuego y cené sopa de pescado con arroz.
Es medianoche. Escribo desde mi estudio. Me acompaña un plato de nueces recolectadas en las orillas del Tajuña y un vaso de whisky. Va por ustedes...
Suenan los tangos de Roberto Goyeneche: otro que cada día canta mejor.
Trabajaré toda la noche.
La muerte no nos concierne, afirmaba Epicuro. Mientras existimos , ella no está presente. Y cuando llega la muerte nosotros ya no somos.
Que así sea.
Desde mi ventana, el faro del fin del mundo.
Trabajé durante todo el día y hacia la hora del crepúsculo la lluvia cesó y se abrieron los cielos, dejando paso a unas estrellas que parecían recién creadas.
Salí a recorrer los campos mojados, respirando un aire perfumado, cargado de buenos presagios. Eché en falta a mi viejo perro Fidel y una pipa con tabaco del que fumaba mi padre. Volví a casa, encendí el fuego y cené sopa de pescado con arroz.
Es medianoche. Escribo desde mi estudio. Me acompaña un plato de nueces recolectadas en las orillas del Tajuña y un vaso de whisky. Va por ustedes...
Suenan los tangos de Roberto Goyeneche: otro que cada día canta mejor.
Trabajaré toda la noche.
La muerte no nos concierne, afirmaba Epicuro. Mientras existimos , ella no está presente. Y cuando llega la muerte nosotros ya no somos.
Que así sea.
martes, 18 de octubre de 2011
Mi tío José
Llevo demasiados días encerrado resolviendo cuestiones alimenticias. Luz al final del túnel: un proyecto de tango junto al inefable Doctor Cohen. Somos como los siete locos de Roberto Arlt pero en dos.
En medio de la vorágine de noches sin dormir escribe mi hermano. Casi simultáneamente llega la noticia de que le han detectado un cáncer de páncreas a mi tío José, la noticia de la metástasis y la noticia de su muerte. Tal cual.
Mi padre, que quería mucho a mi tío José, está realmente afectado. Nosotros, también. Porque José Aisenberg era un gran tipo, una persona que te hacía sentir bien y que siempre estaba al quite.
Descansa en paz, viejo y querido tío. Un abrazo al otro lado de la Estigia.
En medio de la vorágine de noches sin dormir escribe mi hermano. Casi simultáneamente llega la noticia de que le han detectado un cáncer de páncreas a mi tío José, la noticia de la metástasis y la noticia de su muerte. Tal cual.
Mi padre, que quería mucho a mi tío José, está realmente afectado. Nosotros, también. Porque José Aisenberg era un gran tipo, una persona que te hacía sentir bien y que siempre estaba al quite.
Descansa en paz, viejo y querido tío. Un abrazo al otro lado de la Estigia.
sábado, 15 de octubre de 2011
jueves, 13 de octubre de 2011
Spain, zero points
No tenía ni idea de que Steve Jobs y Zapatero eran familiares. Es mejor no ahondar en la cuestión del reparto genético. Lo hablamos en otro momento.
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miércoles, 12 de octubre de 2011
Marmitako
Ahora que empiezan los fríos nocturnos nada mejor que un buen marmitako. Anoche preparé uno "con todo mi joven" como dicen en México y creo que mi calificación como cocinero ha pasado de "progresa adecuadamente" a "notable". Como siempre cocino acordándome de Obelix hoy sobró guisado y caldo. 14:30 y se me hace la boca agua.
Acaba de llamar Iván, el hijo pródigo. "Casualmente" andaba por aquí, "casualmente" a la hora de comer. Ahh... qué importa! Un padre puede con diez hijos (y diez hijos no pueden con un padre...).
Muy bíblico hoy. Empiezo a parecerme a Simeón el Estagirita, cuarenta años en lo alto de una columna. Después de todo, estoy relativamente cerca de Calanda, patria chica de Buñuel.
Acaba de llamar Iván, el hijo pródigo. "Casualmente" andaba por aquí, "casualmente" a la hora de comer. Ahh... qué importa! Un padre puede con diez hijos (y diez hijos no pueden con un padre...).
Muy bíblico hoy. Empiezo a parecerme a Simeón el Estagirita, cuarenta años en lo alto de una columna. Después de todo, estoy relativamente cerca de Calanda, patria chica de Buñuel.
martes, 11 de octubre de 2011
Para hacer bien el amor hay que venir al sur
Islandia juzga y encarcela a sus banqueros, responsables directos de esta crisis generada en despachos. Nosotros no. Nosotros damos a nuestros banqueros una pensión de órdago que sale del dinero que hemos puesto todos -nadie nos preguntó, pero apuesta tu vida a que has puesto dinero sí o sí- para salvar las entidades que ellos mismos han llevado a la ruina. Nosotros somos así.
Así de cojonudos. ¿Otra copita?
Así de cojonudos. ¿Otra copita?
lunes, 10 de octubre de 2011
Gotán
Día de tango y farra en casa del Doctor Cohen. Al estilo pampeano: asado desde el mediodía y trasnoche con lo que sobró (que está aún mejor). Así que hoy lunes estoy para el arrastre.
Rafael Amor, René Farías, David Cohen y el que suscribe a la guitarra y el bandoneón. Nos lo cantamos todo y nos cagamos de risa haciéndole todo tipo de cargadas musicales al que se arrancaba a cantar (le cambiábamos la tonalidad, metíamos arreglos absurdos, parábamos en medio de una pieza para reírnos a gusto, etc.).
La comida estaba exquisita -Nieves es una anfitriona de primera, la carne estaba en su punto pero es que había una camión container de bombas de dulce de leche ¿por qué me hacen eso?- y había un montón de minas de allende los mares que nos escuchaban extasiadas como si estuviéramos en una peña de San Telmo. Ni siquiera necesitábamos beber alcohol: bastaba dos por cuatro. Por qué carajo no se puede vivir siempre así y hay que darle bola a laburos alimenticios y perder el tiempo con gente hiperpelotuda. Es un misterio. El gran misterio de la vida.
¿Cómo era...? "Ganarás el pan con el horror en tu mente". Estupendo. Planazo.
A partir de los cuarenta uno está obligado a hacer inventario: hay que soltar lastre. Es preciso elegir cuidadosamente las cosas ciertas que te van a acompañar el resto de la vida, sea larga o corta. El tango y todo lo que se mueve alrededor de la música ciudadana de mi ciudad natal es algo a conservar en la mochila. En momentos de incertidumbre, de duda existencial, bien cabe enarbolar el grito de guerra de Julio Sosa al salir de los teatros:
"Che... los que estén con nosotros, que se vengan... ¡¡Están todos invitados!! Y los demás... que se vayan a la recontrarrepmqlrrmrreparió...!"
Rafael Amor, René Farías, David Cohen y el que suscribe a la guitarra y el bandoneón. Nos lo cantamos todo y nos cagamos de risa haciéndole todo tipo de cargadas musicales al que se arrancaba a cantar (le cambiábamos la tonalidad, metíamos arreglos absurdos, parábamos en medio de una pieza para reírnos a gusto, etc.).
La comida estaba exquisita -Nieves es una anfitriona de primera, la carne estaba en su punto pero es que había una camión container de bombas de dulce de leche ¿por qué me hacen eso?- y había un montón de minas de allende los mares que nos escuchaban extasiadas como si estuviéramos en una peña de San Telmo. Ni siquiera necesitábamos beber alcohol: bastaba dos por cuatro. Por qué carajo no se puede vivir siempre así y hay que darle bola a laburos alimenticios y perder el tiempo con gente hiperpelotuda. Es un misterio. El gran misterio de la vida.
¿Cómo era...? "Ganarás el pan con el horror en tu mente". Estupendo. Planazo.
A partir de los cuarenta uno está obligado a hacer inventario: hay que soltar lastre. Es preciso elegir cuidadosamente las cosas ciertas que te van a acompañar el resto de la vida, sea larga o corta. El tango y todo lo que se mueve alrededor de la música ciudadana de mi ciudad natal es algo a conservar en la mochila. En momentos de incertidumbre, de duda existencial, bien cabe enarbolar el grito de guerra de Julio Sosa al salir de los teatros:
"Che... los que estén con nosotros, que se vengan... ¡¡Están todos invitados!! Y los demás... que se vayan a la recontrarrepmqlrrmrreparió...!"
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jueves, 6 de octubre de 2011
La era de la comunicación
Yo digo A, tú entiendes Z. You say "Yes", I say "No", You say "Why?" and I say "I don't know". Confirmado: en tu planeta hay vida. La tuya. Si hablamos de tus cosas me prestas atención. Sólo entonces. Si voy a decir algo que sale directamente del corazón suena tu teléfono, tu "teléfono inteligente". Si una conversación alcanza un punto álgido de sinceridad, se trata de evitarla. Es mejor hablar del tiempo.
¿Qué es ese olor? Sí... ese olor acre a mendacidad...
Podíamos haber soñado el mundo entero, pero justo esa noche jugaba el Barcelona de Messi, o estabas cansada o vaya a saber dónde estabas. Podíamos habernos hecho uno, pero justo salía tu enésimo vuelo hacia no se sabe qué aeropuerto en el que te estabas esperando a ti misma como único comité de recepción, con gominolas, espantasuegras y narices de payaso.
Podíamos haber navegado los siete mares, pero la piedra pudo más. Siempre puede más.
Piedra contra piedra, polvo, sudor y hierro. Y luego más polvo.
Piedra eres y en piedra te convertirás. Resinas epoxicas, siliconas que aíslan el corazón. Dobles, triples cristales a prueba de lágrimas. Cuentas de resultados, cartas de satisfacción del cliente. Cámaras acorazadas. Hormigón para desayunar, para comer y para cenar. Si te despiertas a medianoche: más hormigón aderezado con microcemento blanco.
No siento nada. Ya no. Espera. Ahora sí. Una miaja.
¿Qué es ese olor? Sí... ese olor acre a mendacidad...
Podíamos haber soñado el mundo entero, pero justo esa noche jugaba el Barcelona de Messi, o estabas cansada o vaya a saber dónde estabas. Podíamos habernos hecho uno, pero justo salía tu enésimo vuelo hacia no se sabe qué aeropuerto en el que te estabas esperando a ti misma como único comité de recepción, con gominolas, espantasuegras y narices de payaso.
Podíamos haber navegado los siete mares, pero la piedra pudo más. Siempre puede más.
Piedra contra piedra, polvo, sudor y hierro. Y luego más polvo.
Piedra eres y en piedra te convertirás. Resinas epoxicas, siliconas que aíslan el corazón. Dobles, triples cristales a prueba de lágrimas. Cuentas de resultados, cartas de satisfacción del cliente. Cámaras acorazadas. Hormigón para desayunar, para comer y para cenar. Si te despiertas a medianoche: más hormigón aderezado con microcemento blanco.
No siento nada. Ya no. Espera. Ahora sí. Una miaja.
miércoles, 5 de octubre de 2011
Lejana y sola
Para curar las heridas del alma he escogido un valle. Por las mañanas salgo a pescar. Las noches las paso enredado en lo que pudo haber sido.
En mi lanza tengo mi vino de Ismaro y mi pan ácimo.
Bebo apoyado en mi lanza.
No nos une el amor, sino el espanto
será por eso que la quiero tanto...
En mi lanza tengo mi vino de Ismaro y mi pan ácimo.
Bebo apoyado en mi lanza.
No nos une el amor, sino el espanto
será por eso que la quiero tanto...
jueves, 29 de septiembre de 2011
El puñal del marino
Me dejo ir. Este valle de girasoles negros camina hacia el mar. Arena en los ojos. Viento de levante. Ancla extraviada y vuelta a encontrar.
martes, 27 de septiembre de 2011
Trotsky on my mind
En un ataque de honestidad brutal, Alessio Rastani, un repeinado agente de bolsa independiente, se regocija ante los medios de comunicación declarando que "la crisis es un sueño hecho realidad para aquellos que quieren hacer dinero".
Cuanto peor, mejor. Si los países se estrellan y las bolsas colapsan hay una serie de individuos que se harán inmensamente ricos. Se trata de los que juegan a la baja. A esta gente, a estos fondos de inversión, les interesa que todo vaya mal y harán todo lo posible para asegurarse de que así sea (que les recontra, mamones!). Unido a los paraísos fiscales y al doble rasero para ricos y pobres, ya tenemos un cuadro general de cómo funciona esto que hemos dado en llamar "mundo occidental". El paraíso de la ética y el amor al prójimo.
En una entrevista de poco más de tres minutos, el 'trader' rompe cualquier expectativa de recuperación. "El fondo de rescate no va a funcionar y el euro se va a estrellar, porque los mercados se rigen ahora por el miedo", aunque lejos de preocuparle, Rastani asegura que una nueva recesión es el mejor momento para conseguir beneficios. "Nuestro trabajo es hacer dinero con toda esta situación. He estado soñando con esto durante tres años. Tengo una confesión. Me voy a la cama cada noche y sueño con otra recesión, sueño con un momento como este", apunta.
El agente bursátil va más lejos y se atreve a dar su particular receta del éxito. "Cuando el mercado se venga abajo, si sabe lo que hacer, si tiene el plan correcto, puede hacer mucho dinero". Por ello, continúa, "estén preparados y actúen ahora". El mayor error que se puede cometer, a su juicio, es "no hacer nada".
Rastani hace también una previsión de lo que puede pasar a corto plazo. "En menos de 12 meses, los ahorros de millones de personas se desvanecerán", asegura, sin que los gobiernos ni los organismos internacionales puedan hacer nada para remediarlo. Y es que el 'trader', en un alarde de sinceridad, pone sobre la mesa una realidad cada vez más difícil de disimular: "Los líderes políticos no gobiernan el mundo. Goldman Sachs gobierna el mundo" y todos estamos en sus manos.
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lunes, 26 de septiembre de 2011
Solamente ella
►♫ Canta el Polaco Goyeneche
Música: Lucio Demare
Letra: Homero Manzi
Ella vino una tarde y era triste
fantasma de silencio y de canción,
llegaba desde un mundo que no existe.
Vacío de esperanza el corazón.
Era nube, sin rumbo ni destino,
tenía la ternura del adiós.
Mi paso la siguió por cien caminos
y un día mi fatiga la alcanzó.
Ella,
piel de sombra, voz ausente.
Ella, en mis brazos se durmió.
Juntos, sin saberlo torpemente,
aprendimos duramente
las verdades del amor.
Ella, floreció bajo la luna.
Ella, renació para mi afán.
Juntos, sin angustias, sin reproche,
sin pasado, noche a noche,
aprendimos a soñar.
Sus palabras que estaban ateridas.
Entonces se encendieron de emoción.
Con fuego de mi amor volvió a la vida,
la que era sólo el eco de un adiós.
Ella vino a mi mano en el invierno,
vacío de esperanza el corazón.
Hoy vive entre mis sueños y es eterno
su sueño de mujer y de canción.
Música: Lucio Demare
Letra: Homero Manzi
Ella vino una tarde y era triste
fantasma de silencio y de canción,
llegaba desde un mundo que no existe.
Vacío de esperanza el corazón.
Era nube, sin rumbo ni destino,
tenía la ternura del adiós.
Mi paso la siguió por cien caminos
y un día mi fatiga la alcanzó.
Ella,
piel de sombra, voz ausente.
Ella, en mis brazos se durmió.
Juntos, sin saberlo torpemente,
aprendimos duramente
las verdades del amor.
Ella, floreció bajo la luna.
Ella, renació para mi afán.
Juntos, sin angustias, sin reproche,
sin pasado, noche a noche,
aprendimos a soñar.
Sus palabras que estaban ateridas.
Entonces se encendieron de emoción.
Con fuego de mi amor volvió a la vida,
la que era sólo el eco de un adiós.
Ella vino a mi mano en el invierno,
vacío de esperanza el corazón.
Hoy vive entre mis sueños y es eterno
su sueño de mujer y de canción.
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viernes, 23 de septiembre de 2011
Cesária Évora
La cantante de Cabo Verde Cesária Évora, de 70 años, ha anunciado a su llegada a París en "un estado de debilidad", que pone fin a su carrera discográfica, recoge France Presse de un comunicado. Évora no actuará en los conciertos programados las próximas semanas.
Para aquellos que no la conozcan, ella suena a tierra volcánica, a malvasía, a bailar en la praia hasta que salga el sol...
http://www.youtube.com/watch?v=RhwmyfFpmLs
Para aquellos que no la conozcan, ella suena a tierra volcánica, a malvasía, a bailar en la praia hasta que salga el sol...
http://www.youtube.com/watch?v=RhwmyfFpmLs
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jueves, 22 de septiembre de 2011
La SGAE que no cesa
El caso SGAE continúa. Ahora, Bautista declara que "no tiene relación personal con Neri". Ya se anuncia que la sociedad se va a desprender de todos sus teatros y de sus muchas posesiones inmobiliarias. El pasado día 20 de septiembre se ha elegido una nueva Junta compuesta por 15 socios (entre los cuales están Víctor Manuel y Sisa, miembros de la candidatura de Bautista en las elecciones de julio que el juez considera cuando menos "dudosas"). Todo huele a arreglo pactado. Todo ha de cambiar para que todo siga igual.
Hoy publica El País una interesante nota sobre los tejemanejes de estos buscones cibernéticos. Muy, muy patético. El artículo arranca con una conversación telefónica intervenida.
Me parece peligrosísimo que al Deloitte ese le den toda la información de la contabilidad de la Sociedad General de Autores.
-¿Qué peligro ves?
-A un auditor no le hemos dado nuestros datos, ¿tú sabes lo que hay ahí? A un auditor que pide el mayor, le das el mayor. Ya puede estar dando vueltas como un loco. Como le hemos hecho a Hacienda. ¿Sabes lo que es tener todos los datos, todos, y cargarlos en un sistema aparte? ¿Tú sabes exactamente cuáles son todas las cosas que tienes ahí metidas?
El extracto de la conversación, interceptada a dos de los imputados en el sumario de la Operación Saga (que terminó con la imputación del presidente de la SGAE, Teddy Bautista y tres directivos más), el director financiero de la SGAE Ricardo Azcoaga y el director general de su filial digital, la SDAE, José Luis Rodríguez Neri, refleja la opacidad con la que se gestionaban las cuentas de la entidad.
Neri fue adquiriendo con los años un papel cada vez más relevante. En su declaración ante el juez, Bautista se desmarca de él asegurando que no mantienen una relación personal y que "en ningún caso" fue él quien le introdujo en la sociedad. Pero Neri, a quien en el sumario algunos definen como un outsider y otros como "muy autoritario", le contradice y en su declaración asegura que le contrató Bautista.
Es mentira que sepa lo que quiero,
es mentira que cante por cantar,
es mentira que sea mejor torero
con toros de verdad.
Es mentira que no tenga ambiciones,
es mentira que crezca mi nariz,
es mentira que escribo las canciones
de amor pensando en ti.
Te digo que... es mentira
que fui ladrón de bancos,
es mentira que no lo vuelva a ser,
es mentira que nos quisimos tanto
parece que fue ayer.
Te juro que... es mentira
los Reyes son los padres,
es mentira que ha muerto el rocanrol;
es mentira que sepan a vinagre
los besos sin amor.
El sumario de 18 tomos del caso que instruye el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz le señala como el arquitecto que, desde su cargo de director general de la SDAE, diseñó una estructura para contratar con empresas a las que él mismo estaba ligado. Microgénesis, la compañía que él había fundado años antes, era la única prestadora de servicios a la SGAE. Tal era el grado de vinculación que en su caja fuerte guardaban un cheque en blanco firmado por Neri en nombre de la SDAE, según la investigación.
La empresa de Neri era considerada casi como una estructura más de la SGAE a tenor de la declaración ante el juez de Teddy Bautista, que llega a decir que Neri actuaba "como Microgénesis" y habla de que había que reubicar al personal de la SDAE (cuyo único empleado era Neri) confundiéndolo con Microgénesis.
Según el informe de la Intervención General de la Administración incluido en el sumario, mientras la empresa que dirigía oficialmente Neri (la SDAE), y por la que cobraba un sueldo de más de 300.000 euros, llegó a perder de 2003 a 2006 casi cinco millones de euros, el entramado de firmas con las que le relaciona la Guardia Civil no paraba de incrementar sus beneficios.
Natalia Gómez de Enterría era la directora de recursos humanos de la SGAE. Conocía a Neri. En una ocasión, Bautista le pidió datos sobre el sueldo que cobraba el director de la SDAE, pero según consta en el informe le exigió que no le proporcionase información sobre el asunto por correo electrónico, y que lo hiciera solo con una nota manuscrita, que el juez mostró a Bautista durante su declaración y en la que el magistrado le da a entender que conocía una de las tretas de Neri para hinchar sus emolumentos. Porque la directora de Recursos Humanos descubrió que Neri cobraba labores de consultoría que nunca llegó a realizar a través de una empresa de su propiedad llamada Hipotálamo. Ante la Guardia Civil recordó una amenaza que había recibido una vez que se negó a contratar a varias personas que Neri le exigió para la deficitaria SDAE. Casualmente eran empleados de Microgénesis (la empresa que fundó Neri y a la que todavía estaban vinculados su esposa, su hija y su cuñada) y al frente de la cual se encontraba en esos momentos uno de sus mejores amigos. Cuando ella se negó, él le resumió la situación así (según su declaración): "Tú no sabes el poder que tengo aquí, lo cabrón que puedo llegar a ser y el daño que te puedo hacer".
Gómez de Enterría también reveló a la Guardia Civil el caótico funcionamiento de la red de teatros Arteria que gestionaba la SGAE. "Había problemas en las reuniones por el gasto en los teatros. Los números no cuadraban y siempre había cosas mal hechas", se lee en el sumario. Gómez de Enterría fue despedida.
Precisamente, en la larga declaración ante el juez y el fiscal que realizó Teddy Bautista, en la que negó todos los cargos y las acusaciones, también carga contra la directora de Recursos Humanos y atribuye su despido, entre otras "negligencias", a haber permitido que Neri tuviera un sueldo tan alto. Ante el magistrado, Bautista se muestra indignado con el asunto: "Yo dije vehementemente que no estaba de acuerdo con ese sueldo".
Los negocios de Caco Senante
La directora de recursos humanos de la SGAE entre septiembre de 2007 y mayo de 2011, Natalia Gómez de Enterría, declaró ante la Guardia Civil sobre algunas actividades no del todo claras de Caco Senante, el cual cobró durante algún tiempo un sueldo de la SGAE por actividades relacionadas con la delegación en Canarias. Lo percibía, al parecer, mediante facturación de una sociedad, a pesar de que los consejeros no pueden cobrar remuneración. Tanto Eduardo Teddy Bautista como el director financiero, Ricardo Azcoaga, estaban "al tanto del asunto" e incluso pensaron en abordar el tema en algún Consejo, pero Bautista "era reticente a ello", según Gómez de Enterría. Finalmente, no se hizo. Senante "exigió" en una ocasión a la directora de recursos humanos que le diera un teléfono móvil a cargo de la SGAE "porque gastaba mucho en este medio y corría de su cuenta", a lo que ella le respondió que los teléfonos eran solo para empleados de la SGAE.
"También intervino para que se le encargase la gestión de catering de la SGAE", según Gómez de Enterría. Lo propuso en un Consejo celebrado en Sevilla y se quedó con el negocio. Según la directora de recursos humanos, ahora es más caro.
Manipulación con los derechos
José Luis Rodríguez Neri trató de favorecer a la cantante Inma Serrano -ambos miembros del Consejo de Dirección de la SGAE- en una ocasión, maniobrando para que pudiera cobrar por anticipado unas cantidades por contratos que no se habían aún formalizado. Así consta en una intervención telefónica de Neri a través de la cual se le escucha preguntando a alguien llamado Agustín si "puede hacer algo" para que Inma Serrano cobre antes sus derechos por tres obras suyas que se habían representado en televisión. Hablan de la posibilidad de acudir a alguien que está en la sección de socios, Antonio Blanco, pero Agustín dice que es de "colmillo retorcido".
Para la Guardia Civil, la llamada es solo un ejemplo. Interesante "por cuanto viene a ratificar las informaciones recogidas (...) en torno al poco transparente modo de reparto de derechos que se utiliza en la SGAE, que podría prestarse a la "manipulación" interesada por parte de algunos directivos.
El informe señala que el favor que trata de hacer Neri a Serrano podría también tener que ver con el hecho de que la cantante forma parte de la candidatura CPAC -que apoyaba la gestión de Teddy Bautista-.
Hoy publica El País una interesante nota sobre los tejemanejes de estos buscones cibernéticos. Muy, muy patético. El artículo arranca con una conversación telefónica intervenida.
Me parece peligrosísimo que al Deloitte ese le den toda la información de la contabilidad de la Sociedad General de Autores.
-¿Qué peligro ves?
-A un auditor no le hemos dado nuestros datos, ¿tú sabes lo que hay ahí? A un auditor que pide el mayor, le das el mayor. Ya puede estar dando vueltas como un loco. Como le hemos hecho a Hacienda. ¿Sabes lo que es tener todos los datos, todos, y cargarlos en un sistema aparte? ¿Tú sabes exactamente cuáles son todas las cosas que tienes ahí metidas?
El extracto de la conversación, interceptada a dos de los imputados en el sumario de la Operación Saga (que terminó con la imputación del presidente de la SGAE, Teddy Bautista y tres directivos más), el director financiero de la SGAE Ricardo Azcoaga y el director general de su filial digital, la SDAE, José Luis Rodríguez Neri, refleja la opacidad con la que se gestionaban las cuentas de la entidad.
Neri fue adquiriendo con los años un papel cada vez más relevante. En su declaración ante el juez, Bautista se desmarca de él asegurando que no mantienen una relación personal y que "en ningún caso" fue él quien le introdujo en la sociedad. Pero Neri, a quien en el sumario algunos definen como un outsider y otros como "muy autoritario", le contradice y en su declaración asegura que le contrató Bautista.
es mentira que cante por cantar,
es mentira que sea mejor torero
con toros de verdad.
Es mentira que no tenga ambiciones,
es mentira que crezca mi nariz,
es mentira que escribo las canciones
de amor pensando en ti.
Te digo que... es mentira
que fui ladrón de bancos,
es mentira que no lo vuelva a ser,
es mentira que nos quisimos tanto
parece que fue ayer.
Te juro que... es mentira
los Reyes son los padres,
es mentira que ha muerto el rocanrol;
es mentira que sepan a vinagre
los besos sin amor.
El sumario de 18 tomos del caso que instruye el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz le señala como el arquitecto que, desde su cargo de director general de la SDAE, diseñó una estructura para contratar con empresas a las que él mismo estaba ligado. Microgénesis, la compañía que él había fundado años antes, era la única prestadora de servicios a la SGAE. Tal era el grado de vinculación que en su caja fuerte guardaban un cheque en blanco firmado por Neri en nombre de la SDAE, según la investigación.
La empresa de Neri era considerada casi como una estructura más de la SGAE a tenor de la declaración ante el juez de Teddy Bautista, que llega a decir que Neri actuaba "como Microgénesis" y habla de que había que reubicar al personal de la SDAE (cuyo único empleado era Neri) confundiéndolo con Microgénesis.
Según el informe de la Intervención General de la Administración incluido en el sumario, mientras la empresa que dirigía oficialmente Neri (la SDAE), y por la que cobraba un sueldo de más de 300.000 euros, llegó a perder de 2003 a 2006 casi cinco millones de euros, el entramado de firmas con las que le relaciona la Guardia Civil no paraba de incrementar sus beneficios.
Natalia Gómez de Enterría era la directora de recursos humanos de la SGAE. Conocía a Neri. En una ocasión, Bautista le pidió datos sobre el sueldo que cobraba el director de la SDAE, pero según consta en el informe le exigió que no le proporcionase información sobre el asunto por correo electrónico, y que lo hiciera solo con una nota manuscrita, que el juez mostró a Bautista durante su declaración y en la que el magistrado le da a entender que conocía una de las tretas de Neri para hinchar sus emolumentos. Porque la directora de Recursos Humanos descubrió que Neri cobraba labores de consultoría que nunca llegó a realizar a través de una empresa de su propiedad llamada Hipotálamo. Ante la Guardia Civil recordó una amenaza que había recibido una vez que se negó a contratar a varias personas que Neri le exigió para la deficitaria SDAE. Casualmente eran empleados de Microgénesis (la empresa que fundó Neri y a la que todavía estaban vinculados su esposa, su hija y su cuñada) y al frente de la cual se encontraba en esos momentos uno de sus mejores amigos. Cuando ella se negó, él le resumió la situación así (según su declaración): "Tú no sabes el poder que tengo aquí, lo cabrón que puedo llegar a ser y el daño que te puedo hacer".
Gómez de Enterría también reveló a la Guardia Civil el caótico funcionamiento de la red de teatros Arteria que gestionaba la SGAE. "Había problemas en las reuniones por el gasto en los teatros. Los números no cuadraban y siempre había cosas mal hechas", se lee en el sumario. Gómez de Enterría fue despedida.
Precisamente, en la larga declaración ante el juez y el fiscal que realizó Teddy Bautista, en la que negó todos los cargos y las acusaciones, también carga contra la directora de Recursos Humanos y atribuye su despido, entre otras "negligencias", a haber permitido que Neri tuviera un sueldo tan alto. Ante el magistrado, Bautista se muestra indignado con el asunto: "Yo dije vehementemente que no estaba de acuerdo con ese sueldo".
Los negocios de Caco Senante
La directora de recursos humanos de la SGAE entre septiembre de 2007 y mayo de 2011, Natalia Gómez de Enterría, declaró ante la Guardia Civil sobre algunas actividades no del todo claras de Caco Senante, el cual cobró durante algún tiempo un sueldo de la SGAE por actividades relacionadas con la delegación en Canarias. Lo percibía, al parecer, mediante facturación de una sociedad, a pesar de que los consejeros no pueden cobrar remuneración. Tanto Eduardo Teddy Bautista como el director financiero, Ricardo Azcoaga, estaban "al tanto del asunto" e incluso pensaron en abordar el tema en algún Consejo, pero Bautista "era reticente a ello", según Gómez de Enterría. Finalmente, no se hizo. Senante "exigió" en una ocasión a la directora de recursos humanos que le diera un teléfono móvil a cargo de la SGAE "porque gastaba mucho en este medio y corría de su cuenta", a lo que ella le respondió que los teléfonos eran solo para empleados de la SGAE.
"También intervino para que se le encargase la gestión de catering de la SGAE", según Gómez de Enterría. Lo propuso en un Consejo celebrado en Sevilla y se quedó con el negocio. Según la directora de recursos humanos, ahora es más caro.
Manipulación con los derechos
José Luis Rodríguez Neri trató de favorecer a la cantante Inma Serrano -ambos miembros del Consejo de Dirección de la SGAE- en una ocasión, maniobrando para que pudiera cobrar por anticipado unas cantidades por contratos que no se habían aún formalizado. Así consta en una intervención telefónica de Neri a través de la cual se le escucha preguntando a alguien llamado Agustín si "puede hacer algo" para que Inma Serrano cobre antes sus derechos por tres obras suyas que se habían representado en televisión. Hablan de la posibilidad de acudir a alguien que está en la sección de socios, Antonio Blanco, pero Agustín dice que es de "colmillo retorcido".
Para la Guardia Civil, la llamada es solo un ejemplo. Interesante "por cuanto viene a ratificar las informaciones recogidas (...) en torno al poco transparente modo de reparto de derechos que se utiliza en la SGAE, que podría prestarse a la "manipulación" interesada por parte de algunos directivos.
El informe señala que el favor que trata de hacer Neri a Serrano podría también tener que ver con el hecho de que la cantante forma parte de la candidatura CPAC -que apoyaba la gestión de Teddy Bautista-.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Sergio
Sergio Kisielewsky es mi primo hermano. Durante los años que viví en Argentina fue más hermano que primo, aunque por la diferencia de edad siempre estaba en otra. Después nos separamos y él se volvió loco. O quizá ya lo estaba. O el que se volvió loco fui yo, vaya usted a saber. Qué es estar loco.
Cuando fui a Buenos Aires en 2009 no quise verlo. Me dolía. Siempre me he preguntado por qué razón esa ciudad es tan pródiga en enfermedades mentales. Debe ser alguna clase de experimento nuclear realizado en la época de los nazis huidos y acogidos por el General Perón. Algo salió mal y el suelo de Santa María del Buen Ayre quedó permanentemente electrificado. Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao. El Eternauta.
Sergio ha dedicado lo mejor de su vida a cagarse en la familia, tanto en la literatura como en la realidad. Una idea muy sugerente desde el punto de vista creativo si no te toca ser familiar suyo. Hace algunos años publicó un poema de mierda específicamente dedicado a mí (qué habré hecho yo para merecer tal honor) y a partir de ahí entró en la nada.
Anoche hubo comida familiar y me enteré de que a Sergio, en otro tiempo mi primo, mi hermano mayor a quien miraba con admiración (sobre todo miraba desde mi incipiente adolescencia a sus novias con admiración), lo han asaltado dos veces en las "seguras" calles de Buenos Aires. Parece que el segundo encuentro con la parca fue jodido.
Recordé quién fue en mi vida. Hace treinta años. Un pibe poeta con mucha pinta de poeta, el pelo largo, la mirada firme, la necesidad loca de quemar la vida cuanto antes, el desamor constante, la imposibilidad estructural de la felicidad. Le gustaba inventar palabras. "If", me decía en los colectivos y yo me reía. Volaba todo el tiempo. Jugaba al fútbol mucho mejor que yo. Yo heredaba su ropa y su bicicleta, mi tesoro de infancia junto con mi guitarra. Pudo haber muerto una y mil veces, ya que se exponía a todas horas en tiempos de hormigón armado. Creía en la Revolución. Incluso sigue creyendo después de la caída del muro de Berlín. Hay gente para todo. Fue al colegio de Sacco, el mismo al que fui yo siete años después: nunca coincidimos. Tiene una hija que se llama Laura, pará de una vez con las extrañas casualidades, que no conozco y que me dicen que baila el tango de maravilla.
Es un total desconocido, alguien recurrente y obsesivo (¿como yo?), escorpio (uf... otro más), solitario y medio sociópata (juro que estoy trabajando de firme para solucionar eso), anclado en un pasado que murió y no volverá, un hombre solo.
Ayer me enteré por casualidad de que a mi primo Sergio lo asaltaron y el hombre quedó jodido. Y sentí una puñalada en el hígado. Me acordé del viejo Manuel intentando sobrevivir como blanco en las calles turbias de Montevideo. Sentí ganas de abrazar a este demente -demente, defrese- familiar mío que allá lejos y hace tiempo se convirtió en un cuchillo oxidado. Una máquina averiada de hacer palabras.
Cuando fui a Buenos Aires en 2009 no quise verlo. Me dolía. Siempre me he preguntado por qué razón esa ciudad es tan pródiga en enfermedades mentales. Debe ser alguna clase de experimento nuclear realizado en la época de los nazis huidos y acogidos por el General Perón. Algo salió mal y el suelo de Santa María del Buen Ayre quedó permanentemente electrificado. Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao. El Eternauta.
Sergio ha dedicado lo mejor de su vida a cagarse en la familia, tanto en la literatura como en la realidad. Una idea muy sugerente desde el punto de vista creativo si no te toca ser familiar suyo. Hace algunos años publicó un poema de mierda específicamente dedicado a mí (qué habré hecho yo para merecer tal honor) y a partir de ahí entró en la nada.
Anoche hubo comida familiar y me enteré de que a Sergio, en otro tiempo mi primo, mi hermano mayor a quien miraba con admiración (sobre todo miraba desde mi incipiente adolescencia a sus novias con admiración), lo han asaltado dos veces en las "seguras" calles de Buenos Aires. Parece que el segundo encuentro con la parca fue jodido.
Recordé quién fue en mi vida. Hace treinta años. Un pibe poeta con mucha pinta de poeta, el pelo largo, la mirada firme, la necesidad loca de quemar la vida cuanto antes, el desamor constante, la imposibilidad estructural de la felicidad. Le gustaba inventar palabras. "If", me decía en los colectivos y yo me reía. Volaba todo el tiempo. Jugaba al fútbol mucho mejor que yo. Yo heredaba su ropa y su bicicleta, mi tesoro de infancia junto con mi guitarra. Pudo haber muerto una y mil veces, ya que se exponía a todas horas en tiempos de hormigón armado. Creía en la Revolución. Incluso sigue creyendo después de la caída del muro de Berlín. Hay gente para todo. Fue al colegio de Sacco, el mismo al que fui yo siete años después: nunca coincidimos. Tiene una hija que se llama Laura, pará de una vez con las extrañas casualidades, que no conozco y que me dicen que baila el tango de maravilla.
Es un total desconocido, alguien recurrente y obsesivo (¿como yo?), escorpio (uf... otro más), solitario y medio sociópata (juro que estoy trabajando de firme para solucionar eso), anclado en un pasado que murió y no volverá, un hombre solo.
Ayer me enteré por casualidad de que a mi primo Sergio lo asaltaron y el hombre quedó jodido. Y sentí una puñalada en el hígado. Me acordé del viejo Manuel intentando sobrevivir como blanco en las calles turbias de Montevideo. Sentí ganas de abrazar a este demente -demente, defrese- familiar mío que allá lejos y hace tiempo se convirtió en un cuchillo oxidado. Una máquina averiada de hacer palabras.
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Sergio Kisielewsky
Declaración
Tal vez me convierta en alguna clase de poeta ocasional. En este triste mundo de marchantes de hombres. Pero estoy conforme así. Eso es mejor que no ser ninguna clase de poeta.
viernes, 16 de septiembre de 2011
Bajo el sol de otro cielo
Si cierras los ojos, desaparezco. ¿Eres tú? ¿De verdad pasó tanto tiempo? Estás cambiado. Más guapo. Más guasap.
En los parques todavía palpitan los bancos donde nos amamos furtivamente. ¿Qué pasa? ¿No tenéis casa? Sí tenemos. Varias.
Estuvimos bailando en el Andanças. Debió de ser en 2011, ¿recuerdas? Luego nos bañamos desnudos en la playa. “Todavía arrastro costumbres de otros”, dijiste, poniéndome a la altura del betún.
Esa manía de buscarnos en otros cuerpos, de pensar que la hierba del vecino es siempre, siempre más verde. Un cuerpo desnudo atrapado en una pantallita de 4 por 8. Pobriño, estará algo apretadiño. Inventos del demonio. I-phones, teléfonos que suenan en plena madrugada, ordenadores, e-mails… un completo arsenal para la infidelidad a distancia porque otra cosa es estar de verdad y soportar las olas en plena marea viva, para buscar oxígeno cuando aprieta la angustia y los demonios trepan hasta tu boca, los años se nos van, los amigos se nos van, la muerte avanza día tras día, lenta, redonda, el frío en las extremidades. Antes tenía que sacar los pies de la cama en pleno invierno, ardía por dentro.
-¿Dónde estuviste?
-Por ahí. Buscando.
-¿Y qué encontraste?
-El camino de vuelta a casa.
Ahora duermes, otra vez a mi lado. Dentro de mí, yo dentro de ti. Que no acabe nunca la madeja del te quiero me quieres. Los corazones que dibujaste con él eran para mí, las flores que le di a ella eran para ti. Amores simultáneos. Amores multipantalla. Con todos al mismo tiempo. Pico y pala. Pico y pala. Y después naranjitas de la China maoísta.
¿Cuántos gallegos hacen falta para cambiar una bombilla? Cinco. Qué pregunta.
Mi amor de caramelo, pao de açucar. No alcanzo a saber cómo, pero tú y yo somos
reales.
Mejor no conocer lo que bulle dentro de las cabecitas. En tus sueños me confundías a mí con él. En cuanto cierras los ojos ya estás con otros: hormigón con vibrador.
Y yo te confundía a ti con ella o con ellas. Vaya usted a saber.
Le hablaste de María, incluso. En qué estarías pensando.
Pudimos haber acabado con todo. Es terrible saber lo que no debes saber.
Tú que me amas, con esta persona que soy. Yo que te amo, con esta persona meravigliosa que tú eres. Mi pequeña, mi yonki del amor.
Tú que me has sido siempre fiel y nunca pensaste siquiera en dificultar mi tránsito por las puertas. Qué va. Nunca quisiste a otros. Nunca. Nunca me traicionaste. Bueno, tal vez sí. Pero sólo un poquito. Sólo una, dos, tres o veintiocho veces. Y para de contar.
En los parques todavía palpitan los bancos donde nos amamos furtivamente. ¿Qué pasa? ¿No tenéis casa? Sí tenemos. Varias.
Estuvimos bailando en el Andanças. Debió de ser en 2011, ¿recuerdas? Luego nos bañamos desnudos en la playa. “Todavía arrastro costumbres de otros”, dijiste, poniéndome a la altura del betún.
Esa manía de buscarnos en otros cuerpos, de pensar que la hierba del vecino es siempre, siempre más verde. Un cuerpo desnudo atrapado en una pantallita de 4 por 8. Pobriño, estará algo apretadiño. Inventos del demonio. I-phones, teléfonos que suenan en plena madrugada, ordenadores, e-mails… un completo arsenal para la infidelidad a distancia porque otra cosa es estar de verdad y soportar las olas en plena marea viva, para buscar oxígeno cuando aprieta la angustia y los demonios trepan hasta tu boca, los años se nos van, los amigos se nos van, la muerte avanza día tras día, lenta, redonda, el frío en las extremidades. Antes tenía que sacar los pies de la cama en pleno invierno, ardía por dentro.
-¿Dónde estuviste?
-Por ahí. Buscando.
-¿Y qué encontraste?
-El camino de vuelta a casa.
Ahora duermes, otra vez a mi lado. Dentro de mí, yo dentro de ti. Que no acabe nunca la madeja del te quiero me quieres. Los corazones que dibujaste con él eran para mí, las flores que le di a ella eran para ti. Amores simultáneos. Amores multipantalla. Con todos al mismo tiempo. Pico y pala. Pico y pala. Y después naranjitas de la China maoísta.
¿Cuántos gallegos hacen falta para cambiar una bombilla? Cinco. Qué pregunta.
Mi amor de caramelo, pao de açucar. No alcanzo a saber cómo, pero tú y yo somos
reales.
Mejor no conocer lo que bulle dentro de las cabecitas. En tus sueños me confundías a mí con él. En cuanto cierras los ojos ya estás con otros: hormigón con vibrador.
Y yo te confundía a ti con ella o con ellas. Vaya usted a saber.
Le hablaste de María, incluso. En qué estarías pensando.
Pudimos haber acabado con todo. Es terrible saber lo que no debes saber.
Tú que me amas, con esta persona que soy. Yo que te amo, con esta persona meravigliosa que tú eres. Mi pequeña, mi yonki del amor.
Tú que me has sido siempre fiel y nunca pensaste siquiera en dificultar mi tránsito por las puertas. Qué va. Nunca quisiste a otros. Nunca. Nunca me traicionaste. Bueno, tal vez sí. Pero sólo un poquito. Sólo una, dos, tres o veintiocho veces. Y para de contar.
jueves, 15 de septiembre de 2011
Irse
Comenzamos a morir el día en que dejamos de sentir. Aquel territorio en donde la traición no duele ni roe almas. Deseos lentamente acariciados por esa persona desconocida que duerme ¿plácidamente? a nuestro lado. Crímenes perpetrados desde el comienzo del mundo. Finalmente acertará con la daga: todo es cuestión de intentarlo suficientes veces. Será por tiempo...
¿No oyes ese ruido sordo? Es la Mentira que cabalga sobre el Mar y la Tierra.
Sosegaos. Be still my beating heart.
Futuros amantes huirán despavoridos. Pobriña, qué esperabas. Mucho más tarde, cuando las pasiones se hayan extinguido del todo, los escafandristas vendrán. Chico. Nadie oirá esa canción en un desvencijado hotel de Managua en el día de su 44 cumpleaños.
De su vientre espera -aún- la magia. Pese a todo. También yo.
Estaré junto a tus dieciséis años y a tus profundas ganas de ir al meollo de la vida. Recordatorio: no olvidar invitar a María a la fiesta.
¿No oyes ese ruido sordo? Es la Mentira que cabalga sobre el Mar y la Tierra.
Sosegaos. Be still my beating heart.
Futuros amantes huirán despavoridos. Pobriña, qué esperabas. Mucho más tarde, cuando las pasiones se hayan extinguido del todo, los escafandristas vendrán. Chico. Nadie oirá esa canción en un desvencijado hotel de Managua en el día de su 44 cumpleaños.
De su vientre espera -aún- la magia. Pese a todo. También yo.
Estaré junto a tus dieciséis años y a tus profundas ganas de ir al meollo de la vida. Recordatorio: no olvidar invitar a María a la fiesta.
martes, 13 de septiembre de 2011
sábado, 10 de septiembre de 2011
Iván
Encuentro con mi hijo Iván en una taberna de mi juventud. Iván Rasskin es mi hijo mayor. Acaba de regresar de Londres y está a menos de un mes de cumplir veinte años. ¡Tengo un hijo de casi veinte años! Ergo, soy un jovato.
Me da un abrazo que me desarma figurada y literalmente, y charlamos de todo. La dificultad de la vida en pareja (ah, hijo mío, a Noé le vas a hablar de lluvia...!), la dureza de Londres y los ingleses -I told you-, inventores del liberalismo, el utilitarismo y el individualismo extremo, la complejidad creciente de sus estudios de matemáticas, las opciones de continuarlos en el Imperial College, el omnipresente ajedrez, los mil proyectos de una mente inquieta.
Hace aproximadamente cinco minutos eras un niño reservado que siempre sonreía y gustaba de lanzarse a correr sin razón aparente. 1997. Primer viaje a París juntos. Subimos las escaleras de la Torre Eiffel a toda pastilla. Superada la primera planta de la torre compruebo que Iván se me escapa como un ratón escaleras arriba. Tengo 32 años y aún puedo subir los escalones de cuatro en cuatro. Las escaleras se hacen eternas. Hago un esfuerzo supremo y estamos casi a la par. Faltan escasos metros para llegar a la meta... ¡Vamos, todavía!... E Iván llega primero por un pelo. La gente aplaude el esfuerzo de servidor y figlio, en un agosto húmedo y pesado.
Durante años aquello fue motivo de controversia. ¿Quién ganó la carrera? ¿El padre o el hijo? Hijo querido, confieso que te he engañado un poquito estos años sembrando la duda: ganaste tú. Como enseñaba el viejo preceptor de Alejandro Magno, los hijos actualizan las formas. Verte ahora, brillando como una moneda que acaba de salir del troquel, lleno de vida, con novia guerrera, ¡con problemas de convivencia! (bienvenido a una de las certezas de la vida junto con Hacienda y la Muerte). Qué decir.
Distinto de mí hasta la saciedad y sin embargo, extrañamente familiar. Me conmueve especialmente que tú seas tú, con tu propia personalidad, con un talento infinito, independiente y con un sentido de la dignidad que me admira. Como padre, nada puede igualar la sensación de haber invitado a este mundo a alguien que hace sombra y camina con sus propios pies.
He conocido decenas de personas mayores que se consideran profundamente desgraciadas porque sus padres nunca les dijeron una sola palabra amable ni celebraron sus logros. Fábricas de hielo seco.
Sabes que ese no es mi caso pero, por si las moscas, dejo constancia por escrito: ¡eres lo más grande!
Me da un abrazo que me desarma figurada y literalmente, y charlamos de todo. La dificultad de la vida en pareja (ah, hijo mío, a Noé le vas a hablar de lluvia...!), la dureza de Londres y los ingleses -I told you-, inventores del liberalismo, el utilitarismo y el individualismo extremo, la complejidad creciente de sus estudios de matemáticas, las opciones de continuarlos en el Imperial College, el omnipresente ajedrez, los mil proyectos de una mente inquieta.
Hace aproximadamente cinco minutos eras un niño reservado que siempre sonreía y gustaba de lanzarse a correr sin razón aparente. 1997. Primer viaje a París juntos. Subimos las escaleras de la Torre Eiffel a toda pastilla. Superada la primera planta de la torre compruebo que Iván se me escapa como un ratón escaleras arriba. Tengo 32 años y aún puedo subir los escalones de cuatro en cuatro. Las escaleras se hacen eternas. Hago un esfuerzo supremo y estamos casi a la par. Faltan escasos metros para llegar a la meta... ¡Vamos, todavía!... E Iván llega primero por un pelo. La gente aplaude el esfuerzo de servidor y figlio, en un agosto húmedo y pesado.
Durante años aquello fue motivo de controversia. ¿Quién ganó la carrera? ¿El padre o el hijo? Hijo querido, confieso que te he engañado un poquito estos años sembrando la duda: ganaste tú. Como enseñaba el viejo preceptor de Alejandro Magno, los hijos actualizan las formas. Verte ahora, brillando como una moneda que acaba de salir del troquel, lleno de vida, con novia guerrera, ¡con problemas de convivencia! (bienvenido a una de las certezas de la vida junto con Hacienda y la Muerte). Qué decir.
Distinto de mí hasta la saciedad y sin embargo, extrañamente familiar. Me conmueve especialmente que tú seas tú, con tu propia personalidad, con un talento infinito, independiente y con un sentido de la dignidad que me admira. Como padre, nada puede igualar la sensación de haber invitado a este mundo a alguien que hace sombra y camina con sus propios pies.
He conocido decenas de personas mayores que se consideran profundamente desgraciadas porque sus padres nunca les dijeron una sola palabra amable ni celebraron sus logros. Fábricas de hielo seco.
Sabes que ese no es mi caso pero, por si las moscas, dejo constancia por escrito: ¡eres lo más grande!
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viernes, 9 de septiembre de 2011
Valente
Todo parecería ahora
llevarte a la extinción.
Abandonado
de la sola palabra que tal vez aún podría
levantarme hacia ti.
No estás.
No está.
La tu sola palabra.
llevarte a la extinción.
Abandonado
de la sola palabra que tal vez aún podría
levantarme hacia ti.
No estás.
No está.
La tu sola palabra.
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lunes, 29 de agosto de 2011
Im Abendrot
Ayer, a la caída del sol, mi hora favorita, regresé caminando de Aranzueque. Un halcón me acompañó durante toda la travesía a la vera del cauce del Tajuña. Tuve la impresión de que ese pájaro mítico conocía cada uno de mis pensamientos. Sabe más que yo.
Llevaba un cayado y las manos vacías. La noche me sorprendió cruzando el puente de Armuña. Bebí un vaso de vino rojo escuchando el sonido del río y el viento en las hojas de los árboles.
Me arrullé solo.
Se adivina un otoño de fuegos. Como un lieder del viejo Richard Strauss.
Llevaba un cayado y las manos vacías. La noche me sorprendió cruzando el puente de Armuña. Bebí un vaso de vino rojo escuchando el sonido del río y el viento en las hojas de los árboles.
Me arrullé solo.
Se adivina un otoño de fuegos. Como un lieder del viejo Richard Strauss.
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jueves, 25 de agosto de 2011
Barcos
Vuestros barcos y los míos salen a navegar de noche. No es firme la tierra, sino el mar. Almenas, poternas y puentes levadizos se entregan generosos a las llamas. Sin tregua, sin prisioneros. Así.
Ray Bradbury
Hace poco publiqué un cuento de Ray Bradbury perteneciente a Crónicas Marcianas. Aquí van una serie de pensamientos del autor americano sobre diversos temas, centrándose fundamentalmente en la creatividad y en cómo fomentarla.
Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos.
Sin bibliotecas, ¿que nos quedaría?; no tendríamos pasado ni futuro.
No pienses. Pensar es el enemigo de la creatividad. Es auto consciente, y cualquier cosa auto consciente es terrible. No debes intentar hacer cosas. Simplemente debes hacerlas.
La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga qué pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo.
No intento describir el futuro. Intento prevenirlo.
Hay solo dos cosas con las que uno se puede acostar: una persona y un libro.
Sólo podemos progresar y desarrollarnos si admitimos que no somos perfectos y vivimos de acuerdo con esta verdad.
Un libro es un arma cargada.
El amor es la respuesta a todo. Es la única razón para hacerlo todo. Si no escribes historias que amas, nunca funcionará. Si no escribes historias que otras personas aman, nunca funcionará.
Toca un científico y tocarás un niño.
Si escondes tu ignorancia, nadie te molestará, pero nunca aprenderás.
Los misterios abundan donde la mayoría busca respuestas.
Pasé tres días a las semana durante 10 años educándome en la biblioteca pública, y es mejor que el colegio. Las personas deberían educarse a sí mismas; una educación completa sin dinero de por medio. Al final de esos 10 años, leí cada libro de la biblioteca y escribí miles de historias.
Tienes que saber cómo aceptar el rechazo y rechazar la aceptación.
La divagación es el alma del ingenio.
La ciencia ficción te balancea en el acantilado. La fantasía te empuja.
Mi trabajo es ayudarte a estar enamorado.
Somos el milagro de la fuerza y la materia convirtiéndose a sí mismas en imaginación y voluntad.
La vida termina como el resplandor de un film, una chispa en la pantalla.
Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos.
Sin bibliotecas, ¿que nos quedaría?; no tendríamos pasado ni futuro.
No pienses. Pensar es el enemigo de la creatividad. Es auto consciente, y cualquier cosa auto consciente es terrible. No debes intentar hacer cosas. Simplemente debes hacerlas.
La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga qué pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo.
No intento describir el futuro. Intento prevenirlo.
Hay solo dos cosas con las que uno se puede acostar: una persona y un libro.
Sólo podemos progresar y desarrollarnos si admitimos que no somos perfectos y vivimos de acuerdo con esta verdad.
Un libro es un arma cargada.
El amor es la respuesta a todo. Es la única razón para hacerlo todo. Si no escribes historias que amas, nunca funcionará. Si no escribes historias que otras personas aman, nunca funcionará.
Toca un científico y tocarás un niño.
Si escondes tu ignorancia, nadie te molestará, pero nunca aprenderás.
Los misterios abundan donde la mayoría busca respuestas.
Pasé tres días a las semana durante 10 años educándome en la biblioteca pública, y es mejor que el colegio. Las personas deberían educarse a sí mismas; una educación completa sin dinero de por medio. Al final de esos 10 años, leí cada libro de la biblioteca y escribí miles de historias.
Tienes que saber cómo aceptar el rechazo y rechazar la aceptación.
La divagación es el alma del ingenio.
La ciencia ficción te balancea en el acantilado. La fantasía te empuja.
Mi trabajo es ayudarte a estar enamorado.
Somos el milagro de la fuerza y la materia convirtiéndose a sí mismas en imaginación y voluntad.
La vida termina como el resplandor de un film, una chispa en la pantalla.
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miércoles, 24 de agosto de 2011
Midnight in Paris
Woody Allen vuelve a dar en la diana con esta película. Hacía años que no me reía tanto en una sala de cine (a pesar de que la copia exhibida en los cines Renoir de Plaza de España tenía una calidad vergonzosa).
Midnight in Paris es una creación redonda, donde Allen recorre sus obsesiones de siempre con singular maestría. La posibilidad del amor total, la dualidad, la realidad sublimada, la autorrealización, la búsqueda de la verdad. El neoyorquino no pierde ocasión de presentar temas de gran calado con una ligereza engañosa, ya que se trata de un verdadero filósofo (no como los que pastan en las universidades haciendo comentarios de obras de otros o vegetan al frente de ministerios), un artista que ilumina el agujero negro de la existencia con destellos propios de la Ciudad Luz.
Al mismo tiempo, el cineasta le mete el dedo en el ojo al Tea Party y a todo lo que huela a aire pútrido (¡qué falta nos hace un Woody Allen en tierras de la Santa Inquisición!). Bueno, aquí tenemos a Rouco Varela, a "Kiko", al Papa, a los niñatos boy-scouts aprendices de cruzado. Para qué seguir. Leo Bassi, no te olvido!
Hemingway, Dalí, los Fitzgerald, Picasso, una Gertude Stein que dan ganas de abrazarla... surrealismo REAL. Vayan a ver esta película en cuanto puedan. Mejor aún: dada la estafa de las salas de cine españolas que te cobran 7,5 euros más las palomitas por una proyección técnicamente lamentable, bájensela y véanla en casa.
La película perfecta para ver en compañía de un amor inteligente.
Midnight in Paris es una creación redonda, donde Allen recorre sus obsesiones de siempre con singular maestría. La posibilidad del amor total, la dualidad, la realidad sublimada, la autorrealización, la búsqueda de la verdad. El neoyorquino no pierde ocasión de presentar temas de gran calado con una ligereza engañosa, ya que se trata de un verdadero filósofo (no como los que pastan en las universidades haciendo comentarios de obras de otros o vegetan al frente de ministerios), un artista que ilumina el agujero negro de la existencia con destellos propios de la Ciudad Luz.
Al mismo tiempo, el cineasta le mete el dedo en el ojo al Tea Party y a todo lo que huela a aire pútrido (¡qué falta nos hace un Woody Allen en tierras de la Santa Inquisición!). Bueno, aquí tenemos a Rouco Varela, a "Kiko", al Papa, a los niñatos boy-scouts aprendices de cruzado. Para qué seguir. Leo Bassi, no te olvido!
Hemingway, Dalí, los Fitzgerald, Picasso, una Gertude Stein que dan ganas de abrazarla... surrealismo REAL. Vayan a ver esta película en cuanto puedan. Mejor aún: dada la estafa de las salas de cine españolas que te cobran 7,5 euros más las palomitas por una proyección técnicamente lamentable, bájensela y véanla en casa.
La película perfecta para ver en compañía de un amor inteligente.
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martes, 23 de agosto de 2011
Las noches madrileñas de Ava
Vivía más de noche que de día. Volvía a casa con el camión de la basura y toreaba coches en el Paseo de la Castellana. Ava Gardner se bebió Madrid durante los 15 años que vivió en ella atraída por su romance con Luis Miguel Dominguín. La huella que dejó en España entre 1952 y 1967 ya la han seguido autores como el novelista y crítico teatral Marcos Ordóñez en Beberse la vida, o el cronista estadounidense Lee Server en su biografía Ava Gardner, una diosa con pies de barro. El último en hacerlo es Isaki Lacuesta, que desnuda a la condesa descalza en el documental La noche que no acaba, estrenado recientemente.
Se solía decir que "no hay hombre en Madrid que no se haya acostado con Ava Gardner ni bar en el que no se haya emborrachado Hemingway". Paco Miranda detesta esta afirmación. "Ella elegía a quien se llevaba a la cama porque podía, pero desde luego no era a cualquiera". Íntimo amigo del animal más bello del mundo y compañero de juergas, Miranda presume de ser el único hombre en compartir cama con ella y no haberla tocado. Fue pianista durante tres lustros del Oliver (Calle Almirante, 12), del que eran propietarios entonces Adolfo Marsillach y el periodista Jorge Fiestas, y uno de los lugares que frecuentaba la condesa descalza. "Adolfo quería que el local lo compráramos nosotros. Ava tenía que poner 100.000 pesetas, yo otro tanto, y el diplomático Miguel Gordomil y Arturo de Córdoba, el bailarín, otras 100.000. Pero a Ava, que era muy lista, no le convenció". Al final, se lo quedó Antonio Gades. En 2002, el local volvió a ser rebautizado como Café Oliver por sus nuevos propietarios: Frédéric Fétiveau y Karim Chauvin. Se trata de un restaurante especializado en cocina mediterránea que por las noches se transforma en un local de copas.
Paco Miranda solía acompañar a la diva en sus rutas festivas por Madrid. Le es difícil enumerar todos los locales. "Zambra (calle Victoria, 10) le encantaba", para el que el tiempo parece no haber pasado. Pero uno de los sitios favoritos de la Gardner era la terraza del restaurante Riscal (Calle Marqués de Riscal, 11), actualmente cerrado. Nada más subirse al ascensor, ya se quitaba los zapatos y pasaba la velada descalza. Como toda estrella internacional o no que pisaba Madrid, Ava también acudía al Chicote (Gran Vía, 12). "aunque era el lugar que menos le gustaba, porque había mucha gente y tenía que estar constantemente firmando autógrafos", cuenta Miranda. En las instantáneas que recuerdan la época álgida de Chicote aparece Gardner charlando con Hemingway o con su amiga Lana Turner. Hoy es el Museo Chicote, que todavía sigue siendo punto habitual de las estrellas de cine que pasan por Madrid, como Hugh Grant o Catherine Zeta-Jones.
La casa de Paco Miranda es como un templo dedicado a los dioses de la edad dorada de Hollywood. Las estrellas de cine le firmaban fotografías que cuelgan de cada pared. Gregory Peck, Sofía Loren o Liza Minelli. Pero la protagonista es, casi siempre, su amiga Ava Gardner. Más de 50 fotos dedicadas, cartas enmarcadas que ella le escribió cuando se trasladó a vivir a Londres, regalos. "Se iba a Chelsea y me compraba cristal porque decía que daba suerte". Y ahí está la prueba. Un auténtico muestrario de cristal en forma de botellas de licor, mandadas a grabar por Ava Gardner con dedicatorias a su amigo. "Para mi querido amigo Paco", "For my capricorn friend Paco" o un simple "Dear Pesado". "Es que las siestas sin sexo unen mucho", se justifica, guasón, mientras sirve té frío.
Paco Román también fue un espectador de lujo de las fiestas de la Gardner, pero desde el otro lado de la barra. A principios de los 50 trabajó de camarero en el bar del hotel Castellana Hilton (actual Intercontinental, Paseo de la Castellana, 49). Ava Gardner se alojaba allí. Esa fue la primera vez que la vio. "El trato hacia ella siempre tenía que ser de Señora. Me mandaba recados que me pagaba con buenas propinas: 2000 pesetas de entonces". Una vez le pidió que le comprara cuatro velas. Las colocó en el salón, mandó apagar las luces y mientras los músicos cantaban, ella apareció con una bata verde. "Se tiró al suelo y se quitó la bata. Fueron dos minutos, pero, ¡qué dos minutos!". Cuando terminó la fiesta, Ava Gardner se despidió de todos excepto de uno de los cantaores: "No, tú te quedas aquí". A ver quién le decía que no.
Los otros huéspedes del hotel echaban humo, así que la diva alternaba las fiestas en la suite con juergas en locales de moda, con especial preferencia por los tablaos flamencos. El Corral de la Morería (Calle Morería, 17), Torres Bermejas (Calle Mesonero Romanos, 11), Los Gabrieles (Calle Echegaray, 17), actualmente cerrado, o Villa Rosa (Plaza de Santa Ana, 15), propiedad de Lola Flores y El Pescaílla, y que después de pasar a ser discoteca, ha vuelto a convertirse en tablao. Pero del que era clienta asidua era de El Duende (actual Los Gitanillos, calle Claudio Coello, 48), que ahora es un restaurante. Con Antonio El Bailarín, el pianista Paco Miranda o Enrique Herreros, el dibujante, entre otros, se sentaba junto a Pastora Imperio, una de las dueñas del local, a ver cuadros flamencos. Paco Román también fue camarero del tablao. "Miraba el baile con muchísimo interés. Le gustaba sentarse y charlar con los artistas, y algunas veces se los llevaba al hotel para que le cantaran".
A quienes no podía soportar era a los periodistas. "Una vez dio con un vaso a un fotógrafo y le hirió en la cara, y a otro le tiró al suelo la máquina y pidió que llamáramos a la policía". Los periodistas continuaron yendo en busca de instantáneas reveladoras sobre la "ligera vida nocturna" de la diva, pero sabían que tenían que estar lejos. "Últimamente ya iba sola al local". De ahí pasaba, a veces, a la Cervecería Alemana (Plaza de Santa Ana, 6), un bar muy taurino al que también acabó yendo sola durante los últimos años de su estancia en Madrid. Continúa intacto.
Paco Román coincidió con ella en otro sitio: en Manolo Manzanilla, una venta en la carretera de Barajas a la que acudían los famosos para continuar la fiesta a partir de las tres de la madrugada, cuando cerraban todos los locales de la ciudad. Allí iba con Dominguín. La policía cerraba el local cada dos por tres, hasta que finalmente dejó de existir. "Bebía mucho, y lo que le pusieran: aguardiente, coñac, whisky, café, ginebra, bourbon...". Lo mismo dice Enrique Herreros, hijo del dibujante con el que compartía fiestas. Él trabajaba para la United Artists en España, y ella quiso ver el pase especial de la primera película de Stanley Kramer, No serás un extraño (1955), al lado de la Puerta del Sol. "Vino con su hermana. Se sentó a mi lado durante el visionado, con dos perros babosos asquerosos". Al terminar quiso beber, y Enrique la llevó al bar más cercano: La Mallorquina (Calle Mayor, 2) "Se pidió un whisky con cerveza y a mi me pidió otro. Al segundo ya no sabía ni dónde estaba, pero ella tan fresca".
Ava Gardner vivía sin tregua. Hasta que se mudó a Londres, lejos de la vida de continuas fiestas que había elegido para sí misma. Paco Miranda lo recuerda: "Unos años antes de morir me dijo desde Londres que tenía un amor. Bajito, cariñoso.... Yo le decía: 'Ten cuidado, que te sacará el dinero'. En la siguiente carta me mandó una foto. Era un perro".
Se solía decir que "no hay hombre en Madrid que no se haya acostado con Ava Gardner ni bar en el que no se haya emborrachado Hemingway". Paco Miranda detesta esta afirmación. "Ella elegía a quien se llevaba a la cama porque podía, pero desde luego no era a cualquiera". Íntimo amigo del animal más bello del mundo y compañero de juergas, Miranda presume de ser el único hombre en compartir cama con ella y no haberla tocado. Fue pianista durante tres lustros del Oliver (Calle Almirante, 12), del que eran propietarios entonces Adolfo Marsillach y el periodista Jorge Fiestas, y uno de los lugares que frecuentaba la condesa descalza. "Adolfo quería que el local lo compráramos nosotros. Ava tenía que poner 100.000 pesetas, yo otro tanto, y el diplomático Miguel Gordomil y Arturo de Córdoba, el bailarín, otras 100.000. Pero a Ava, que era muy lista, no le convenció". Al final, se lo quedó Antonio Gades. En 2002, el local volvió a ser rebautizado como Café Oliver por sus nuevos propietarios: Frédéric Fétiveau y Karim Chauvin. Se trata de un restaurante especializado en cocina mediterránea que por las noches se transforma en un local de copas.
Paco Miranda solía acompañar a la diva en sus rutas festivas por Madrid. Le es difícil enumerar todos los locales. "Zambra (calle Victoria, 10) le encantaba", para el que el tiempo parece no haber pasado. Pero uno de los sitios favoritos de la Gardner era la terraza del restaurante Riscal (Calle Marqués de Riscal, 11), actualmente cerrado. Nada más subirse al ascensor, ya se quitaba los zapatos y pasaba la velada descalza. Como toda estrella internacional o no que pisaba Madrid, Ava también acudía al Chicote (Gran Vía, 12). "aunque era el lugar que menos le gustaba, porque había mucha gente y tenía que estar constantemente firmando autógrafos", cuenta Miranda. En las instantáneas que recuerdan la época álgida de Chicote aparece Gardner charlando con Hemingway o con su amiga Lana Turner. Hoy es el Museo Chicote, que todavía sigue siendo punto habitual de las estrellas de cine que pasan por Madrid, como Hugh Grant o Catherine Zeta-Jones.
La casa de Paco Miranda es como un templo dedicado a los dioses de la edad dorada de Hollywood. Las estrellas de cine le firmaban fotografías que cuelgan de cada pared. Gregory Peck, Sofía Loren o Liza Minelli. Pero la protagonista es, casi siempre, su amiga Ava Gardner. Más de 50 fotos dedicadas, cartas enmarcadas que ella le escribió cuando se trasladó a vivir a Londres, regalos. "Se iba a Chelsea y me compraba cristal porque decía que daba suerte". Y ahí está la prueba. Un auténtico muestrario de cristal en forma de botellas de licor, mandadas a grabar por Ava Gardner con dedicatorias a su amigo. "Para mi querido amigo Paco", "For my capricorn friend Paco" o un simple "Dear Pesado". "Es que las siestas sin sexo unen mucho", se justifica, guasón, mientras sirve té frío.
Paco Román también fue un espectador de lujo de las fiestas de la Gardner, pero desde el otro lado de la barra. A principios de los 50 trabajó de camarero en el bar del hotel Castellana Hilton (actual Intercontinental, Paseo de la Castellana, 49). Ava Gardner se alojaba allí. Esa fue la primera vez que la vio. "El trato hacia ella siempre tenía que ser de Señora. Me mandaba recados que me pagaba con buenas propinas: 2000 pesetas de entonces". Una vez le pidió que le comprara cuatro velas. Las colocó en el salón, mandó apagar las luces y mientras los músicos cantaban, ella apareció con una bata verde. "Se tiró al suelo y se quitó la bata. Fueron dos minutos, pero, ¡qué dos minutos!". Cuando terminó la fiesta, Ava Gardner se despidió de todos excepto de uno de los cantaores: "No, tú te quedas aquí". A ver quién le decía que no.
Los otros huéspedes del hotel echaban humo, así que la diva alternaba las fiestas en la suite con juergas en locales de moda, con especial preferencia por los tablaos flamencos. El Corral de la Morería (Calle Morería, 17), Torres Bermejas (Calle Mesonero Romanos, 11), Los Gabrieles (Calle Echegaray, 17), actualmente cerrado, o Villa Rosa (Plaza de Santa Ana, 15), propiedad de Lola Flores y El Pescaílla, y que después de pasar a ser discoteca, ha vuelto a convertirse en tablao. Pero del que era clienta asidua era de El Duende (actual Los Gitanillos, calle Claudio Coello, 48), que ahora es un restaurante. Con Antonio El Bailarín, el pianista Paco Miranda o Enrique Herreros, el dibujante, entre otros, se sentaba junto a Pastora Imperio, una de las dueñas del local, a ver cuadros flamencos. Paco Román también fue camarero del tablao. "Miraba el baile con muchísimo interés. Le gustaba sentarse y charlar con los artistas, y algunas veces se los llevaba al hotel para que le cantaran".
A quienes no podía soportar era a los periodistas. "Una vez dio con un vaso a un fotógrafo y le hirió en la cara, y a otro le tiró al suelo la máquina y pidió que llamáramos a la policía". Los periodistas continuaron yendo en busca de instantáneas reveladoras sobre la "ligera vida nocturna" de la diva, pero sabían que tenían que estar lejos. "Últimamente ya iba sola al local". De ahí pasaba, a veces, a la Cervecería Alemana (Plaza de Santa Ana, 6), un bar muy taurino al que también acabó yendo sola durante los últimos años de su estancia en Madrid. Continúa intacto.
Paco Román coincidió con ella en otro sitio: en Manolo Manzanilla, una venta en la carretera de Barajas a la que acudían los famosos para continuar la fiesta a partir de las tres de la madrugada, cuando cerraban todos los locales de la ciudad. Allí iba con Dominguín. La policía cerraba el local cada dos por tres, hasta que finalmente dejó de existir. "Bebía mucho, y lo que le pusieran: aguardiente, coñac, whisky, café, ginebra, bourbon...". Lo mismo dice Enrique Herreros, hijo del dibujante con el que compartía fiestas. Él trabajaba para la United Artists en España, y ella quiso ver el pase especial de la primera película de Stanley Kramer, No serás un extraño (1955), al lado de la Puerta del Sol. "Vino con su hermana. Se sentó a mi lado durante el visionado, con dos perros babosos asquerosos". Al terminar quiso beber, y Enrique la llevó al bar más cercano: La Mallorquina (Calle Mayor, 2) "Se pidió un whisky con cerveza y a mi me pidió otro. Al segundo ya no sabía ni dónde estaba, pero ella tan fresca".
Ava Gardner vivía sin tregua. Hasta que se mudó a Londres, lejos de la vida de continuas fiestas que había elegido para sí misma. Paco Miranda lo recuerda: "Unos años antes de morir me dijo desde Londres que tenía un amor. Bajito, cariñoso.... Yo le decía: 'Ten cuidado, que te sacará el dinero'. En la siguiente carta me mandó una foto. Era un perro".
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miércoles, 17 de agosto de 2011
Por un bistec
Mañana luminosa. Trabajo entre árboles. Sobredosis de oxígeno.
Aquí va uno de los cuentos de boxeo que está entre mis favoritos: "Por un bistec", del viejo Jack London... Para leer a los veinte y después de los cuarenta.
Tom King rebañó el plato con el último trozo de pan para recoger la última partícula de gachas, y masticó aquel bocado final lentamente y con semblante pensativo. Cuando se levantó de la mesa, le embargaba una inconfundible sensación de hambre. Él era el único que había cenado. Los dos niños estaban acostados en la habitación contigua. Los habían llevado a la cama antes que otros días para que el sueño no les dejara pensar en que se habían ido a dormir sin probar bocado.
La esposa de Tom King no había cenado tampoco. Se había sentado frente a él y lo observaba en silencio, con mirada solícita. Era una mujer de clase humilde, flaca y agotada por el trabajo, pero cuyas facciones conservaban restos de una antigua belleza. La vecina del piso de enfrente le había prestado la harina para las gachas. Los dos medio peniques que le quedaban los había invertido en pan.
Tom King se sentó junto a la ventana, en una silla desvencijada que crujió al recibir su peso. Con un movimiento maquinal, se llevó la pipa a la boca e introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta. Al no encontrar tabaco, se dio cuenta de su distracción y, lanzando un gruñido de contrariedad, se guardó la pipa. Sus movimientos eran lentos y premiosos, como si el extraordinario volumen de sus músculos le abrumara. Era un hombre macizo, de rostro impasible y aspecto nada simpático. Llevaba un traje viejo y lleno de arrugas, y sus destrozados zapatos eran demasiado endebles para soportar el peso de las gruesas suelas que les había puesto él mismo hacía ya bastante tiempo. Su camisa de algodón (un modelo de no más de dos chelines) tenía el cuello deshilachado y unas manchas de pintura que no se quitaban con nada.
Bastaba verle la cara a Tom King para comprender cuál era su profesión. Aquel rostro era el típico del boxeador, del hombre que ha pasado muchos años en el cuadrilátero y que, a causa de ello, ha desarrollado y subrayado en sus facciones los rasgos característicos del animal de lucha. Era una fisonomía que intimidaba, y para que ninguno de aquellos rasgos pasara inadvertido iba perfectamente rasurado. Sus labios informes, de expresión extremadamente dura, daban la impresión de una cuchillada que atravesara su rostro. Su mandíbula inferior era maciza, agresiva, brutal. Sus ojos, de perezosos movimientos y dotados de gruesos párpados, apenas tenían expresión bajo sus tupidas y aplastadas cejas. Estos ojos, lo más bestial de su semblante, realzaban el aspecto de brutalidad del conjunto. Parecían los ojos soñolientos de un león o de cualquier otro animal de presa. La frente hundida y angosta lindaba con un cabello que, cortado al cero, mostraba todas las protuberancias de aquella cabeza monstruosa. Una nariz rota por dos partes y aplastada a fuerza de golpes, y una oreja deforme, que había crecido hasta adquirir el doble de su tamaño y que hacía pensar en una coliflor, completaban el cuadro. Y en cuanto a su barba, aunque recién afeitada, apuntaba bajo la piel, dando a su tez un tono azulado negruzco.
Si bien aquella fisonomía era la de uno de esos hombres con los que no deseamos encontrarnos a solas en un callejón oscuro o en un lugar apartado, Tom King no era un criminal ni había cometido nunca una mala acción. Dejando aparte las reyertas en que se había visto mezclado y que eran cosa corriente en los medios que frecuentaba, no había hecho daño a nadie. No se le consideraba un pendenciero. Era un profesional de la contienda y reservaba toda su combatividad para sus apariciones en el ring. Fuera del tablado, era un hombre bonachón, de movimientos tardos, y en su juventud, cuando ganaba el dinero a espuertas, había sido, no ya generoso, sino despilfarrador. Para él el boxeo era un negocio. Cuando estaba en el cuadrilátero, pegaba con intención de hacer daño, de lesionar, de destruir; pero no había animosidad en sus golpes: era una simple cuestión de intereses. El público acudía y pagaba para ver cómo dos hombres se vapuleaban hasta que uno de ellos quedaba inconsciente. El vencedor se quedaba con la parte del león de la bolsa. Hacía veinte años, cuando Tom King se enfrentó con el «Salta Ojos», de Woolloomoolloo, sabía que la mandíbula de su contrincante sólo estaba firme desde hacía cuatro meses, pues anteriormente se la habían partido en un combate celebrado en Newcastle. Por eso dirigió todos sus golpes contra ella, y consiguió fracturarla nuevamente en el noveno asalto. No lo movía ningún resentimiento contra su adversario: procedió así porque era el medio más seguro de dejar fuera de combate a aquel hombre y, de este modo, ganar la mayor parte de la bolsa ofrecida. En cuanto al «Salta Ojos», no le guardó rencor alguno. Ambos sabían que así era el boxeo, y había que atenerse a sus reglas.
Tom King no era nada hablador. En aquel momento en que permanecía sentado junto a la ventana, se hallaba sumido en un huraño silencio, mientras se miraba las manos. En el dorso de ellas se destacaban las venas gruesas e hinchadas. El aspecto de los nudillos, aplastados, estropeados, deformes, atestiguaba el empleo que había hecho de ellos. Tom no había oído decir nunca que la vida de un hombre dependía de sus arterias, pero sabía muy bien lo que significaban aquellas venas prominentes, dilatadas. Su corazón había hecho correr demasiada sangre por ellas a una presión excesiva. Ya no funcionaban bien. Habían perdido la elasticidad, y su distensión había acabado con su antigua resistencia. Ahora se fatigaba fácilmente. Ya no podía resistir un combate a veinte asaltos con el ritmo acelerado de antes, con fuerza y violencia sostenidas, luchando infatigablemente desde que sonaba el gong, acosando sin cesar a su adversario, retrocediendo hasta las cuerdas o llevando a su oponente hacia ellas, recibiendo golpes y devolviéndolos. Ya no multiplicaba su acometividad y la rapidez de sus golpes en el vigésimo y último asalto, levantando al público de sus asientos y provocando sus aclamaciones, cuando él acometía, pegaba, esquivaba, hacía caer una lluvia de golpes sobre su adversario y recibía otra igual mientras su corazón no dejaba de enviar, con impetuosa fidelidad, sangre a sus venas jóvenes y elásticas. Sus arterias, dilatadas durante el combate, se encogían de nuevo, pero no del todo; al principio, esta diferencia era imperceptible, pero cada vez quedaban un poco más distendidas que la anterior. Se contempló las venas y los estropeados nudillos. Por un momento le pareció ver los magníficos puños que tenía en su juventud, antes de romperse el primer nudillo contra la cabeza de Benny Jones, apodado el «Terror de Gales».
Experimentó de nuevo la sensación de hambre.
-¡Lo que daría yo por un buen bistec! -murmuró, cerrando sus enormes puños y lanzando un juramento en voz baja.
-He ido a la carnicería de Burke y luego a la de Sawley -dijo la mujer en son de disculpa.
-¿Y no te quisieron fiar?
-Ni medio penique. Burke me dijo que...
Vacilaba, no se atrevía a seguir.
-¡Vamos! ¿Qué dijo?
-Que como esta noche Sandel te zurraría de lo lindo, no quería aumentar tu cuenta, ya es bastante crecida.
Tom King lanzó un gruñido por toda respuesta. Se acordaba del bulldog que tuvo en su juventud, al que echaba continuamente bistecs crudos. En aquella época, Burke le habría concedido crédito para mil bistecs. Pero los tiempos cambian. Tom King estaba envejecido, y un viejo que tenía que enfrentarse con un boxeador joven en un club de segunda categoría, no podía esperar que ningún comerciante le fiase.
Aquella mañana se había levantado con el deseo de comer un bistec, y aquel deseo no lo había abandonado. No había podido entrenarse debidamente para aquel combate. En Australia el año había sido de sequía y los tiempos eran difíciles. Había dificultades para encontrar trabajo, fuera de la índole que fuere. No había tenido sparring, no siempre había comido los alimentos debidos y en la cantidad necesaria. Había trabajado varios días como peón en una obra, y algunas mañanas había corrido para hacer piernas. Pero era difícil entrenarse sin compañero y teniendo que atender a las necesidades de una esposa y dos hijos. Cuando se anunció su combate con Sandel, los tenderos apenas le concedieron un poco más de crédito. El secretario del Gayety Club le adelantó tres libras -la cantidad que percibiría si perdía el combate-, y se negó a darle un céntimo más. De vez en cuando consiguió que sus antiguos compañeros le prestasen unos centavos, pero no pudieron prestarle más, porque corrían malos tiempos y ellos también pasaban sus apuros. En resumen, que era inútil tratar de ocultarse que no estaba debidamente preparado para la pelea. Le había faltado comida y le habían sobrado preocupaciones. Además, ponerse «en forma» no es tan fácil para un hombre de cuarenta años como para otro de veinte.
-¿Qué hora es, Lizzie? - preguntó.
Su mujer fue a preguntarlo a la vecina y, al regresar, le dio la respuesta.
-Las ocho menos cuarto.
-El primer match empezará dentro de unos minutos -observó Tom-. No es más que un combate de prueba. Después hay un encuentro a cuatro asaltos entre Dealer Wells y Gridley, y luego uno a diez asaltos entre Starlight y un marinero. Yo aún tengo para una hora.
Otros diez minutos de silencio y Tom se puso en pie.
-La verdad es, Lizzie, que no me he entrenado todo lo que debía.
Cogió el sombrero y se dirigió a la puerta. No le pasó por la mente besar a su mujer -nunca la besaba al marcharse-, pero aquella noche ella lo hizo por su cuenta y riesgo: le echó los brazos al cuello y lo obligó a inclinarse hacia su rostro. Se veía menudita y frágil junto al macizo corpachón de su marido.
-Buena suerte, Tom -le dijo-. Tienes que ganar.
-Sí, tengo que ganar -repitió él-. Ni más ni menos.
Se echó a reír, tratando de mostrarse despreocupado, mientras ella se apretaba más contra él. Tom contempló la desnuda estancia por encima del hombro de su esposa. Aquel cuartucho, del que debía varios meses de alquiler, era, con Lizzie y los niños, cuanto tenía en el mundo. Y aquella noche salía en busca de comida para su hembra y sus cachorros, no como el obrero de hoy que va a la fábrica, sino al estilo antiguo, primitivo, arrogante y animal de las bestias de presa.
-Tengo que ganar -volvió a decir a su esposa, esta vez con un rictus de desesperación-. Si gano, son treinta libras, con lo que podré pagar todas las deudas y, además, verme un buen sobrante en el bolsillo. Si pierdo, no me darán nada, ni un penique para tomar el tranvía de vuelta, pues el secretario ya me ha dado todo lo que me correspondería en caso de perder. Adiós, mujercita. Si gano, volveré inmediatamente.
-Te espero -dijo ella cuando Tom estaba ya en el rellano.
Había más de tres kilómetros hasta el Gayety y, mientras los recorría, recordó sus días de triunfo, cuando era el campeón de pesos pesados de Nueva Gales del Sur. Entonces habría tomado un coche de punto para ir al combate, y con toda seguridad alguno de sus admiradores se habría empeñado en pagar el coche para tener el privilegio de acompañarlo. Entre estos admiradores se contaban Tommy Burns y el yanqui Jack Johnson, que poseían automóvil propio. ¡Y ahora tenía que ir a pie! Como todo el mundo sabe, una marcha de tres kilómetros no es la mejor preparación para un combate. Él era un viejo para el pugilismo, y el mundo no trata bien a los viejos. Él sólo servía ya para picar piedra, e incluso para esto era un obstáculo su nariz rota y su oreja hinchada. Ojalá hubiera aprendido un oficio. A la larga, habría sido mejor. Pero nadie se lo había enseñado. Por otra parte, una voz interior le decía que él no habría prestado atención si alguien hubiera tratado de enseñárselo. Su vida fue demasiado fácil. Ganó mucho dinero. Tuvo combates duros y magníficos, separados por períodos de descanso y holgazanería. Estuvo rodeado de aduladores que se desvivían por acompañarle, por darle palmadas en la espalda, por estrecharle la mano; de petimetres que lo invitaban a beber para tener el privilegio de charlar con él cinco minutos. Además, ¡aquellos magníficos combates ante un público delirante de entusiasmo! ¡Y aquel último asalto en que se lanzaba a fondo como un torbellino y el árbitro lo proclamaba vencedor! ¡Y leer su nombre en las secciones deportivas de todos los periódicos al día siguiente...!
¡Ah, qué tiempos aquéllos! Pero, de pronto, su mente tarda y premiosa comprendió que en aquellos lejanos días él dejaba fuera de combate a los viejos. Él era entonces la juventud que despuntaba, y sus adversarios la vejez que decaía. Era natural que resultara fácil para él: ellos tenían las venas hinchadas, los nudillos rotos y los huesos desvencijados por una larga serie de combates. Recordaba el día en que «noqueó» al maduro Stowsher Bill en Rush-Cutters Bay al decimoctavo asalto y luego lo vio llorando en los vestuarios, llorando como un niño. Acaso el viejo Bill debía también varios meses de alquiler, y acaso lo esperaban en su casa su mujer y sus hijos. ¡Y quién sabe si aquel mismo día, el del combate, había sentido el deseo de comerse un buen bistec! Bill combatió valientemente, recibiendo a pie firme una soberana paliza. Ahora que él pasaba el mismo calvario, comprendía que aquella noche de hacía veinte años Bill luchó por algo más importante que su adversario, el joven Tom King, que sólo trataba de ganar dinero y gloria fácilmente. No era extraño que Stowsher Bill hubiese llorado en los vestuarios amargamente después del combate.
No cabía duda de que cada púgil podía soportar un número limitado de combates. Era una ley inflexible del boxeo. Unos podían librar cien encuentros durísimos, otros sólo veinte. Cada cual, según sus dotes físicas, podía subir al ring tantas o cuantas veces. Después, quedaba al margen.
Él se había pasado de la raya, había librado más combates encarnizados de los que debía, encuentros en que el corazón y los pulmones parecía que iban a estallar; contiendas que hacían perder elasticidad a las arterias y convertían un cuerpo esbelto y juvenil en un montón de músculos nudosos; combates que desgastaban los nervios y los músculos, el cerebro y los huesos, por obra del esfuerzo. Sí, él había resistido más que nadie. No quedaba ya ni uno solo de sus antiguos compañeros. Él era el último de la vieja guardia. Había visto cómo iban cayendo todos y había contribuido a poner punto final a la carrera de algunos de ellos.
Lo opusieron a los boxeadores ya viejos y él los fue liquidando uno tras otro. Y después, cuando los veía llorar en los vestuarios, como había llorado el viejo Stowsher Bill, se reía. Pero ahora el viejo era él, y a su vez tenía que enfrentarse con los jóvenes. Con Sandel, por ejemplo. Había llegado de Nueva Zelanda precedido de un brillante historial. Pero como en Australia aún era un desconocido, se acordó enfrentarlo con el viejo Tom King. Si Sandel hacía un buen combate, se le opondrían mejores púgiles y las bolsas serían más crecidas. Así, pues, era de esperar que luchara como un demonio. Aquel combate era decisivo para él, ya que si ganaba tendría dinero, cobraría nombre y habría dado el primer paso de una brillante carrera. Tom King no era para él más que el muro viejo que le cerraba el paso a la fama y la fortuna. En cambio, a lo único que Tom King podía aspirar era a recibir treinta libras, que le servirían para pagar al dueño de la casa y a los tenderos. Y mientras cavilaba así, Tom King vio alzarse ante sus ojos hinchados el cuadro de la juventud triunfadora, exuberante e invencible, de músculos suaves y piel sedosa, de corazón y pulmones que no sabían lo que era el cansancio y se reían del jadeo de los viejos. Los jóvenes destruían a los viejos sin pensar que, al hacerlo, se destruían a sí mismos, dilatando sus arterias y aplastando sus nudillos, para ser, al fin, aniquilados por una nueva generación de jóvenes. Pues la juventud ha de ser siempre joven.
Al llegar a la calle de Castlereagh dobló a la izquierda y, después de recorrer tres manzanas, llegó al Gayety. Una multitud de golfillos apiñados frente a la puerta se apartaron respetuosamente al verle y oyó que decían:
-¡Es Tom King!
Una vez dentro, cuando se dirigía a los vestuarios, encontró al secretario, un joven de mirada viva y expresión astuta, que le estrechó la mano.
-¿Cómo te encuentras, Tom? - le preguntó.
-Estupendamente -respondió King, a sabiendas de que mentía y de que le hacía tanta falta un buen bistec, que si tuviera una libra la daría a cambio de él sin vacilar.
Cuando salió de los vestuarios, seguido por sus segundos, y se dirigió al cuadrilátero, que se alzaba en el centro de la sala, estalló una tempestad de aplausos y vítores en el público. Él respondió saludando a derecha e izquierda, aunque conocía muy pocas de aquellas caras. En su mayoría, eran muchachos que aún tenían que nacer cuando él cosechaba sus primeros laureles en el ring. Saltó con ligereza a la alta plataforma y, después de pasar entre las cuerdas, se dirigió a su ángulo y se sentó en un taburete plegable. Jack Ball, el árbitro, se acercó a él para estrecharle la mano. Ball era un boxeador fracasado que desde hacía diez años no pisaba el ring como púgil. King se alegró de tenerlo por árbitro. Ambos eran veteranos. Si él apretaba las tuercas a Sandel algo más de lo que permitía el reglamento, sabía que Ball haría la vista gorda.
Subieron al tablado, uno tras otro, varios jóvenes aspirantes a la categoría de pesos pesados, y el árbitro los fue presentando sucesivamente al público. Asimismo, expuso sus carteles de desafío.
-Young Pronto -anunció Ball-, de Sidney del Norte, reta al ganador por cincuenta libras.
El público aplaudió y los aplausos se renovaron cuando Sandel trepó ágilmente al ring y fue a sentarse en su rincón. Tom King, desde el ángulo opuesto, lo miró con curiosidad, pensando que minutos después ambos estarían enzarzados en implacable combate, y pondrían todo su empeño en noquearse. Pero apenas pudo ver nada, pues Sandel llevaba, como él, un mono de entrenamiento sobre su calzón corto de pugilista. Su cara era muy atractiva. Estaba coronada por un mechón rizado de pelo rubio, y su cuello grueso y musculoso anunciaba un cuerpo de atleta verdaderamente magnífico.
Young Pronto se dirigió sucesivamente a los dos ángulos y, después de estrechar las manos a los boxeadores, salió del ring. Continuaron los desafíos. Un joven tras otro pasaba entre las cuerdas. Aquellos muchachos desconocidos pero ambiciosos estaban convencidos, y así lo pregonaban, de que con su fuerza y destreza eran capaces de medirse con el vencedor. Unos años antes, cuando su carrera se hallaba en su apogeo y él se consideraba invencible, aquellos preliminares hubieran divertido y aburrido a Tom King. Pero a la sazón los contemplaba fascinado, incapaz de apartar de sus ojos la visión de la juventud. Siempre existirían aquellos jóvenes que subían al ring, y saltaban por las cuerdas para lanzar su reto a los cuatro vientos; y siempre tendrían que caer ante ellos los boxeadores gastados. Ascendían hacia el éxito trepando sobre los cuerpos de los viejos púgiles. Y continuaban afluyendo en número creciente, como una oleada de juventud incontenible que arrollaba a los viejos, para envejecer a su vez y seguir el camino descendente, a impulsos de la juventud eterna, de los nuevos mozos que desarrollaban sus músculos y derribaban a sus mayores, mientras tras ellos se formaba una nueva masa de jóvenes. Y así ocurriría hasta el fin de los tiempos, pues aquella juventud voluntariosa era algo inseparable de la humanidad.
King dirigió una mirada al palco de la prensa y saludó con un movimiento de cabeza a Morgan, del Sportsman, y a Corbett, del Referee. Luego tendió las manos para que Sid Sullivan y Charles Bates, sus segundos, le pusieran los guantes y se los atasen fuertemente, bajo la atenta fiscalización de uno de los segundos de Sandel, que ya había examinado con ojo crítico las vendas que cubrían los nudillos de King. Uno de los segundos de Tom cumplía la misma misión en el ángulo ocupado por Sandel. Este levantó las piernas para que le despojasen de los pantalones del mono y luego se levantó para que acabaran de quitarle la prenda por la cabeza. Tom King vio entonces ante sí una encarnación de la juventud, un pecho ancho y desbordante de vigor, unos músculos elásticos que se movían como seres vivos bajo la piel blanca y satinada. Todo aquel cuerpo estaba pletórico de vida, de una vida que aún no había dejado escapar nada de ella por los doloridos poros en los largos combates en que la juventud ha de pagar su tributo, dejando algo de ella misma en los tablados.
Los dos púgiles avanzaron hacia el centro del cuadrilátero y cuando los segundos saltaron por las cuerdas, llevándose los taburetes plegables, ellos simularon estrecharse las manos enguantadas e inmediatamente se pusieron en guardia. Acto seguido, como un mecanismo de acero puesto en marcha por un fino resorte, Sandel se lanzó al ataque. Asestó a Tom un gancho de izquierda al entrecejo y un derechazo a las costillas. Luego, entre fintas y sin cesar de saltar sobre las puntas de los pies, se alejó ligeramente de su contrincante para volverse a acercar en seguida, ágil y agresivo. Era un boxeador rápido e inteligente, que había iniciado la pelea con una espectacular exhibición. El público vociferaba entusiasmado. Pero King no se dejó impresionar. Había librado demasiados encuentros y había visto a demasiados jóvenes. Supo apreciar el verdadero valor de aquellos golpes: eran demasiado rápidos y hábiles para ser peligrosos. Evidentemente, Sandel trataba de forzar el curso del combate desde el comienzo. No le sorprendió. Esto era muy propio de la juventud, inclinada a malgastar sus espléndidas facultades en furiosos ataques y locas acometidas, alentada por un ilimitado deseo de gloria que redoblaba sus fuerzas.
Sandel atacaba, retrocedía, estaba aquí y allá, en todas partes. Con pies ligeros y corazón vehemente, deslumbrante con su carne blanca y sus potentes músculos, tejía un ataque maravilloso, saltando y deslizándose como una ardilla, eslabonando mil movimientos ofensivos, todos ellos encaminados a la destrucción de Tom King, del hombre que se alzaba entre él y la fortuna. Y Tom King soportaba pacientemente el chaparrón. Conocía su oficio y sabía cómo era la juventud, ahora que la había perdido. Se dijo que tenía que esperar a que su oponente fuese perdiendo fogosidad, y sonrió para sus adentros mientras se agachaba para parar un fuerte directo con la base del cráneo. Era una argucia innoble, pero correcta, según el reglamento del pugilismo. El boxeador tenía que velar por sus nudillos y, si se empeñaba en golpear a su adversario en la cabeza, allá él. King podía haberse agachado más para que el golpe no lo alcanzara, pero se acordó de sus primeros encuentros y de cómo se partió por primera vez un nudillo contra la cabeza del «Terror de Gales». Aun ajustándose a las reglas del juego, al agacharse había atentado contra los nudillos de Sandel. De momento, éste no lo notaría. Seguro de sí mismo e indiferente, seguiría propinando golpes con la misma fuerza durante todo el combate. Pero, andando el tiempo, cuando en su historial tuviera muchos encuentros, el nudillo lesionado se resentiría, y entonces él, volviendo la vista atrás, recordaría el potente golpe asestado a la cabeza de Tom King.
El primer asalto lo ganó Sandel por puntos. El joven boxeador mantuvo a la sala en vilo con sus fulminantes arremetidas. Lanzó sobre King un verdadero diluvio de golpes, y King no devolvió ni uno solo: se limitó a cubrirse, mantener una guardia cerrada, esquivar y llegar a veces al cuerpo a cuerpo para eludir el castigo. De vez en cuando hacía alguna finta, movía la cabeza cuando encajaba un directo, e iba evolucionando imperturbable por el ring, sin saltar ni bailar para no malgastar ni un átomo de energías. Debía dejar que Sandel desahogara el ardor de su juventud y sólo entonces replicarle, pues no debía olvidar sus cuarenta años.
Los movimientos de King eran lentos y metódicos. Sus ojos, casi inmóviles bajo los gruesos párpados, le daban el aspecto de un hombre adormilado y aturdido. Sin embargo, no se le escapaba ningún detalle: su experiencia de más de veinte años le permitía verlo todo.
Sus ojos no pestañeaban ni se desviaban al recibir un golpe, porque así podían ver y medir mejor las distancias.
Cuando, al terminar el asalto, fue a sentarse en su rincón para descansar, se recostó con las piernas extendidas y apoyó los brazos en el ángulo recto que formaban las cuerdas. Entonces su pecho y su abdomen empezaron a subir y a bajar en profundas aspiraciones, mientras le acariciaban el rostro el aire de las toallas con que le abanicaban sus segundos.
Con los ojos cerrados, Tom King escuchaba el clamoreo del público.
-¿Por qué no luchas, Tom? -le gritaron- ¿Es que tienes miedo?
-Le pesan los músculos -oyó que comentaba un espectador de primera fila-. No puede moverse con más rapidez. ¡Dos libras contra una a favor de Sandel!
Sonó el gong y los dos púgiles abandonaron sus rincones. Sandel recorrió tres cuartas partes del cuadrilátero, ansioso de reanudar la contienda. King apenas se apartó de su rincón. Esto formaba parte de su plan de ahorro de fuerzas. No había podido entrenarse como era debido, no había comido lo suficiente, y el menor movimiento innecesario tenía su importancia. Además, había que tener en cuenta que había recorrido a pie más de tres kilómetros antes de subir al ring. Aquel asalto fue una repetición del primero: Sandel atacaba en tromba y el público, indignado, abucheaba a King al ver que no combatía. Aparte algunas fintas y varios golpes lentos e ineficaces, se limitaba a mantener una guardia cerrada, parar golpes y agarrarse al adversario. Sandel deseaba acelerar el ritmo del combate, y King, hombre de experiencia, se negaba a secundarlo. En su rostro deformado por los golpes había una melancólica sonrisa, y Tom seguía economizando fuerzas celosamente, como sólo puede hacerlo un boxeador maduro. Sandel era joven y derrochaba sus energías con la prodigalidad propia de su juventud. El generalato del ring correspondía a Tom, y suya era también la sabiduría cosechada a costa de largos y dolorosos combates. Observaba a su adversario con mirada fría y ánimo sereno, moviéndose lentamente, en espera de que se agotara el ardor de Sandel. Para la mayoría de espectadores, aquello era buena prueba de que King era incapaz de medirse con su joven adversario, opinión que expresaban en voz alta, apostando a razón de tres a uno a favor de Sandel. Pero aún quedaban algunos espectadores prudentes que conocían a King desde hacía años y aceptaban estas ofertas, con grandes esperanzas de ganar.
El tercer asalto comenzó como los anteriores. Sandel llevaba la iniciativa y castigaba duramente a su adversario. Pero, cuando aún no había transcurrido medio minuto, el joven, excesivamente confiado, se olvidó de cubrirse, y los ojos de King centellearon a la vez que su brazo derecho se lanzaba como un rayo hacia adelante. Fue su primer golpe de verdad: un gancho reforzado, no sólo por el hábil movimiento del brazo, sino por el peso de todo el cuerpo. El león adormecido acababa de lanzar un imprevisto zarpazo. Sandel, tocado en un lado de la mandíbula, cayó como un buey abatido por el matarife. El público se quedó pasmado: algunos aplaudieron tímidamente, mientras por toda la sala corrían murmullos de admiración. ¡Caramba, caramba! King no tenía los músculos tan embotados como se creía, sino que era capaz de asestar verdaderos mazazos.
Sandel quedó casi inconsciente, hizo girar su cuerpo hasta ponerse de costado e intentó levantarse, pero, al oír los gritos de sus segundos que le aconsejaban esperar hasta el último instante, no acabó de ponerse en pie, sino que quedó con una rodilla en el suelo. El árbitro se inclinó hacia él y empezó a contar los segundos con voz estentórea junto a su oído. Cuando oyó decir «¡nueve!» Sandel se levantó con gesto agresivo y Tom King hubo de hacerle frente, mientras se lamentaba de no haberle dado el golpe un par de centímetros más cerca del mentón, pues entonces habría conseguido el fuera de combate y vuelto a casa con treinta libras para su mujer y sus hijos.
El asalto continuó hasta que se cumplieron los tres minutos reglamentarios. Sandel empezó a mirar con respeto a su oponente. Por su parte, King seguía moviéndose con lentitud y su mirada aparecía tan soñolienta como antes. Cuando el asalto estaba a punto de terminar, King se dio cuenta de ello al ver a los segundos agazapados junto al cuadrilátero. Estaban preparados para subir, pasando entre las cuerdas. Entonces llevó el combate hacia su rincón, y, cuando sonó el gong, pudo sentarse inmediatamente en el taburete que ya tenían preparado. En cambio, Sandel tuvo que cruzar de ángulo a ángulo todo el ring para llegar a su sitio. Esto era una pequeñez, pero muchas pequeñeces juntas pueden formar algo importante. Al verse obligado a dar aquellos pasos de más, Sandel perdió no sólo cierta cantidad de energía, sino una parte de los preciosos sesenta segundos de descanso. Al principio de cada asalto King salía perezosamente de su rincón, con lo que obligaba a su adversario a recorrer una distancia mayor, y cuando el asalto terminaba, King estaba en su sitio y podía sentarse inmediatamente.
Transcurrieron otros dos asaltos en los que King economizó sus fuerzas con toda parsimonia, mientras Sandel derrochaba energías. Los esfuerzos que el joven púgil hacía por imponer un ritmo más vivo a la lucha resultaron bastante enojosos para King, que hubo de encajar una parte bastante crecida del diluvio de golpes que cayó sobre él. Sin embargo, King mantuvo su deliberada lentitud, sin importarle el griterío de los jóvenes vehementes que querían verle pelear.
En el sexto asalto, Sandel volvió a tener un descuido, y la terrible derecha de Tom King lanzó un nuevo disparo contra su mandíbula. Otra vez contó el árbitro hasta nueve.
Al comenzar el séptimo asalto se vio claramente que el ardor de Sandel se había esfumado. El joven boxeador se percataba de que estaba librando el combate más duro de su carrera. Tom King era un boxeador gastado, pero el de más calidad que se le había opuesto hasta entonces; un boxeador maduro que no perdía la cabeza, que se defendía con extraordinaria habilidad, cuyos golpes eran verdaderos mazazos y que tenía un fuera de combate en cada puño. Pero Tom King no se atrevía a utilizar estos potentes puños demasiado, pues no se olvidaba de que tenía los nudillos lesionados y sabía que, para que pudieran resistir todo el combate, tenía que racionar los golpes prudentemente.
Mientras permanecía sentado en su rincón, mirando a su adversario, pensó que la unión de su experiencia y de la juventud de Sandel producirían un campeón mundial. Pero esta mezcla era imposible. Sandel no sería campeón del mundo. Le faltaba experiencia y ésta sólo podía obtenerse a costa de la juventud. Cuando Sandel tuviera experiencia, advertiría que había gastado su juventud para adquirirla.
King recurrió a todas las tretas y argucias. No desaprovechaba ocasión de agarrarse a su adversario y, cada vez que llegaba al cuerpo a cuerpo, clavaba con fuerza el hombro en las costillas de Sandel. En la teoría pugilística no había diferencia entre un hombro y un puño si con ambos podía hacerse el mismo daño, y el hombro aventajaba al puño en lo concerniente a la pérdida de energías. Asimismo, cuando se agarraban los dos púgiles, King descargaba todo el peso de su cuerpo sobre su contrincante y se resistía a soltarse. Esto obligaba al árbitro a intervenir para separarlos, en lo cual hallaba las mayores facilidades por parte de Sandel, que todavía no había aprendido a descansar de este modo. El joven no podía dejar de emplear sus magníficos brazos ni su lozana musculatura. Cuando King se aferraba a él, clavándole el hombro en las costillas e introduciendo la cabeza bajo su brazo izquierdo, Sandel le golpeaba el rostro pasando su brazo derecho por detrás de su espalda. Era un castigo espectacular que provocaba murmullos de admiración en el público, pero sin ninguna eficacia. Por el contrario, sólo servía para hacer perder energías a Sandel. Éste, incansable, no se daba cuenta de que todo tiene un límite. King sonreía y no se apartaba de su prudente táctica.
Sandel asestó un sonoro derechazo al cuerpo de King, que la masa de espectadores consideró como un rudo castigo, pero los pocos expertos que había en la sala percibieron el hábil movimiento del guante izquierdo de Tom, que tocó el bíceps de Sandel en el momento en que éste lanzaba el fuerte derechazo. Sandel repitió una y otra vez este golpe, consiguiendo que siempre llegara a su destino, pero nunca con eficacia, debido al ligero contragolpe de King.
En el noveno asalto, y en un solo minuto, Tom alcanzó con tres ganchos de derecha la mandíbula de Sandel, y las tres veces el corpachón del joven besó la lona y el árbitro hubo de contar hasta nueve. Sandel quedó aturdido y ligeramente conmocionado, pero conservaba las energías. Había perdido velocidad y economizaba sus fuerzas. Tenía el ceño fruncido, pero seguía contando con el arma más importante del boxeador: la juventud. El arma principal de King era la experiencia. Cuando empezó el declive de su vitalidad, cuando su vigor empezó a disminuir, lo reemplazó con la astucia, la sabiduría cosechada en mil combates y una escrupulosa economía de sus fuerzas. King no era el único que sabía eludir los movimientos superfluos, pero nadie como él poseía el arte de incitar al adversario a despilfarrar sus energías.
Una y otra vez, haciendo fintas con los pies, los puños y el cuerpo, siguió engañando a Sandel: obligándolo a saltar hacia atrás sin motivo, a esquivar golpes imaginarios, a lanzar inútiles contraataques. King descansaba, pero no daba descanso a su rival. Era la estrategia de un boxeador maduro.
Al iniciarse el décimo asalto, King detuvo las embestidas de Sandel con directos de izquierda a la cara, y Sandel, que ahora procedía con cautela, respondió esgrimiendo su izquierda, para bajarla en seguida, mientras lanzaba un gancho de derecha a la cara de Tom King. El golpe fue demasiado alto para resultar decisivo, pero King notó que ese negro velo de inconsciencia tan conocido por los boxeadores se extendía sobre su mente. Durante una fracción casi inapreciable de tiempo, Tom dejó de luchar. Momentáneamente, desaparecieron de su vista su adversario y el telón de fondo formado por las caras blancas y expectantes del público..., pero sólo momentáneamente. Le pareció que abría los ojos tras un sueño fugaz. El intervalo de inconsciencia fue tan breve, que no tuvo tiempo de caer. El público sólo lo vio vacilar y doblar las rodillas. Inmediatamente, Tom King se recuperó y ocultó más su barbilla en el refugio que le ofrecía su hombro izquierdo.
Sandel repitió varias veces este golpe, aturdiendo parcialmente a King. Pero el experto boxeador consiguió elaborar su defensa, que fue también una forma de contraatacar. Retrocediendo ligeramente sin dejar de hacer fintas con el brazo izquierdo, lanzó a Sandel un uppercut con toda la potencia de su puño derecho. Lo calculó con tanta precisión, que consiguió alcanzar de pleno la cara de Sandel cuando éste se agachaba haciendo un regate. El joven, levantado en vilo, cayó hacia atrás y fue a dar en la lona con la cabeza y la espalda. King repitió este golpe dos veces. Después dio rienda suelta a su acometividad y acorraló a su adversario contra las cuerdas, lanzando sobre él una lluvia de golpes. Sus puños funcionaron sin cesar hasta que el público, puesto en pie, le tributó una estruendosa salva de aplausos. Pero Sandel poseía una energía y una resistencia inagotables, y se mantenía en pie. Se mascaba el knock-out. Un capitán de policía, impresionado por el terrible castigo que recibía Sandel, se acercó al cuadrilátero para suspender el combate, pero en este preciso instante sonó el gong, señalando el fin del asalto, y Sandel regresó tambaleándose a su rincón, donde aseguró al capitán que estaba bien y conservaba las fuerzas. Para demostrarlo, dio un par de saltos, y el policía, convencido, volvió a sentarse.
Tom King, mientras descansaba en su rincón, jadeante, se decía, contrariado, que si el combate se hubiera suspendido, el árbitro se habría visto obligado a declararlo vencedor y la bolsa hubiera ido a parar a sus manos. A diferencia de Sandel, él no luchaba por la gloria ni para abrirse paso, sino para ganar treinta libras esterlinas. En aquel minuto de descanso, Sandel se recuperaría.
La juventud será servida... Esta frase cruzó como un relámpago por el cerebro de King. Se acordó también de la ocasión en que la oyó: fue la noche en que dejó fuera de combate a Stowsher Bill. El señorito que la había pronunciado tenía razón. Aquella noche, tan lejana ya, él encarnaba a la juventud. «Pero esta noche -se dijo- la juventud se sienta en el rincón de enfrente.» Ya llevaba media hora de pelea y los años le pesaban. Si hubiese luchado como Sandel, no hubiera resistido ni quince minutos. Lo peor era que no se recuperaba. Sus venas hinchadas y su corazón fatigado no le permitían recobrar las perdidas fuerzas en los descansos entre asalto y asalto. Las energías le faltarían ya desde el comienzo de los asaltos. Notaba las piernas pesadas y empezaba a sentir calambres. No debió haber hecho a pie aquellos tres kilómetros que mediaban desde su casa a la sala de deportes. Y para colmo de desdichas, aquel bistec que no se había podido comer aquella mañana y que tanto había deseado. Se despertó en él un odio terrible contra los carniceros que se habían negado a fiarle. Un hombre de sus años no podía boxear sin haber comido lo suficiente. ¿Qué era, al fin y al cabo, un bistec? Una insignificancia que valía unos cuantos peniques. Sin embargo, para él significaba treinta libras esterlinas.
Cuando el gong señaló el comienzo del undécimo asalto, Sandel se levantó impetuosamente, aparentando una gallardía que estaba muy lejos de poseer. King supo apreciar el justo valor de semejante actitud: se trataba de un farol tan antiguo como el mismo boxeo. Para no gastar fuerzas en balde, Tom se abrazó a su adversario. Luego, cuando lo soltó, permitió que el joven se pusiera en guardia. Esto era lo que King esperaba. Hizo una finta con la izquierda, consiguió que su contrincante se agachara para rehuirla, y al mismo tiempo le lanzó un gancho de derecha. Seguidamente King, retrocediendo un poco, asestó a Sandel un uppercut que lo alcanzó en plena cara y lo derribó. Después no le dio punto de reposo. Encajó mucho, pero pegó mucho más. Acorraló a Sandel contra las cuerdas mediante una serie de ganchos y con toda clase de golpes. Después de desprenderse de sus brazos, le impidió que lo volviera a abrazar, propinándole un directo cada vez que lo intentaba. Y cuando Sandel iba a caer, lo sostenía con una mano y lo golpeaba inmediatamente con la otra para arrojarlo contra las cuerdas, donde no le era posible desplomarse.
El público parecía haber enloquecido. Todos los espectadores, puestos en pie, lo animaban con sus gritos.
-¡Duro con él, Tom! ¡Ya es tuyo! ¡Lo tienes en el bolsillo!
Querían que el combate terminara con una lluvia de golpes irresistibles. Esto era lo que deseaban ver; para esto pagaban.
Y Tom King, que durante media hora había economizado sus fuerzas, las derrochó a manos llenas en lo que debía ser el esfuerzo final, un esfuerzo que no podría repetir. Era su única oportunidad. ¡Ahora o nunca! Las fuerzas lo abandonaban rápidamente, y todas sus esperanzas se cifraban en que, antes de que lo abandonasen del todo, habría conseguido que su adversario permaneciera tendido en la lona durante diez segundos. Y mientras seguía pegando y atacando, calculando fríamente la fuerza de sus golpes y el daño que causaban, comprendió lo difícil que era dejar a Sandel fuera de combate. La resistencia de aquel hombre, realmente extraordinaria, era la resistencia virgen de la juventud. Desde luego, Sandel tenía ante sí un futuro lleno de promesas. Él también lo tuvo. Todos los buenos boxeadores poseían el temple que demostraba Sandel.
Sandel retrocedía dando traspiés, perseguido por King, que empezaba a sentir calambres en las piernas y cuyos nudillos comenzaban a resentirse. Sin embargo, siguió asestando sus terribles golpes, sin detenerse ante el dolor que cada uno de ellos producía en sus manos, en sus pobres manos, viejas y torturadas. Aunque en aquellos momentos no recibía ninguna réplica de su adversario, King se debilitaba a toda prisa, de modo que pronto su estado igualaría el de Sandel. No fallaba un solo golpe, pero éstos ya no poseían la potencia de antes y cada uno de ellos suponía para Tom un esfuerzo extraordinario. Sus piernas parecían de plomo y se arrastraban visiblemente por el ring. Los partidarios de Sandel lo advirtieron y empezaron a dirigir gritos de aliento al joven boxeador.
Esto decidió a King a realizar un postrer esfuerzo y asestó dos golpes casi simultáneos: uno con la izquierda, dirigido al plexo solar y que resultó un poco alto, y otro con la derecha a la mandíbula. Estos golpes no fueron demasiado fuertes, pero Sandel estaba ya tan conmocionado, que cayó en la lona, donde quedó debatiéndose. El árbitro se inclinó sobre él y empezó a contarle al oído los segundos fatales. Si antes del décimo no se levantaba, habría perdido el combate. En la sala reinaba un silencio de muerte. King apenas se mantenía en pie sobre sus piernas temblorosas. Se había apoderado de él un mortal aturdimiento y, ante sus ojos, el mar de caras se movía y se balanceaba mientras a sus oídos llegaba, al parecer desde una distancia remotísima, la voz del árbitro que contaba los segundos. Pero consideraba el combate suyo. Era imposible que un hombre tan castigado pudiera levantarse.
Solamente la juventud se podía levantar... Y Sandel se levantó. Al cuarto segundo, dio media vuelta, quedando de bruces, y buscó a tientas las cuerdas. Al séptimo segundo ya había conseguido incorporarse hasta quedar sobre una rodilla, y descansó un momento en esta postura, mientras su aturdida cabeza se bamboleaba sobre sus hombros. Cuando el árbitro gritó «¡nueve!» Sandel se levantó del todo, adoptando la adecuada posición de guardia, cubriéndose la cara con el brazo izquierdo y el estómago con el derecho. Así defendía sus puntos vitales, mientras avanzaba agachado hacia King, con la esperanza de agarrarse a él para ganar más tiempo.
Tan pronto como Sandel se levantó, King se le echó encima, pero los dos golpes que le envió tropezaron con los brazos protectores. Acto seguido, Sandel se aferró a él desesperadamente, mientras el árbitro se esforzaba por separarlo, ayudado por King. Éste sabía con cuánta rapidez se recobraba la juventud y, al mismo tiempo, estaba seguro de que Sandel sería suyo si podía evitar que se repusiera. Un enérgico directo lo liquidaría. Tenía a Sandel en su poder, no cabía duda. Él había llevado la iniciativa del combate, había demostrado mayor experiencia que su contrincante, le llevaba ventaja de puntos. Sandel se desprendió del cuerpo de King, tambaleándose, vacilando entre la derrota y la supervivencia. Un buen golpe lo derribaría definitivamente, y, ante esta idea, Tom King, presa de súbita amargura, se acordó del bistec. ¡Ah, si lo hubiera tenido y contara con su fuerza para el golpe que iba a asestar! Concentró sus últimas energías en el golpe decisivo, pero éste no fue bastante fuerte ni bastante rápido. Sandel se tambaleó, pero no llegó a caer. Con paso vacilante, retrocedió hacia las cuerdas y se aferró a ellas. King, también tambaleándose, lo siguió y, experimentando un dolor indescriptible, le asestó un nuevo golpe. Pero las fuerzas lo habían abandonado. Únicamente le quedaba su inteligencia de luchador, turbia, oscurecida por el cansancio. Había dirigido el puño a la mandíbula, pero tropezó en el hombro. Su intención había sido darlo más alto, pero sus cansados músculos no lo obedecieron. Y, por efecto del impacto, el propio Tom King retrocedió, dando traspiés. Poco faltó para que cayera. De nuevo lo intentó. Esta vez su directo ni siquiera alcanzó a Sandel. Era tal su debilidad que cayó sobre el joven y se abrazó a su cuerpo, para no desplomarse definitivamente a sus pies.
King ya no hizo nada por separarse. Había puesto toda la carne en el asador: ya no podía hacer más. La juventud se había impuesto. Incluso en aquel abrazo notaba cómo Sandel iba recuperando sus fuerzas. Cuando el árbitro los separó, King vio claramente cómo se recobraba su joven adversario. Segundo a segundo, Sandel se iba mostrando más fuerte. Sus directos, débiles y vacilantes al principio, cobraron dureza y precisión. Los ofuscados ojos de Tom King vieron el guante que se acercaba a su mandíbula y se propuso protegerla alzando el brazo. Vio el peligro, deseó parar el golpe, pero el brazo le pesaba demasiado y no pudo: le pareció que tenía que levantar un quintal de plomo. El brazo no quería levantarse y él deseó con toda su alma levantarlo. El guante de Sandel ya le había llegado a la cara. Oyó un agudo chasquido semejante al de un chispazo eléctrico y el negro velo de la inconsciencia envolvió su mente.
Cuando abrió de nuevo los ojos, se encontró sentado en su rincón y oyó el clamoreo del público, semejante al rumor del oleaje de la playa de Bondi. Alguien le oprimía una esponja empapada contra la base del cráneo, y Sid Sullivan le rociaba la cara y el pecho con agua fría. Le habían quitado ya los guantes y Sandel, inclinado sobre él, le estrechaba la mano. No sintió rencor alguno hacia el hombre que lo había dejado fuera de combate, y le devolvió el apretón de manos tan cordialmente que sus nudillos se resintieron. Luego Sandel se dirigió al centro del cuadrilátero y el griterío del público se acalló para oírle decir que aceptaba el desafío de Young Pronto, y que proponía aumentar la apuesta a cien libras. King lo contemplaba, indiferente, mientras sus segundos secaban el agua que corría a raudales por su cuerpo, le pasaban una esponja por la cara y lo preparaban para abandonar el cuadrilátero. King sentía hambre; no era aquélla la sensación de hambre ordinaria, sino una gran debilidad, una serie de palpitaciones en la boca del estómago que repercutían en todo su cuerpo. Se acordó del momento en que había tenido ante él a Sandel tambaleándose, al borde del knock-out. ¡Ah, si hubiese tenido aquel bistec en el cuerpo! Entonces nada habría salvado a Sandel. Le había faltado sólo esto para asestar el golpe decisivo con eficacia. Había perdido por culpa de aquel bistec.
Sus segundos trataron de ayudarlo a pasar entre las cuerdas, pero él los apartó, se agachó y saltó solo al piso de la sala. Precedido por sus cuidadores, avanzó por el pasillo central abarrotado de público. Poco después, cuando salió de los vestuarios y se dirigió a la calle, se encontró con un muchacho que le dijo:
-¿Por qué no le pegaste de firme cuando lo tenías atontado?
-¡Vete al diablo! -le respondió Tom King mientras bajaba los escalones del portal.
Las puertas de la taberna de la esquina estaban abiertas de par en par. Tom King vio las luces cegadoras del local y las sonrientes camareras, y, entre el alegre tintineo de las monedas que saltaban en el mármol del mostrador, oyó diversas voces que comentaban el combate. Alguien lo llamó para invitarlo a una copa, pero él rechazó la invitación y siguió su camino.
No llevaba un céntimo encima. Los tres kilómetros que lo separaban de su casa le parecieron muy largos. Era evidente que envejecía. Cuando cruzaba el Dominio, se dejó caer de pronto en un banco. La idea de que su mujer estaría esperándolo, ansiosa de saber cómo había terminado el encuentro, lo sumió en una angustiosa desesperación. Esto era peor que un knock-out: no se sentía con fuerzas para mirarla a la cara.
Estaba desfallecido y amargado. El vivo dolor que sentía en los nudillos le hizo comprender que, aunque encontrase trabajo como peón de albañil, tardaría lo menos una semana en poder empuñar la pala o el pico. Las palpitaciones que le producía el hambre en la boca del estómago le hacían sentir náuseas. Una profunda desolación se apoderó de él y notó que sus ojos se llenaban de lágrimas incontenibles. Se cubrió la cara con las manos y lloró. Y mientras lloraba se acordó de la paliza que propinó a Stowsher Bill una noche ya lejana. ¡Pobre Stowsher Bill! Ahora comprendía por qué lloró aquella noche en los vestuarios.
Aquí va uno de los cuentos de boxeo que está entre mis favoritos: "Por un bistec", del viejo Jack London... Para leer a los veinte y después de los cuarenta.
Tom King rebañó el plato con el último trozo de pan para recoger la última partícula de gachas, y masticó aquel bocado final lentamente y con semblante pensativo. Cuando se levantó de la mesa, le embargaba una inconfundible sensación de hambre. Él era el único que había cenado. Los dos niños estaban acostados en la habitación contigua. Los habían llevado a la cama antes que otros días para que el sueño no les dejara pensar en que se habían ido a dormir sin probar bocado.
La esposa de Tom King no había cenado tampoco. Se había sentado frente a él y lo observaba en silencio, con mirada solícita. Era una mujer de clase humilde, flaca y agotada por el trabajo, pero cuyas facciones conservaban restos de una antigua belleza. La vecina del piso de enfrente le había prestado la harina para las gachas. Los dos medio peniques que le quedaban los había invertido en pan.
Tom King se sentó junto a la ventana, en una silla desvencijada que crujió al recibir su peso. Con un movimiento maquinal, se llevó la pipa a la boca e introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta. Al no encontrar tabaco, se dio cuenta de su distracción y, lanzando un gruñido de contrariedad, se guardó la pipa. Sus movimientos eran lentos y premiosos, como si el extraordinario volumen de sus músculos le abrumara. Era un hombre macizo, de rostro impasible y aspecto nada simpático. Llevaba un traje viejo y lleno de arrugas, y sus destrozados zapatos eran demasiado endebles para soportar el peso de las gruesas suelas que les había puesto él mismo hacía ya bastante tiempo. Su camisa de algodón (un modelo de no más de dos chelines) tenía el cuello deshilachado y unas manchas de pintura que no se quitaban con nada.
Bastaba verle la cara a Tom King para comprender cuál era su profesión. Aquel rostro era el típico del boxeador, del hombre que ha pasado muchos años en el cuadrilátero y que, a causa de ello, ha desarrollado y subrayado en sus facciones los rasgos característicos del animal de lucha. Era una fisonomía que intimidaba, y para que ninguno de aquellos rasgos pasara inadvertido iba perfectamente rasurado. Sus labios informes, de expresión extremadamente dura, daban la impresión de una cuchillada que atravesara su rostro. Su mandíbula inferior era maciza, agresiva, brutal. Sus ojos, de perezosos movimientos y dotados de gruesos párpados, apenas tenían expresión bajo sus tupidas y aplastadas cejas. Estos ojos, lo más bestial de su semblante, realzaban el aspecto de brutalidad del conjunto. Parecían los ojos soñolientos de un león o de cualquier otro animal de presa. La frente hundida y angosta lindaba con un cabello que, cortado al cero, mostraba todas las protuberancias de aquella cabeza monstruosa. Una nariz rota por dos partes y aplastada a fuerza de golpes, y una oreja deforme, que había crecido hasta adquirir el doble de su tamaño y que hacía pensar en una coliflor, completaban el cuadro. Y en cuanto a su barba, aunque recién afeitada, apuntaba bajo la piel, dando a su tez un tono azulado negruzco.
Si bien aquella fisonomía era la de uno de esos hombres con los que no deseamos encontrarnos a solas en un callejón oscuro o en un lugar apartado, Tom King no era un criminal ni había cometido nunca una mala acción. Dejando aparte las reyertas en que se había visto mezclado y que eran cosa corriente en los medios que frecuentaba, no había hecho daño a nadie. No se le consideraba un pendenciero. Era un profesional de la contienda y reservaba toda su combatividad para sus apariciones en el ring. Fuera del tablado, era un hombre bonachón, de movimientos tardos, y en su juventud, cuando ganaba el dinero a espuertas, había sido, no ya generoso, sino despilfarrador. Para él el boxeo era un negocio. Cuando estaba en el cuadrilátero, pegaba con intención de hacer daño, de lesionar, de destruir; pero no había animosidad en sus golpes: era una simple cuestión de intereses. El público acudía y pagaba para ver cómo dos hombres se vapuleaban hasta que uno de ellos quedaba inconsciente. El vencedor se quedaba con la parte del león de la bolsa. Hacía veinte años, cuando Tom King se enfrentó con el «Salta Ojos», de Woolloomoolloo, sabía que la mandíbula de su contrincante sólo estaba firme desde hacía cuatro meses, pues anteriormente se la habían partido en un combate celebrado en Newcastle. Por eso dirigió todos sus golpes contra ella, y consiguió fracturarla nuevamente en el noveno asalto. No lo movía ningún resentimiento contra su adversario: procedió así porque era el medio más seguro de dejar fuera de combate a aquel hombre y, de este modo, ganar la mayor parte de la bolsa ofrecida. En cuanto al «Salta Ojos», no le guardó rencor alguno. Ambos sabían que así era el boxeo, y había que atenerse a sus reglas.
Tom King no era nada hablador. En aquel momento en que permanecía sentado junto a la ventana, se hallaba sumido en un huraño silencio, mientras se miraba las manos. En el dorso de ellas se destacaban las venas gruesas e hinchadas. El aspecto de los nudillos, aplastados, estropeados, deformes, atestiguaba el empleo que había hecho de ellos. Tom no había oído decir nunca que la vida de un hombre dependía de sus arterias, pero sabía muy bien lo que significaban aquellas venas prominentes, dilatadas. Su corazón había hecho correr demasiada sangre por ellas a una presión excesiva. Ya no funcionaban bien. Habían perdido la elasticidad, y su distensión había acabado con su antigua resistencia. Ahora se fatigaba fácilmente. Ya no podía resistir un combate a veinte asaltos con el ritmo acelerado de antes, con fuerza y violencia sostenidas, luchando infatigablemente desde que sonaba el gong, acosando sin cesar a su adversario, retrocediendo hasta las cuerdas o llevando a su oponente hacia ellas, recibiendo golpes y devolviéndolos. Ya no multiplicaba su acometividad y la rapidez de sus golpes en el vigésimo y último asalto, levantando al público de sus asientos y provocando sus aclamaciones, cuando él acometía, pegaba, esquivaba, hacía caer una lluvia de golpes sobre su adversario y recibía otra igual mientras su corazón no dejaba de enviar, con impetuosa fidelidad, sangre a sus venas jóvenes y elásticas. Sus arterias, dilatadas durante el combate, se encogían de nuevo, pero no del todo; al principio, esta diferencia era imperceptible, pero cada vez quedaban un poco más distendidas que la anterior. Se contempló las venas y los estropeados nudillos. Por un momento le pareció ver los magníficos puños que tenía en su juventud, antes de romperse el primer nudillo contra la cabeza de Benny Jones, apodado el «Terror de Gales».
Experimentó de nuevo la sensación de hambre.
-¡Lo que daría yo por un buen bistec! -murmuró, cerrando sus enormes puños y lanzando un juramento en voz baja.
-He ido a la carnicería de Burke y luego a la de Sawley -dijo la mujer en son de disculpa.
-¿Y no te quisieron fiar?
-Ni medio penique. Burke me dijo que...
Vacilaba, no se atrevía a seguir.
-¡Vamos! ¿Qué dijo?
-Que como esta noche Sandel te zurraría de lo lindo, no quería aumentar tu cuenta, ya es bastante crecida.
Tom King lanzó un gruñido por toda respuesta. Se acordaba del bulldog que tuvo en su juventud, al que echaba continuamente bistecs crudos. En aquella época, Burke le habría concedido crédito para mil bistecs. Pero los tiempos cambian. Tom King estaba envejecido, y un viejo que tenía que enfrentarse con un boxeador joven en un club de segunda categoría, no podía esperar que ningún comerciante le fiase.
Aquella mañana se había levantado con el deseo de comer un bistec, y aquel deseo no lo había abandonado. No había podido entrenarse debidamente para aquel combate. En Australia el año había sido de sequía y los tiempos eran difíciles. Había dificultades para encontrar trabajo, fuera de la índole que fuere. No había tenido sparring, no siempre había comido los alimentos debidos y en la cantidad necesaria. Había trabajado varios días como peón en una obra, y algunas mañanas había corrido para hacer piernas. Pero era difícil entrenarse sin compañero y teniendo que atender a las necesidades de una esposa y dos hijos. Cuando se anunció su combate con Sandel, los tenderos apenas le concedieron un poco más de crédito. El secretario del Gayety Club le adelantó tres libras -la cantidad que percibiría si perdía el combate-, y se negó a darle un céntimo más. De vez en cuando consiguió que sus antiguos compañeros le prestasen unos centavos, pero no pudieron prestarle más, porque corrían malos tiempos y ellos también pasaban sus apuros. En resumen, que era inútil tratar de ocultarse que no estaba debidamente preparado para la pelea. Le había faltado comida y le habían sobrado preocupaciones. Además, ponerse «en forma» no es tan fácil para un hombre de cuarenta años como para otro de veinte.
-¿Qué hora es, Lizzie? - preguntó.
Su mujer fue a preguntarlo a la vecina y, al regresar, le dio la respuesta.
-Las ocho menos cuarto.
-El primer match empezará dentro de unos minutos -observó Tom-. No es más que un combate de prueba. Después hay un encuentro a cuatro asaltos entre Dealer Wells y Gridley, y luego uno a diez asaltos entre Starlight y un marinero. Yo aún tengo para una hora.
Otros diez minutos de silencio y Tom se puso en pie.
-La verdad es, Lizzie, que no me he entrenado todo lo que debía.
Cogió el sombrero y se dirigió a la puerta. No le pasó por la mente besar a su mujer -nunca la besaba al marcharse-, pero aquella noche ella lo hizo por su cuenta y riesgo: le echó los brazos al cuello y lo obligó a inclinarse hacia su rostro. Se veía menudita y frágil junto al macizo corpachón de su marido.
-Buena suerte, Tom -le dijo-. Tienes que ganar.
-Sí, tengo que ganar -repitió él-. Ni más ni menos.
Se echó a reír, tratando de mostrarse despreocupado, mientras ella se apretaba más contra él. Tom contempló la desnuda estancia por encima del hombro de su esposa. Aquel cuartucho, del que debía varios meses de alquiler, era, con Lizzie y los niños, cuanto tenía en el mundo. Y aquella noche salía en busca de comida para su hembra y sus cachorros, no como el obrero de hoy que va a la fábrica, sino al estilo antiguo, primitivo, arrogante y animal de las bestias de presa.
-Tengo que ganar -volvió a decir a su esposa, esta vez con un rictus de desesperación-. Si gano, son treinta libras, con lo que podré pagar todas las deudas y, además, verme un buen sobrante en el bolsillo. Si pierdo, no me darán nada, ni un penique para tomar el tranvía de vuelta, pues el secretario ya me ha dado todo lo que me correspondería en caso de perder. Adiós, mujercita. Si gano, volveré inmediatamente.
-Te espero -dijo ella cuando Tom estaba ya en el rellano.
Había más de tres kilómetros hasta el Gayety y, mientras los recorría, recordó sus días de triunfo, cuando era el campeón de pesos pesados de Nueva Gales del Sur. Entonces habría tomado un coche de punto para ir al combate, y con toda seguridad alguno de sus admiradores se habría empeñado en pagar el coche para tener el privilegio de acompañarlo. Entre estos admiradores se contaban Tommy Burns y el yanqui Jack Johnson, que poseían automóvil propio. ¡Y ahora tenía que ir a pie! Como todo el mundo sabe, una marcha de tres kilómetros no es la mejor preparación para un combate. Él era un viejo para el pugilismo, y el mundo no trata bien a los viejos. Él sólo servía ya para picar piedra, e incluso para esto era un obstáculo su nariz rota y su oreja hinchada. Ojalá hubiera aprendido un oficio. A la larga, habría sido mejor. Pero nadie se lo había enseñado. Por otra parte, una voz interior le decía que él no habría prestado atención si alguien hubiera tratado de enseñárselo. Su vida fue demasiado fácil. Ganó mucho dinero. Tuvo combates duros y magníficos, separados por períodos de descanso y holgazanería. Estuvo rodeado de aduladores que se desvivían por acompañarle, por darle palmadas en la espalda, por estrecharle la mano; de petimetres que lo invitaban a beber para tener el privilegio de charlar con él cinco minutos. Además, ¡aquellos magníficos combates ante un público delirante de entusiasmo! ¡Y aquel último asalto en que se lanzaba a fondo como un torbellino y el árbitro lo proclamaba vencedor! ¡Y leer su nombre en las secciones deportivas de todos los periódicos al día siguiente...!
¡Ah, qué tiempos aquéllos! Pero, de pronto, su mente tarda y premiosa comprendió que en aquellos lejanos días él dejaba fuera de combate a los viejos. Él era entonces la juventud que despuntaba, y sus adversarios la vejez que decaía. Era natural que resultara fácil para él: ellos tenían las venas hinchadas, los nudillos rotos y los huesos desvencijados por una larga serie de combates. Recordaba el día en que «noqueó» al maduro Stowsher Bill en Rush-Cutters Bay al decimoctavo asalto y luego lo vio llorando en los vestuarios, llorando como un niño. Acaso el viejo Bill debía también varios meses de alquiler, y acaso lo esperaban en su casa su mujer y sus hijos. ¡Y quién sabe si aquel mismo día, el del combate, había sentido el deseo de comerse un buen bistec! Bill combatió valientemente, recibiendo a pie firme una soberana paliza. Ahora que él pasaba el mismo calvario, comprendía que aquella noche de hacía veinte años Bill luchó por algo más importante que su adversario, el joven Tom King, que sólo trataba de ganar dinero y gloria fácilmente. No era extraño que Stowsher Bill hubiese llorado en los vestuarios amargamente después del combate.
No cabía duda de que cada púgil podía soportar un número limitado de combates. Era una ley inflexible del boxeo. Unos podían librar cien encuentros durísimos, otros sólo veinte. Cada cual, según sus dotes físicas, podía subir al ring tantas o cuantas veces. Después, quedaba al margen.
Él se había pasado de la raya, había librado más combates encarnizados de los que debía, encuentros en que el corazón y los pulmones parecía que iban a estallar; contiendas que hacían perder elasticidad a las arterias y convertían un cuerpo esbelto y juvenil en un montón de músculos nudosos; combates que desgastaban los nervios y los músculos, el cerebro y los huesos, por obra del esfuerzo. Sí, él había resistido más que nadie. No quedaba ya ni uno solo de sus antiguos compañeros. Él era el último de la vieja guardia. Había visto cómo iban cayendo todos y había contribuido a poner punto final a la carrera de algunos de ellos.
Lo opusieron a los boxeadores ya viejos y él los fue liquidando uno tras otro. Y después, cuando los veía llorar en los vestuarios, como había llorado el viejo Stowsher Bill, se reía. Pero ahora el viejo era él, y a su vez tenía que enfrentarse con los jóvenes. Con Sandel, por ejemplo. Había llegado de Nueva Zelanda precedido de un brillante historial. Pero como en Australia aún era un desconocido, se acordó enfrentarlo con el viejo Tom King. Si Sandel hacía un buen combate, se le opondrían mejores púgiles y las bolsas serían más crecidas. Así, pues, era de esperar que luchara como un demonio. Aquel combate era decisivo para él, ya que si ganaba tendría dinero, cobraría nombre y habría dado el primer paso de una brillante carrera. Tom King no era para él más que el muro viejo que le cerraba el paso a la fama y la fortuna. En cambio, a lo único que Tom King podía aspirar era a recibir treinta libras, que le servirían para pagar al dueño de la casa y a los tenderos. Y mientras cavilaba así, Tom King vio alzarse ante sus ojos hinchados el cuadro de la juventud triunfadora, exuberante e invencible, de músculos suaves y piel sedosa, de corazón y pulmones que no sabían lo que era el cansancio y se reían del jadeo de los viejos. Los jóvenes destruían a los viejos sin pensar que, al hacerlo, se destruían a sí mismos, dilatando sus arterias y aplastando sus nudillos, para ser, al fin, aniquilados por una nueva generación de jóvenes. Pues la juventud ha de ser siempre joven.
Al llegar a la calle de Castlereagh dobló a la izquierda y, después de recorrer tres manzanas, llegó al Gayety. Una multitud de golfillos apiñados frente a la puerta se apartaron respetuosamente al verle y oyó que decían:
-¡Es Tom King!
Una vez dentro, cuando se dirigía a los vestuarios, encontró al secretario, un joven de mirada viva y expresión astuta, que le estrechó la mano.
-¿Cómo te encuentras, Tom? - le preguntó.
-Estupendamente -respondió King, a sabiendas de que mentía y de que le hacía tanta falta un buen bistec, que si tuviera una libra la daría a cambio de él sin vacilar.
Cuando salió de los vestuarios, seguido por sus segundos, y se dirigió al cuadrilátero, que se alzaba en el centro de la sala, estalló una tempestad de aplausos y vítores en el público. Él respondió saludando a derecha e izquierda, aunque conocía muy pocas de aquellas caras. En su mayoría, eran muchachos que aún tenían que nacer cuando él cosechaba sus primeros laureles en el ring. Saltó con ligereza a la alta plataforma y, después de pasar entre las cuerdas, se dirigió a su ángulo y se sentó en un taburete plegable. Jack Ball, el árbitro, se acercó a él para estrecharle la mano. Ball era un boxeador fracasado que desde hacía diez años no pisaba el ring como púgil. King se alegró de tenerlo por árbitro. Ambos eran veteranos. Si él apretaba las tuercas a Sandel algo más de lo que permitía el reglamento, sabía que Ball haría la vista gorda.
Subieron al tablado, uno tras otro, varios jóvenes aspirantes a la categoría de pesos pesados, y el árbitro los fue presentando sucesivamente al público. Asimismo, expuso sus carteles de desafío.
-Young Pronto -anunció Ball-, de Sidney del Norte, reta al ganador por cincuenta libras.
El público aplaudió y los aplausos se renovaron cuando Sandel trepó ágilmente al ring y fue a sentarse en su rincón. Tom King, desde el ángulo opuesto, lo miró con curiosidad, pensando que minutos después ambos estarían enzarzados en implacable combate, y pondrían todo su empeño en noquearse. Pero apenas pudo ver nada, pues Sandel llevaba, como él, un mono de entrenamiento sobre su calzón corto de pugilista. Su cara era muy atractiva. Estaba coronada por un mechón rizado de pelo rubio, y su cuello grueso y musculoso anunciaba un cuerpo de atleta verdaderamente magnífico.
Young Pronto se dirigió sucesivamente a los dos ángulos y, después de estrechar las manos a los boxeadores, salió del ring. Continuaron los desafíos. Un joven tras otro pasaba entre las cuerdas. Aquellos muchachos desconocidos pero ambiciosos estaban convencidos, y así lo pregonaban, de que con su fuerza y destreza eran capaces de medirse con el vencedor. Unos años antes, cuando su carrera se hallaba en su apogeo y él se consideraba invencible, aquellos preliminares hubieran divertido y aburrido a Tom King. Pero a la sazón los contemplaba fascinado, incapaz de apartar de sus ojos la visión de la juventud. Siempre existirían aquellos jóvenes que subían al ring, y saltaban por las cuerdas para lanzar su reto a los cuatro vientos; y siempre tendrían que caer ante ellos los boxeadores gastados. Ascendían hacia el éxito trepando sobre los cuerpos de los viejos púgiles. Y continuaban afluyendo en número creciente, como una oleada de juventud incontenible que arrollaba a los viejos, para envejecer a su vez y seguir el camino descendente, a impulsos de la juventud eterna, de los nuevos mozos que desarrollaban sus músculos y derribaban a sus mayores, mientras tras ellos se formaba una nueva masa de jóvenes. Y así ocurriría hasta el fin de los tiempos, pues aquella juventud voluntariosa era algo inseparable de la humanidad.
King dirigió una mirada al palco de la prensa y saludó con un movimiento de cabeza a Morgan, del Sportsman, y a Corbett, del Referee. Luego tendió las manos para que Sid Sullivan y Charles Bates, sus segundos, le pusieran los guantes y se los atasen fuertemente, bajo la atenta fiscalización de uno de los segundos de Sandel, que ya había examinado con ojo crítico las vendas que cubrían los nudillos de King. Uno de los segundos de Tom cumplía la misma misión en el ángulo ocupado por Sandel. Este levantó las piernas para que le despojasen de los pantalones del mono y luego se levantó para que acabaran de quitarle la prenda por la cabeza. Tom King vio entonces ante sí una encarnación de la juventud, un pecho ancho y desbordante de vigor, unos músculos elásticos que se movían como seres vivos bajo la piel blanca y satinada. Todo aquel cuerpo estaba pletórico de vida, de una vida que aún no había dejado escapar nada de ella por los doloridos poros en los largos combates en que la juventud ha de pagar su tributo, dejando algo de ella misma en los tablados.
Los dos púgiles avanzaron hacia el centro del cuadrilátero y cuando los segundos saltaron por las cuerdas, llevándose los taburetes plegables, ellos simularon estrecharse las manos enguantadas e inmediatamente se pusieron en guardia. Acto seguido, como un mecanismo de acero puesto en marcha por un fino resorte, Sandel se lanzó al ataque. Asestó a Tom un gancho de izquierda al entrecejo y un derechazo a las costillas. Luego, entre fintas y sin cesar de saltar sobre las puntas de los pies, se alejó ligeramente de su contrincante para volverse a acercar en seguida, ágil y agresivo. Era un boxeador rápido e inteligente, que había iniciado la pelea con una espectacular exhibición. El público vociferaba entusiasmado. Pero King no se dejó impresionar. Había librado demasiados encuentros y había visto a demasiados jóvenes. Supo apreciar el verdadero valor de aquellos golpes: eran demasiado rápidos y hábiles para ser peligrosos. Evidentemente, Sandel trataba de forzar el curso del combate desde el comienzo. No le sorprendió. Esto era muy propio de la juventud, inclinada a malgastar sus espléndidas facultades en furiosos ataques y locas acometidas, alentada por un ilimitado deseo de gloria que redoblaba sus fuerzas.
Sandel atacaba, retrocedía, estaba aquí y allá, en todas partes. Con pies ligeros y corazón vehemente, deslumbrante con su carne blanca y sus potentes músculos, tejía un ataque maravilloso, saltando y deslizándose como una ardilla, eslabonando mil movimientos ofensivos, todos ellos encaminados a la destrucción de Tom King, del hombre que se alzaba entre él y la fortuna. Y Tom King soportaba pacientemente el chaparrón. Conocía su oficio y sabía cómo era la juventud, ahora que la había perdido. Se dijo que tenía que esperar a que su oponente fuese perdiendo fogosidad, y sonrió para sus adentros mientras se agachaba para parar un fuerte directo con la base del cráneo. Era una argucia innoble, pero correcta, según el reglamento del pugilismo. El boxeador tenía que velar por sus nudillos y, si se empeñaba en golpear a su adversario en la cabeza, allá él. King podía haberse agachado más para que el golpe no lo alcanzara, pero se acordó de sus primeros encuentros y de cómo se partió por primera vez un nudillo contra la cabeza del «Terror de Gales». Aun ajustándose a las reglas del juego, al agacharse había atentado contra los nudillos de Sandel. De momento, éste no lo notaría. Seguro de sí mismo e indiferente, seguiría propinando golpes con la misma fuerza durante todo el combate. Pero, andando el tiempo, cuando en su historial tuviera muchos encuentros, el nudillo lesionado se resentiría, y entonces él, volviendo la vista atrás, recordaría el potente golpe asestado a la cabeza de Tom King.
El primer asalto lo ganó Sandel por puntos. El joven boxeador mantuvo a la sala en vilo con sus fulminantes arremetidas. Lanzó sobre King un verdadero diluvio de golpes, y King no devolvió ni uno solo: se limitó a cubrirse, mantener una guardia cerrada, esquivar y llegar a veces al cuerpo a cuerpo para eludir el castigo. De vez en cuando hacía alguna finta, movía la cabeza cuando encajaba un directo, e iba evolucionando imperturbable por el ring, sin saltar ni bailar para no malgastar ni un átomo de energías. Debía dejar que Sandel desahogara el ardor de su juventud y sólo entonces replicarle, pues no debía olvidar sus cuarenta años.
Los movimientos de King eran lentos y metódicos. Sus ojos, casi inmóviles bajo los gruesos párpados, le daban el aspecto de un hombre adormilado y aturdido. Sin embargo, no se le escapaba ningún detalle: su experiencia de más de veinte años le permitía verlo todo.
Sus ojos no pestañeaban ni se desviaban al recibir un golpe, porque así podían ver y medir mejor las distancias.
Cuando, al terminar el asalto, fue a sentarse en su rincón para descansar, se recostó con las piernas extendidas y apoyó los brazos en el ángulo recto que formaban las cuerdas. Entonces su pecho y su abdomen empezaron a subir y a bajar en profundas aspiraciones, mientras le acariciaban el rostro el aire de las toallas con que le abanicaban sus segundos.
Con los ojos cerrados, Tom King escuchaba el clamoreo del público.
-¿Por qué no luchas, Tom? -le gritaron- ¿Es que tienes miedo?
-Le pesan los músculos -oyó que comentaba un espectador de primera fila-. No puede moverse con más rapidez. ¡Dos libras contra una a favor de Sandel!
Sonó el gong y los dos púgiles abandonaron sus rincones. Sandel recorrió tres cuartas partes del cuadrilátero, ansioso de reanudar la contienda. King apenas se apartó de su rincón. Esto formaba parte de su plan de ahorro de fuerzas. No había podido entrenarse como era debido, no había comido lo suficiente, y el menor movimiento innecesario tenía su importancia. Además, había que tener en cuenta que había recorrido a pie más de tres kilómetros antes de subir al ring. Aquel asalto fue una repetición del primero: Sandel atacaba en tromba y el público, indignado, abucheaba a King al ver que no combatía. Aparte algunas fintas y varios golpes lentos e ineficaces, se limitaba a mantener una guardia cerrada, parar golpes y agarrarse al adversario. Sandel deseaba acelerar el ritmo del combate, y King, hombre de experiencia, se negaba a secundarlo. En su rostro deformado por los golpes había una melancólica sonrisa, y Tom seguía economizando fuerzas celosamente, como sólo puede hacerlo un boxeador maduro. Sandel era joven y derrochaba sus energías con la prodigalidad propia de su juventud. El generalato del ring correspondía a Tom, y suya era también la sabiduría cosechada a costa de largos y dolorosos combates. Observaba a su adversario con mirada fría y ánimo sereno, moviéndose lentamente, en espera de que se agotara el ardor de Sandel. Para la mayoría de espectadores, aquello era buena prueba de que King era incapaz de medirse con su joven adversario, opinión que expresaban en voz alta, apostando a razón de tres a uno a favor de Sandel. Pero aún quedaban algunos espectadores prudentes que conocían a King desde hacía años y aceptaban estas ofertas, con grandes esperanzas de ganar.
El tercer asalto comenzó como los anteriores. Sandel llevaba la iniciativa y castigaba duramente a su adversario. Pero, cuando aún no había transcurrido medio minuto, el joven, excesivamente confiado, se olvidó de cubrirse, y los ojos de King centellearon a la vez que su brazo derecho se lanzaba como un rayo hacia adelante. Fue su primer golpe de verdad: un gancho reforzado, no sólo por el hábil movimiento del brazo, sino por el peso de todo el cuerpo. El león adormecido acababa de lanzar un imprevisto zarpazo. Sandel, tocado en un lado de la mandíbula, cayó como un buey abatido por el matarife. El público se quedó pasmado: algunos aplaudieron tímidamente, mientras por toda la sala corrían murmullos de admiración. ¡Caramba, caramba! King no tenía los músculos tan embotados como se creía, sino que era capaz de asestar verdaderos mazazos.
Sandel quedó casi inconsciente, hizo girar su cuerpo hasta ponerse de costado e intentó levantarse, pero, al oír los gritos de sus segundos que le aconsejaban esperar hasta el último instante, no acabó de ponerse en pie, sino que quedó con una rodilla en el suelo. El árbitro se inclinó hacia él y empezó a contar los segundos con voz estentórea junto a su oído. Cuando oyó decir «¡nueve!» Sandel se levantó con gesto agresivo y Tom King hubo de hacerle frente, mientras se lamentaba de no haberle dado el golpe un par de centímetros más cerca del mentón, pues entonces habría conseguido el fuera de combate y vuelto a casa con treinta libras para su mujer y sus hijos.
El asalto continuó hasta que se cumplieron los tres minutos reglamentarios. Sandel empezó a mirar con respeto a su oponente. Por su parte, King seguía moviéndose con lentitud y su mirada aparecía tan soñolienta como antes. Cuando el asalto estaba a punto de terminar, King se dio cuenta de ello al ver a los segundos agazapados junto al cuadrilátero. Estaban preparados para subir, pasando entre las cuerdas. Entonces llevó el combate hacia su rincón, y, cuando sonó el gong, pudo sentarse inmediatamente en el taburete que ya tenían preparado. En cambio, Sandel tuvo que cruzar de ángulo a ángulo todo el ring para llegar a su sitio. Esto era una pequeñez, pero muchas pequeñeces juntas pueden formar algo importante. Al verse obligado a dar aquellos pasos de más, Sandel perdió no sólo cierta cantidad de energía, sino una parte de los preciosos sesenta segundos de descanso. Al principio de cada asalto King salía perezosamente de su rincón, con lo que obligaba a su adversario a recorrer una distancia mayor, y cuando el asalto terminaba, King estaba en su sitio y podía sentarse inmediatamente.
Transcurrieron otros dos asaltos en los que King economizó sus fuerzas con toda parsimonia, mientras Sandel derrochaba energías. Los esfuerzos que el joven púgil hacía por imponer un ritmo más vivo a la lucha resultaron bastante enojosos para King, que hubo de encajar una parte bastante crecida del diluvio de golpes que cayó sobre él. Sin embargo, King mantuvo su deliberada lentitud, sin importarle el griterío de los jóvenes vehementes que querían verle pelear.
En el sexto asalto, Sandel volvió a tener un descuido, y la terrible derecha de Tom King lanzó un nuevo disparo contra su mandíbula. Otra vez contó el árbitro hasta nueve.
Al comenzar el séptimo asalto se vio claramente que el ardor de Sandel se había esfumado. El joven boxeador se percataba de que estaba librando el combate más duro de su carrera. Tom King era un boxeador gastado, pero el de más calidad que se le había opuesto hasta entonces; un boxeador maduro que no perdía la cabeza, que se defendía con extraordinaria habilidad, cuyos golpes eran verdaderos mazazos y que tenía un fuera de combate en cada puño. Pero Tom King no se atrevía a utilizar estos potentes puños demasiado, pues no se olvidaba de que tenía los nudillos lesionados y sabía que, para que pudieran resistir todo el combate, tenía que racionar los golpes prudentemente.
Mientras permanecía sentado en su rincón, mirando a su adversario, pensó que la unión de su experiencia y de la juventud de Sandel producirían un campeón mundial. Pero esta mezcla era imposible. Sandel no sería campeón del mundo. Le faltaba experiencia y ésta sólo podía obtenerse a costa de la juventud. Cuando Sandel tuviera experiencia, advertiría que había gastado su juventud para adquirirla.
King recurrió a todas las tretas y argucias. No desaprovechaba ocasión de agarrarse a su adversario y, cada vez que llegaba al cuerpo a cuerpo, clavaba con fuerza el hombro en las costillas de Sandel. En la teoría pugilística no había diferencia entre un hombro y un puño si con ambos podía hacerse el mismo daño, y el hombro aventajaba al puño en lo concerniente a la pérdida de energías. Asimismo, cuando se agarraban los dos púgiles, King descargaba todo el peso de su cuerpo sobre su contrincante y se resistía a soltarse. Esto obligaba al árbitro a intervenir para separarlos, en lo cual hallaba las mayores facilidades por parte de Sandel, que todavía no había aprendido a descansar de este modo. El joven no podía dejar de emplear sus magníficos brazos ni su lozana musculatura. Cuando King se aferraba a él, clavándole el hombro en las costillas e introduciendo la cabeza bajo su brazo izquierdo, Sandel le golpeaba el rostro pasando su brazo derecho por detrás de su espalda. Era un castigo espectacular que provocaba murmullos de admiración en el público, pero sin ninguna eficacia. Por el contrario, sólo servía para hacer perder energías a Sandel. Éste, incansable, no se daba cuenta de que todo tiene un límite. King sonreía y no se apartaba de su prudente táctica.
Sandel asestó un sonoro derechazo al cuerpo de King, que la masa de espectadores consideró como un rudo castigo, pero los pocos expertos que había en la sala percibieron el hábil movimiento del guante izquierdo de Tom, que tocó el bíceps de Sandel en el momento en que éste lanzaba el fuerte derechazo. Sandel repitió una y otra vez este golpe, consiguiendo que siempre llegara a su destino, pero nunca con eficacia, debido al ligero contragolpe de King.
En el noveno asalto, y en un solo minuto, Tom alcanzó con tres ganchos de derecha la mandíbula de Sandel, y las tres veces el corpachón del joven besó la lona y el árbitro hubo de contar hasta nueve. Sandel quedó aturdido y ligeramente conmocionado, pero conservaba las energías. Había perdido velocidad y economizaba sus fuerzas. Tenía el ceño fruncido, pero seguía contando con el arma más importante del boxeador: la juventud. El arma principal de King era la experiencia. Cuando empezó el declive de su vitalidad, cuando su vigor empezó a disminuir, lo reemplazó con la astucia, la sabiduría cosechada en mil combates y una escrupulosa economía de sus fuerzas. King no era el único que sabía eludir los movimientos superfluos, pero nadie como él poseía el arte de incitar al adversario a despilfarrar sus energías.
Una y otra vez, haciendo fintas con los pies, los puños y el cuerpo, siguió engañando a Sandel: obligándolo a saltar hacia atrás sin motivo, a esquivar golpes imaginarios, a lanzar inútiles contraataques. King descansaba, pero no daba descanso a su rival. Era la estrategia de un boxeador maduro.
Al iniciarse el décimo asalto, King detuvo las embestidas de Sandel con directos de izquierda a la cara, y Sandel, que ahora procedía con cautela, respondió esgrimiendo su izquierda, para bajarla en seguida, mientras lanzaba un gancho de derecha a la cara de Tom King. El golpe fue demasiado alto para resultar decisivo, pero King notó que ese negro velo de inconsciencia tan conocido por los boxeadores se extendía sobre su mente. Durante una fracción casi inapreciable de tiempo, Tom dejó de luchar. Momentáneamente, desaparecieron de su vista su adversario y el telón de fondo formado por las caras blancas y expectantes del público..., pero sólo momentáneamente. Le pareció que abría los ojos tras un sueño fugaz. El intervalo de inconsciencia fue tan breve, que no tuvo tiempo de caer. El público sólo lo vio vacilar y doblar las rodillas. Inmediatamente, Tom King se recuperó y ocultó más su barbilla en el refugio que le ofrecía su hombro izquierdo.
Sandel repitió varias veces este golpe, aturdiendo parcialmente a King. Pero el experto boxeador consiguió elaborar su defensa, que fue también una forma de contraatacar. Retrocediendo ligeramente sin dejar de hacer fintas con el brazo izquierdo, lanzó a Sandel un uppercut con toda la potencia de su puño derecho. Lo calculó con tanta precisión, que consiguió alcanzar de pleno la cara de Sandel cuando éste se agachaba haciendo un regate. El joven, levantado en vilo, cayó hacia atrás y fue a dar en la lona con la cabeza y la espalda. King repitió este golpe dos veces. Después dio rienda suelta a su acometividad y acorraló a su adversario contra las cuerdas, lanzando sobre él una lluvia de golpes. Sus puños funcionaron sin cesar hasta que el público, puesto en pie, le tributó una estruendosa salva de aplausos. Pero Sandel poseía una energía y una resistencia inagotables, y se mantenía en pie. Se mascaba el knock-out. Un capitán de policía, impresionado por el terrible castigo que recibía Sandel, se acercó al cuadrilátero para suspender el combate, pero en este preciso instante sonó el gong, señalando el fin del asalto, y Sandel regresó tambaleándose a su rincón, donde aseguró al capitán que estaba bien y conservaba las fuerzas. Para demostrarlo, dio un par de saltos, y el policía, convencido, volvió a sentarse.
Tom King, mientras descansaba en su rincón, jadeante, se decía, contrariado, que si el combate se hubiera suspendido, el árbitro se habría visto obligado a declararlo vencedor y la bolsa hubiera ido a parar a sus manos. A diferencia de Sandel, él no luchaba por la gloria ni para abrirse paso, sino para ganar treinta libras esterlinas. En aquel minuto de descanso, Sandel se recuperaría.
La juventud será servida... Esta frase cruzó como un relámpago por el cerebro de King. Se acordó también de la ocasión en que la oyó: fue la noche en que dejó fuera de combate a Stowsher Bill. El señorito que la había pronunciado tenía razón. Aquella noche, tan lejana ya, él encarnaba a la juventud. «Pero esta noche -se dijo- la juventud se sienta en el rincón de enfrente.» Ya llevaba media hora de pelea y los años le pesaban. Si hubiese luchado como Sandel, no hubiera resistido ni quince minutos. Lo peor era que no se recuperaba. Sus venas hinchadas y su corazón fatigado no le permitían recobrar las perdidas fuerzas en los descansos entre asalto y asalto. Las energías le faltarían ya desde el comienzo de los asaltos. Notaba las piernas pesadas y empezaba a sentir calambres. No debió haber hecho a pie aquellos tres kilómetros que mediaban desde su casa a la sala de deportes. Y para colmo de desdichas, aquel bistec que no se había podido comer aquella mañana y que tanto había deseado. Se despertó en él un odio terrible contra los carniceros que se habían negado a fiarle. Un hombre de sus años no podía boxear sin haber comido lo suficiente. ¿Qué era, al fin y al cabo, un bistec? Una insignificancia que valía unos cuantos peniques. Sin embargo, para él significaba treinta libras esterlinas.
Cuando el gong señaló el comienzo del undécimo asalto, Sandel se levantó impetuosamente, aparentando una gallardía que estaba muy lejos de poseer. King supo apreciar el justo valor de semejante actitud: se trataba de un farol tan antiguo como el mismo boxeo. Para no gastar fuerzas en balde, Tom se abrazó a su adversario. Luego, cuando lo soltó, permitió que el joven se pusiera en guardia. Esto era lo que King esperaba. Hizo una finta con la izquierda, consiguió que su contrincante se agachara para rehuirla, y al mismo tiempo le lanzó un gancho de derecha. Seguidamente King, retrocediendo un poco, asestó a Sandel un uppercut que lo alcanzó en plena cara y lo derribó. Después no le dio punto de reposo. Encajó mucho, pero pegó mucho más. Acorraló a Sandel contra las cuerdas mediante una serie de ganchos y con toda clase de golpes. Después de desprenderse de sus brazos, le impidió que lo volviera a abrazar, propinándole un directo cada vez que lo intentaba. Y cuando Sandel iba a caer, lo sostenía con una mano y lo golpeaba inmediatamente con la otra para arrojarlo contra las cuerdas, donde no le era posible desplomarse.
El público parecía haber enloquecido. Todos los espectadores, puestos en pie, lo animaban con sus gritos.
-¡Duro con él, Tom! ¡Ya es tuyo! ¡Lo tienes en el bolsillo!
Querían que el combate terminara con una lluvia de golpes irresistibles. Esto era lo que deseaban ver; para esto pagaban.
Y Tom King, que durante media hora había economizado sus fuerzas, las derrochó a manos llenas en lo que debía ser el esfuerzo final, un esfuerzo que no podría repetir. Era su única oportunidad. ¡Ahora o nunca! Las fuerzas lo abandonaban rápidamente, y todas sus esperanzas se cifraban en que, antes de que lo abandonasen del todo, habría conseguido que su adversario permaneciera tendido en la lona durante diez segundos. Y mientras seguía pegando y atacando, calculando fríamente la fuerza de sus golpes y el daño que causaban, comprendió lo difícil que era dejar a Sandel fuera de combate. La resistencia de aquel hombre, realmente extraordinaria, era la resistencia virgen de la juventud. Desde luego, Sandel tenía ante sí un futuro lleno de promesas. Él también lo tuvo. Todos los buenos boxeadores poseían el temple que demostraba Sandel.
Sandel retrocedía dando traspiés, perseguido por King, que empezaba a sentir calambres en las piernas y cuyos nudillos comenzaban a resentirse. Sin embargo, siguió asestando sus terribles golpes, sin detenerse ante el dolor que cada uno de ellos producía en sus manos, en sus pobres manos, viejas y torturadas. Aunque en aquellos momentos no recibía ninguna réplica de su adversario, King se debilitaba a toda prisa, de modo que pronto su estado igualaría el de Sandel. No fallaba un solo golpe, pero éstos ya no poseían la potencia de antes y cada uno de ellos suponía para Tom un esfuerzo extraordinario. Sus piernas parecían de plomo y se arrastraban visiblemente por el ring. Los partidarios de Sandel lo advirtieron y empezaron a dirigir gritos de aliento al joven boxeador.
Esto decidió a King a realizar un postrer esfuerzo y asestó dos golpes casi simultáneos: uno con la izquierda, dirigido al plexo solar y que resultó un poco alto, y otro con la derecha a la mandíbula. Estos golpes no fueron demasiado fuertes, pero Sandel estaba ya tan conmocionado, que cayó en la lona, donde quedó debatiéndose. El árbitro se inclinó sobre él y empezó a contarle al oído los segundos fatales. Si antes del décimo no se levantaba, habría perdido el combate. En la sala reinaba un silencio de muerte. King apenas se mantenía en pie sobre sus piernas temblorosas. Se había apoderado de él un mortal aturdimiento y, ante sus ojos, el mar de caras se movía y se balanceaba mientras a sus oídos llegaba, al parecer desde una distancia remotísima, la voz del árbitro que contaba los segundos. Pero consideraba el combate suyo. Era imposible que un hombre tan castigado pudiera levantarse.
Solamente la juventud se podía levantar... Y Sandel se levantó. Al cuarto segundo, dio media vuelta, quedando de bruces, y buscó a tientas las cuerdas. Al séptimo segundo ya había conseguido incorporarse hasta quedar sobre una rodilla, y descansó un momento en esta postura, mientras su aturdida cabeza se bamboleaba sobre sus hombros. Cuando el árbitro gritó «¡nueve!» Sandel se levantó del todo, adoptando la adecuada posición de guardia, cubriéndose la cara con el brazo izquierdo y el estómago con el derecho. Así defendía sus puntos vitales, mientras avanzaba agachado hacia King, con la esperanza de agarrarse a él para ganar más tiempo.
Tan pronto como Sandel se levantó, King se le echó encima, pero los dos golpes que le envió tropezaron con los brazos protectores. Acto seguido, Sandel se aferró a él desesperadamente, mientras el árbitro se esforzaba por separarlo, ayudado por King. Éste sabía con cuánta rapidez se recobraba la juventud y, al mismo tiempo, estaba seguro de que Sandel sería suyo si podía evitar que se repusiera. Un enérgico directo lo liquidaría. Tenía a Sandel en su poder, no cabía duda. Él había llevado la iniciativa del combate, había demostrado mayor experiencia que su contrincante, le llevaba ventaja de puntos. Sandel se desprendió del cuerpo de King, tambaleándose, vacilando entre la derrota y la supervivencia. Un buen golpe lo derribaría definitivamente, y, ante esta idea, Tom King, presa de súbita amargura, se acordó del bistec. ¡Ah, si lo hubiera tenido y contara con su fuerza para el golpe que iba a asestar! Concentró sus últimas energías en el golpe decisivo, pero éste no fue bastante fuerte ni bastante rápido. Sandel se tambaleó, pero no llegó a caer. Con paso vacilante, retrocedió hacia las cuerdas y se aferró a ellas. King, también tambaleándose, lo siguió y, experimentando un dolor indescriptible, le asestó un nuevo golpe. Pero las fuerzas lo habían abandonado. Únicamente le quedaba su inteligencia de luchador, turbia, oscurecida por el cansancio. Había dirigido el puño a la mandíbula, pero tropezó en el hombro. Su intención había sido darlo más alto, pero sus cansados músculos no lo obedecieron. Y, por efecto del impacto, el propio Tom King retrocedió, dando traspiés. Poco faltó para que cayera. De nuevo lo intentó. Esta vez su directo ni siquiera alcanzó a Sandel. Era tal su debilidad que cayó sobre el joven y se abrazó a su cuerpo, para no desplomarse definitivamente a sus pies.
King ya no hizo nada por separarse. Había puesto toda la carne en el asador: ya no podía hacer más. La juventud se había impuesto. Incluso en aquel abrazo notaba cómo Sandel iba recuperando sus fuerzas. Cuando el árbitro los separó, King vio claramente cómo se recobraba su joven adversario. Segundo a segundo, Sandel se iba mostrando más fuerte. Sus directos, débiles y vacilantes al principio, cobraron dureza y precisión. Los ofuscados ojos de Tom King vieron el guante que se acercaba a su mandíbula y se propuso protegerla alzando el brazo. Vio el peligro, deseó parar el golpe, pero el brazo le pesaba demasiado y no pudo: le pareció que tenía que levantar un quintal de plomo. El brazo no quería levantarse y él deseó con toda su alma levantarlo. El guante de Sandel ya le había llegado a la cara. Oyó un agudo chasquido semejante al de un chispazo eléctrico y el negro velo de la inconsciencia envolvió su mente.
Cuando abrió de nuevo los ojos, se encontró sentado en su rincón y oyó el clamoreo del público, semejante al rumor del oleaje de la playa de Bondi. Alguien le oprimía una esponja empapada contra la base del cráneo, y Sid Sullivan le rociaba la cara y el pecho con agua fría. Le habían quitado ya los guantes y Sandel, inclinado sobre él, le estrechaba la mano. No sintió rencor alguno hacia el hombre que lo había dejado fuera de combate, y le devolvió el apretón de manos tan cordialmente que sus nudillos se resintieron. Luego Sandel se dirigió al centro del cuadrilátero y el griterío del público se acalló para oírle decir que aceptaba el desafío de Young Pronto, y que proponía aumentar la apuesta a cien libras. King lo contemplaba, indiferente, mientras sus segundos secaban el agua que corría a raudales por su cuerpo, le pasaban una esponja por la cara y lo preparaban para abandonar el cuadrilátero. King sentía hambre; no era aquélla la sensación de hambre ordinaria, sino una gran debilidad, una serie de palpitaciones en la boca del estómago que repercutían en todo su cuerpo. Se acordó del momento en que había tenido ante él a Sandel tambaleándose, al borde del knock-out. ¡Ah, si hubiese tenido aquel bistec en el cuerpo! Entonces nada habría salvado a Sandel. Le había faltado sólo esto para asestar el golpe decisivo con eficacia. Había perdido por culpa de aquel bistec.
Sus segundos trataron de ayudarlo a pasar entre las cuerdas, pero él los apartó, se agachó y saltó solo al piso de la sala. Precedido por sus cuidadores, avanzó por el pasillo central abarrotado de público. Poco después, cuando salió de los vestuarios y se dirigió a la calle, se encontró con un muchacho que le dijo:
-¿Por qué no le pegaste de firme cuando lo tenías atontado?
-¡Vete al diablo! -le respondió Tom King mientras bajaba los escalones del portal.
Las puertas de la taberna de la esquina estaban abiertas de par en par. Tom King vio las luces cegadoras del local y las sonrientes camareras, y, entre el alegre tintineo de las monedas que saltaban en el mármol del mostrador, oyó diversas voces que comentaban el combate. Alguien lo llamó para invitarlo a una copa, pero él rechazó la invitación y siguió su camino.
No llevaba un céntimo encima. Los tres kilómetros que lo separaban de su casa le parecieron muy largos. Era evidente que envejecía. Cuando cruzaba el Dominio, se dejó caer de pronto en un banco. La idea de que su mujer estaría esperándolo, ansiosa de saber cómo había terminado el encuentro, lo sumió en una angustiosa desesperación. Esto era peor que un knock-out: no se sentía con fuerzas para mirarla a la cara.
Estaba desfallecido y amargado. El vivo dolor que sentía en los nudillos le hizo comprender que, aunque encontrase trabajo como peón de albañil, tardaría lo menos una semana en poder empuñar la pala o el pico. Las palpitaciones que le producía el hambre en la boca del estómago le hacían sentir náuseas. Una profunda desolación se apoderó de él y notó que sus ojos se llenaban de lágrimas incontenibles. Se cubrió la cara con las manos y lloró. Y mientras lloraba se acordó de la paliza que propinó a Stowsher Bill una noche ya lejana. ¡Pobre Stowsher Bill! Ahora comprendía por qué lloró aquella noche en los vestuarios.
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Tom King
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